lunes, 30 de noviembre de 2020

INTERMITENCIAS por JESÚS MONTOYA



«Están a nuestro alrededor, en las
grietas del espacio y del tiempo»

Stephen Hawking


Despertó sobre la acera. Alguien la había recostado con los pies en alto. Delante de ella estaba Matías, su novio, quien le hizo saber que su padre la andaba buscando por el asunto de los doscientos euros que habían desaparecido de la caja. La chica de la catequesis parroquial había robado a su propio progenitor faltando como poco a dos de los diez mandamientos. Se incorporó y le pidió a Matías que no se preocupara: ella reservaría el pasaje y se verían de nuevo en la puerta de la estación. Era entonces o no sería nunca. No era una huida: era un viaje definitivo a sus sueños. Las palabras aparentaban solidez, pero se derretían como la nieve en agosto. No supo muy bien qué ocurrió al salir a los andenes de la estación de autobuses, con un billete para el Alsa a Madrid y su guitarra al hombro. Todo era un poco más raro y el día empezaba a vaciarse de gusanos. Contra el azul nevado de la Sierra los rayos del sol la forzaban a entrecerrar los ojos. 

II 

Despertó en el asiento trasero de un coche. Su padre conducía. Unos ojos acusadores la miraban desde el retrovisor. Le dolía la cabeza. Su padre rompió el silencio y le contó cómo el yonqui de Matías le había robado los doscientos euros y el pasaje a Madrid. Jamás llegaría para la prueba. A cada rato repetía cuánto lo sentía. Que era mejor así. Que ya vería. Su estómago era una bola de rabia. Gusanos. Pidió a su padre que la dejara apearse. Regresaban los mareos. Apenas tuvo tiempo de abrir la puerta del servicio de la gasolinera. Cerró los ojos: la acidez estallaba en la garganta. 

III 

El universo se rehízo. Se levantó a duras penas, todavía débil por el esfuerzo. La cabeza le explotaba. Ignoraba si aquel olor nauseabundo se correspondía con sus propios vómitos o con los de su predecesor. Para colmo, no salía agua de la cañería. El intenso calor reavivaba las náuseas. Sin saber muy bien qué hacer, caminó tambaleándose hasta un surtidor y encontró que en la acera de enfrente de la Avenida la esperaba Matías. Apesadumbrado, le contaba que había un autobús aguardándola en la dársena dieciséis que debía llevarla urgentemente a Madrid. Su padre estaba ingresado en el 1 2 de octubre por una grave enfermedad. Ella estaba confundida: después de todo, no sabía si fiarse de Matías. Caminaron de la mano hasta la siguiente marquesina. Matías sacó dos tickets en la máquina y subieron al treinta y ocho. Hablaron poco. Se miraron. A ella le pareció raro que él, en todo el trayecto, no le preguntase por el olor. La despidió al bajar, a unos metros de la puerta acristalada de la estación, depositando doscientos euros en su mano, en gastados billetes de cincuenta. El beso que se dieron le supo a tabaco, aunque ella no recordaba que él hubiera fumado antes. «Te dejo acá: sabés que no me va eso de decir adiós con la manito como un pelotudo… ¡Corré! ¡Dale que no llegás!». Un sonido extraño en sus labios. «Te quiero mucho, Flaca». Ella ya se había internado en el edificio. Las últimas palabras de Matías se apagaron en la oscuridad. 

IV 

Cuando logró abrir los ojos, el mundo tardó aún unos minutos. La oscuridad era cálida. Palpó las paredes de aquel útero: el espacio no era muy amplio. Los mareos habían desaparecido. De repente, se encendió una luz al fondo y alguien dijo: «Es tu turno, mucha mierda». Así, sin pensarlo demasiado, agarró la guitarra y cruzó las cortinas. Del otro lado, la megafonía de la Galileo ya había anunciado su actuación. Las emociones se agolpaban hasta que, sobre todas ellas, la alegría se impuso: su padre y Matías, superando viejas rencillas, se sentaban juntos en primera fila. Interpretó una de sus canciones más viejas, lenta, profunda, desgarradora. Y todo ese tiempo no se acordó de los gusanos. Con el eco del último acorde llegaron los aplausos, que caían como gotas de lluvia sobre sus ojos cerrados. 


