miércoles, 29 de noviembre de 2023

TRES POEMAS DE ARBORETUM por GSÚS BONILLA




CERCIS SILIQUASTRUM

Queridos y estimados amigos:
por fin seco doy comienzo a la amargura
mereciendo la alegría del canto de los pájaros

Deseé mi muerte, conté uno por uno
los días que restaban hasta ella
sin embargo, no lloréis ahora mi ausencia:

sentidme cerca, de nuevo habladme

Os amaré desde la tierra sin rencor
como sin rencor en la tierra os he amado

Me llamasteis árbol del amor
comúnmente ciclamor y también árbol de Judas

Árbol de Judas, también


GINKGO BILOBA

Más allá de amarnos he de saber
si la Segunda Guerra Mundial
alcanzó su fin

Por qué aún hay semillas mías
repartidas por el mundo
como símbolos de paz
esperanza y resistencia

A estas alturas de la Tierra
deseo de un poema la misma luz
que la de aquel amanecer 
en Hiroshima

Qué otra cosa imaginar
que no sea el vientre atómico
de una aeronave

Qué otra cosa, inequívoca
desde el cimiento
que no sea una ciudad arrasada

Qué otra cosa, diferente
al sufrimiento humano
Qué otra cosa, dime

distinta al calor abrasador
de un bombardeo


QUERCUS ILEX

Hubo amaneceres poco razonables en sus delirios
románticos de cartucho de escopeta
rindiendo culto al cuello de los galgos

Su amor al extremo de las cuerdas
se anudaba a una de mis ramas
como una desgraciada ceremonia
que anclada queda a la memoria

Recuerdo de los ojos animales
que agonizaban en la dehesa
la mesiánica esperanza del ladrido
y una brisa que ensanchaba el abandono

Cigüeñas, moscas, yo misma como encina
suplicamos la llegada prematura de aquel día
en el que tanto indeseable fuese devorado
por la boca constrictora
de su propia mala sombra, pero

ese día no llegaba
y la impunidad en los romances
seguían matando perros


Gsús Bonilla, de Arboretum. Breve antología de árboles caídos (Ediciones Liliputienses, 2023)


martes, 28 de noviembre de 2023

QUIÉN SABE POR QUÉ por PABLO OTERO



Díctame un verso, dime

ve a por la compra, estoy cansada
dime
no hagas ruido, dime
hoy no,
dime.

Cariño, sabes?
el amor es una gran farsa.
El amor
las mariposas y el estómago, una
gran farsa, porque si el estómago está vacío
-me dijo-
no hay mariposas que vuelen, y
¿para qué
una mariposa que no puede volar?

Sabes, cariño?
-me dijo-
no quiero ese amor, quiero
que me respetes siempre
que aguantes mis malos días
-que los buenos se respetan solos-, quiero
que compartas, quiero
que seas tierno y que seas duro;
tú, pregunta.
 
Quiero tu voz, en mi oído, en la paz de la noche, tanto
como tu miembro en mis entrañas, tanto
como tu risa acompasada a la mía, tanto
como cientos de proyectos
o uno solo que dure siempre.

Deja al amor almidonado en el último cajón de la cómoda
por si acaso algún día necesitas alguna escusa.

Pero mientras
no sé te olvide:

No somos uno
nunca fuimos uno
nunca seremos uno;
Somos, fuimos y seremos
dos seres perdidos que intentan
caminar a trompicones
juntos

Pablo Otero


viernes, 24 de noviembre de 2023

ARBORETUM: Prólogo.



ARBORETUM:
LA VERTICAL DE LOS CONTRARIOS

Todo árbol es un anillo de aire. Un río de savia que las ramas detienen y luego escapa. De esa savia en la que el viento aletea contra el invierno, que tanto sabe y tanto se conduele ante el presente ecocida, surge este libro que es réquiem y llamada porque no entramos en un bosque sino en un arboreto de lo caído.

