Hubiese preferido que jamás nos hubiésemos conocido, no haberte refugiado en la retina de mis ojos para alojarte para siempre en el baúl de la memoria. Hubiese preferido, como te digo, que no hubieses perdido tu tiempo conmigo, aunque sabía de sobra que, en el fondo, para ti no era perderlo. ¡Qué ciego fui al cruzarme en tu mirada!
Hubiese preferido no haber hecho ese viaje en avión a la isla donde nos conocimos. Ya sé que estábamos trabajando los dos, ya sé que estábamos llamados a encontrarnos, a compenetrarnos, tus ojos, los míos, tus manos, mi boca... Hubiese preferido que mis oídos no hubiesen escuchado nada cuando me preguntaste mi nombre. Hubiese preferido haber evitado ese cruce de adrenalina que surgía cuando nuestras pupilas se chocaban.
Hubiese preferido no haber amanecido ese día de verano, pero la verdad es que no me había acostado. Hubiese preferido que tú no lo hubieses notado, que mis ojos enrojecidos no hubiesen causado en tus profundísimas retinas ese sonoro tilín que hizo que su atención se adueñara de mí. Hubiese preferido también que no me hubieses escogido de entre tantos pretendientes como tenías en aquel enorme aeropuerto: ¡había que ver cómo te miraban todos! Sí, con descaro al pasar, contemplando con admiración tus curvas, tu porte, tu traje, tu clase. Tu sudorosa piel morena.
Hubiese preferido no haber hecho ese viaje en avión a la isla donde nos conocimos. Ya sé que estábamos trabajando los dos, ya sé que estábamos llamados a encontrarnos, a compenetrarnos, tus ojos, los míos, tus manos, mi boca... Hubiese preferido que mis oídos no hubiesen escuchado nada cuando me preguntaste mi nombre. Hubiese preferido haber evitado ese cruce de adrenalina que surgía cuando nuestras pupilas se chocaban.
Hubiese preferido no haber amanecido ese día de verano, pero la verdad es que no me había acostado. Hubiese preferido que tú no lo hubieses notado, que mis ojos enrojecidos no hubiesen causado en tus profundísimas retinas ese sonoro tilín que hizo que su atención se adueñara de mí. Hubiese preferido también que no me hubieses escogido de entre tantos pretendientes como tenías en aquel enorme aeropuerto: ¡había que ver cómo te miraban todos! Sí, con descaro al pasar, contemplando con admiración tus curvas, tu porte, tu traje, tu clase. Tu sudorosa piel morena.
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[Fragmento correspondiente al texto Una carta que no es de amor, un rock que no es roll. Extraído de Maneras de vivir]
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