Al despertar, ya no había aplausos ni público. Se sintió regresar de un viaje interminable por agujeros de gusano. En la habitación del hospital, su padre agarraba su mano entre lágrimas de alivio. El niño iba a llamarse Matías, como su difunto padre. Los policías no esperaron más y se lo llevaron.


Jesús Montoya,
de El tiempo real (Boria Ediciones, 2020)


jueves, 26 de noviembre de 2020

AVIARIO: Prólogo por Enrique Falcón.




Durante el confinamiento al que nos vimos sometidos en la primavera de 2020 poco a poco fui conociendo las piezas que componen este libro, conforme su mismo autor las iba haciendo públicas a un ritmo diario. Acompañaban a esas sucesivas estampas, y a blancos y negros, fotografías de jaulas de pájaro, persianas entreabiertas o echadas, mallas y redes, tuberías y alambradas, celosías oscuras, enrejados de metal. Formas de ver, desde el interior, las vicisitudes de un aviario. 

En el mío propio, y en alguno de esos días en que Gsús Bonilla hubo de darnos a conocer otra de esas estampas, debí de leer aquel pasaje de Pandemia en el que el filósofo Slavoj Žižek rescataba para nosotros la siguiente intuición de Catherine Malabou: "Una epojé, una suspensión, un paréntesis en la sociabilidad, es a veces el único acceso a la alteridad, una manera de sentirse cerca de toda la gente aislada de la Tierra. Por esta razón intento ser lo más solitaria posible en esta soledad". 

A modo de trozos en fardos, dispuestos a acabar disolviéndose en la memoria, este es un libro de excusas no tanto porque haya algo que excusar de ese tiempo, sino porque la suspensión de aquella primavera supuso para mucha gente una ocasión inevitable, a modo de excusa, para poner a prueba su individualidad, lo que colectivamente somos y hasta el mundo mismo que, en nuestra desquiciada normalidad, habíamos levantado: una ocasión para hacer “fuego con el lápiz” en estampas acumuladas para un tiempo de desgracia. 

No creo que esté de más recordar aquí que, en la significación judeocristiana del número 40, la “cuarentena” remitía también a lo que para muchas personas supuso aquella temporada de encierros: un tiempo de prueba, de tentación y deserción, de depuración de escorias e inercias inútiles, de reencuentros definitivos, ...y de final decisión de libertad (o eso espero). Era la celebración, tan presente entre las páginas de este nuevo libro de Gsús, de que ese monumento humilde a la realidad también lo habitaron los nunca aplaudidos, los que igualmente merecían haber sido señalados por palabras vivas, pronunciadas en voz alta o desde la misma insurrecta canción con que siempre se han hablado coníferas, orugas, aves y chopos. 

En fin: sobre un fondo de víctimas, desplazados, enfermos y muertos, nuestras “sociedades de rendimiento” (uso aquí un utilísimo concepto que Byung-Chul Han ya había inaugurado en La sociedad del cansancio) habían experimentado una repentina suspensión, una epojé, un encierro que en las estampas de este libro se hizo sensible a los tanatorios, a las sirenas de ambulancia y a los bancos de alimentos; un encierro también capaz de clamar, justamente indignado, contra el nuevo fascismo, contra el plato servido a los acaudalados y contra los hijos monocromos de la crueldad. 

Da que pensar que, frente a ellos y su victoria continua, Gsús Bonilla oponga en Aviario los rosales originales que se abren en mayo y la atención que congregamos en las lógicas del cuidado. 

Esa apuesta que Gsús califica de común, generosa y espléndida. 


Enrique Falcón (Valencia), mediados de junio de 2020



miércoles, 25 de noviembre de 2020

RECUENTO por OCTAVIO GÓMEZ MILIÁN




CUARENTA

Desde aquel apartamento veía las pintadas de la calle

y contaba cuarenta años hacia atrás.

