La polla más grande del mundo tiene un antiblog, http://lapollamasgrandedelmundo.blogspot.com/, en el que alguien, todavía no sé muy bien quién se empeña en boicotear mi obra. Quiero pensar que es algún amigo bromista, porque si no, quien sea, como enemigo es bastante malo: el antiblog (me gusta pensar) ha conseguido un efecto boomerang. 11.600 visitas, 11.600 personas (algo degeneradas eso sí) que ya saben que escribí ese libro y tal vez se interesen por él. El caso es que, a pesar de todo, las entradas y las fotos (como la que encabeza esta entrada) a mí me hacen cierta gracia. Os dejo abajo una de sus historietas. Por lo demás, La polla..., o The Largest Bet in the World como aparece en Amazon.fr, sigue su recorrido a lo largo y ancho del mundo: Iñaki Echarte, ha escrito amablemente en Disemdi esta reseña sobre él. Y, en breve, 20 cuentos serán traducidos al italiano y vendidos en los kioskos del país transalpino en una edición bilingüe para aprendizaje de español de 15.000 ejemplares.
El caso es que, a pesar de ello, y de que era recordarlo y ponerme berraco, durante dos o tres días estuve evitando pasar por aquella terraza del Malecón de La Habana en la que ella me me abrió las piernas a una nueva vida. Igual era porque había estudiado en curas (en los escolapios, los mismos que tú, Patxi, ya estáis acojonándote un poco con tanta coincidencia ¿eh?) pero irme de putas me parecía una cosa algo cutre. ¿Por qué iba a pagar yo por acostarme con nadie, no te jode? La que quisiera pasar un buen rato bien y la que no... a otra cosa mariposa.
Después de todo, como cantaba en mi grupo jevi:
-Tengo los huevos rebosantes de amooooor- (aquí gorgorito a lo Bruce Dickinson).
Pura poesía. Bueno, en realidad había escrito aquel verso para que me rimara con horror, rencor, rocanrol o con algo parecido, y no creía que el sexo fuera necesariamente una cuestión de amor, pero algún tipo de conexión tiene que haber entre dos personas cuando se van a la cama juntas, ¿no?, y si esta se reducía simplemente a un trapicheo, a mí me parecía una puta estafa..
De todos modos, me picaba la curiosidad, aparte del nabo, cuando pensaba en ella y en aquello que había dicho, "tengo que hablarte de un bisnes", así que después de aquellos días de penitencia, una tarde me tomé media docena de cervezas "Cristal" y me dije "a tomar por culo, me voy al Malecón, a ver ponerse el sol, y si hay suerte y es con una negra que está como un tren, mejor que mejor".
Janis tardó en aparecérseme, pero al final, cuando ya estaba pensando en irme al hotel a hacerme un pajote (mientras esperaba había almacenado en la memoria el cimbreo de varias mulatas), la vi venir a lo lejos, dando aquellos caderazos asesinos, pin pán, pin pán... También me di cuenta entonces que era un poco miope, igual eso era lo que le permitía moverse con aquella indiferencia y aquella seguridad, como si nadie pudiera verla ni tocarla, y todos a su alrededor permaneciéramos tras una cortina de niebla. El caso es que solo me vio una vez que la tuve a tiro de lapo.
-Janis- le dije, y al pronunciar su nombre el escroto se me llenó de hormigas. Ella, por su parte, cuando me reconoció me metió la lengua tan adentro que me chuperreteó el corazón como si fuera un chupachús. Demasiada efusividad para levantarse 20 napos, me parecía a mí. Y aquello del chupachús y las hormigas, una mezcla de lo más pegajosa.
