domingo, 27 de marzo de 2022

LUCEN DULCES LUCES por JOAN CASAVILA



No tenía nada que ver con los tripis ni con las setas. Lo de chupar aquel sapo era otra cosa, me dijo. Nada de tirarte seis o siete horas loco, qué va, la experiencia era mucho más corta: apenas duraba veinte minutos. Y el pelotazo… ahí estaba la diferencia crucial, el pelotazo era igual para todos… no hay un buen viaje o un mal viaje. Simplemente te mueres, y luego resucitas. Sí: muerte y resurrección, sencillamente eso. Es decir, te explico, continuó hablando, cuando te mueres o tienes una experiencia cercana a la muerte, lo último en apagarse es tu hipotálamo, y también es el mismo hipotálamo lo primero en funcionar cuando vuelves a la vida, cuando te reaniman, cuando resucitas. Muerte y resurrección, es lo que acontece cuando chupas un sapo (señaló su nuca con la mano, abriendo y cerrándola como si el hipotálamo estuviera destellando). Un reinicio, sí. Reiniciar tu mente. Un efecto único, una sensación limpia, y aterradoramente reveladora. Toda la euforia de volver a encontrarte a ti mismo, después de haber atravesado quién sabe qué oscuros o luminiscentes límites, esa emoción de empezar otra vez dentro de ti. Todos los que lo han probado dicen que te cambia, que ahora ya nunca volverán a ser los mismos… porque han vuelto a sí mismos tras deshacerse del lastre, el peso de las capas de polvo que ha ido acumulando su mente. Han vuelto a su ser primigenio.

Ya, claro, has vuelto. Pero has vuelto a ser tú mismo. Cualquier experiencia, por muy reveladora que sea, no es eterna. Puede dejar un poso, vale, de acuerdo. Pero al final olvidamos. Volvemos a ser lo que somos. Vamos a ver… te entiendo. Todos estamos muy jodidos a veces, igual algunos lo están todo el tiempo, te das unos cabezazos contra la vida y pierdes el gusto, la esperanza… a todos nos gustaría poder ser siempre nuestra mejor versión. Pero no podemos olvidar la férrea inmutabilidad del carácter, los machacones restallidos de cada corazón; de aquí a unos días, meses tal vez, a lo sumo un año, volverás a ser el gilipollas que eras; sí, ese maravilloso gilipollas de toda la vida.

¿Qué significa exactamente empezar de nuevo? Pues no lo sé. Pero sí me imagino qué bendiciones puede concedernos un solo lametón a la furfurácea piel aceitunada del sapo del desierto: un suicidio asistido por un augurio de retorno que, como terapia electroconvulsiva que moltura desgracias y ansiedad, nos brinda muerte y estrena un nacimiento, y como si de router wifi tras un apagón se tratase, vuelve a encender esas concomitantes lucecitas parpadeantes de la primera vida en nuestro hipotálamo, restableciendo tal vez todos sus parámetros predeterminados: ausencia de sufrimiento existencial y angustia, anulación de vicios, esponjosa bondad hacia nuestra decadencia con su atávica e infantil penetración, y quizá también, por qué no, una desatomización de los conductos anales que nos permita cagar de nuevo como dios manda, olvidarnos de las hemorroides.

Tengo mis dudas sobre este último punto.

Y yo… Yo también.

Bueno, en general casi todo lo que has dicho me parece una soberana estupidez. Pero da igual, dile a tu amigo, “el del sapo”, que no pienso chupar ese bicho, que paso… paso del ritual… Ese plan me acojona.

(Entonces, decidimos cambiar de tema. Y nos pusimos a hablar del camino de Santiago)

Joan Casavila


sábado, 26 de marzo de 2022

NATIONAL GEOGRAPHIC por GSÚS BONILLA



el Estado me gratifica
con 426 euros al mes:
por ser parado
de larga duración
por haber consumido
todos los recursos previos
por tener una hija
a mi cargo
y porque el cómputo
de la unidad familiar
no supera
el 75% del salario mínimo
interprofesional por cabeza

de manera que
hemos de ser consecuentes
con el Estado
y comer barato
beber agua no fumar
nada de drogas
olvidar la Play Station
y conducir, como mucho
un utilitario
de baja gama
y segunda mano

