La música se colaba en sus oídos como el agua entre las rocas. El color del verano entraba por la ventana haciendo visibles las partículas de polvo que flotaban por la habitación. El humo sobrio del hachís extendía una traslucida gasa sobre sus pensamientos, que al ritmo tranquilo de la música vagabundeaban por su cabeza. Apenas había ruido en la calle, todos estaban al fresco en sus casas, o en las piscinas, o durmiendo la siesta. Él se limitaba a fumar droga tumbado en el sofá con la radio puesta, para él esa era la mejor manera de pasar una calurosa tarde de verano. Tenía todo el tiempo del mundo para dejarlo pasar entre las volutas de humo y acordes dulces. El gato dormía en el suelo ajeno al mundo, eso añadía confortabilidad al ambiente. Era como estar de nuevo en el útero materno, flotando en flujo caliente... Alguien llamó a la puerta y toda la magia se rompió de golpe. Se quedó paralizado como una presa que intuye la presencia del cazador. En un segundo toda esa placidez se convirtió en un miedo frío que le subía por la columna vertebral. No había quedado con nadie, no había nadie a quien quisiera ver, así que siguió esperando a que los golpes en la puerta se silenciaran. Los golpes persistían. No hizo nada, se quedó tirado en el sofá, expectante. ¿Quién sería? No valía la pena averiguarlo, prefería mil veces seguir fumando porros en soledad. Los golpes en la puerta se repetían con más fuerza. Estuvo a punto de gritar: ¡VETE! Pero en el ultimo momento se acobardo, sabía que si aguantaba en silencio el tiempo suficiente, quien fuera el que llamara se terminaría cansando y se iría. Los golpes en la puerta seguían y seguían. Seguramente la música de la radio se oía desde fuera y esa era la causa por la que los golpes seguían escuchándose, de todas formas no estaba dispuesto a rendirse, apuro el porro y se concentró en la música. ¡Imposible! ¿Como se podía ser tan persistente? ¿Tal vez fuese algo urgente? ¿Y si algún ser querido había sufrido un accidente? Peor aún ¿Y si algún familiar cercano había muerto? No era normal que alguien permaneciese tanto tiempo llamando a una puerta, a no ser que se tratase de algo importante. Decenas de imágenes trágicas y espeluznantes llenaron su cabeza. Se incorporó. Los golpes habían cesado. Escuchó pasos bajando por la escalera. Corrió hacía la puerta, cuando la abrió escuchó como la puerta del portal se cerraba, entró y corrió hasta la ventana, la abrió y sacó la cabeza a la calle. Vio a una joven de pelo rojo, caminaba dándole la espalda, sus andares eran elegantes, piernas largas y perfectas, calculó que medía metro ochenta, delgada, un bombón. Al cruzar la calle se giro para controlar el tráfico y pudo verle la cara ¡Dios mío! Era una preciosidad. ¿Qué querría de él? Sin darse cuenta le grito algo para llamar su atención pero ella siguió caminando calle abajo como si nada. Grito más fuerte, nada, doblo la esquina y la perdió de vista. Resignado regreso al sofá, se lió otro porro e intento volver de nuevo al estado de placidez en el que se encontraba antes de ser interrumpido. El recuerdo de la pelirroja volviéndose para cruzar la calle permanecía en su cabeza, todo aquel pelo rojo brillando con el sol, su forma de caminar, sus piernas, su culo, toda esa elegancia. Se le ocurrió salir a la calle a buscarla, ya que la ansiada placidez no llegaba. Era demasiado tarde, había perdido su oportunidad, había perdido su placidez, la música ya no sonaba igual, había perdido una preciosa tarde de verano. Ahora una pregunta perforaba su cabeza sin descanso ¿Quién era ese ángel de pelo rojo como una preciosa tarde de verano?
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