lunes, 31 de agosto de 2009

50 años de rocanrol


¡Zorionak, Enrique!

HANKOVER BLOG

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150.000

PROFILAXIS by Ángel González.


Te ví eligiendo
(cosas tuyas)
con esa inequívoca sonrisa
picarona
y yo corriendo
desaprensivo
recibiendo por todos lados.

Parece que ha pasado mucha tinta por nosotros, dentro de cada uno de nuestros cuerpos, categóricamente porosos, se ha colado como ha podido el sudor y los metales pesados de la contaminación. Transpiras y yo lo mismo, este mundo complejo hacia ese otro universo asimétrico

que hemos creado

rodando

y seamos cuerdos y cabales cuando necesitemos ser crueles, hacernos daño en base al uso del lenguaje, utilizando frases puntuales con las que tratemos de atarnos las alas

por si acaso
nos da por buscar, entre las sombras
esa inequívoca parte de nosotros
pendiendo de los labios.

Ángel González González, inédito.

http://angelgonzalezgonzalezpoeta.blogspot.com/

ODA A UN VIEJO VERDE O BUKOWSKI CON LA CAMISA POR FUERA by Julio César Álvarez.



Perdone Sr. Bukowski,
tiene algo entre los dientes.
Desde aquí parece que… tiene
el cuello enrojecido.
Creo que esta noche ha vuelto a quedarse dormido
sobre una botella, tiene marcas.
.
Siempre usa la cara con la que le dibujó Robert Crumb. Lleva barba, porque se le notan las marcas de acné juvenil. Creo que nunca ha conseguido olvidar que apenas follaba en aquella época, puede que por eso ahora le guste que le tomen fotografías con sus manos gordas en la entrepierna de alguna lectora devota (él, que tan bien sabe crear devotos y adictos a su alrededor).
.
El alcohol le quita todo el apetito. Si pudiese, habría matado febrilmente a Henry Miller cuando tuvo ocasión. Le hubiera vaciado el bar y arrojado todo, revuelto, en el asiento trasero de su coche. Es un viejo coche de segunda mano que hace tiempo no limpia. Ahora se arrepiente. Necesita bourbon para poder dormir y acercarse a sí mismo. Sabe que esto apenas durará y deja una botella semivacía al lado izquierdo de la cama.
.
Sr. Bukowski, ha vuelto a quedarse dormido sobre una botella,
tiene esas marcas en la piel.
Sr. Bukowski… ¿me escucha?

Julio César Álvarez
(Publicado en Azul Eléctrico nº4)
.
Ilustración by Robert Crumb.

MÚSICA PARA UN OUVEO: La Coruña & Vigo


jueves, 27 de agosto de 2009

HANKOVERLAND

Independent World
.

MORDISCO DE VUELTA by Ana Vega.


Si te abalanzas
sobre mí
como un lobo
sobre su presa,
yo
te
juro
que abandono
mi promesa
de mantenerme quieta
frente
al rápido
movimiento
de tus manos
sobre mi cuerpo.
Juro
que
olvido
de forma inmediata
la promesa definitiva
de permanecer
sellada,
de recordarte
como el animal
que me arrancó
el corazón
de un solo
mordisco.
Así que
no te acerques,
no me obligues
a derribarte
y atarte
a mi
cama
siempre
tan fría.

Ana Vega, inédito.

EL ÓXIDO by Alfonso Xen Rabanal.


la fisio, con una sonrisa, al oír los crujidos de mi cuerpo según me retuerce, me dice:
- estás oxi...
- no te cortes, anda -respondo-...
- bueno, pues eso: estás oxidado...