a veces en la casa
de nuestra entidad financiera
danzamos
y bailamos bajo la lluvia
le dedicamos oraciones
y cánticos
en las noches de luna llena
al Estado

porque queremos
a un Estado feliz
y agradecerle
tanta generosidad
tanto desprendimiento

mostramos así
nuestro agradecimiento
por lo que recibimos

aunque el Estado
no sepa
que llevo una calabaza
en el pene
a modo de funda
y mi compañera
se decore
los pechos desnudos
con ceniza
y resina de árboles

el Estado no entiende
por qué la pequeña nuestra
sonríe a la cámara
y hurga

en el bolsillo
de los contribuyentes
como buscando
su premio

de azúcar


Gsús Bonilla


jueves, 24 de marzo de 2022

78 rpm (FAKE) por JOSÉ G. CORDONIÉ



CARBÓN

Hace una noche fría. Fría como la barriga de una bomba atómica antes de estallar, o como el metal del exoesqueleto artificial de un guerrero medieval antes de entrar en batalla. Traslado la sensación de frío a calor. La resistencia incandescente del grill quema la piel de la pizza y deja el queso glutinoso como el del moho sobre la manzana que infestará al cesto. Pienso en el ADN de esa manzana. Pienso en el 97% del ADN basura que portamos. La manzana cae al cubo de basura, que es un vacío insustancial. Pienso en el Vacío. El carmín de unos labios en una servilleta es como un beso lanzado al vacío. Es la sombra del inicio de un falso beso. Pienso en la sombra de mi pie proyectada por una bombilla que apenas ilumina. La huella de mi pie es una silueta dibujada por ascuas de luz eléctrica. Imagino la sensación de encontrarse huellas de pies descalzos en el polvo de la luna. Y seguidamente pienso en el crujido del percutor de una mina al ser pisado por un pie que no dejará huella. En el ángulo del techo, sobre mi cabeza, cuelga la momia de un insecto amortajado con la proteína de la seda de una telaraña. Me abstraigo en el brillo de los hilos de esa telaraña. Brillan como un diamante. Y concluyo que todo diamante, al fin y al cabo, no es más que carbón.

José G. Cordonié,
de 78 rpm (Fake)
(Versátiles Editorial, 2021)


miércoles, 23 de marzo de 2022

WHISKY Y ALMENDRAS por FRANCISCO SOTO




Acabar derrotado con el último deshielo,
deshecho en aguas de turbia soledad,
ahogado en el alcohol del verso final que lo baña todo;
la lágrima perfecta dibujándote, la incógnita de tu posibilidad.

No aprieta Dios. ¡Te amo!
Lo hacen las cicatrices de la botella, el revés de la etiqueta ilegible
sobre el nivel de las marcas de tiza cada vez más bajas,
menguante licor y vida.

Whisky,
sabor a chinches trepando al lugar de mi paciencia desbordada,
en el almíbar otoñal de tus labios de pecado;
rojos, carnosos, dibujando el poema perfecto,
la “o” perlada con la forma de mi sexo,
el aroma de dentro de ti…

En tu mirada la hondura del mar;
después de tus ojos la muerte,
la amargura de las almendras sobre la tierra que nos separa.

Hace tanto tiempo que pude ser tú, hablarte de igual a igual
y no ahora esta derrota al mirarte,
no aguantar el combate de cada estación,
la premura violenta de acercarme a por tu beso y huir;
esperarte todos los miércoles.

El deseo viajándome en una carretera peligrosa,
morir mis manos donde tus curvas,
en el lugar de tus caderas.
Tus labios, tu piel, tu voz,
tus ojos…
No sé si te lo he dicho,
después de tus ojos la muerte.

Un poema rojo, de demonio,
los huesos en whisky conservados,
el llanto por la vía muerta de tu boca en la mía.

Adentrarme en tu mapa,
sufrir del contagio de tu juventud,
ignorar las indicaciones de evacuación,
las normas de seguridad más elementales;
chocar contra el suelo voraz de mí.

La perversión del whisky en un vaso ancho,
y yo,
(ayer me lo pediste)
desde la profundidad
observarte.
Whisky
y almendras...


Francisco Soto


lunes, 21 de marzo de 2022

INVENTAMOS LA CASA por MARLUS LEON



Inventamos la vida
Inventamos la casa

El corazón balbucea
Sonidos pre-léxicos

Decoramos la casa
Decoramos la vida

Construimos la cabaña...