Allí donde bailan mi padre y mi madre

antes de conocerse, donde la tierra

es transparente y uno puede ver

las semillas de los cadáveres,

saludando, ausentes de muerte,

cuarenta metros hacia abajo,

donde la tierra es transparente.

La paz está en la división exacta,

en la raíz cuadrada entera.

La paz es un cuchillo afilado

que avanza sobre la pared de la noche

y abre una caja nueva de tramadol.

Cuarenta minutos después

no soy un hombre mejor.

*

Los ríos atraviesan esta tierra

y muestran las entrañas del tiempo,

ofrecen arena ligera con la que llenarnos,

esperando que así no nos arrastre

la vida. Mis padres arden

en el silencio de la noche,

no quedará recuerdo de su objeto

en sus cenizas.

Mi ciudad era el diálogo entre

el agua y el hombre. Sobrevivir

a ella me ha traído hasta aquí.

Dale tierra a tus palabras, noche,

mañana hablaremos.


RECUERDO

Era joven y masticaba las palabras

con deje apocalíptico.

Mi corazón percutía con la fuerza

del acero soviético, disfrutaba

del coito con la llama, la boca

abrasada de nicotina

era hermana de las bocas de mis mayores.

Era joven y respiraba la bocanada

que exhala el vaso al vaciarse.

Era joven y mi boca era un pozo

del que surgían nombres

y yo, generoso, acunaba los atriles

dándoles forma de barricada.

Era joven y ya acumulaba

cientos de revueltas frustradas.


Octavio Gómez Milián, de Recuento (Los libros del gato negro, 2020)


martes, 24 de noviembre de 2020

CANTOS DE ESTAMBUL por RUBENSKI



Poesía torrencial. Sus versos abren surcos de fuego y estrían el espíritu del lector y lo avasallan con la púa ardiente y helada de los místicos. Un Rubenski prometéico, “Trastornado por universos”, navega por “dimensiones de las estelas cósmicas”, y canta una Estambul “de nostalgias”, “Esplendor de una antigua y moderna melodía”, “Laberintos de belleza”, “Laberinto de símbolos”, para darnos estas deslumbradoras “flores sangrantes”.


martes, 17 de noviembre de 2020

HAGA LO QUE HAGA EN LA TIERRA: Ya a la venta en Canalla Ediciones.




Porque recurro con frecuencia a la poesía de Vicente Muñoz Álvarez para no perder el rumbo y que su poética me centre el norte de la brújula, porque no quiero desviarme mucho del camino explícito de la claridad ni enviciarme con cantos gariteros de sirena, quiero dejar constancia hoy, en el primer día de este apocalipsis mundial, de virus, máscaras y látex, de mi dicha por encontrar un conjunto de poemas sobrios y concisos para iluminar este cautiverio impuesto por el miedo y los eufemismos. Hallo al poeta preciso. Cada vez más escueto, cada vez más certero, cada vez más verídico. Cada vez más identitario, con el sello propio de quien ha hecho de la poesía de este país casa y domicilio, la poesía vital, el lugar para mi regocijo y pernocta.

Gsús Bonilla, en el Estado de Alarma

Hay en la poesía de Vicente Muñoz Álvarez una heroicidad romántica libada de sus referentes éticos y estéticos. El destino está en manos invisibles que mueven los hilos caprichosamente, el fatum que desvía, desmorona, revierte haga lo que haga. Vicente lleva ya muchos años en este solitario oficio, preguntándose si es «don o maldición»; amando y renegando de su necesidad de vaciarse con la escritura; exhortando al lector a la complicidad con versos que, de alguna manera, son pensamientos recurrentes y familiares para los que no queremos ser de hierro; urdiendo y retomando esos hilos que han conformado una manera personal e inconfundible de hacer poesía, en la que menos es más: el elixir, la esencia, lo que queda… Siempre pluma en mano.

