martes, 30 de enero de 2024

COMUNIDAD DE VECINOS por ANTONIO JAVIER FUENTES SORIA



Siempre bajaban los mismos,
yo lo hice un par de veces.
Se celebraba en un rincón del garaje,
lo que le daba un aire clandestino,
pero estaba lejos de la realidad,
aquellos eran tipos formales,
adictos al bricolaje
y estudiosos de las normas comunitarias.
Disfrutaban con aquellas reuniones.
Hablaban de manchas de humedad,
de antenas parabólicas,
de bombillas que parpadeaban en los pasillos,
de orina de perro en el ascensor,
de mejoras en los patios interiores.
Todos se conocían
y se saludaban efusivamente,
conocían la vida de los otros
y preguntaban a los demás por sus familias.
El sitio no era mejor que ellos,
lúgubre y sombrío.
Me costaba concentrarme en lo que hablaban
y deseaba con ansia
que todo aquello terminara
para subir a casa y dedicar mi tiempo
a cosas que realmente me interesaban.
-Ellos hacen que el mundo se mueva-
me dijo el poeta de la camisa de peces de colores
mientras liaba un cigarro
apoyado en el escaparate
de aquella librería.

Antonio Javier Fuentes Soria


lunes, 29 de enero de 2024

ERIKA Y EL TIEMPO. Javier Vayá Albert.



Erika y el tiempo es, entre otras muchas cosas, una historia de (no)amor, una novela (anti)romántica que transita entre el realismo sucio y el terreno fantástico y se plantea temas como la creación artística, el paso del tiempo o el feminismo y los nuevos paradigmas sociales. Una (anti)novela que habita al margen de los códigos y cánones propios del género y que habla de los caminos irremediablemente divergentes que toma una antigua pareja.

Marc es el típico poeta maldito anclado en el pasado y el dolor.

Mientras que Erika, que tiene una especie de don sobrenatural o acceso a otros planos o dimensiones, aprende a amarse y gestionarse, a trascender más allá de la tragedia y el propio espacio y tiempo. Él es el hombre arraigado al privilegio que no entiende que todo cambia. Ella es la evolución necesaria, el nuevo mundo naciendo implacable y hermoso.

Pero Erika y el tiempo tiene diferentes y abundantes capas y lecturas, ya que son varias voces las que van conformando una narrativa diversa y a menudo opuesta o contradictoria de una misma realidad que, como todas, es líquida y está en manos del dueño del relato. Distintos personajes amplían y completan la visión de conjunto a la vez que la empañan y oscurecen entretejiendo sus propias historias.

Erika y el tiempo forma parte de la colección de narrativa de Loto Azul.


sábado, 27 de enero de 2024

POEMASH ESPECIAL RAÚL NÚÑEZ



Otra de las joyas que Rodrigo Córdoba manufacturó para Vinalia Trippers fue este POEMASH ESPECIAL RÁUL NÚÑEZ, con portada de Silvia D.Chica, que incluimos en el Nº 10, PLAN 9 DEL ESPACIO EXTERIOR, y que podéis leer gratuitamente en el siguiente enlace:


Un brindis desde la Tierra para ambos,
Raúl y Rodrigo, que están en los Cielos.


viernes, 26 de enero de 2024

EL ÓXIDO DE LA LUZ: Pablo Malmierca.



En el “El óxido de la luz” Pablo Malmierca realiza una búsqueda personal del absoluto y se adentra en el concepto de verdad a través de la mística negativa. Como Derrida, Malmierca muestra su fascinación por las potencialidades del lenguaje en el esfuerzo por acercarse a lo que es propio de Dios, teniendo en cuenta que todo lenguaje predicativo es inadecuado a la esencia y a la hiperesencialidad, y en consecuencia sólo con una atribución apofática se puede pretender una aproximación e Él. “La miseria es confesar/ la sed de luz, cuando es la oscuridad / a la que imploran los deseos”.


miércoles, 24 de enero de 2024

5 POEMAS de MOTEL PANDORA por OCTAVIO GÓMEZ MILIÁN




Palabras que con sed se asoman a la noche,
que existirán cuando la luz desangre el pozo
como una garganta abierta donde guardo 
mi silencio. Mi silencio es el secreto
donde guardo a mi hijo.
Me arranco las palabras de los brazos
y la saliva del niño hiela los frutales.
Fuera es de noche, es vida espesa,
es río que se mezcla con otro río.
Bebemos la sal que escupe la lluvia
y con ella hacemos temblar la tierra,
primero como tierra, después como vientre.

*

La herida de mi padre,
como una cicatriz de vidrio en una acequia,
se extiende por mi memoria y la abrasa.
Tostado de noche y cuerpo conocido,
besos que no despiden ni dicen hola,
verme mover las manos como un ave despistada
que sueña con un mar que no existe,
juntar los dedos que saben a éxtasis de golosina
y explorar con ellos el agua seca,
enseñar esa danza ridícula a mi hijo,
a tu nieto. Esperar las sirenas y su canto
de coches policía que vigilan el toque de queda.