Marlus Leon


viernes, 18 de marzo de 2022

DIARIO DE COREA: Pablo Cerezal.




Busan, 30 de julio

Nos contemplan los ojos absortos de peces ya sin natación ni vida, y admiramos lo crudo cuando el pescadero les practica autopsias de puñalada por la espalda.

Los peces no saben del aire ni del viento, los peces son doctos en mareas y virtuosos de lo plata. Los peces siempre giran su torbellino de espumas y escamas prestigiando al oleaje con joyerías sin dueño. Los peces nos ofrecen su mirada más indolente cuando ya no se duelen de anzuelo, sobre los rompecabezas de hielo del mercado de Jagalchi, aquí, en Busan, mientras recorremos sus corredores de salitre hecho despensa y museo. Los peces nos advierten del peligro que bucea los confines de lo crudo. Los peces nos recuerdan que la humedad es silencio en que perdemos la voz para descubrirnos sobre la piel un acertijo de branquias como un festival de nudos.

Ha entrado lo crudo en tu boca, Corea. Has saboreado Neptunos disfrazados de pulpo y un coro de sirenas te ha llamado a lo oscuro. En tu boca, Corea, ha chapoteado lo crudo, y mi piel hecha de escamas ha muerto del acorde fácil que la mar le compuso. Soy un pez sin vida entre tus labios, por más que intentes resucitarme con tu boca a boca de pleamar, saliva y tabaco. Te comes crudo el pescado y yo en tu boca soy, a la par, un pez muerto y el familiar del finado.

Pablo Cerezal,
de Diario de Corea
(Versátiles, 2021)


martes, 15 de marzo de 2022

LO HUMANO Y LO DIVINO EN EL OJO DE TARKOVSKI: Prólogo.



COMO GOTAS DE ÁMBAR
en la inmensidad que es la vida

SIEMPRE he pensado que un libro conecta (o no) con un determinado lector cuando este se identifica y reconoce de algún modo en él, que lo que en el fondo buscamos (aunque sea subconscientemente) como lectores es ver nuestra odisea reflejada en los libros, nuestros deseos, temores, dudas y sentimientos, o lo que es lo mismo: nuestra forma de estar y sentir en la Tierra. Y he pensado siempre también (y cada vez lo pienso más) que la buena literatura autobiográfica es aquella que hablando de la propia experiencia, trasciende lo meramente anecdótico y refleja la de la colectividad: de lo particular a lo universal, y viceversa.

Tengo siempre presentes a la hora de escribir estas premisas (consiga llevarlas a buen puerto o no, cosa que, aunque lo parezca, no es nada sencilla) y agradezco igualmente como lector que otros poetas las tengan en cuenta también: en esa simbiosis de escritor y lector reside, para mí, la magia de la poesía.

Lo demás, la forma, la ética, la estética y el ritmo, ha de venir añadido y personalizar a cada poeta en concreto. Pero si el lector no se reconoce en los poemas de un libro, estaremos, desde mi punto de vista, ante un libro fallido.

Por eso he disfrutado (y sufrido) tanto los dos primeros poemarios de Pedro César A. Verde, Retrovisor (Canalla Ediciones, 2016) y Para que el piano suene alguien tiene que matar al elefante (Canalla Ediciones, 2018), y por eso he aceptado escribir el prólogo de su nuevo libro, Lo humano y lo divino en el ojo de Tarkovski: con pocos poetas de mi generación me identifico tanto, hasta el punto de reconocerme totalmente en muchos poemas, y pocos me llegan tan hondo como él.

Pedro habla en primera persona de su vida, de sus padres, abuelos, mujeres e hijos, de sus trabajos y anhelos, fantasmas y miedos, de su angustia y vacío existencial, y es como si estuviera leyéndonos el pensamiento y traduciendo en versos nuestras emociones. Y en eso, en esa simbiosis de lector y escritor, insisto, reside para mí la magia de la poesía.

Sin olvidar que el resto, la forma, la ética, la estética y el ritmo, en el caso de este y los demás poemarios de Pedro, viene también añadido, y muy bien orquestado además: un puñado de poemas confesionales impecablemente escritos, nostálgicos y evocadores, melancólicos y reflexivos, amargos y estremecedores, que reflejan la sensibilidad de un poeta extraordinario.