El término latino arborētum corresponde al campo de la botánica y designa una arboleda plantada con fines científicos que permite conocer las condiciones de desarrollo de algunos árboles. Aquí se dicen a sí mismos y nos dicen. Hacen presente la morgue del trabajo (la extrema tensión que imprime sobre los cuerpos hasta su rotura), la ciudad hostil y arboricida y, en conjunto, las contradicciones de un sistema de vida que no apela a la vida y ha de enfrentarse a un desastre ecológico sin precedentes. El devastador cambio climático, con sus efectos ya palpables en cada uno de los árboles del libro, se escribe también sin paliativos sobre el resto de cuerpos. Porque podemos hablar de cuerpos arbóreos, cada uno de los que en esta breve antología de la muerte se contraponen de modo agresivo al mundo hormigonado y domesticado, ante el que son gravísima petición de vida desde su violencia foliar. Aúllan. Dicen en primera persona el conocido aullido de Ginsberg y son estruendo de queja en la “última llamada de auxilio”.

Porque en cada uno de los poemas un árbol, presentado con su nombre científico, grita la destrucción, el dolor ajeno y propio pero también su vocación de vigencia: árboles ovillados o retorcidos, como el poeta, pero no doblados. Aguardando entonces la posibilidad (la necesidad) de ser y que con ellos retornen los paraísos (en esa letra cursiva que los vuelve pura materialidad). Se establece ahí el diálogo con un libro anterior del poeta titulado Un paraíso de orines (2019), donde leíamos “La verdad de todo árbol”: “la verdad de todo árbol/ es moldear una placenta/ con paciencia de reloj de sol”.

Árbol madre, árbol padre. En Arboretum toman la palabra. Lo hace el ciclamor, o árbol de Judas, que desde su muerte escribe una carta cuyos destinatarios somos también quienes leemos el libro. Lo hace la encina, horrorizada porque en sus ramas se ahorquen perros. Lo hace la ceiba, convertida contra su voluntad en arma y búnker. Se produce en el libro una amarga sucesión de metamorfosis: el yo enunciativo se desplaza interespecie entre lo humano y lo vegetal, así como nosotros ocuparemos el lugar de la lectura para escuchar la oración de los árboles en su apelación violenta y vegetal hacia la vida, como si los términos violento y vegetal no fuesen antónimos, como si en su oposición no brotase el lenguaje de lo inevitable.

En el movimiento tallo abajo (desangrándose) y la altura de pájaros y hojas se traza la vertical de los contrarios: la tensión atómica de la (auto)destrucción y la convicción vegetal de que no pueden olvidarse ni Hiroshima ni Chernobyl.

Ganador del I Premio Internacional de Ecopoesía “Valle del Jerte”, Arboretum es una doliente necrópolis vegetal, un obituario de resina donde cada árbol nombrado recuerda sus dones, la feliz florescencia, el agua y la sombra como dádivas. La ofrenda de lo pleno en lo vacío.

Por ello el floema –tejido vivo de algunas plantas vasculares que transporta los nutrientes elaborados durante la fotosíntesis– trae, en eco de rima consonante, al poema. Se producen traslaciones metafóricas para que eucalipto y libro se digan aunadamente aunque los arrase el fuego: en su ceremonia, el árbol enciende el poema y dice “adiós al aire de la boca”. Conversan en rima asonante Machado y los álamos para que en los tantos nombres de la floración pueda exclamarse la negación del hacha, la negación de aquellos aspectos más terribles de lo humano (si es que esta palabra resultase la adecuada, cuando no lo es).

Ante la percepción de los árboles como realidad sin tiempo, o fuera del tiempo, ya que su cronología y la humana resultan disímiles, en este arboreto se inscriben aquellos nombres y fechas que permiten visualizar todos los vínculos: la lucha contra la esclavitud en Estados Unidos, la guerra del Chaco, el ya nombrado desastre de Chernobyl y sucesos vinculados al Papa Juan Pablo II, un deshielo en los Alpes o acciones ecologistas en Canadá. De ese modo se cruzan la historia humana y la arbórea, así como también se hace visible la comunidad de lo vivo, aquello a lo que apunta la ecocrítica desde hace décadas, en especial a partir de The Ecocriticism Reader: Landmarks in Literary Ecology (1996) de Cheryll Glotfelty, donde se sientan las bases de la ecocrítica como el estudio de las relaciones entre la literatura y el medio ambiente. Ello ha permitido el desarrollo, entre otros aspectos, de la apertura hacia las comunidades interespecie.