*

Vivir de la venta de recuerdos,
atrapar en piezas electrónicas
un beso largo de dientes negros.
Mundo extraño
en el que la piel es ceniza
y uno enciende aparatos para 
completar la huida.
Vivir es siempre 
la mejor muerte.

*

Las huellas de la vida se saben parte del laberinto,
la ruta que te devuelve a tu carne y tu sangre
no puede tener origen ni fuente alguna,
atraviesa una época que se sabe terminada,
una revuelta que no triunfó y, con la visita del invierno,
hay amnesia generalizada.
La muerte es una amante
que habla de ti a los hombres
con los que te engaña.

*

El niño será dueño de mis años
y verá crecer la luna como una molécula
de Dios asesina, una semilla que se convierte
en sonrisa. Una noche, te lo prometo, hijo,
saldremos de esta vida y arrastraremos
por la arena de la playa
a la muerte muda
hasta que confiese dónde enterró
el corazón de mi padre.

Octavio Gómez Milián, de Motel Pandora (Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2023)


viernes, 19 de enero de 2024

VOLVER AL COLINÓN por VICENTE MUÑOZ ÁLVAREZ


Todo empezó con los Cardiacos, el mítico grupo leonés, y aquella cinta de casete titulada Las discográficas no dan la felicidad, editada en 1979... Yo tenía entonces catorce años y escuché cientos de veces aquellos temas, Salid de noche, Volver al colinón, Chicas de Burda, Noches de Toisón, Lo tienes claro, hasta sabérmelos mejor (mucho mejor) que el padrenuestro... Hasta entonces había escuchado clásicos del rock progresivo, Pink Floyd y Deep Purple, sobre todo, algo de heavy y de rock, y por supuesto a los Beatles y a los Rolling y a Elvis, siempre presentes (además de a los cantautores antisistema de turno, Paco Ibáñez, Serrat o Moustaki, con los que nos bombardeaba a todas horas en casa mi hermana), pero a ningún grupo español del momento que, a mi juicio, mereciera realmente la pena... Y entonces aparecieron ellos, los Cardiacos, con aquel formidable casete, que para mí (y para muchos otros de mi generación) fue una auténtica revelación y la puerta a otros grupos de la entonces incipiente Movida... Poco después, todos en tromba, fueron llegando Siniestro Total (y su irreverente ¿Cuándo se come aquí?), Gabinete Caligari (y su emblemático Que Dios reparta suerte, de mis favoritos), Loquillo y los Trogloditas, Kaka de Luxe, Brighton 64, Los Elegantes, Pistones, Polanski y el Ardor, Derrribos Arias (con su inolvidable Poch a la cabeza), Sindicato Malone, La Frontera, Decibelios (Oi! Oi! Oi!), Glutamato Ye Ye o Los Ilegales, y por encima de todos ellos, Parálisis Permanente, con Ana Curra y Eduardo Benavente al frente, que se convirtieron en mi grupo de cabecera (quizás de un modo premonitorio de varias otras cosas: el haberles escuchado en su último bolo en La Tropicana, año 1983, justo antes del trágico accidente que le costó la vida a Eduardo; el descubrimiento, años después, de El Canto de la Tripulación y la poesía de El Ángel, decisiva en mi formación; y mi amistad reciente con Ana a raíz del último número de Vinalia Trippers, Spanish Quinqui)... El caso es que, volviendo al tema en cuestión, allí estaba de lleno metido yo, principios de los 80, con quince o dieciséis años, yendo a ver a todos aquellos grupos a La Madrágora y La Tropicana, y descubriendo fascinado la noche leonesa... Aunque para hacerme con aquellos discos cometiera, algo muy habitual en mí, un irreparable error: vender todos los anteriores (joyas que luego he echado de menos e incluso he llegado de nuevo a comprar) en el Rastro a precio de saldo, y también las colecciones de cómics de superhéroes y muchas otras cosas que ya ni recuerdo, todo por la causa, para mí entonces sagrada, de la Movida... A ella, desde mi cada vez más efervescente ciudad, me lancé de cabeza, pertrechado de boogies y patillas largas, y montando mi propio grupo, Veredicto Final, mezcla de ska y rock and roll y lo que nos saliera, con el que disfruté aporreando la batería de muchas psicotrónicas aventuras...

Vicente Muñoz Álvarez,
de Regresiones.

Nueva edición ampliada en LcLibros:



miércoles, 17 de enero de 2024

UN PERRO LADRA por NACHO GARCÍA



Hoy,
en la terraza,

todo ruido
se hace superlativo...

Un perro ladra,

una mujer abominable
escupe su borrachera...

Ruido,
mundano ruido...

Y se revela
la incapacidad,

y la abstracción,
y la desaparición...

y uno apenas puede

hacerse invisible,
convertirse en canción...

Nacho García


lunes, 15 de enero de 2024

DIÁLOGO Y VALORACIÓN. LA HIPÓTESIS AXIOLÓGICA: José M. Ramírez.



La hipótesis axiológica. El lenguaje es un proceso semiótico interaccional normalizado por dos principios de valor: Semejanza y Autonomía.

Un libro de filosofía del lenguaje. Un viaje a las bases del lenguaje y el pensamiento.

