Dicen que el fin principal de la Literatura es entretener, sobre todo si hablamos de una novela. Pero si además esa novela lleva un mazo de crítica social, muchas dosis de mala hostia, poesía de la miseria y de la desesperanza y un estilazo tan lírico que será reconocible aunque el autor no firme las sucesivas obras, puede que nos encontremos ante una jodida obra maestra. Lo digo desde la admiración, desde la envidia sana, desde la confirmación del rigor histórico del tiempo en que transcurre la novela (los ochenta), desde la jodida pasmación que se me ha quedado en el cuerpo tras haber terminado el viaje por sus párrafos que parecen escritos a navajazos.
Conocí a Gabi por Facebook. Al parecer el nota se había leído alguna novela de las mías y le había gustado, lo cual, para qué vamos a engañarnos, me moló que te pasas. Y como el ser humano es cotilla por naturaleza me quedé con la copla y vi que el menda escribía. De hecho tiene publicada otra novela titulada “Ansiedad, vida de un yonqui” (
http://www.edicioneslupercalia.com/colecci%C3%B3n-compacta/#cc-m-product-8005130486), además de algunos poemarios y colaboraciones con otros autores. Lo curioso del caso es que la novela vino a mí y no al contrario. Hablé con Gabi hace poco por Facebook. Una amiga común nos proponía un cambio de cromos, su novela por la mía. Pero eso implicaba gastos de envío y demás, así que le dije que no se comiera el tarro, que ya me hacía yo con la suya. Pensaba hacerlo, no inmediatamente porque tengo una cola de lectura de la hostia. Pero hete aquí que me voy un día a la Feria del Libro de Madrid, paso por la caseta de la librería Muga y allí estaba, sola, en primera fila y entre best-sellers. ¡Coño! -me dije-. Y cayó, cómo no iba a caer. He de confesar que me adentré en ella con miedo. No es fácil encontrar novelas de aquellos tiempos con esa temática que estén bien documentadas y narradas. Hay que conocer las circunstancias, la calle, el argot. Pero ese miedo inicial me duró dos páginas. Es más, cuando llevaba unas veinticinco, sin podérmelo creer me dije: ¿Será posible cómo escribe este cabrón?
La novela nos cuenta la historia de dos chavales de dieciséis años, el Boni y el Cuco, el Cuco y el Boni, dos yonquis prematuros, dos pirris de barrio, dos críos echaos p’alante cuyo objetivo en la vida fue pasarlo bien y hacer lo que les salía de los huevos, simple y llanamente. Están enganchados al tabaco, a la priva, al perico al caballo y a su voluntad. El caso es que un incidente en su pueblo con resultado de tres fiambres que están mejor muertos que vivos les hace huír a Madrid. Y como el destino es muy cabrón y la vida parece que se ha cebado con ellos, el resultado del viaje a la capital es que tienen que salir de najas y no se les ocurre nada más que volver a su pueblo, en donde acabarán perseguidos por la pasma, los picolos y un sicario de una banda de narcos. Total na.
“Rondó el silencio. La paranoia quería embestir otra vez pero la echaron de un volantazo a la cuneta. No la querían tocando el claxon en su zona de descanso. Necesitaban un alivio, un pitillo y un pico, un tiempo muerto indefinido. Abrieon la bolsa con respeto, en silencio, reverencia en cada gesto: como los monjes del templo en los tiempos antiguos; como el chamán en los sacrificios, el corazón palpitando en una mano y en la otra el machete ensangrentado; o como Moisés bajando el K2 con las tablas; Hendrix de rodillas inmolando la Stratocaster blanca, colgao del guindo en su funeral vikingo, puesto de ácido25 con la petaca de gasola y el zippo.”
Pero no es la historia en sí, que también, sino el estilo, lo más fuerte de esta novela. Gabi domina a la perfección el argot de aquellos años y, sin saber nada de él, me da que acumula las experiencias suficientes como para escribir bastantes más novelas. El caso es que uno transita por la narración de forma que parece que vas metido en el buga con esos dos pobres chavalillos, o que vas ajusticiando a esos pavos que se cargan con ellos, o que sufres incluso su angustia cuando les caen palos por todas partes. Y eso, colegas, es culpa de Gabi, que es quien ha escrito la historia, llena por otra parte de referencias musicales y cinematográficas.
“El buga tenía un loro de puta madre acogido a sagrado, haciendo voto de silencio, imposible sacarlo a la fuerza. Ultra católico el aparato, de clausura como estaba enquistado en el salpicadero. Pusieron la radio pero por más que le dieron al dial no encontraron una mierda. No tenían muy claro a dónde ir, la verdad es que no iban a ninguna parte de momento. De todas formas descartaron regresar a la pensión, eso desde luego,, pero tampoco tenían un destino concreto. Habían levantado el coche porque se puso delante, porque era imposible pasar de largo sin verlo. Ahora se deslizaban en la noche sin rumbo, cogiendo calles a voleo, rodando al son del aquelarre hasta que en una de estas vieron el Calderón a su izquierda.”
Por momentos me recordaba a esos párrafos tan de Montero Glez que hacen únicas sus novelas. Por momentos me recordaba mi propio barrio en los ochenta, a pesar de que la historia se sitúa en un barrio de León, que eso es lo de menos. Agujeros como ese existían en los ochenta como consecuencia del desarrollismo salvaje y la puta heroína en todas las latitudes de España.
Es curioso que ahora bastantes autores hayamos empezado a escribir de aquellos tiempos sin ponernos de acuerdo. Es curioso cómo parece que ahora, con la perspectiva y el poso del tiempo, necesitamos exorcizar todos aquellos fantasmas del pasado. Es curioso que hasta ahora nadie haya sido capaz de contarlo. En eso estamos. Pero este cabronazo de Gabi, joder, qué bien lo hace. La novela es intensa, amena, dramática, humorística, muy negra e histórica, pero no es una novela histórica al uso. No habla de reyes ni de príncipes ni de hazañas militares. Nos habla de la cara B de un periodo histórico que no está resuelto. De miles de muertos en las aceras, en el asfalto, en los descampados o en kelis en ruinas. Solo el cine con aquellas películas quinquis de Saura, De la Loma, De la Iglesia, Gutiérrez Aragón, etc, se acercaron a contarnos aquellas movidas. Pero les faltaba la perspectiva del tiempo, el rigor y que en sí mismas resultaban bastante patéticas, porque más que ahondar en el problema perseguían que los productores se llenasen los bolsillos.
Soy asiduo de festivales de novela negra. Y de un tiempo a esta parte se empezó a hablar deLiteratura Quinqui, un subgénero que empezaba a sacar la cabeza. Con las novelas de Gabi, la de Montero Glez y algunas otras, el subgénero se va convirtiendo en género por sí mismo, con unas características claras y precisas. Novelas en donde ni los buenos son tan buenos ni los malos son tan malos, en las que se da una inversión de roles que nadie había contado hasta ahora.
En “Una novela quinqui” (Ediciones Lupercalia), Gabi emplea la técnica narrativa del narrador equisciente, ya que él mismo fue protagonista secundario de la historia y nos la cuenta, como ya he dicho, con la lejanía del tiempo transcurrido, con el empeño de domar demonios indomables, con la voluntad de exorcizar fantasmas imposibles de exorcizar. Y lo hace con una destreza que me ha dejado to flipao.
Ya estáis tardando en comprarla, colegas, en leerla, en disfrutar de una odisea que no es homérica, sino muy de aquí, muy de barrio. Yo voy a ver si me hago con Ansiedad, muy ansiosamente.
Paco Gómez Escribano