El caso es que nos tomamos juntos otra media docena de birras, y también fuimos a bailar a un garito de salsa, yo me sentía un poco ridículo, con Janis moviéndose como una culebra, mientras yo me rascaba la tripa en plan jevitón, marcándome un punteo imaginario, pero la recompensa mereció la pena, al final acabamos en el pretil del malecón, fumándonos a medias un canutito, Janis se tragaba el humo y después me lo escupía en la boca a mí, y cuando yo lo echaba al aire decía, "mira, es tu corazoncito" , total, que como quien quiere la cosa, una risita aquí un piquito allá, de repente tenía a Janis sentada en mi regazo, con la falda en los tobillos y la blakandeker endosada en la raja de aquel culo glorioso, y a ella apretando los músculos (por cierto, que para mí que las prietas tienen algún músculo de más, en el trasero, un músculo duro como una piedra y a la vez flexible como un junco) , "te gusta, eh, papi, uy, uy, pero que pinga más grande", decía, mientras hacía círculos con aquel trasero, y al final se levantó una nalga con una de sus manos y, zas, atrapó mi herramienta, se la metió dentro, yo ya no me pude contener, comencé a taladrarla, con cada empujón más fuerte, más profundo, como si estuviera abriendo algún agujero, a través del cual pudiera ver durante un solo momento el cielo, y justo antes de que viniera alguien a meterme el dedo al ojo, rellenarlo con un buen disparo de gotelé, dejarlo apañado para volver a asomarme al paraíso en otra ocasión.
-Ay, gallego, pero que tú tienes ahí entre las piernas, ¿un animal salvaje? Sí, sí, dame duro, muérdeme bien adentro- gritaba Janis, cada vez con más fuerza, y fue entonces cuando me di cuenta de que estábamos en mitad de la calle, y de que a apenas a un metro, se había apalancado había un tipo, un negro con una tranca descomunal, parecía una berenjena, larga, gorda, y él se la meneaba con furia, sin disimulo... Por un momento, puse el off a la taladradora, Janis entonces giró la cabeza y también vio a aquel pervertido, pero no se cortó un pelo, al contrario, comenzó a menearse más deprisa, mirándole directamente a los ojos , "no te pares ahora, papi, umm que rico", decía, más alto todavía, y no sabía si se refería a mí o al otro.
-Fuerte, papito, fuerte- gritaba Janis.
Puse la palma de la mano en su boca, "calla, loca", le dije, y me giré hacia el otro lado, para ver si había algún otro pajillero, y fue entonces cuando la vi, a la guiri, una nórdica de unos 40 años, alta, rellenita, haciéndose un dedo, ella sin apartar la vista del superpollón del negro, y por detrás cómo llegaba otro negro y comenzaba a sobarle las tetas, que eran redondas, abundantes, con unos pezones como fresas, "joder, ¿qué era aquello, una orgía sin fin?", me pregunté y recuerdo que me imaginé que la cadena continuaba y continuaba, , como una gran ola, o una descarga de electricidad, que sacudía al mundo entero, una especie de orgasmo universal, y por un momento me alegró, me hizo sentir importante saber que nosotros, Janis y yo, éramos el epicentro, y cerré los ojos, sentílos labios, la lengua de Janis, chupando mis dedos, y ya no me pudé contener más, me corrí larga y abundantemente, y al hacerlo grité como un animal, y oí el eco de aquel aullido, repitiéndose, alejándose, hasta que no lo reconocí como propio...
Todo muy jipi, la verdad.
Creo que después me quedé sobado.
-¿Eh, gallego, quieres que te cuente ese bisnes que tenemos a medias?- me despertó la voz de Janis.
-¿Bisnes, qué bisnes?
-Mira, tu templas muy rico, eso que tienes entre las piernas no es una pinga cualquiera, es una blakandeker, y ya has visto que la gente se excita mirándote... Pues resulta que yo conozco a unos yumas que hacen películas, porno, ya tú sabes, y pagan tremendo, quizás podría interesarte.
Por un momento me quedé desconcertado. ¿Seguía dormido y todo aquello era un sueño? Bueno, el sueño de muchos es ese, ¿no?ser actor porno, no para de follarte a tías buenas y que te paguen por ello. Pero a mí, en aquel momento me dio un bajón terrible.
Yo me estaba enamorando de Janis, joder, pero ella sólo seguía jineteando, esta vez no me había pedido dinero, había sido peor, había estado probándome, haciéndome un puto casting. Yo solo era un pedazo de carne para ella, una polla dura que en vez de lefa escupía billetes de dolar.
Eso si, el bajón no me duró mucho, la verdad, pensándolo bien, aquella era una oferta cojonuda.
-Mañana te voy a presentar a una amiga, y podemos ensayar un poco. ¿Te parece bien?
Me parecía de puta madre.
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