Podría, llegados a este punto, hablar de las influencias cinéfilas del libro (además de Tarkovski, por supuesto, siempre presente), de las brillantes metáforas y asociaciones que contiene, de la importancia de lo visual y de los momentos congelados en el tiempo (como gotas de ámbar, pensaba al leerlo, en la inmensidad que es la vida), de la honestidad con que se auto examina y disecciona el poeta, de la crítica social (explícita o encubierta) que contienen estos versos, o de lo desoladores, incisivos y certeros que en ocasiones pueden llegar a resultar... Pero no lo voy hacer, porque esa tarea, opino, corresponde al lector y ha de ser él, en suma, quien diga la última palabra.

Simplemente, pasen y lean:

Vicente Muñoz Álvarez,
prólogo a Lo humano y lo divino en el ojo de Tarkovski
(Rasmia Ediciones, 2022)


lunes, 14 de marzo de 2022

SULTANA DE MATICES por JULIA ROIG



Me duelo de un noviembre crudo y de un mediodía de mayo del 2002. Se cedió la moldura del corazón como un zapato que hubiera recorrido seis mundos y ahora dejo crecer el amor como un helecho salvaje. Se me volcaron algunas ilusiones que habían bebido demasiado y ahora ríos de agua sucia inventan mapas sobre el mantel mientras bebo café y garabateo con resaca manidos paisajes de niños: casa, árbol, montaña, sol. En mis labios se detuvo una palabra y se quedó anclada justo en la parte interna que no ves y la recorro con mi lengua incansable mientras me hablas sin acertar qué dice pero imaginando un lenguaje nuevo. Un holocausto oliváceo se intuye a la deriva en mis ojos cuando se llenan de sal y se desbordan como una cerveza mal tirada. Mi clavícula derecha tiene el poder de detener el mundo con un solo roce. El remake eterno de nuestras noches en mi cabeza hace que repten por mi cuerpo tus yemas aunque estés lejos en un acto de telequinesis romántica. Lo reconozco: mancho tu taza con mis labios rojos para que encajes tu boca en la mía al beber mientras cierras los ojos y sueñas con lolitas contemporáneas nacidas para devorar tus venas esculpidas a lo Bernini cuando de fondo suena I’m the ocean y la casa se llena de olas y te mecen y te sientes tan pleno y ligero que tu pecho se eleva y se funde en la luz que entra por el balcón y bautizas una a una cada mota de polvo.

Después sueño que cruzo un bosque eterno perseguida por tu intangible presencia y en mi cabeza todo sucede a cámara lenta y siento el clic que cada una de las contradicciones que acumulo emite cuando se van grapando en un historial melancólico que se parece a un jardín abandonado y todo crece, lo que sembré y lo salvaje e inesperado, sobre todo, lo salvaje e inesperado. Decido pasar de largo de ese jardín mientras bendigo el grito de la carne que me acompaña como un himno que viene a dar nombre al laberinto de mis emociones, donde seguir perdida supone la hazaña. No hay tortura lógica en el corazón que se destiñe como una bandera que no es de nadie, pero yo te traigo mi propia teoría del temblor. Sé que el poema se arrastra siempre entre las ruinas de algo que fue. La foto del imperio agoniza en la memoria. Ese es el proceso: quemar la imagen. Nos exponemos en exceso y así hacemos desaparecer los detalles de la luz y así creamos la postal del derrumbe o el poema del mundo. Como árboles ebrios que se abrazan de noche mantén tu revolución en mi cerebro mientras dure el heroico baile con el infinito que nos es dado justo ahora que ya no sé qué hacer con el eje roto del desaliento y tampoco sé cómo prenderte de galaxias de islas y metáforas, más allá de estas caravanas de presentes y alambradas. Me mantengo lúcida como un campo en llamas, al grito de María llena eres de rabia, cuando la distancia es un solar lleno de cristales rotos y me dejo hipnotizar por el péndulo de tus caricias que crecen en mi mente como ramas.

Ahora recorro una eterna carretera, quiero llegar al anfiteatro de Atacama y ver como tu piel arde y huele a jacaranda. Siento cómo se clava el aire en mi pecho. Uso mi histeria como instrumento que me lame el óxido del cansancio. Escribir, deshacerse en tinta, generar la terrible belleza que habita los paraísos que son pasado. Partir el horizonte y que naufragues en el Ganges de mis ojos mientras le acaricio la cerviz a tu dolor. Ser la coda de tu vida.