Arboretum escucha las grietas de la madera: en cada fenda se nombra con enorme potencia el clamor mudo del árbol, porque cuando no escuchamos la naturaleza se suceden tragedias de nombre muy próximo. Pero incluso cuando las ciudades solo entregan, mezquinamente, diminutas macetas de cemento, o cuando nos asfixian la contaminación o la sed, sigue el lenguaje del árbol diciéndose:

sabrás que florecí, acabé fructificando
y completo desde aquí el hito de la luz

En palabras de Juan Carlos Mestre, la de Gsús Bonilla es poesía “de la reconstrucción crítica del porvenir”. El autor, que se ha nombrado a sí mismo ecosicario en El mundo florece para ser escrito (2023), hace aquí aún más audible la garganta herida de la ecobotánica, el daño en el pecho que se muestra ya desde los epígrafes iniciales. Con ellos nos situábamos en el espacio de la muerte, del árbol caído que aún alcanza a nombrar a los todavía vivos.

Escritura del colapso, ante el colapso, contra el colapso. Varias preposiciones más serían necesarias. Queda Arboretum como la pregunta sobre el sentido de cualquier poema ante el árbol que arde. Queda, rompiéndose, el aullido. ¿Cómo puede darse esta caída? ¿No era el árbol la respiración que eleva hojas y talle? Presencia totémica, cuerpo vegetal imprescindible al que Gsús Bonilla entrega tanto amor que brota este libro de lucidez trágica, adolorido y necesario.


María Ángeles Pérez López,
prólogo de Arboretum. Breve antología de árboles caídos,
de Gsús Bonilla

(Ediciones Liliputienses, 2023)


lunes, 20 de noviembre de 2023

CRUCIFIXIÓN por CELESTE PÉREZ FERNÁNDEZ



arrancas los clavos de mi piel
y edificas estancias
donde no cabe la lobreguez
ni la prez árida del invierno.
dices que resbalar de la cruz
es reconstruir el temporal de ternura
para la que te fui dada,
y digo que es lluvia bendita este milagro cuando te abrazo
y conviertes el óxido y las escamas en borrascas de deseo.
invades, laborioso,
lo propio de un mar deshabitado.
lo sé, porque, al jadear el pez, la madera flota en las aguas

Celeste Pérez Fernández

domingo, 19 de noviembre de 2023

EL AMOR EN LOS HUESOS por GEMA MARTÍNEZ




Embellécete, mundo,
que no nos queda tiempo.

Embellécete ya
para poder decirte
que a pesar de la mierda
de los poderes fácticos,
las mentiras, las guerras,
de los Kalashnikov
bajo el felpudo,

del amor en los huesos,
endeble como un bote
salvavidas,
de los embajadores
de la hipocresía,
de toda la basura
que naufraga en el cesped
de los parques
urbanos,
de los árboles secos
que ya no me dirigen
la palabra,
los futuros desiertos
amazónicos,
la alegría tremante
como ropa tendida
en la azotea,
de los cielos sin luna
como éste,
 
hoy hace(s) una noche
fabulosa
y brillan en tu espalda
un par de amaneceres
resilientes.

La eternidad tiene los días
contados
y es culpa nuestra.


Gema Fernández Martínez


sábado, 18 de noviembre de 2023

LA DENSIDAD DE LOS NÚMEROS: Luis Ramos de la Torre.



En estos tiempos en los que la prisa, el ruido y lo multitudinario se alían para hacer de la vida y del instante algo cada vez más superficial y efímero, que acaba definiéndose por una necesidad constante de medirlo todo y una urgencia por numerar y cuantificar la propia existencia y los modos de vida a través de un factum tecnológico que se infiltra cada vez más preciso y alienador; desde la palabra poética es necesario contrarrestar el enorme peso de lo numérico abogando por una conceptualización de lo cualitativo urgente y salvadora.

En La densidad de los números, Luis Ramos de la Torre sigue con su inquietud y su interés por complementar, desde lo intermedio necesario, lo ético con la fuerza del poema que ya apareciese en sus anteriores libros Lo lento, El dilema del aire, Urgencia de lo minucioso, Mientras pueda decir o La serena estrategia de la luz.


viernes, 17 de noviembre de 2023

DIGNIDAD por JOHNNY RAY



La dignidad del hombre
hace equilibrios
sobre un delicado filo
bajo el que dormita
un abismo,
cuanto más estima
su dignidad
más delicado es el filo,
más profundo el abismo,
cualquier leve corriente
puede hacerla quebrar
y caer.

