Francisco Umbral estará ahora tomándose un güisqui con hielos con Bukowski en el infierno. Me encantaban (a veces) sus columnas, pero nunca pude acabarme uno de sus libros. Y sin embargo le tenía cariño, respeto, por haber ido a la tele a hablar de su libro, y porque cuando era pequeño un tío meapilas que yo tenía quería quemar "Los helechos arborescentes", cuando me pilló hojeándolo a escondidas en casa de mis abuelos.
El caso es que Bukowski se declaró en alguna ocasión bukowskiano, como podemos leer en este artículo aparecido en El Mundo
Patxi Irurzun
FRANCISCO UMBRAL
LOS PLACERES Y LOS DIAS
Mientras a Villalonga lo llevamos al trullo, lo ponemos a salvo de sí mismo, Jorge Herralde, que es un ángel, me envía el penúltimo Bukowski (Linda Lee, la linda viuda, tiene más originales preparados), titulado El capitán se fue a desayunar y los marineros tomaron el barco. Un título así me parece que bien merece un sábado, como despedida de la semana política, mientras los industriales deciden si abrir en domingo es o no es pecado.
Sexto aniversario de la muerte del genio (1994). El Berlanguita nos enseñó a su padre y a mí a leer a Bukowski. Decía que éramos unos reaccionarios porque no habíamos pasado de Miller y Mailer. Hoy creo que todos teníamos razón. M y M son más literarios, mientras que Bukowski necesitó muchos años de hacer porno antes de que le permitieran publicar su poesía y sus diarios íntimos, donde está el gran escritor. Jorgito Herralde, ya digo, también me insistió mucho para que leyese a Bu., que a mí me parecía un Miller analfabeto. Y repito que todos teníamos razón, porque el gran Bu. aparece en sus autobiografías, en sus poemas, en sus diarios. Sus novelas de follar aburren aunque tengan visiones celéricas de la ultrarrealidad.
Linda, please, que eres tan guapa, mándanos más Bu., todo lo que haya dejado el viejo en su ordenador (setenta y tantos años). Este volumen que me está ocupando el fin de semana (y que alterno con Harold Bloom, Cómo leer y por qué, es un diario íntimo -género en el que estoy trabajando, Anna-, que juega con cinco temas escuetos: los caballos (apuestas), el ordenador, sus gatos y la propia escritura. Se ve al viejo que bebe menos y folla menos, pero escribe más reflexivo y agudo que nunca. En nuestra vida está ocurriendo siempre una novela, y en los diarios y memorias también, por tanto, y esa novela no diagramada es la que nos cuenta Bu., a la manera de su odiado Hemingway y su adorado Sherwood Anderson. Bu. se lamenta de las incomodidades de su casa de lujo, con jacuzzi, y luego recuerda al Bu. que dormía sobre cubos de basura de Nueva York. Es inolvidable, literariamente, su ensoñación con los grandes autores anglosajones, a los que vive como hombres, para coger el sueño, antes de ser uno de ellos. La fórmula de Bu., en sus diarios y poemas, es partir de lo pequeño, de lo infinitamente pequeño, para elevarlo como si nada a signo cósmico. Así, las uñas de sus pies, que nunca se corta por falta de tiempo (el tiempo le sobra, como todo), porque Bu., apasionado de la gran música, sabe que hay que jugar con un tema menor y hacerlo cabrillear de principio a fin, como amenidad e ironía para el consumidor, y como remedio contra la petulancia de la gran creación.
Bu., hasta sus últimos días, ya consciente de la muerte, trabaja una prosa que parece marginal, obscena, vulgar, maldita, pero que está llena de hallazgos lacónicos, como cuando el autor descubre que uno de los mandos del coche «le mira». Maravillosa Norteamérica donde la locomoción y el dinero pueden dar todavía un genio lúcido que maldice de todo y denuncia la política con proclamas «apolíticas».
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