ya son treinta y cuatro sesiones de rehabilitación... y otras ocho que me ha mandado la médico hoy... y no se vislumbra solución si no es con una operación que me saje el brazo y el hombro... al menos, con eso me amenazan en la mutua... Lo único que veo al salir y pasear por este parque son las miradas de lujuria de viejos y no tan viejos, algunos con ojos trastornados, reflejo de sus pensamientos, seres socialmente aceptados, unos ya cumplieron con su parcela de miedos añadidos y ahora miran a las adolescentes, si hubiesen sido ellos mismos no necesitarían mirar ahora las piernas de unas niñas de ojos perdidos y estaciones adelantadas... los otros parece que sueñan con ayudas estatales... y ese que no se corta, tiene un parecido razonable con Woody Allen y está muy cerca de sacarse la polla, aún teniendo a un par de paisanas que miran a los pájaros sentadas en el mismo banco, y quizá por eso, me digo, mientras me retrotraigo a esa playa nudista de Asturias, no recuerdo su nombre, tenía un chiringuito y había que bajar a la cala por un camino de cabras, y según bajabas veías a paisanos detrás de unas escobas con unos prismáticos... cascándosela... eso se llama barrer para casa... y otros desde arriba, también con prismáticos, entre los chillidos de las gaviotas, a saber qué les decían, quizá que somos una raza degenerada, pero no por el desnudo, sino por las frustraciones que arrastramos, más de uno seguro que próceres en su pueblo, modelos de virtudes en su Banco, con sus empleados a los que explota, mejor sin papeles, para tirarles al mar si las diñan, nadie pregunta, construyen leyes, comportamientos ajenos, no rechistan por nada, llegan a viejos y se siguen masturbando, eso esperan, algunos pasan la frontera, la de su locura, siempre es lo mismo, todo se difumina y las niñas que juegan sentadas en un banco, pintándose las uñas de los pies, enseñando las piernas, provocan, sí, le provocan a sacarse la polla y seguro que se ríen...

... sí, estoy oxidado... pero de asco que me da esta sociedad de frustrados...

Alfonso Xen Rabanal, de Crónicas para decorar un vacío.

miércoles, 26 de agosto de 2009

LA CARRETERA MUERTA



He estado en Portugal de vacaciones unas semanas disfrutando de la playa y Lisboa, y al regresar me encuentro con noticias tan gratas como esta:

Gabriel Oca Fidalgo
y su Carretera Muerta
en el Diario de León.

Enhorabuena
y con 2 cojones 2,
my bro:

Entrevista Gabriel Oca Fidalgo Escritor

«La jerga del libro nos adentra de forma real en la droga»

El leonés Gabriel Oca narra sus vivencias, acaecidas durante la década de los ochenta, en el mundo de la drogadicción

06/08/2009 ángela gilabert león

El escritor novel, Gabriel Oca, ha publicado su primera obra La carretera muerta , una novela autobiográfica sobre su vida de drogadicto durante la década de los años ochenta. La trama se narra de forma «irónica y cómica, sin entonar -el pobre de mí», declaró el autor.

-¿El libro es totalmente autobiográfico o hay algo de ficción?

-Es totalmente autobiográfico aunque siempre se fabula un poco para la narración. En el libro escribo mis vivencias durante los años ochenta, cuando estaba metido en la heroína. Fue una época que se llevó por delante a mucha gente.

-¿Qué busca con este libro? ¿Dar a conocer el mundo de las drogas?

-Este es mi primer escrito publicado y, entre otras cosas, espero que sirva de plataforma para otros trabajos que he realizado. También es una manera de sacar a la luz de forma irónica y cómica lo que pasé. No quería entonar el «pobre de mí», por eso el libro no está enfocado de forma trágica. También estoy trabajando en otra novela autobiográfica y un libro de ficción.

-En la novela hay numerosas referencias literárias. ¿Qué escritores le han influenciado?

-Aunque parezca mentira ha sido El Víbora la publicación que más me ha influenciado. Incluso Almodovar llegó a decir que algún día este país debería agradecer a El Víbora todo lo que ha hecho por España. Los obras autobiográficas, como las de Celine, para mí también son un punto de referencia. Aunque no tenga mucha relación con mi libro, la literatura rusa también me gusta mucho.

-Habla de la gente que murió por las drogas, ¿Es un homenaje hacia ellos?

-Los nombres de algunas personas están cambiados, otros son los de verdad. Es una forma de recordarlos. Las drogas, sobre todo la heroína, fueron un toro de miura que en los ochenta se llevó a mucha gente por delante.

-¿Fue duro para usted recordar aquella época al escribir el libro?

