Presentación por Sergi Puertas (extracto del prologo de la antología)
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Vivimos en tiempos de dispersión. O eso es lo que acostumbra a decirse. Que la última camada viene más despistada que nunca, que su foco de atención va de punta a punta del espectro sin que nadie consiga centrarse del todo en nada. Estamos sometidos a tal bombardeo de estímulos que no resulta fácil focalizar. Y pasa lo que pasa: si en otros tiempos rezábamos para que las novelas, las películas o las canciones que nos gustan no terminaran jamás, ahora suplicamos que acaben cuanto antes para dar paso a la siguiente. La tele del bar chilla a todo volumen y en casa, nuestro software peer to peer atiborra de cultura nuestros discos duros. Entonces es cuando alguno de nosotros sale con que dan ganas de echarse a la montaña y mandarlo todo a tomar por culo, un comentario que escuchamos cada vez con mayor frecuencia. A renglón seguido, pasamos a discutir qué tarjeta brinda un mayor rendimiento para nuestros vídeo-juegos. Estamos ya demasiados embrutecidos para jugar al anacoreta. Lo que ahora queremos es un producto que nos colme, algo que nos haga experimentar emoción verdadera, y tan aprisa como sea posible.
Viene esto a colación porque cuesta entender que la poesía no cuente con más lectores. No lo hemos entendido nunca y ahora menos todavía. Atiendan: un poema es el equivalente literario de un spot publicitario escrito por Charlie Kauffman y dirigido por Michel Gondry; de un vídeoclip de Lettfield realizado por Chris Cunningham. En un poema, cada palabra es la estrella, y todas y cada una de ellas están minuciosamente dispuestas para conseguir el efecto pretendido. Los tiempos muertos duran menos de un segundo; no hay transiciones tediosas. Hay una búsqueda de brío y vigor en cada término, en cada idea, en cada imagen. Un poema es una superproducción de metraje reducídisimo donde se mima hasta el más nimio detalle. Hay giros imprevistos, escenas inauditas, conclusiones que caen como una losa y finales abiertos que reverberan en la atmósfera, distorsionándola como la visión 2-3-74 de Philip K. Dick. Esta es la palabra clave para que el poema funcione: intensidad. El poeta sabe en consecuencia que tiene que currárselo. Horas puede tirarse articulando y perfilando esos paraffitos de nada que el lector ventilará en tres minutos de reloj. A veces, el poema sigue sin funcionar de todas maneras. Pero nuestro potencial de frustración como lector es proporcional al tiempo malgastado. Tres minutos, oigan. Ni uno más. No es como volver la última página de un volumen de cuatrocientas páginas con la sensación de haber sido estafados. Consumo rápido. Y ahora imagínense que encima es bueno. Menudo subidón.
O mejor todavía. Ahora imagínense que en un sólo volumen se reúnen a medio centenar de autores de bandera –llamémosles, por decir algo, alternativos o si quieren también, de tono y temas underground- con cuatro o cinco poemas por cabeza, igualmente de bandera. El resultado es una obra, la que pretendemos presentarles, como un disparo a la cabeza de su inteligencia creativa, cincuenta balas rasas dirigidas al entendimiento, a su capacidad de apasionarse y a la línea de flotación del pensamiento único.
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Sergi Puertas, prólogo a Poesía para bacterias.Viene esto a colación porque cuesta entender que la poesía no cuente con más lectores. No lo hemos entendido nunca y ahora menos todavía. Atiendan: un poema es el equivalente literario de un spot publicitario escrito por Charlie Kauffman y dirigido por Michel Gondry; de un vídeoclip de Lettfield realizado por Chris Cunningham. En un poema, cada palabra es la estrella, y todas y cada una de ellas están minuciosamente dispuestas para conseguir el efecto pretendido. Los tiempos muertos duran menos de un segundo; no hay transiciones tediosas. Hay una búsqueda de brío y vigor en cada término, en cada idea, en cada imagen. Un poema es una superproducción de metraje reducídisimo donde se mima hasta el más nimio detalle. Hay giros imprevistos, escenas inauditas, conclusiones que caen como una losa y finales abiertos que reverberan en la atmósfera, distorsionándola como la visión 2-3-74 de Philip K. Dick. Esta es la palabra clave para que el poema funcione: intensidad. El poeta sabe en consecuencia que tiene que currárselo. Horas puede tirarse articulando y perfilando esos paraffitos de nada que el lector ventilará en tres minutos de reloj. A veces, el poema sigue sin funcionar de todas maneras. Pero nuestro potencial de frustración como lector es proporcional al tiempo malgastado. Tres minutos, oigan. Ni uno más. No es como volver la última página de un volumen de cuatrocientas páginas con la sensación de haber sido estafados. Consumo rápido. Y ahora imagínense que encima es bueno. Menudo subidón.
O mejor todavía. Ahora imagínense que en un sólo volumen se reúnen a medio centenar de autores de bandera –llamémosles, por decir algo, alternativos o si quieren también, de tono y temas underground- con cuatro o cinco poemas por cabeza, igualmente de bandera. El resultado es una obra, la que pretendemos presentarles, como un disparo a la cabeza de su inteligencia creativa, cincuenta balas rasas dirigidas al entendimiento, a su capacidad de apasionarse y a la línea de flotación del pensamiento único.
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Editorial: Cuerdos de Atar.
Colección: Bala Rasa.
Precio: 17,40 euros.
De venta en librerías y a través de Internet (http://www.cuerdosdeatar.com/).
Dirección de contacto de la editorial: info@cuerdosdeatar.com.
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