Julia Navas Moreno


Ya a la venta en Canalla Ediciones:


Booktrailer:


lunes, 16 de noviembre de 2020

EL DIABLO ANDA SUELTO POR EL MUNDO por SERGIO MAYOR




Vi al diablo por primera vez en Salinetas. Luego hubo otras epifanías, pero ninguna tan hermosa. La tarde era azul. Un revuelo de mujeres se persignaba, nos bendecía, decía que el diablo andaba suelto por el mundo. Era cierto. La sobreabundancia biológica del diablo impregnaba la playa. El mar daba miedo. El mar era un oratorio, un Principio Tenebroso que entraba por las casas, los huesos, las iglesias, los ojos de los santos, el macho cabrío que visitaba los conventos de las monjas, el ángel caído y enterrado en el cementerio de Kirkaldy, el perro negro de Cornelio Agrippa, el Adversario de la frente surcada por las cicatrices del rayo, el mar suelto por la playa, Signatura Diaboli, Manifestatio Diaboli, oh, primer terceto del Séptimo Canto: ¡Pape Satan, Pape Satan, Aleppe!
Fuera. El Gran Diablo ha muerto. El periodista deportivo dice que el infierno es un partido de fútbol en Turquía. El psiquiatra cancela el Juicio Final y absuelve los pecados. El diablo queda para el folklore, las alegorías y los juegos de Halloween. 
Miren, no quiero ser como el tipo enfático que viene por el bar y lleva años escribiendo el Anticristo, obra de teatro en tres actos, un pirado. Dice que el diablo no se hizo hombre, no, ni verbo ni zarandajas. Ambicioso, se apoderó de la noosfera, se hizo con el Nous, se encarnó en nosotros, la especie. 
¿Qué puedo decirle? No soy experto en las cosas del diablo. ¿Otra copa?
Otra copa, hielo, el tipo se inflama, dice que el anticristo es la conversación de la muchacha que sale de la escuela, el jubilado de la camisa blanca y los tirantes remangados, los movimientos migratorios, las grandes corporaciones, Magefesa, Google, la madre Teresa de Calcuta, Miss Suecia año 84, el Círculo Polar. Dice que el mundo es el diablo y nosotros le hacemos el trabajo. 
¿Se ríe? Mire, Sergio Mayor, dipsómano pío, católico cultural, varón irreprochable a los ojos de Satán, usted participa del cuerpo del Anticristo, usted es el infierno de los otros. 
Enciendo un cigarrillo (la cicatriz del rayo me surca la frente) y le digo una palabra, solo una palabra, Salinetas.
Entonces...¿conoce el lugar? ¿Conoce los nombres del diablo? ¡Salinetas! ¡El lugar de la derrota!


Sergio Mayor


viernes, 13 de noviembre de 2020

LA ENFERMEDAD DE ESCRIBIR: Charles Bukowski.




Bukowski reflexiona sobre la escritura y sobre sus maestros literarios y experiencias vitales. Abel Debritto, estudioso del escritor, ha rastreado su correspondencia inédita y ha seleccionado las cartas en las que aborda el tema de su oficio y su arte.

Las hay a editores de revistas, a su editor, John Martin, a escritores como Henry Miller, Lawrence Ferlinghetti o Hilda Doolittle, a críticos y amigos. En ellas reflexiona con agudeza sobre el proceso de escritura y nos permite adentrarnos en las entrañas del negocio editorial. Leerlas plantea un estimulante recorrido autobiográfico que nos descubre a un Bukowski matizado, más allá del arquetipo; a un autor volcado de forma obsesiva en la escritura, con un sólido bagaje de lecturas y una visión muy clara de sus planteamientos, que le lleva a quejarse de algunos intentos editoriales de domesticar su estilo áspero y directo.

El libro, que arranca en 1945 y se cierra en 1993, pocos meses antes de su muerte, es un jugoso compendio de estética bukowskiana, con su característica vehemencia y actitud take no prisoners: lanza pullas feroces contra los beats (Ginsberg y Burroughs), los poetas del Black Mountain College, Hemingway o el mismísimo Shakespeare, pero también expresa su admiración por Dostoievski, Hamsun, Céline, Fante o Sherwood Anderson.