El mundo no admite del hombre
dignidad,
no necesita
del hombre dignidad,
el mundo solo admite
cuanto necesita,
no necesita que el hombre
sea hombre
sino mundo,
dignidad tutelada,
limitada,
prevista,
estrictamente necesaria
para que el hombre
ocupe su lugar.

No hay dignidad
en una vida de trabajo
para lograr
permanecer con vida,
no la hay
por más que sea necesario
que la haya,
no hay dignidad
si el hombre no se ocupa
en ocuparse del hombre,
respetar,
formar,
invitar
al hombre a pensar,
sentir,
a su espíritu
manifestarse,
cada paso
propio,
no hay dignidad
si el mundo no es
lugar para el hombre,
si el hombre no es
lugar para el mundo.

De la suma de hombres
preocupados por el mundo
no resulta
un mundo digno,
de la suma de hombres
preocupados por el hombre
resultará
aun sin pretensión
un mundo digno,
producto
de una suma de dignidades,
quien trata de alzar
la voz de la dignidad
no es escuchado,
el mundo necesita
no escuchar
a pesar de que no es capaz
de erradicar la miseria
pero sí de crearla,
erradicar la injusticia
pero sí de crearla,
la enfermedad y la muerte
innecesarias
pero sí de crearlas,
no es capaz de ver
a un semejante
en su semejante,
de cuidar de sí mismo,
amarse,
confiar.

La sociedad incapaz
de respetar,
formar
a los individuos que la componen
no está legitimada
para juzgarlos,
la sociedad carente de valores
no está legitimada para juzgar
los actos carentes de valores,
la sociedad sin compasión
no está legitimada para juzgar
los actos sin compasión,
la sociedad que no vela
por la vida humana
no está legitimada para juzgar
los actos contra la vida humana,
lo mismo es asesinar
que dejar morir,
la sociedad injusta
no está legitimada para juzgar.

No hay deidad que juzgue a quien juzga,
solo el hombre se juzga a sí mismo,
no hay palabra
por encima de la suya,
no hay conciencia,
duda,
proceso,
conclusión,
no hay responsabilidad
superior,
no es posible la tarea de juzgar
sin haber asumido antes la de formar
una sociedad justa,
individuos que no necesiten
juzgar
ni ser juzgados.


Johnny Ray


jueves, 16 de noviembre de 2023

UNA LECTURA DE "VOLVER A LA TIERRA" , DE JOSÉ PASTOR, POR PEDRO VILLALÓN




NO CERRAR LOS OJOS

“vale vale de acuerdo
no les mires a los ojos
verías el infierno
pero no cierres los ojos
si no estarán vencidos
y nosotros ciegos y vencidos”

La mirada es selectiva, discrimina; el deseo es selectivo; la escritura también. Hay calles, gentes, vidas, a las que dirigimos miradas esquivas. El distanciamiento hacía lo no querido.

Relatos, poemas, reportajes, guiados más por lo atrayente que por una mirada neutra y limpia, suelen esquivar estas calles o reducirlas a un tópico de malditismo, un espacio de sombra que hace brillar con más fuerza otras calles bañadas por el sol; etiquetarlas como no deseables, indeseables. No por ello esas calles, esas gentes, esas vidas, dejan de existir. Tal vez vivamos en ellas, tal vez seamos ellos, o sea nosotros, y no por ello peores que los demás.

Veamos, que para eso sirve la mirada.

“acércate
ven
¿ves a ese viejo durmiendo en los bancos de afuera de la estación de autobuses?..
…nunca imaginó una vida así
ahora no puede imaginar una vida diferente”

En este nuevo libro de José Pastor, en especial en su primera parte “malas calles”, hay una voluntad clara de ver, de dar protagonismo a vidas que caminan por sendas alejadas de las autopistas del éxito social. La música de estos poemas es la cara b de esa canción que el imaginario social se empeña en que bailemos.

“en este poema no hay fiestas
hay resacas
en este poema no hay portadas ni fotografías para enmarcar
hay polvo sudor mugre barro moscas sangre”

Hay mugre, hay sudor, y hay, sobre todo, respeto. La mirada de estos poemas no está contaminada de superioridad, no es la del hombre blanco que visita la reserva, no se trata de documentar curiosos tipos pintorescos. Quien escribe no habla desde arriba, habla, hombro con hombro, a la altura de los ojos.