El diálogo, la emoción y la valoración despiertan un interés creciente en la lingüística actual. También la ideología induce nuevas investigaciones. Aunque la valoración y las ideologías de grupo son fenómenos lingüísticos interrelacionados, ninguna teoría ha propuesto hasta ahora una explicación del origen de los valores sociales ni de los procesos sociales y cognitivos que regulan las ideologías. La teoría de la acción comunicativa, de Jürgen Habermas, última tentativa de una pragmática universal, ha sido acusada de mantener a su vez una perspectiva ideológica.

Este ensayo se apoya en los resultados de un estudio lingüístico y semiótico de la obra científica y artística de Ramón y Cajal, fundador de la neurociencia. Partiendo del enfoque sistémico y funcional de Michael Halliday y de la noción de modelo contextual de Teun van Dijk, la hipótesis axiológica incorpora avances de las corrientes más innovadoras de la lingüística y la filosofía actuales.

El propósito de este ensayo es describir los dos principios de valor que normalizan cualquier diálogo, en cualquier idioma, en cualquier cultura. Y no sólo en el lenguaje verbal, sino también en el visual, la música, el urbanismo… y en cualquier actividad cultural, desde la tecnociencia hasta el arte, pasando por la medicina, el periodismo, la pedagogía o la creación literaria. La hipótesis axiológica enlaza con los principios normativos del derecho internacional y conduce a una futura pragmática humanista y, como su reverso, a una teoría valorativa de las ideologías.

Los argumentos se explican con casos obtenidos de análisis y se ilustran con ejemplos, imágenes, gráficos y recuadros. Los recuadros procuran favorecer una primera lectura, un primer acercamiento, y a la vez destacar los aspectos más importantes.


viernes, 12 de enero de 2024

ZEN BOMBARDIER: Antonio Cordero Sanz.

 


Descripción

Fogonazos, estampas en movimiento y del movimiento, gira, murmullo de un mundo ni ajeno ni exótico, mantra, volver una y otra vez a la vida que se escapa entre lenguas, lomas en barbecho campos verdes de cereal glaciares desiertos, personajes, situaciones, pensamientos. Con la potencia lírica del cuaderno y bajo el viaje en y de todos los sentidos que es Zen Bombardier, Antonio Cordero entrelaza lectura y escritura, convocando un ritmo que es porosidad explosiva de presencia: «todo es inmanente nada permanece».

Marcos Canteli

Un libro augural, donde la experiencia del viaje funda la trascendencia de un lenguaje poético extraordinario. Una cartografía de la existencia y de la plenitud luminosamente agónica en los espacios del mundo. Cada poema es la meta desde la que de nuevo se parte hacia una odisea extraña.

Miguel Angel Curiel

Aquí confluyen diversos lugares creando un único espacio en el que no hay fronteras, un espacio de palabras sin fronteras, como son todos los espacios internos; y confluyen diversas experiencias que intercambian sus diversas energías y proponen una experiencia de lectura electrificada, inestable y serena, íntima y colectiva, violenta y sensible.

Mariano Peyrou

Este libro es un tornado que arrastra entre sus roncas palabras visiones, conciencias, gentes, lejanas junglas y llanuras familiares. Todo da aquí vueltas en torno al sumidero que está a punto de engullirnos y de engullir al planeta. Antonio Cordero no canta la ilusión de detener esta quema, esta extinción masiva, pero se resiste a dejar de mirar la belleza extraña con que arde nuestro Saṃsāra; y da la cara por ella, en nombre de quienes más la padecen, en nombre de quienes todavía podemos disfrutarla.

Benito del Pliego


miércoles, 10 de enero de 2024

EL FUMADOR DE PIPA por MARTIN ARMSTRONG



Por lo general no me importa caminar bajo la lluvia, pero en aquella ocasión la lluvia era torrencial y aún tenía diez millas que recorrer. Por eso me detuve ante la primera casa, más o menos a una milla del pueblo siguiente, y miré por encima de la canela del jardín. La casa no tenía un aspecto muy prometedor, pues vi en seguida que estaba vacía. Todas las ventanas estaban cerradas, y no había una sola con persianas ni visillos. Por una de ellas, del piso bajo, vi paredes desnudas, la desnuda repisa de una chimenea y una parrilla vacía. También el jardín estaba descuidado, los lechos de flores llenos de hierbas; apenas se lo habría reconocido como tal jardín de no ser por la cerca, los vestigios de senderos rectos y los arbustos de lilas que estaban en plena flor y que regaban de agua la hierba cada vez que el viento los sacudía.

Es fácil imaginar, pues, que me sorprendiera cuando un hombre salió de entre las lilas y vino hacia mí lentamente por el sendero. Lo sorprendente no era sólo que estuviera allí, sino que paseaba por allí sin objeto, con la cabeza descubierta y sin impermeable, bajo aquella lluvia que empapaba y calaba. Era un hombre más bien gordo y vestido de clérigo, canoso, calvo, bien afeitado, con el aspecto engreído de intensidad excesiva que ve uno en los retratos de William Blake. Advertí en seguida cómo los brazos le colgaban desmayadamente junto a los costados. Sus ropas y ––lo que lo hacía aún más extraño–– su cara estaban chorreando agua. No parecía notar en absoluto la lluvia. Pero yo sí. Estaba empezando a correrme por el pelo y a bajarme por el cuello, y dije:

––Usted perdone, señor, pero ¿puedo pasar a guarecerme?