El resultado: un volumen rebosante de opiniones contundentes y sagaces reflexiones literarias, imprescindible para fans de Bukowski y para cualquiera interesado en el proceso creativo de un escritor.

«Se muestra alternativamente irónico, jactancioso, autodestructivo y enojado con el mundo, pero siempre resulta ameno... Los fans de Bukowski van a adorar este libro» (Library Journal).

«Unas cartas cargadas de obscenidades, a menudo divertidas, siempre contundentes y, en ocasiones puntuales, tiernas... Es difícil no sentir respeto por su inquebrantable devoción hacia su arte y por la insobornable hipercrítica aplicada a todo el que cae bajo su mirada» (Publishers Weekly).

«Pocos artistas son tan reflexivos y generosos al abordar las aguas en las que nadan» (Claudia La Rocco, The New York Times).


jueves, 12 de noviembre de 2020

HORMIGAS por MAICA BERMEJO MIRANDA




Con este ardor de hormigas rojas que recorre mi cuerpo es imposible dormir, el desvelo se adueña del instante temprano enganchado a las manecillas del reloj.

Todo se queda quieto, el aire gordo del verano madrileño acorrala la certidumbre en pausa del pensamiento.

Escucho el apenas perceptible recorrido de la sangre por el cuerpo, la lumbre que reverbera caliente, que aplasta la voluntad y el movimiento.

Nada se puede hacer, salvo permanecer estática como la tortuga en la roca, sin mover una pestaña, para ahuyentar cualquier signo de combustión.

Tórrido verano que cerca como un amigo incólume al desaliento.

Batalla por ganar en el resistir diario que a veces desorienta y duele como una herida vieja.


Maica Bermejo Miranda


martes, 10 de noviembre de 2020

CUANDO ÉRAMOS INMORTALES por JOSÉ PASTOR GONZÁLEZ




somos viejos
mis padres están viejos
mis amigos están viejos
son viejas las piedras que sostienen mis sueños
viejas son mis canciones y mis palabras
y mis andares y mis errores
pero, a veces
nos juntamos para tomar aliento
y bebemos vinos o vamos al campo
o hacemos el amor y la revolución
incluso vamos a algún concierto
o acabamos en alguna discoteca camino de casa
o apedreando una sucursal bancaria
o una aseguradora
lo mismo que hacíamos hace 30 años
cuando éramos jóvenes
y sabíamos
-como ahora-
que no hay futuro
pero que lo íbamos a pelear
con la fuerza y la esperanza
de los que no tenían nada que perder
-como ahora-

José Pastor González

Fotografía de Lee Jeffries


lunes, 9 de noviembre de 2020

NEOLENGUA por PABLO MALMIERCA




Todos los cristales rotos
conducen a memorias sin experiencia,
tan próximo a ti
el cañón del revolver sin percutir,
te comunicas sin entender,
él no querrá hablarte de sus retrocesos.

El tiempo explota en mis manos
tan lejos de tus palabras,
tan absurdo como tu éxito impostado.

La violencia de la pantalla
seduce las imágenes,
tu boca hiere con forma de cuchillo,
la esperanza sobre el campo de batalla.

La empatía se disemina
víctima de la velocidad y el erotismo.


Pablo Malmierca


domingo, 8 de noviembre de 2020

LA LENTITUD DE MIRAR LAS COSAS por ROBERTO RUIZ ANTÚNEZ



Caminar es un acto revolucionario. Es ir de un punto del segmento a otro de una de las formas más lentas y más improductivas. El paisaje es la sedimentación de lo que sentimos o lo que respiramos y para interpretar ese sustrato se necesita el no - vértigo y moverse despacio. La lentitud de mirar las cosas sabiendo que giramos veloces e irremisibles en el espacio.