Es una mirada manchada de dignidad.

“gente que sale
de los patios traseros de casas que creíamos abandonadas
de los bares donde nunca entramos
de los pisos pateras que creíamos leyenda urbana
de los asilos públicos y de las pensiones
de los albergues y de los comedores sociales
que nunca
hasta ahora
habíamos visto
salen de las chabolas
salen de los callejones sin salida
de las cunetas y de los descampados
de debajo de los puentes
de debajo de piedras
ahora son cientos
tal vez miles
han salido de los agujeros donde se escondían
o donde les habíamos escondido o encerrado
ahora están en la calle en los parques en las plazas
y no podemos ignorarlos
o mirar para otro lado
¡están en todos los lados!
están aquí
y no podemos hacer como que no los vemos
aunque cerremos las ventanas y las puertas
y los ojos y los libros de historia
están aquí
¿los ves?”


NO ACEPTAR EL JUEGO

“no tenemos miedo
porque no tenemos nada que ganar”

Frente a nosotros una mesa y unas sillas. Sobre la mesa los naipes del orden social. Ya sabes, hacerte valer, jugar bien las cartas… Una partida, ganadores, perdedores; un paisaje de éxito y fracaso.

Alguien podría pensar que la voz que se escucha es estos poemas es la de quienes se sentaron a la partida y recibieron malas cartas o no supieron jugarlas. Otro lamento de perdedores, otra letanía de fracasados.

Pero la voz de estos poemas viene de otro sitio y va más allá. Es la voz de los que no aceptan sentarse en esa mesa, ni el reparto de cartas, ni la ganancia, ni la pérdida.

Porque su juego es otro.

“¿qué hacer con los que no participan en el juego?
¿qué hacer con los que no tienen
ni quieren
ni voz ni voto?
¿qué hacer con los que no respetan
ni creen
en nada
ni en nadie?
ni en jerarquías ni en mandamientos
ni en hombres ni en dioses
¿qué hacer con esos cuya palabra
no es ley ni verdad?
¿qué hacer con los que no se pueden clasificar?
ni etiquetar ni normalizar
¿qué hacer?
con esos que luchan
solos
cuando todos los demás
han huido?”


NO RENDIRSE

Pero, se acepte o no se acepte la partida, el peso del mundo carga contra la gente, el peso de la gran mesa de juego busca aplastarla. En esas “malas calles” que protagonizan la primera parte del libro, o más allá, en esos “malos campos” por los que discurren los poemas de la segunda se mueve gente que intenta aguantar, cada uno a su manera.

A veces abandonar el juego es abandonarse uno mismo.

“la autodestrucción como una forma de resistencia
suicida
como el fuego
contra todas las ruinas contra todas las riquezas”

A veces huir, cambiar de aires, cambiar de vida, parece la salida.

“dice que esta ciudad está maldita o enferma
que quiere irse a las montañas donde nadie le encuentre
tener una huerta
y ser libre y feliz
o estar muerta”

O tal vez buscar refugio, volver atrás, acogerse a otros mundos que aún perduran.

“a los que se quedaron
por encender el fuego
y mantenerlo encendido
por dar tiempo al tiempo
y ser la resistencia
por habernos dado la oportunidad de marcharnos
y cuidarnos ese lugar al que siempre podremos volver
por ser el azogue de los espejos
donde mirarnos cuando ya no quede nada
por guardarnos un pedazo de tierra
de infancia y de esperanza
donde encontrarnos
con la vida”

De una u otra forma, gente que intenta aguantar y lo consigue. Gente que se mueve de aquí para allá por los poemas. Gente que existe. Gente que resiste, como quien respira.

Esa gente que veremos si abrimos bien los ojos.