Se sobresaltó y alzó unos ojos desconcertados que se encontraron con los míos.

––¿Guarecerse?––dijo.

––Sí ––respondí yo––, de la lluvia.

––Ah, de la lluvia. Sí señor, no faltaría más. Hágame el favor de pasar.

Abrí la cancela del jardín y lo seguí por un sendero hacia la puerta principal, donde él se hizo a un lado con una leve inclinación para dejarme pasar primero.

––Me temo que no lo encontrará muy acogedor ––dijo cuando estábamos ya en la entrada––. No obstante, pase usted, señor; aquí dentro, la primera puerta a la izquierda.

La habitación, que era amplia y con un ventanal saledizo dividido en cinco vidrieras, estaba vacía, con la excepción de una mesa y un banco de madera de pino y una mesa más pequeña en un rincón cerca de la puerta y sobre la que había una lámpara no encendida.

––Hágame el favor de sentarse, señor ––dijo, señalando el banco con otra leve inclinación. Había una cortesía anticuada en sus modales y en su manera de hablar. Él no se sentó, sino que dio unos pasos hasta el ventanal y se quedó de pe, mirando el jardín chorreante, los brazos aún colgándole ociosamente junto a los costados.

––Por lo visto, a usted no le importa la lluvia tanto como a mí, señor ––dije, tratando de ser amable.

Se dio la vuelta y tuve la impresión de que no podía volver la cabeza y de que por eso tenía que volver el cuerpo entero para mirarme.

—¡No, oh, no! ––respondió––. En absoluto De hecho no había reparado en ella hasta que usted me la hizo notar.

––Pero debe de estar usted muy mojado ––dije yo––. ¿No sería más prudente que se cambiara?

–– ¿Qué me cambiara? ––su absorta mirada se hizo inquisitiva y suspicaz ante la pregunta.

––Que se cambiara de ropa, la mojada.

—¿Que me cambiara de ropa? ––dijo––. ¡Oh, no! ¡Oh, por Dios, no, señor! Si está mojada, sin duda se secará a su hora. Entiendo que aquí dentro no llueve, ¿verdad?

Le mire a la cara. Realmente estaba pidiendo información al respecto.

––No ––respondí––, aquí dentro no llueve, gracias a Dios.

––Me temo que no puedo ofrecerle nada ––dijo cortésmente––, Viene una mujer del pueblo por la mañana y a media tarde, pero entretanto no tengo ninguna ayuda ––abrió y cerró sus manos colgantes––. A menos ––añadió–– que quiera usted pasar a la cocina y hacerse una taza de té, si entiende usted de esas cosas.

Rehusé, pero le pedí permiso para fumarme un cigarrillo.

––Hágame el favor ––dijo––. Me temo que no tengo ninguno que ofrecerle. El otro, mi predecesor, solía fumar cigarrillos, pero yo soy fumador de pipa —sacó pipa y tabaco del bolsillo; era un alivio verle emplear sus brazos y manos.

Cuando ambos hubimos prendido nuestro tabaco, yo volví a hablar: todo el rato era consciente de que recaía sobre mí la responsabilidad de la conversación; de que, si yo no hubiera hablado, mi extraño anfitrión no habría hecho la menor tentativa de romper el silencio, sino que se habría limitado a permanecer de pie, con los brazos caídos junto a los costados, mirando directamente al frente, bien al jardín, bien a mí.

Eché una ojeada a la desnuda habitación.

—Supongo que acaba usted de mudarse, ¿no? —dije.

—¿Mudarme? —se desplazó mínimamente y volvió de nuevo hacía mí su absorta mirada, intensa y desazonante.

—De mudarse a esta casa, quiero decir.

—Oh, no —dijo—. Oh, no, por Dios, señor. Llevo aquí varios años; o, mejor dicho, yo mismo llevo aquí casi un año, y el otro, mi predecesor, pasó aquí cinco años con anterioridad. Sí, ahora debe de hacer siete meses que murió. Sin duda, señor —una melancólica, pensativa sonrisa transformó inesperadamente su rostro—, sin duda no me creerá, Mrs. Bellows no me creyó, cuando le diga que llevo sólo siete meses aquí, eso más o menos.

—Si usted lo dice, señor —respondí— ¿por qué no habría de creerle?

Dio unos pasos hacia mí y alzó la mano derecha. Se la cogí de mala gana, una mano gorda, fofa, fría, que me produjo una sensación desagradable.

—Gracias, señor —dijo—, gracias. ¡Es usted el primero, el primerísimo…!