-Realmente no más de lo que puede ser cualquier día. Por ejemplo, cuando hablas con un amigo siempre se vienen recuerdos a la memoria.

-En el libro utiliza un lenguaje que es casi una jerga. ¿Cree que es accesible a todo el mundo?

-Yo escribo como hablo, si digo «colorao» lo escribo tal cual. Cuando utilizo palabras que no todo el mundo puede comprender doy pistas para que se sobreentienda por el contexto. Es una novela que aquellos que estuvieron metidos en las drogas en la misma época comprenderían muy bien, pero no sé si se acercarán a él.

-Aunque suene a tópico, ¿De las drogas se puede salir?

-Sí, por supuesto. Es muy difícil. Realmente no hay nada que te lleve a ellas, los casos de drogadicción por una infancia complicada como por abusos o cosas parecidas son mínimos.

-¿Y usted cuando decidió dejar de consumir?

-No fue algo drástico. Fue casi por aburrimiento, pero siempre hay que estar con los ojos abiertos y tener cuidado. Las drogas siempre han formado parte del hombre, eran una forma de meditar en las religiones antiguas. El problema llegó cuando en occidente un camello se puso a venderla en una esquina. En los ochenta fue la heroína la gran lacra, el gobierno se puso las pilas y consiguió reducir de forma increíble el consumo de esta droga. Ahora el problema son otras sustancias, como la cocaína o las pastillas, pero como se venden en discotecas parece que no molesta igual que la heroína, que se veía su presencia claramente en las calles. Sinceramente, creo que la solución es la legalización.

http://diariodeleon.es/noticias/noticia.asp?pkid=469629


Solicita por correo La carretera muerta y otros títulos de la Editorial Eclipsados desde:

LA TUMBA ABIERTA DEL BORRACHO by Toño Benavides.


Hay una ciudad sobre la que nunca ha salido el sol cuyas calles siempre húmedas, duplican edificios viejos a lo largo de kilómetros de ladrillo.
Sus últimos barrios desembocan en una tierra de nadie donde las fábricas duermen un letargo de humo y fuego ahogado por el frío, un frío enfermo que ralentiza la muerte y el aliento.

Yo he visto cómo me llamaban, he oído cómo se quejaba el hierro envenenado por el tiempo y el agua, intentando liberarse de su encía obstinada.

Las paredes gimen a través de sus ventanas,

Cada cristal roto corroe las venas abiertas del sueño industrial.
Milagrosamente algunos resisten enteros tratando de ocultar su transparencia tras una antigua capa de suciedad melancólica.

Al pie de los edificios más viejos se extiende una intersección generadora de pequeños desechos y plantas que nadie encontrará en un jardín.

El borracho que cayó muerto lo sabe: el cemento y su infección de hierbas de plomo lo acogieron y ahora forma parte del suelo.
Nadie encontrará su esqueleto ni su reloj parado hace años, ni la botella que rodó discreta lejos de allí.

Este lugar sabe enterrar a los desesperados y no envidia el sol.

Ilustración y texto by Toño Benavides, de Paraíso (Eje Ediciones, 2009).

RESACA en La Estrella Nazarita.


Hankover es uno de esos descubrimientos que hago bloggeando por ahí. Se trata de otro de esos sitios donde uno va encontrando cosas que merece la pena leer e inmediatamente me los apunto...

http://laestrellanazarita.blogspot.com/2009/08/bloggeando-hankover-resaca.html

SIN TÍTULO: Trailer.


Hola a todos, os presentamos el tráiler del cortometraje Sin título
Como sabéis el estreno será el 25 de septiembre en Zamora (Multicines Zamora. Av. Víctor Gallego, 20. Zamora)
pero no descartéis nuevas sorpresas:
os mantendremos informados.

Gracias a todos.


martes, 25 de agosto de 2009

THE GARDEN OF DELIGHTS

LÁMPARAS by Julia D.Velázquez.

El aire las hace bailar

DESTINO SUDDER STREET by Mincho.