Roberto Ruiz Antúnez


viernes, 6 de noviembre de 2020

UNA CUESTIÓN DE CADA CUAL por SAMUEL BRESSÓN



Estamos todos juntos en esto aunque
algunos nos desviamos y otros
sencillamente continúan
sin advertir las señales de alerta,
probablemente porque no hay señales
en las vidas plácidas y parece
que todo discurre por el
sendero correcto.

No reniego ahora de los tormentos
de mi pasado porque
agradezco la placidez que gracias a ellos he podido
construir con los ojos abiertos
y atentos, y es una placidez que no circula
desde el exterior hacia mí
sino desde mí hacia el exterior,
es una placidez que solo a mí me pertenece,
así que se podría decir que la vida no ha traído
placidez a mi alma sino que mi alma, herida
y despierta,
la ha traído a mi vida.

El águila conoce la dimensión de su vuelo,
el oso conoce
la magnitud de su fuerza,
el tigre conoce la entereza
de su dentellada,
nadie les dijo que no podían,
no conocen más límite que el que les impone
su naturaleza.

El niño trata de trepar al inasequible
árbol,
trata de levantar la indiferente roca,
trata de
alzar el vuelo,
sin embargo no llega a tiempo de calibrar
hasta dónde,
porque ser una pieza útil para la sociedad
no permite
ser una pieza útil para uno
mismo.

Desconocer quién es realmente uno
supone desconocer hasta dónde,
cómo, cuándo,
por qué,
es vivir en una indestructible jaula
de papel.

Nadie más que uno mismo conoce el propio
hasta dónde, cómo, cuándo,
por qué,
así que todo cuanto no protege y alimenta
el libre albedrío
lo mutila, todo camino en dirección inversa al interior
conduce a la pérdida,
a la confusión, a una plácida muerte
en vida.

Estamos todos juntos en esto aunque resolverlo
es una cuestión de cada cual,
las recetas conjuntas conducen hacia un
lugar común y
mediocre,
en la avenida del desengaño me detengo a oler
el profundo desarraigo de
flores ciertas.


Samuel Bressón


jueves, 5 de noviembre de 2020

NUESTRA VENGANZA ES SER FELICES: Ángel Petisme.




Nuestra venganza es ser felices es una selección de 101 poemas de Ángel Petisme, de entre casi 1800 publicados, que proponen cuidados y consuelos a nuestra salud moral y mental; y rearmarnos en una nueva noche medieval, contra el miedo, la soledad y la ignorancia. 

Estos 101 poemas de guardia y reconstrucción ética y personal, de resistencia y verdad, se nos abren como balcones y ventanas para habitar de nuevo la vida. En los días más difíciles que probablemente nos han tocado vivir a varias generaciones que no sufrieron la guerra, en las horas que más frágiles nos sentimos, cuando los sueños siguen en pausa y la piel a distancia, necesitamos encontrar luz y oxígeno en las palabras a corazón abierto. Este libro nos limpia la mirada y nos recuerda que somos salud, coraje y esperanza.


lunes, 2 de noviembre de 2020

CARRERA CON EL DIABLO: Presentación por HÉCTOR CASTILLA




El punto de partida de este libro es un hospital. En ese hospital, un hijo descubre en el rictus de su padre -y es sólo ese hijo el que lo percibe de entre todos los hermanos- que se puede haber malgastado una vida no viviéndola.

A partir de ahí, para no acabar viéndose en la misma tesitura que su padre, el 'yo' que atraviesa estos poemas decide unirse a Gene Vincent, a Peter Fonda y a los Stray Cats, para comenzar su particular carrera con el diablo. 

[Justo aquí deberían sonar los 'Mermelada' cantando aquello de Cuando yo muera yo iré al cielo (bis), porque siempre he vivido aquí en el infierno.] 

Pero para alguien que conoce en carne propia la alienación que supone sujetar la cuerda con la que arrastra el día su torpe circular de horas sin rumbo cierto, no queda otra que empezar riéndose de la clásica cita 'live fast, die young and leave a beautiful corpse' (vive deprisa, muere joven y deja un bonito cadáver) y convertirla en 'vivir despacio, morir viejo y dejar un ridículo cadáver'. Y esa risa es a su vez una mueca que sabe lo que cuesta encontrar el camino/ débil hilera de migajas/ lanzadas desde bolsillos vacíos/ que las aves arrasaron a su paso. Esas migajas arrasadas son las que se ven en dos de los mejores poemas, a mi parecer, de la primera parte del libro: 'El día que murió mi abuelo' y '90's'. 

