La Verdadera Fe nos dice que Jesucristo fue el primer zombi. Pero yo no estoy subido a la torre más alta de esta ciudad porque vaya hablar de Jesucristo. Quien Resucitó Al Tercer Día. Para A Continuación Tirarse Cuarenta Más Royendo y Reroyendo El Tibio Cerebro De Los Escépticos. Como Tomás. Siempre Bajo La Atenta Perplejidad De Los Hijos de Lilith. Quienes No Estaban En Absoluto Habituados A Ver A Uno Del Otro Bando Ejecutar Su Truco Favorito. Y Encima No Con La Intención De Beber Sangre Ni de Robar Recién Nacidos. Sino Sólo Para Hablarle Al Hombre De La Verdadera Fe: "Hey, Chaval. Depón Tu Vanidad. Muerde La Fe. La Fe Está Rica. Con Ella Cualquier Otra Cosa Que Tengas Tras El Entrecejo Es Un Estorbo. Un Tumorcillo Blanco. Duro. Y Habrá Que Extirparlo. Así Que Acércame Tu Cocorota Sin Perder Más tiempo. Yo Me Encargo". No. Lamentablemente, yo no estoy subido a la torre más alta de esta ciudad porque vaya a hablar de Jesucristo. Es sólo que me lo recuerda el leve fogonazo azul perpetuo del amanecer, reflejándose en el mango de plástico de los alicates de mi compañero cuando cierra la caja del último conmutador conectado a la red de minas de napalm que rodea el primer foso exterior de esta ciudad y que, desde luego, supone un gesto estéril, un gesto que no bastará para mantener alejada a la legión de muertos andrajosos que día y noche nos reclaman a nosotros —Habitantes de la Nueva Jerusalén Sitiada, Roca de los Siglos—, ya que cuando sea nuestro fuego lo que les reclame a ellos, vendrán otros, otros y otros más que darán paso, finalmente, a otros... Es lo mismo. "Para un par de meses tendremos resuelta la papeleta", aseguró anoche nuestro Sumo Pontífice, mientras la saliva se escurría de sus labios mancillados por la Verdadera Fe y nos garantizaba que, a pesar de los gusanos, toda esa carne muy, muy hecha —y definitivamente intoxicada— sabrá infinitamente mejor que nuestros sesos.
Javier Esteban, relato inédito.
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