No quería tomar un taxi. Tailandia ya había sido suficiente para mi básica economía de subsistencia y no deseaba permitirme más lujos de momento. Además, aquella mañana ya había tenido que pagar un caro taxi para ir de Bangkok al aeropuerto. Debido a lo temprano de mi vuelo no había logrado encontrar un autobús que me hiciera mas económico el trayecto.
Calcuta estaba caluroso a aquella hora de la mañana. Yo me encontraba un tanto traspuesto por el madrugón y el viaje pero emocionado y feliz de volver a casa y de saludar con un gran “namaste” a “Mama India” y a todos los hermanos hindúes que me salieran al paso.
En India aprendí a no echar de menos a nada ni a nadie pero, curiosamente a partir de ese momento, comencé a echar de menos la India cada vez que me iba a otro país. ”Mama India”, mi gran apego. En India aprendí también lo que, con el tiempo, se había convertido en mi deporte favorito: dejarme llevar por el “Río de la Vida”.
A penas conocía Calcuta pero me sentía seguro, de regreso a mi territorio. Todo estaba bajo control aquí, pensaba, sabiendo que en este país siempre existe una posibilidad todavía mas barata de hacer las cosas.
-Cogeré un autobus y que la fortuna me vaya guiando-me decía sintiéndome acunado por las manos del destino-.Me dejaré llevar allá donde me transporte el viento, seré una pluma a merced de su soplido.
Pero la “pluma” no era demasiado ligera. Cargaba con una mochila, un bolso de mano, una guitarra recién adquirida en Bangkok y mi tabla, el instrumento de percusion hindú. Todo era llevadero excepto la tabla, que resultaba una carga extra dificil de soportar. Cien metros lisos caminando con la tabla y aquello se convertía en un tablón, en el madero de Jesucristo camino del tercer campo base del monte Everest.
Llegué como pude a la polvorienta calle donde se suponía que paraban los autobuses. Las indicaciones eran bien sencillas: coger un bus hasta una parada de metro, tomarlo y de ahí ir al centro para luego caminar diez minutos hasta Sudder street, la calle donde se alojaban todos los turistas de bajo presupuesto.
Tomé el primer autobús destartalado que quiso cargar conmigo, así funcionan las cosas cuando te pones en las manos del destino, y pregunté por la estación de metro. Nadie sabía nada sobre aquello. Lo único que logré sacar en claro era que no estaba permitido entrar en el metro con exceso de equipaje.
-Tranquilo-me dijo el condutor mientras esquivaba la enésima vaca sagrada-yo te llevaré a donde te tenga que llevar.
Al menos eso fue lo que pretendí intuir de su charla en bengalí, la lengua local. Así que bajé donde tenía que bajarme, que resultó ser la calle contigua a una estación de ferrocarril. El acceso estaba complicado, subiendo y bajando escaleras metálicas. No apto para personas con minusvalía física ni para porteadores de tabla al borde de la parálisis galopante. Ya en el andén pregunté resoplando a unos policías que sesteaban en un banco. Me miraron de arriba a abajo y me mandaron sin dudarlo de vuelta a las atestadas y apestadas calles de Calcuta. Escaleras arriba, escaleras abajo y ya fuera de la estación abordé a varios taxistas para tomar la directa a Sudder street y solucionar de una vez el problema. El precio de la carrera era elevado; más caro que si hubiera tomado el taxi directamente del aeropuerto. Definitivamente el bus me había alejado de mi destino final.
Sin fuerzas pero con determinación regresé por aquellas empinadas pasarelas. Las gotas de sudor ya me iban marcando el rastro. Saludé desde lejos de nuevo a los policías, como diciendo: Pues sí, por lo que sea estoy aquí otra vez. Qué pasa. Esta vez busqué a algún transeunte más despierto para que me diera la informacion que necesitaba. Se me erizó la piel. ¡La única posibilidad que me ofrecían era tomar un tren local! Recordé Bombay hacía un año, cuando había tomado por última vez uno de aquellos trenes del Infierno. En aquella ocasión había perdido una zapatilla además de los estribos y había prometido no volver a subir nunca más en ninguno de aquellos cacharros del holocausto judío reciclados de la Alemania Nazi.