El esqueleto de la noche cuando pierde sus estrellas es una coartada de nervios y obsesión. Las heridas que emprenden su rumbo antes de ser. Un misterio, unas piernas, una costa de piel, el miedo un gigante que se acerca, un campo de amapolas negras, una mejilla que tiembla, un poema que enferma y la noche escupiendo amaneceres como una tragaperras. Y que nuestro amor sea como Las Vegas, y las semillas de las guerras no toquen tierra, que ahora quiero bajar una escalera de fuego que me lleve a lo hondo de mí misma y arañarme una a una, todas las palabras que me definen/deforman/empañan/manipulan/entierran.

Me quiero reescribir entera.

Julia Roig,
del blog Miss Desastres Naturales


viernes, 11 de marzo de 2022

EL MEJOR CHISTE DEL MUNDO por LUIS SÁNCHEZ MARTÍN



Eran casi las doce y la noche apuntaba a ser larga. Apenas veinte personas en un edificio que, de haber sido ubicado cincuenta metros más al norte, se diría que estaba a las afueras. Pero no, quedó en una suerte de limbo urbanístico en el que simplemente no era céntrico.

Reinaba el silencio. Un silencio opaco, casi húmedo, una suerte de niebla semitangible. Pero intermitente. No era un silencio continuo y absoluto. Un estornudo, un pitido advirtiendo la hora en punto de un reloj digital, el acelerón de un coche que, a pocos metros, tomaba o dejaba la autovía... Y en ese catálogo de invasores acústicos vinimos a ser nosotros quienes se llevaran el premio gordo y alguna pedrea. Nosotros, los tres. Mi hermano, mi primo y yo.

–¿Café? –propuso mi hermano.

Accedimos.

Bajamos lentamente la escalera. Estábamos cansados, llevábamos muchas horas allí. Además, mi hermano arrastraba una severa cojera desde hacía años, lo que ralentizaba aún más el movimiento del grupo. Mi hermano era (y es) mucho mayor que yo. Nunca necesité pronunciar el consabido tópico «podría ser mi padre» porque los hechos hacían innecesarias las palabras: su hijo, mi sobrino, era (y es) dos meses mayor que yo. Mi cuñada dio a luz un siete de julio y mi madre me trajo al mundo el siete de septiembre del mismo año. Mi sobrino y su madre se habían ido dos horas antes y estábamos solos mi hermano, mi primo y yo.

La cafetera estaba abajo, en el pasillo. El bar llevaba un rato cerrado. Mi hermano introdujo una moneda y pulsó el botón del café cortado.

–¿Ahora hay que poner un vaso? –preguntó mi primo.

–No, José Miguel –dijo mi hermano–: hay que echarse un sobre de azúcar en la boca y meter la cabeza ahí debajo.

Acompañó la absurda respuesta con un gesto histriónico, arqueando el cuerpo, bizqueando y sacando la lengua. Mi hermano. Cojo, calvo, con la barba canosa más desastrosa que jamás he visto y más de cincuenta años sobre sus cansados hombros. Mi primo y yo explotamos. Fue una carcajada en toda regla, nos acababan de contar el mejor chiste del mundo, o eso nos pareció. Eran las doce de la noche y llevábamos allí desde las doce del mediodía. Estábamos agotados, nos dolían las piernas y la espalda y necesitábamos ese momento de reconciliación con la existencia más que cualquier otra cosa.

–Señores, por favor –escuchamos. Alguien nos llamaba al orden.

Nos asomamos al hueco de la escalera y vimos, unos metros más arriba, a un guardia de seguridad serio y muy bien uniformado. Yo jamás había logrado planchar tan bien una camisa. Mi hermano jamás había logrado si quiera planchar una camisa. Desconocía (y desconozco) el currículum de mi primo a ese respecto. Hizo como que se ajustaba el nudo de la corbata y continúo diciendo:

–Ya son mayorcitos, joder. Un respeto, que estamos en un velatorio.

–Lo sabemos, somos los hijos del difunto –mi hermano.

–Y yo el sobrino –mi primo, que aún no había logrado borrar el remanente de sonrisa que sobrevivió a la carcajada.

–Disculpe, no volverá a ocurrir –mi hermano de nuevo, zanjando el asunto.