“ hemos caído tantas veces
una tras otra
con insistencia
poniéndole todo el empeño
y sin aprender de los errores
que hemos adquirido
una capacidad
de caer y levantarnos
que nos hace
inmunes
a cualquier derrota
y a cualquier victoria”


Pedro Villalón

Volver a la tierra: José Pastor González:


miércoles, 15 de noviembre de 2023

MANIPULAR EL MERCADO DE LA PALABRA por LUIS COLDER



manipular el mercado
de la palabra; asesores
de contenido, de intimidad
con las manos sucias
de tinta de calamar

un pope con los pies de barro
que le tiene miedo al espejo;
anciano y académico
esconde los restos de las palabras
bajo la alfombra en el salón del ego

adquirir el diez por ciento
de la palabra libertad,
exhibirla en la pared de la taifa;
nadar y guardar la ropa
de los ahogados

Luis Colder


sábado, 11 de noviembre de 2023

TENGO MIEDO por FRANCISCO SOTO



Tengo miedo, dicen los valientes,
los santos les cierran los párpados
con hilo fino y costuras de ángeles
en la promesa de que otros cuidarán de sus hijos,
de que serán otros los que amen a sus mujeres.

Los dioses conocen a cada muerto por su nombre,
saben del coste de sus actos,
contabilizan cada medalla al valor,
cada hazaña realizada en suelo hostil.
Los dioses, ellos que están en guerra contra sí mismos,
no morirán nunca,
no hasta que siga en pie el último soldado.

Tengo miedo, dicen los valientes,
antes de que silbe una bala
dirigida a la cabeza de quien les puso allí
y les perfore el casco con un último pensamiento.

Arrastrar los cadáveres por los pies, hacer
de los patios de escuela salas de autopsias,
de los hospitales cráteres donde dar de comer a los lobos
las placentas del paritorio.

Los iluminados tienen palabras para cada baja,
tienen
un millón de frases ingeniosas para cada daño colateral,
tienen
una promesa inútil con cada llanto
y el precioso coste calculado
de la metralla antes de estallar.
Los iluminados, están en guerra contra nosotros,
no morirán nunca,
hacen del sufragio universal un mar de sangre,
una red de mentiras contadas al viento del olvido;
no morirán nunca,
no hasta que no quede ningún inocente
sobre el solar arrasado de este planeta tomado
de forma ilegal.

Tengo miedo, dicen los valientes,
apenas se les escucha envueltos en banderas patrias,
llenas sus bocas de gusanos condecorados.

Regresan los héroes mudos a un hogar en ruinas
donde todo está en pie, pero bajo escombros,
todo parece igual, pero distinto,
salvo la pala que cava en la tierra
agujeros sin fondo,
salvo los estandartes orgullosos
que cuelgan de los balcones de ignorantes
y las sogas de canallas.

Tengo miedo, dicen los valientes
y asienten con los ojos cerrados,
los cobardes,
ante un ramo por hacer
de flores condenadas a morir.

Francisco Soto


viernes, 10 de noviembre de 2023

SENTIDO DE PERTENENCIA por MAICA BERMEJO MIRANDA



El sentido de pertenencia, según Andrea entiende, es lo que da seguridad, lo que convierte a los humanos en alguien distinto de los otros seres que pueblan este mundo. Es la razón la que hace al hombre plantearse y ser consciente de tales cuestiones.

En su corto o largo, pequeño o grande, simple o complejo raciocinio, sabe que le gusta vincularse. Le gusta pertenecer a alguien, a algún lugar, a algún rincón, a algún país, a algún círculo. Se siente bien cuando los demás piensan que forma parte de ellos, que les pertenece de alguna manera.

La libertad, según ella entiende, consiste en ser uno mismo junto con los otros. La libertad es complicidad, armonía, sustancia, raíz. Por eso a Andrea le gusta, quiere y necesita pertenecer, saber que es necesaria, que para alguien es esencial su presencia. Eso no la lastra ni le provoca sensación de agobio. Todo lo contrario, tener esa certeza le da una base desde donde proyectarse y alcanzar cotas que de otro modo serían impensables.

Lo demás le suena a apártate que me estorbas. A preconizo tu libertad porque necesito la mía. A quiero estar contigo cuando me interese, no cuando nos interese a los dos.

Le suena a quiero hacer lo que a mí me dé la gana cuando yo quiera. Tú me sirves para lo que me sirves y el resto, lo que tu necesites, quieras o apetezcas, no me importa.

“Libre te quiero, ni mía, ni de nadie, ni tuya siquiera” le canta susurrando en el oído Claudio como argumento para defender su punto de vista en una de esas interminables charlas de madrugada, donde contrastan ideas y pareceres.

Es una buena manera de intentar camuflar el egoísmo-egocentrismo. A Andrea eso no le vale. Simplemente esa no pertenencia la haría infeliz.

