
Pero durante esos años Carroll también se dedicó a pasearse por el lado salvaje de la calle: se acostaba con chicas de 13 años y con mujeres de 45, bebía cerveza, fumaba marihuana, tomaba tripis, se inyectaba heroína, robaba a los paseantes y a las empresas, ejercía de chapero para sacarse unos dólares para el caballo... Un auténtico angelito que empieza relatando su vida desde los 13 años. Viene a ser como la historia previa a En mil pedazos, de James Frey. Los comienzos de un joven yonqui.
El estilo recuerda un poco a El guardián entre el centeno, pero en destroyer. Lo que más llama la atención es que el protagonista y narrador carece de moral y jamás siente culpa. No me refiero sólo a sentir culpa por meterse heroína y empezar a decaer en su vida y en el baloncesto, sino a los atracos que comete, la gente a la que asusta con una navaja y los líos en que se ve envuelto. Jamás se arrepiente o duda. Hacia el final, uno de los personajes le muestra la realidad. Le dice: "Se te ha puesto el careto de los yonquis. Se acabó la inocencia, tío. Francamente, estás hecho polvo". Se acabó la inocencia. Es un diario muy duro, pero merece la pena leerlo.
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José Ángel Barrueco, del blog Escrito en el viento.
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