Las doce horas de velatorio que habíamos dejado atrás (faltaban otras doce hacia delante) habían sido un frenético catálogo de llantos, abrazos, idas, venidas y algún amago de crisis nerviosa hasta hacía poco más de dos horas. A eso de las diez todos se fueron marchando y nos quedamos los tres bajo aquella densa y pesada cortina de silencio que tan oportunamente acabábamos de rasgar.

Llenamos los tres vasos (finalmente los pusimos bajo el chorro de café, a pesar de las indicaciones de mi hermano) y volvimos a la sala 4 del tanatorio, segunda planta, la última a la izquierda. Aún con alguna irreverente sonrisa surcando nuestros rostros, más aún si nos mirábamos, nos sentamos en el sofá frente al cristal donde exponían al viejo.

Luis Sánchez Martín,
de Todo en orden
(Chamán Ediciones, 2022)


jueves, 10 de marzo de 2022

AQUELLOS MARAVILLOSOS HOMBRES QUE NOS HICIERON SOÑAR por JOSÉ PASTOR GONZÁLEZ




era un vendaval impredecible
incansable todo nervio y acción
una bomba de ideas de proyectos de iniciativas
de nuevas aventuras
convincente
un luchador
rebelde
un referente para muchos de los que le conocíamos...
hoy he vuelto a verle después de dos años sin saber de él
algo se había roto
algo profundo esencial
había perdido la fuerza la rebeldía la rabia
nada quedaba del hombre que conocí
sentado en la barra de aquel bar
apalancado a la banqueta
como si una fuerza magnética
tirara de él hacia abajo
y le tuviera atrapado en una tierra extraña y cruel
bebiendo con una tristeza infinita
que venía de algún lugar que solo él conocía
fumando con desgana
para matar el tiempo
y disimular el vacío
empantanado en unas aguas profundas sucias muertas
hablando sin nadie que le escuchara
sin garra
con la mirada ausente sin brillo
los ojos secos la boca seca la piel seca
las manos muertas
el alma muerta
totalmente derrotado
como algo inservible
como algo inevitable
como si no tuviera la menor importancia
como algo natural en el ser humano
                              algo desgarrador en un ser humano


José Pastor González


Foto: Vivian Maier

miércoles, 9 de marzo de 2022

NIRVANA por IVÁN ROJO



Las calles en las que meé.
Benditas calles. Sagradas.
Todas las calles en las que meé en las noches rojas.
Las llevo en la sangre.
La calle Salamanca.
La calle Virgen de la Cabeza.
La calle de las Impertinencias.
Fui un héroe pagano.
Marqué mi ciudad.
Marqué mi provincia.
Y luego marqué España entera con mi impureza.
Meé en verjas.
En tapias.
En setos.
La calle Norte.
La calle de las Fresas.
La calle del Doctor García Donato.
Meé de pie bajo las estrellas
viendo mi aliento blanco e intocable subir al cielo como un ángel.
Meé entre los contenedores.
Entre los coches.
Entre la gente.
Meé en la rueda de un porsche y había un tío dentro
que se vino a por mí y quiso matarme
pero no pudo porque a mí no me mata ni Dios,
soy la prueba viviente.
La calle Brasil.
La calle Albacete.
La calle del Progreso.
Todas deberían figurar en las rutas urbanas para turistas.
Los taxistas deberían conocerlas de memoria.
Deberían llevar mi nombre, todas ellas.
Todas esas calles.
Todas aquellas calles en las que meé cuando era un perro joven,
un cachorro,
y aún no había olvidado que el mundo me pertenece.

Iván Rojo


martes, 8 de marzo de 2022

UN POEMA de JORGE M MOLINERO



En la memoria quedará
no el efímero muñeco de nieve
sino el barro sucio en que se convirtió.

Las huellas
Las ramas descuajaringadas en el suelo
Las piedras que perdieron su alma de botón

Nada de la imagen feliz a pesar
de ser un hombre de hielo como tú

Sólo los despojos
Las entrañas donde ahora reposa un gato
La sensación mientras modelabas
de que eso tampoco
iba a durar una eternidad

Jorge M Molinero


sábado, 5 de marzo de 2022

YOYÓ por ANA GRANDAL




Yo bajo. El despertador me chilla al oído. El pie se pone en contacto con las baldosas heladas, un latigazo gélido me sacude el espinazo.

