Domingo 15 de diciembre de 2019, 12:33 del mediodía. Cruzo el puente del Kursaal en dirección al Centro y justo en medio veo a un chico joven con pinta de hippie repartiendo unos folletos. Me ofrece uno, lo cojo y veo que se trata de un restaurante del que ya he oído hablar. Pertenece a una secta que lleva varios años instalada en la ciudad. Todos tienen una pinta de locos de la leche, y siempre que los veo me acuerdo de la Familia Manson. Miro aquel papel de color verde y me fijo en la tipografía del nombre del local. Sin duda se parece a las letras del “Flower Power” y toda esa movida. La época hippie de la California de los años 60 de regreso a San Sebastián en pleno siglo XXI. Arrugo el folleto y lo tiro a la primera papelera que veo. Sigo caminando hasta llegar al Boulevard y en mitad del gentío hay otro hippie de esos repartiendo los mismos folletos. Me fijo en él con detalle y veo que es la viva imagen de Charles Manson. Me quedo impactado por un segundo, y cuanto más me acerco a él más me parece estar viendo a Charlie. ¿Qué cojones hace aquí? ¿No salió de prisión para morir en aquel hospital de Bakersfield en 2017? De no haber muerto, hoy tendría 85 años, y el tipo que tengo delante rondará los 50, pero el cabrón es idéntico. Misma altura, misma complexión, mismo peinado, misma cara, misma barba, mismos ojos, misma mirada de psicópata… Lo único que le falta es la esvástica tatuada en la frente, por lo demás es EXACTAMENTE IGUAL. ¿Habrá hecho un pacto con Satanás? Si alguien ha podido hacerlo, sin duda sería él. “35 años más joven y ausencia de esvástica a cambio de seguir corrompiendo las almas de jóvenes vírgenes a las que convertir en asesinas”. Pues quizás sea cierto porque el tío está aquí mismo, en pleno Boulevard de San Sebastián, disfrutando del sol del mediodía y repartiendo esa publicidad junto con su puta familia de hippies renegados. Sigo avanzando hacia él, y cuando lo tengo a un metro Charlie extiende el brazo ofreciéndome uno de los papeles. Le digo que no con la mano mientras le verbalizo que no hace falta que me dé el folleto, que ya conozco el restaurante, que gracias. Entonces me lanza una mirada llena de rencor y odio y ansias de matar. Paso de él y sigo caminando, pero algo me dice que ese puto loco sigue mirándome fijamente, clavando su mirada en mi espalda como quien clava un cuchillo en el cuerpo de su enemigo. Me doy media vuelta para comprobarlo y veo que Charlie me mira con ojos de psicópata asesino. De hombre frustrado y abducido por su propia paranoia.
“Quisiste ser una estrella de la música pero no lo conseguiste. Aquel productor pasó de ti como de comer arena con cristales. No te preocupes, a Hitler le ocurrió algo parecido. Sus sueños de convertirse en un brillante pintor se esfumaron de inmediato cuando le denegaron el acceso en la Academia de Bellas Artes de Viena. Qué diferente hubiese sido todo si ambos lo hubieseis conseguido, ¿verdad? La frustración y la venganza fueron vuestros motores principales; y todos sabemos lo que ocurrió después...”
Yo me detengo y también clavo mis ojos en los suyos. El odio nos conecta por un instante. Es un duelo de perturbados. Estoy hasta los huevos de este tipo de gente. Yo también me puedo convertir en un loco. Yo también puedo jugar a su juego. Mi mirada se vuelve más dura y violenta por momentos y dice algo así como: “Ven aquí, cabrón. Te voy a despellejar vivo.” Él entonces gira la cabeza para otro lado y sigue caminando en dirección contraria.
“Siempre fuiste un cobarde, Charlie. Por eso mandabas a otros a cometer los crímenes. Tú ordenabas y ellos hacían el trabajo sucio. Pero un loco nunca desiste en su empeño, y mucho menos en su venganza. Seguramente otro día me vuelva a encontrar contigo, y entonces nuestras miradas volverán a conectar. Tan sólo es cuestión de tiempo…”
Alexander Drake