Tras esa devastación, quizá quede apenas la elección de una corbata de vistosos colores/ con la que colgarnos/ de una vez y para siempre hasta mañana (quizá no haya otra manera de resumir antes de que amanezca/ tantos años de silencio). 

Pero aún le cabría un penúltimo paso más al yo del poemario, en esta primera parte, y que Luis coloca al final de 'El ritual y los días', donde ese 'yo' cuenta que debe deshacer la imagen/ de la carne abierta en la bañera/ del blíster vacío en la mesilla/ y de la cálida sonrisa de la enfermera/ que me recibía entre las dudas/ de aquellos confusos despertares

El último paso, la última imagen que vemos, aparece en el último poema de la primera parte: 'Mientras cruzo un nuevo umbral', donde leemos que el yo del libro abandona un viejo escritorio con restos de tinta/ un equipo musical al que solo le funciona la radio/ y tres viejos libros que no volveré a leer/ conforman la rebaba de once lentos años/ que el nuevo inquilino encontrará/ y cuyo uso y destino tendrá que decidir. 

La segunda parte del libro, cuyo título es una de esas sentencias que deberían adoptar los libros de Historia (¡toma hipérbole!) es: 'El siglo XX no acabó hasta que murió Chuck Berry'. Esta segunda sección es una galería de homenajes a la literatura, la música y el cine. 

Aparece aquí el tito Chinaski, que besa en la boca a la noche/ mientras vende vales de hotel/ por cuatro tragos antes de buscar/ un banco poco iluminado/ o cartones secos, junto a Johnny Cash, ante quien uno se suicidaría frente al espejo/ por el mero placer de ver morir a un hombre, pero para renacer en cada surco de silencio. Aparecen James Dean y su Little Bastard; Amador Blaya y todos los clásicos, que son negros: Jackie Wilson, Otis Redding, Wilson Pickett, Elvis Presley. Aparecen Jack Lemon y Lujo Berner, María Marín y 'El ángel exterminador'. Hasta aparece Juan de Pablos. 

¿Por qué todas esas apariciones? Se podría preguntar alguien. Pero es relativamente sencillo entenderlo: esas páginas o canciones o películas que viven en la segunda parte de este libro, al igual que unos cuantos versos garabateados/ en el reverso de un albarán arrugado/ estaría(n) más cerca de la poesía/ que el reflejo del atardecer y los semáforos/ sobre el escaparate de la Casa del Libro. 

El resto no es silencio, es rock and roll!!


Héctor Castilla

*
Entre latigazos de realismo sucio y acordes del más salvaje rock and roll primigenio, el autor intenta dejar atrás una realidad que no ha sido sino un pesado lastre con el que ha cargado durante casi cuatro décadas -familia desestructurada, trabajos lentos y mal pagados, alcohol, silencios que ahogan-, para tratar de alcanzar la luz al final de un túnel de arte y ficción que él mismo ha ido construyendo con los años.


ZOOM A KRUSTY EL PAYASO por KERNEL PANIC



Veo al Bigfoot
en la silla eléctrica

Veo al Bigfoot
en la silla eléctrica
invocando a Charles Manson.

Veo a Charles Manson
cerca de Trump.

Veo a Charles Manson
yendo a visitar al Unabomber.

Veo al Unabomber
cargándose a Charles Manson
por vicioso y capitalista.

Veo al Unabomber
plantando unas habas
en homenaje a Manson.

Veo al Unabomber
bañándose en un río helado.

Veo al Unabomber
encerrado en la prisión
de máxima seguridad de Florence
compartiendo
una visión absoluta de la crucifixión
con El Solitario
y con el Cojo Manteca.


Kernel Panic