Como ella lo entiende, no ser suya, ni de nadie, es una condena a la más absoluta de las soledades. ¿Qué seríamos si ni siquiera, al menos, fuéramos de nosotros?

La libertad, al menos para ella, no está reñida con el sentido de pertenencia. A Andrea le gusta pertenecer. Pertenecer a alguien, a algún rincón, a algún círculo, a algún país, a algún lugar. Sin ese sentido de pertenencia su vida no tiene sentido.

La libertad, querido mío – le murmura al oído- es otra cosa. Al menos, para mí. Mañana seguimos, hoy se ha hecho muy tarde.

Después de un adiós estremecido por el inicio de un bostezo, desliza el dedo sobre el icono del teléfono en rojo y el silencio invade la estancia.

Maica Bermejo Miranda,
del blog Al Sur de los tambores.


jueves, 2 de noviembre de 2023

EL HIJO DE UNA ESTRELLA por TOMÁS SOLER BORJA



La Garbo, Rita Hayworth, el glorioso Hollywood de los cincuenta. A miles de kilómetros y decenas de años, sentado en familia, frente a la vieja televisión Anglo en blanco y negro, veía a aquellas mujeres: su belleza, su presencia, ese aire cosmopolita y mirando a mi alrededor, a lo largo y ancho de mi pequeño mundo, únicamente mamá parecía a la altura. El glamour de mi madre no tenía nada que envidiar a las divas del celuloide, al menos para mí, su hijo pequeño.
Pero ellas fumaban y mamá no.
Por no oírme más, por pesado, por amor a ese hijo malico que no se le despegaba ni a sol ni a sombra. Sí, por todo esto tuvo que ser (no lo dudes, yo lo sé, te lo estoy contando como lo siento), mamá, al fin, se compró un paquete de Fortuna; y junto a este, un mechero bien bonito. Y allí solos los dos, en aquella habitación deprimente y gris de pensión, en el mismo corazón del castizo barrio madrileño de Chamberí, con la ventana ligerísimamente abierta, mamá comenzó a fumar para mí, para que yo la viese encenderse los cigarrillos, darles caladas, echar el humo hacia arriba con un leve gesto de su cabeza...
Dios mío, qué clase tenía, me hacía sentir como el hijo de una estrella.
Pero no le gustaba fumar. Nada, que no había manera de que aquello le agradase. Hasta se le olvidaba que ahora era una mujer fumadora, y yo se lo tenía que recordar: <<Mamá, venga, fúmate un cigarrillo.>> No, evidentemente ese vicio (y en verdad ninguno, exceptuando, quizá, el café bien cargado, torrefacto, molido por ella misma para que conservara toda su esencia) iba con ella, y así me lo hizo saber tras un par de días y cuatro o cinco pitillos. Y yo, que tanto la quería y tantísimo la admiraba, tuve que resignarme: <<Está bien, mamá, también estás guapa, aunque no fumes.>>
Y de regreso a Águilas, ya en casa, mamá, abriendo su bolso, le dio el paquete de tabaco y el mechero a papá: <<Toma, Santy, no preguntes, un capricho de tu hijo, que nos ha salido así de peliculero.>>
Porque él sí fumaba. Y mucho. Y todo lo que fuera tabaco, prendiese y se le pusiera por delante: rubio, negro, puritos, con boquilla, hasta en pipa le he visto yo fumar. Una chimenea. Aunque sin tonterías. Sin postureo alguno. Mi Santos fumaba como un carretero. Capaz era de juntarse con dos o tres cigarros prendidos al unísono. En el comedor de su casa y en el puente de su barco. Porque lo dejaba un momento en el cenicero atestado de colillas, no se daba cuenta y se encendía otro. Papá se fumaba su tabaco, lo quemaba como auténtica paja. Un paquete. Dos al día. Tres no compraba, en la ilusión de que así fumaría menos. Y no conforme, luego, pasados los años, con la luz de mi Sexton brillando lejos, en el firmamento y en nuestra memoria, también se fumaba nuestros cigarrillos, los de sus tres hijos, igualmente fumadores desde la adolescencia.
Hasta que cerca de los sesenta se dejó de fumar. Y años después (treintañero entonces), yo también, como buen hijo.

Tomás Soler Borja