La vida ya no estará allí,
y recuerdo: ningún escondite de los gestos
me fue desconcido.
Ninguna seducción me fue extraña.
La noche fue volviéndose
cada vez más pesada sobre los hombros.
Las ropas dejaron de destrozarse bajo las caricias.
Las miradas fueron fijándose, durante largo tiempo,
por entre los papeles arrugados, tirados al suelo.
La máquina de escribir paró.
Los libros se llenaron de polvo,
se cerraron para siempre
con nuestra historia dentro de ellos.
No volvieron a abrirse.
Un rostro brillaba junto a la ventana.
La lluvia golpeaba con fuerza
sobre las escaleras del incendio.
Al Berto, fragmento de Canto del amigo muerto. Traducción de Jesús Losada ( Celya, 2004 ).
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