Tragué saliva cuando lo vi llegar a lo lejos. El andén se había llenado de gente, de polvo y de calor. Tomé aire, agarré todo lo fuerte que pude mi pesada carga y me introduje en el tumulto de gente. Me dejé llevar por la multitud, que ahora empujaba y forcejeaba para hacerse un sitio en el interior de uno de los vagones. Sabía que la única posibilidad de éxito estaba en no oponer resistencia; ser solamente un pedazo más en aquel amasijo carnoso en el que nos habíamos convertido los que pretendiamos, a toda prisa, un hueco en aquel vagon de ganado. El tren salió pitando instantes después de haber parado y yo iba dentro. ¡Lo había conseguido! Ahora intentaba estirar el cuello para tomar una bocanada de aire y encontrar unos centímetros cúbicos donde posar el equipaje. Me ayudó un hombretón fornido y bigotudo, repartiendo unos empujones aquí y allá.
-¿De dónde eres, amigo?-Me preguntó moviendo el bigote.
-De España-le respondí tomando resuello, casi pegado a su pecho.
Terminó hablando de fútbol, entre el frenazo y la arrancada de cada parada. Que si Ronaldinho jugó en el Barcelona, que si hay que ver como estaba la liga este año ,que si Maradona habia venido a hacer un show televisivo a Calcuta. Mientras hablaba me iba imaginando a Maradona, Fidel Castro y la Madre Teresa de Calcuta representando un “Belén Viviente”para la televisión local. Debían de ser los delirios por la falta de oxígeno.
Salí de allí despedido y detras de mí, volando, todo mi equipaje. Respiré aliviado y bajé la mirada a mis pies. Estaba vivo y además ¡todavía tenía las chancletas! Con las últimas fuerzas salí de la estación buscando un taxi.
-¿Cuánto a Sudder street, hermano?
El tipo arqueó una ceja viendo venir el negocio del día. Era un hombre de piel y mirada oscura y brillante, bigote polvoriento, una frente sudorosa y amplia por la calvicie y una camiseta comida por las ratas que rezaba entre lamparones, en lo que antes fueran letras plateadas:"DOLCE E GABANNA".
-Trescientas rupias-me respondió sin bajar la ceja.
-Setenta-le rebatí sin tener idea de dónde me encontraba ni de lo lejos que podía quedar mi destino.
-Ciento cincuenta-tentó el taxista.
-Setenta y cinco-subí la apuesta.
-Ciento veinte.
-Ochenta.
-Ochenta, O.K -, dijo con un rictus solemne mientras bajaba la ceja cerrando el trato.
El tipo cargó mis bártulos en el maletero de su abollado taxi y lo cerró con un candado. Entré al fin victorioso en el auto. El diseño interior de moqueta polvorienta de piel de leopardo parecía salido de una película de Almodovar. Desenfundé mi recién estrenada guitarra y me puse a canturrear "victoria" con una rumba gitana. Cuando terminé todavía no habíamos arrancado.
-¿Nos vamos?-Le pregunté.
-No, tenemos que esperar a llenar el taxi.
-¡¡¿Cómo que qué?!!
-Sí, mira, el precio mínimo para llevarte a Sudder street es ciento veinte rupias; si pagas ochenta tienes que compartir el viaje-Me dijo convencido.
-¡¡Pero tú me dijiste que ochenta!!
-Sí, sí, ochenta pero compartiendo el viaje ¿entiendes?
Salí del coche dispuesto a no perder más el tiempo con aquel bucanero de carretera secundaria pero me encontré con el grueso candado cerrando el maletero.
-¡Abre el maletero! ¡Me voy a otro taxi!
-Espera a que venga alguien para compartir el viaje y te lo dejo en ochenta.
Asombrosamente me quedaban fuerzas y lucidez para tomar distancia y no dejarme envolver por la situación. Seguía en manos del destino y este todavía me quería mostrar algo.
Cogí papel y bolígrafo y con toda tranquilidad anoté el número de la matrícula.
-Abre el maletero o voy a buscar a la policía, hermano.