Yo subo. Café caliente, placer instantáneo. Mi mente despejada afronta con ánimo la nueva jornada. Quién sabe lo que deparará.

Yo bajo. En las entrañas del metro, empujones, ahogo, sudor. Caras hoscas que reflejan mi propio malestar.

Yo subo. El sol me saluda y le devuelvo la cortesía con una sonrisa. Nubes recién lavadas, azul optimista en el cielo.

Yo bajo. Beca precaria. Laboratorio siempre bajo la espada del recorte que pende sobre su futuro. Amenaza vieja y eterna.

Yo subo. Neuronas activas, conexiones que llevan a otras conexiones. Investigo, indago. La sustancia de la vida entre mis dedos.

Yo bajo. Estómago revuelto. Fritanga barata, lechuga mustia, hedor a comida basura en el comedor.

Yo subo. En el mercado del barrio, colores de la huerta, aromas frescos del mar, voces cantarinas que llaman a saborear los frutos de la tierra.

Yo bajo. Cierro la puerta y clausuro el día. Oscuridad. Lento goteo en el fregadero. Nadie pronuncia mi nombre.

Yo subo. Mi gato ronronea enroscado sobre mi regazo. El libro que leo me regala una nueva aventura. Recuesto la cabeza sobre un cojín. Estoy viva.

Ana Grandal,
en La Charla Literaria


viernes, 4 de marzo de 2022

TODO EN ORDEN: Luis Sánchez Martín.



Cansado de quemar tus días en horario de trabajo, abrazas otra realidad posible; cuando dependes exclusivamente de alguien que jamás te supo valorar; cuando tres días sin dormir te llevan hasta donde nunca creías poder llegar; cuando cruzas la frontera en busca de fármacos; cuando un graznido corta la oscuridad, una carcajada rompe la noche, el gato saca las uñas y aparcas tu vida en doble fila; cuando tu obra se convierte en una extensión de ti mismo y abres día tras día el mismo buzón, siempre vacío.

Cuando todo esto sucede, ha llegado el momento de poner todo en orden.

La vida como condena es el nexo común de estas historias de precariedad, ostracismo, lastre, muerte y soledad con las que el autor denuncia el dolor, pero también reivindica el derecho a morir con las botas puestas y la cabeza bien alta. Porque a muchos solo les queda el placer, que lo es, de hacer mucho ruido.


jueves, 3 de marzo de 2022

COMO BRINDAN LOS MANCOS por PEDRO CÉSAR A. VERDE



de momento,
abril se ha presentado este año
como un novio borracho
con un ramillete de charcos
en la mano

afuera el viento y la lluvia
zarandean los árboles que resisten
agarrados con uñas y dientes al suelo,
pero todos lo hacemos,
de alguna manera,
es algo lícito y natural,
igual que la raíz a la tierra
y la tierra a su propio peso

abrimos una botella de vino,
un crianza, para acompañar
unos filetes de lomo
y un puré de verduras

nada que celebrar,
simplemente el hecho de coincidir
en mitad de este universo
tan bárbaro

¿nos tenemos? no, estamos,
somos, compartimos lo poco
que hemos conseguido salvar
de lo prestado por el usurero psicópata
servimos el vino,
proponemos un brindis
y lo llevamos a cabo
como siempre con sumo cuidado

los dos sabemos lo delicadas que son
estas copas

Pedro César A. Verde, de Lo humano y lo divino en el ojo de Tarkovski (Rasmia Ediciones, 2022)


https://rasmiaediciones.com/producto/lo-humano-y-lo-divino-en-el-ojo-de-tarkovski/

martes, 1 de marzo de 2022

LO HUMANO Y LO DIVINO EN EL OJO DE TARKOVSKI: Pedro César A. Verde.



«Pedro habla en primera persona de su vida, de sus padres, abuelos, mujeres e hijos, de sus trabajos y anhelos, fantasmas y miedos, de su angustia y vacío existencial, y es como si estuviera leyéndonos el pensamiento y traduciendo en versos nuestras emociones. Un puñado de poemas confesionales impecablemente bien escritos, nostálgicos y evocadores, melancólicos y reflexivos, amargos y estremecedores, que reflejan la sensibilidad de un poeta extraordinario.»

Vicente Muñoz Álvarez