Solté la mano y él no terminó la frase: Se había sumido, aparentemente, en un ensueño. Luego volvió a empezar:

—Sin duda todo habría ido bien, habría bastado con que mi… esto es, el viejo tío de mi predecesor no le hubiera dejado esta casa. Más le hubiera valido seguir donde estaba. Era clérigo, sabe usted —abrió las manos, dándose a ver a sí mismo—. Éstas son sus ropas de clérigo. De pronto me preguntó:

—¿Usted cree en la confesión?

—¿En la confesión? —dije yo— ¿Quiere usted decir en el sentido religioso del término?

Se acercó un paso. Ahora casi me tocaba.

—Lo que quiero decir es —dijo, bajando la voz y mirándome intensamente—, ¿cree usted que confesar, confesar un pecado o un… un crimen, reporta alivio?

¿Qué iba a contarme? Me habría gustado decir “No”, para disuadir a la pobre criatura de hacerme ninguna confesión, ero había hecho su pregunta con tal tono de súplica que no tuve corazón para rechazarlo.

—Sí —dije—, creo que al hablar de ello puede uno librarse muchas veces de un peso en la conciencia.

—¡Ha sido usted tan comprensivo, señor —dijo con una de sus corteses inclinaciones—, que estoy tentado de abusar…! —alzó una de sus pesadas manos con un gesto perfunctorio y la dejó caer de nuevo—. ¿Tendría usted paciencia para escuchar?

Estaba de pie a mi lado como si fuera el maniquí de un sastre que hubiera sido colocado allí. Su pierna tocada mi rodilla. Me sentí fuertemente repelido por su vecindad.

—¿No quiere sentarse ahí? —dije, señalando el otro extremo del banco en el que yo estaba sentado—. Me resultaría más fácil escucharle.

Volvió el cuerpo y miró absorta y seriamente el banco, luego se sentó en él, dándome la cara, con una pierna a cada lado, inclinado hacia mí. Estaba a punto de hablar, pero se frenó y miró a la ventana y la puerta. Luego se sacó la pipa de la boca y la depositó en la mesa, y sus ojos se volvieron a mí.

—Mi secreto, mi terrible secreto —dijo—, es que soy un asesino.

Su declaración me horrorizó, como no podía ser menos; y sin embargo, creo, apenas me sorprendió. Su extremada rareza me había preparado, hasta cierto punto, para algo bastante sombrío. Contuve el aliento y lo miré fijamente, y él, con horror en sus ojos, me devolvió la mirada fija. Parecía estar esperando a que yo hablara, pero en un primer momento no pude hablar. ¿Qué podía yo decir, en nombre de la cordura? Lo que por fin dije fue algo fantásticamente inadecuado.

—Y esto —dije—. ¿le remuerde la conciencia?
—Me obsesiona —dijo, apretando de repente sus manos pesadas, fofas, que reposaban sobre el banco ante él—. ¿Tendría usted paciencia…?

Asentí.

—Cuéntemelo —dije.

—De no haber sido por la herencia de esta casa —empezó—, nada habría sucedido. El otro, mi predecesor, habría permanecido en su rectoría, y yo… yo no habría hecho nunca acto de aparición. Aunque hay que reconocer que él, mi predecesor, no estaba contento en su rectoría. Se enfrentó con hostilidades, sospechas. Por eso vino a esta casa al principio, sólo a título de prueba, ya ve. Le fue legada vacía: simplemente la casa, sin muebles, sin dinero, y se vino y puso un par de cosas, esta mesa, este banco, unos cuantos utensilios de cocina, una cama plegable arriba. Quería, ya ve, probarla primero. Lo atraía el apartamiento de la casa, pero quería asegurarse de ella en otros sentidos. Algunas casas, ve usted, son seguras, y otras no lo son, y quería asegurarse de que ésta era una casa segura antes de mudarse a ella —hizo una pausa y luego dijo con mucha seriedad—: permítame aconsejarle, amigo mío, que siempre haga eso cuando considere la posibilidad de mudarse a una casa desconocida: porque algunas casas son muy inseguras.

Asentí.

—¡Ya lo creo! —dije—. Paredes húmedas, mal alcantarillado y demás.

Él negó con la cabeza.

—No —dijo—, no es eso. Algo mucho más serio que eso. Me refiero al espíritu de la casa. ¿No siente usted —su mirada absorta se hizo más penetrante que nunca— que ésta es una casa peligrosa?

Me encogí de hombros.

—Las casas vacías son siempre un poco raras —dije.

Reflexionó sobre esta afirmación.

—¿Y ha notado usted —inquirió por fin— la rareza de ésta?

Sentí, en efecto, al hacerme él la pregunta, que la casa era rara; pero era la rareza de él, lo sabía perfectamente, y las sombrías insinuaciones de su charla, lo que la hacían rara, y respondí:

—No es más rara que otras casas vacías, señor.

Me miró con incredulidad.

—¡Extraño! —dijo— Extraño que no lo sienta usted. Aunque bien es verdad que… que el otro, mi predecesor, no lo sintió al principio. Ni siquiera esta habitación (porque esta habitación, señor, es la habitación peligrosa) le pareció extraña al principio; no, pese a que hay en ella una cosa muy curiosa.

Si hubiera hecho bueno, habría puesto fin a la conversación y me habría marchado, pues la charla y el comportamiento del viejo me estaban haciendo sentir cada vez más incómodo. Pero no hacía bueno: estaba lloviendo con más fuerza que nunca y se estaba poniendo muy oscuro. Evidentemente estábamos en medio de una tormenta.

El viejo se levantó del banco.

—Me parece que ahora puedo mostrarle —dijo— esa cosa curiosa de la habitación. Sólo se ve después de que ha oscurecido, pero me parece que ya está lo bastante oscuro.

Se acercó a la mesita del rincón y se puso a encender la lámpara. Cuando estuvo encendida y él hubo vuelto a su lugar el globo de cristal esmerilado, la llevó a la mesa más grande y la colocó a mi izquierda.

—Ahora —me dijo—, siéntese a la mesa de frente.
Así lo hice. Ante mí, al otro lado de la habitación desnuda, se hallaba el ventanal saledizo con sus cinco vidrieras y sin visillos.

—Ahora está usted sentado —dijo, posando una pesada mano sobre mi hombro— donde el otro, mi predecesor, solía sentarse para sus comidas.

No pude reprimir un respingo, ni resistir el impulso de volverme y mirarle. Me resultaba molesto tenerlo de pie a mi lado, detrás de mí, fuera de mi vista. Pareció sorprendido.

—No se alarme, señor, hágame el favor —dijo—; vuélvase y dígame lo que ve.
Obedecí.

—Veo el ventanal —dije.

—¿Eso es todo? —preguntó.

Miré fijamente el ventanal.

—No —dije—. Veo también cinco reflejos de mí mismo, uno en cada vidriera del ventanal.

—Eso es —dijo el viejo—, ¡eso es! Eso es lo que veía el otro cuando comía a solas. Veía a los otros cinco, cada uno tomando su solitaria comida. Cuando él se echaba un poco de agua, cada uno de ellos se echaba agua; cuando él encendía un cigarrillo, cada uno de ellos encendía un cigarrillo.

—Claro —dije yo—. ¿Y eso alarmaba a su amigo, al clérigo?

—El reverendo James Baxter —dijo el viejo—; así se llamaba. Asegúrese de no olvidarlo, amigo mío; y si la gente le pregunta quién vive aquí, acuérdese de decir que el reverendo James Baxter. ¡Nadie sabe, ve usted, que… que…!

—Nadie sabe lo que me ha contado usted. Entiendo.
—¡Exactamente! –dijo él, bajando repentinamente la voz—. Nadie lo sabe. Ni un alma. Usted es la primera persona a la que se lo he mencionado.

—¿Y no ha sido usted objeto de investigaciones? —pregunté—. A este Mr. Baxter, ¿no se lo echó en falta?

Negó con la cabeza.

—No —dijo—. Ni siquiera Mrs. Bellows, que cuidó de él desde el principio, se ha dado cuenta de lo ocurrido.

Me volví y lo miré con incredulidad.

—No se ha dado cuenta, ¿quiere usted decir…?

—No se ha dado cuenta de que yo no soy él. Ve usted —explicó—, éramos muy parecidos. ¡Así es, tremendamente parecidos! Antes de que se vaya puedo enseñarle una fotografía suya y verá usted mismo.

Ahora decidí que, con lluvia o sin ella, me iba a ir: no parecía haber mucho motivo, aparte de la lluvia, para mi permanencia allí. Me puse en pie.

—Bien, señor —dije—, no puedo sino esperar que sienta usted el beneficio de haber aliviado su conciencia de su… secreto.

El viejo caballero se puso muy agitado. Cerraba y abría sus manos fofas.

—Oh, pero no debe irse aún. No ha oído usted ni la mitad. No ha oído usted cómo ocurrió. ¡Yo esperaba, señor, ha sido usted tan amable, que tendría paciencia y amabilidad para…!

Volví a sentarme en el banco.

—No faltaba más —dije—, si tiene usted más que decir.
—Acababa de decirle, ¿verdad que le había dicho —prosiguió el viejo caballero— que yo… que el otro… que mi predecesor solía sentarse aquí durante sus comidas y veía a sus otros cinco yos imitándolo? Cuando él encendía su cigarrillo, ¡veía otros cinco cigarrillos encenderse simultáneamente…!

—Naturalmente —dije yo.

—Sí, naturalmente —dijo el viejo—; todo era enteramente natural hasta una noche, una noche terrible —se interrumpió y me miró fijamente con horror en sus ojos.

—¿Y entonces? —dije yo.

—Entonces ocurrió algo extraño, horroroso. Cuando él, mi predecesor, hubo encendido su cigarrillo mirando a aquellos otros yos, como siempre hacía, vio que uno de ellos, el de más a la izquierda, había encendido no un cigarrillo, sino una pipa.

Me eché a reír.

—¡Oh, vamos, vamos, señor!

El viejo se retorció las manos lleno de agitación.

—Es cómico, lo sé –dijo—, pero también es terrible. ¿Qué habría pensado usted si lo hubiera visto efectivamente, con sus propios ojos? ¿Acaso no se habría quedado espantado?

—Sí —dije—, si efectivamente hubiera ocurrido. Si hubiera visto una cosa así realmente, desde luego me habría quedado espantado.

—Bien —dijo el viejo—, ocurrió. No había error posible al respecto. Era espantoso, horrible —había tanto horror en su voz como si él mismo lo hubiera visto efectivamente.

—Pero, querido señor mío –le dije—, usted sólo cuenta con la palabra de este Mr. … Mr. Baxter.

Me miró con fijeza, sus ojos resplandecientes de convicción.

—Yo sé que ocurrió –dijo—; lo sé con mucha mayor certeza que si lo hubiera visto. Escuche. La cosa siguió durante cinco días: durante cinco noches seguidas mi predecesor vigiló lleno de horror a ver si la cosa se arreglaba sola.

—Pero ¿por qué no fue… se marchó de la casa? –pregunté.

—No se atrevió –dijo el viejo con un forzado susurro—. No se atrevía a irse: tenía que quedarse y asegurarse con sus propios ojos de que la cosa se había arreglado.

—¿Y no se arregló?
—La sexta noche –dijo el viejo con un hilo de voz— el quinto reflejo, el que había desobedecido, desapareció.

—¿Desapareció?

—Sí, había desaparecido del ventanal. Mi predecesor se quedó sentado, mirando con terror, absorto, el cristal vacío, y los otros cuatro devolvían la aterrada mirada al interior de esta habitación. Él miraba el cristal vacío y luego los miraba a ellos, y ellos le devolvían la mirada fija, a él o a algo detrás de él, con horror en sus ojos. Entonces él empezó a ahogarse… a ahogarse —dijo el viejo jadeando, él mismo casi ahora ahogándose—, a ahogarse, porque había unas manos alrededor de su garganta, agarrándolo, estrangulándolo.

—¿Quiere usted decir que las manos eran las manos del quinto? –pregunté, y fue sólo mi horror ante el horror del viejo lo que me impidió sonreír cínicamente.

—Sí —dijo él con un silbido, y extendió sus manos gordas y pesadas, mirándome con ojos fijos—. Sí. ¡Mis manos!

Por primera vez me sentí realmente aterrorizado. Nos miramos mudos el uno al otro, él jadeando y resollando aún. Luego, esperando calmarle, dije lo más tranquilamente que pude:

—Ya veo: ¿así que usted era el quinto reflejo?

Él señaló su pipa encima de la mesa.
—Sí —jadeó—; yo, el fumador de pipa.

Me puse en pie: tenía el impulso de correr hacia la puerta. Pero algún escrúpulo me retuvo allí inmóvil, la sensación de que sería inhumano dejarlo solo, presa de su horrible fantasía; y con la vaga idea de hacerle entrar en razón, de aliviar su torturada mente, pregunté:

—¿Y qué hizo usted con el cuerpo?

Contuvo el aliento, un estremecimiento le desfiguró el rostro y, apretando sus dos extendidas manos, empezó a golpearse el pecho convulsivamente.

—Éste —gritó con voz agónica—, éste es el cuerpo.


Martin Armstrong

sábado, 6 de enero de 2024

TIEMPO MÁS TIEMPO MENOS por PABLO CEREZAL



Nada se compara a esa leyenda de semillas que deja tu presencia
A esa voz que busca un astro muerto que volver a la vida

Vicente Huidobro

Resulta que en estos precisos instantes tañen apócrifas campanas y la ciudadanía ejerce, esta vez en mayoría, eso que llaman democracia entregada a brindis y pellejos de uva malgastada. Que se pasó 2023 y quedará para muchos como un tintero volcado sobre la página en blanco de los días soñando escribir en ellos un futuro que ya es pasado.

Se ha pasado el año, tan crujido tan aullando y tan lejano, tan oriente tal vez, pero siempre presente, tal cual como cuando escuchaba Ghosteen y caía y brillaba/vibraba/volaba transformando lo que soy al borde del fin del poema y donde lo hondo emerge. No caía solo. Sin red o tropel de dedos que te anuden al barranco no hay línea de flotación. Lo saben los marinos, las sirenas y los gatos.

Parpadea el fragor de los petardos, y los fuegos artificiales asustan a los animales, que no saben de celebraciones más allá de la que enjuaga y preña de saliva, cuando el alimento, sus fauces de breve jauría. Aún así es año nuevo y podemos ignorar su miedo tras el cortinaje falso de la algarabía. Como olvidamos el pavor de perros, gatos y el resto de bestias a las que creemos haber domesticado.
Avaricia del año nuevo y, con el trago postrer, los deseos: montemos una tienda de campaña en el salón, paredes de piel y alarido de sangre acuchillando el parqué mientras inventamos constelaciones y tricotamos nubes de THC.

Se ha pasado el año pero aún somos cuatro pies rubricando tildes diacríticas y gloriosas, el parto inverso de un animal mitológico seccionado en rosa, el rizo del viento que se busca a sí mismo y el cabello en galopada, la noche que no va a la oficina y el desayuno de la rana, los vagabundos del cristal de la ventana y el beso hecho hueso a morder por canes de fiebre bajo el dorso de las sábanas.

Quedan atrás 365 días que revelamos y trocamos inmortales en el cuarto oscuro de nuestro abrazo. Somos la clarividencia de un duende escapado de todas las navidades sin regalo para barajar ritmitas de marea que expliquen qué hacer con el tiempo que aún nos queda, una suerte de Nostradamus despaciosos forjando todos los sueños hermosos, el latido en las encías y la locomoción ferroviaria de las costillas. Se pierden 365 días que nosotros hemos ganado. Porque somos los tigres de Blake afilándose las zarpas en el vientre del dragón: símbolo de este año nuevo que ya avanza.

Ahítas las botellas de cava que tantos llaman champán para mejor simular una vida en que todo, como para los millonarios, puede ser despilfarro, se hacen promesas y se lanzan los dados pensando en números y fechas.

Inauguramos 2024 y dos por dos son cuatro, y dos por cuatro: ocho y las cifras son miradas que se saben raíz en los designios de la cábala. Así que ningún deseo más allá de que sigan fluyendo los acontecimientos mientras acontece la alquimia de los astros como telequinesis que desordena las distancias. Seguiremos inventándole al calendario Días tranquilos en Clichy para tatuarnos en la tráquea sílabas diccionadas con certeza de mantra tibetano.

La ciudadanía brinda y sumerge deseos dorados en copas aflautadas olvidando que superstición y religión son términos contrarios. Por eso yo, ciudadano al fin y al cabo, ateo vengo a rezarte sonrisa clamor, mente universo, divinidad matarife, luz inaudita que le florece poemas al verso.

Ha sido milagro este año, y más lo será el siguiente, poder ver la vida de este lado.

Pablo Cerezal, 
del blog Vislumbres del Dorado


viernes, 5 de enero de 2024

TODOS LOS FRACASOS por MAREVA MAYO



Quiero irme muy lejos... con mi soledad, pisoteando todo lo cercano, haciéndolo ceniza y metralla... empalideciéndonos al hachís del reproche y el desconsuelo para ser sangre que envuelve y desgarra al Sol.

Ya no son nuestros todos los fracasos. Fracasó la razón, la locura, la vida, la literatura, el amor, la revolución, la esperanza, todos los caminos, todos los pozos y cementerios, todos los dioses, todas las ciencias.... todo, menos el fracaso. Así que el fracaso... será ese fuego que pueda verdaderamente comprometerse con nuestra ternura y pasión y llevarnos en sus hombros, llorando balas y flores, entre los humanos. Dejando nuestros huesos, como lijas, como botes de pintura, hacia el viento. Meciéndonos inconmensurables en su ímpetu y convicción... que ningún cielo ni humanidad pudo retractar. Allá abajo.., un vino de lujuria y epifanía... mezcla nuestros hoyos, con esas ciudades que usamos de cicatriz para no pudrirnos de fanganosa esperanza... y nos emborracha todavía el esperpento que necesitaremos para hablar con los vecinos y no convertirnos completamente en la cloaca que los ha entendido y defendido y tenido alguna vez. Mentiremos un farol y una escoba... labraremos la traición, la ficción, lo inexistente... para defender sus vidas.... para calentar nuestro corazón de cloroformo al carnaval de los muertos.

Mareva Mayo


miércoles, 3 de enero de 2024

ODA A PATTI SMITH por JAVIER VAYÁ ALBERT



Quién con inevitables ojos de agua
en el espinazo de los siglos.
Quién sostiene los hilos de la rabia
durante el tañido de las campanas.
Qué sol y qué luz ha de necrosar
en qué mañana eviscerada.
Qué ser, saldrá a su ventana
en la hora más cruel del alba
y atrapará a los días nonatos
los mimará y bendecirá
en el cuenco de sus manos
y los regresará ya no taimados.

Hoy me besa una canción de Patti Smith
como Salomé besa la cabeza cercenada
de San Juan Bautista.
Como Leopoldo María Panero
besa el cráneo muerto de su madre.
Como una madre corrupta
besa a sus vástagos
antes de suministrarles heroína.
Oh hermana, la gente tiene el poder
y precisamente eso es lo que temen.
Una canción que danza descalza.
Como caballos oscuros rodeándonos.
Oh hermana, virgen de las descarriadas
una canción tuya bastará para salvarnos:
Rednecks y Beatnicks crucificados
putos de la quinta Avenida
travestis junto al muro de Berlín
muñecas sodomizadas de Rimbaud
chamanes desdentados
niñas quemadas de Vietnam
mujeres creek en la reserva hambrienta
escindidas de la barba de Moloch
detectives líquidos y poetas.
Una canción tuya o un verso.
Así se funda una religión.
Así se sobrevive a la glaciación.

Dulce esperma del mundo nuevo
corazones punk bajo la nieve.
Oh hermana,
ya no existe Coney Island
allí ahora sólo hay un cementerio
de gaviotas y un Starbucks.
El mundo es un parque de atracciones
abandonado bajo la lluvia sórdida
de un invierno cualquiera.
Algunas personas son tan tristes
como una atracción de feria cerrada.

Javier Vayá Álbert