El raptor de mi equipaje pareció no inmutarse.
-Venga, no te pongas así-me dijo condescendiente-. Te lo dejo en cien, ¿O.K?
-¡¡Ochenta!!
-No, hombre, ya te dije que ciento vente era el precio mínimo por hacerte el viaje a ti solo, pero te lo dejo en cien. ¿Me has comprendido...?
Los puntos suspensivos al final de la frase significaban "inbécil", no me cabía la menor duda. Un crujido seco en el pecho ,seguido de un metafórico humo saliendo por mis orejas me anunció que me estaba acercando a la línea roja de "no retorno". Por fortuna tenía una pareja de policías salvadores a sólo unos metros de allí. Estos dormitaban aún más que los de la estación anterior. Me hice el enojado.
-¡Señores policías, aquel taxista me ha cogido el equipaje y no me lo quiere devolver!
Medio sonámbulo, medio molesto por tener que trabajar a aquellas intempestivas horas del mediodía, uno de los agentes levantó con pereza la mano y llamó al orden al taxista. El tipo se acercó con parsimonia, intercambió unas palabras amistosas en bengalí y luego se dirigió a mí como si nada.
-Asunto arreglado-me dijo cordialmente-. Nos vamos.
Mientras tanto los policías me hacían un cordial gesto de "vete de aquí de una puñetera vez."
-Bueno-comenté al taxista mientras regresábamos al coche-. ¿Entonces, ochenta rupias?
-No, no-dijo volviendo a arquear la ceja-. Como ya te expliqué ciento veinte es el precio mínimo, pero te lo dejo en cien.
Definitivamente, pensé, la policía de este país sirve para bien poco.
-¡¡Que me des mi equipaje de una maldita vez !! ¡¡ Quiero mi equipaje !!
Empecé a gritar desconsolado esperando que alguien, quizá algún Dios compasivo de aquel país, se apiadara de mí.
-¡Bueno, bueno, cómo te pones! Venga, te lo dejo en noventa.
El desconsuelo se me fue igual que había venido. Claramente aquel tipo me estaba toreando pero el duendecillo de la ecuanimidad me estaba susurrando al oído que no era tan mal precio y que, al fin y al cabo, media derrota era igual que media victoria.
-¿Todos los taxistas de calcuta son así de ladrones, hermano?-Le pregunté mientras hacíamos por fin el trayecto.
-Cántame una canción-. Me respondió con sorna.
Tomé la guitarra y le canté aquella del Fari: "Conductor,amigo conductor, la senda es peligrosa..."
Sudder Street estaba a tan sólo unas cuadras de distancia. Probablemente el precio real de la carrera era la mitad de lo que iba a pagar. Cuando al fin llegamos y recuperé mi mochila, saqué un billete de cien rupias. Rebusqué en el fondo del bolsillo por si encontraba algo de calderilla ¡¡Maldición, no llevaba dinero suelto!!
Le entregué el billete a sabiendas de que todavía me quedaba una última batalla.
-Mírame a los ojos-le dije- ¡Como no me des las diez rupias de la vuelta te juro por todos los Dioses de la India que te pongo una denuncia!
Los dos supimos que aquella frase no estaba en el guión de la obra teatral. Que aquello era cierto y venía de algún lugar ignoto situado entre mis vísceras.
-Pero ya sabes que el precio min...
-¡¡No hay peros!!
Su ceja cayó de golpe, a mí me pareció que para siempre. Por primera vez, aquel bandolero de guante blanco vestido por la alta costura italiana, parecía darse por vencido. Cuando el billete de diez rupias apareció al fin en escena, todo se desvaneció alrededor, todo perdió color y consistencia. Tomé el billete en mi mano, como un preciado tesoro, y lo observé una larga fracción de segundo con todo detenimiento. Fue entonces cuando el rostro de Mahatma Gandi, retratado en aquel papel moneda, pareció girarse hacia mí. Me miró unos segundos y acentuando su hermosa sonrisa de padre espiritual de toda India, me guiñó un ojo. Cambié el billete de mano y se lo devolví al taxista tal como había venido.
-Toma hermano, la propina.

Mincho, relato inédito.

lunes, 24 de agosto de 2009

VISIONES DE CRUMB

Heroes of Blues

MF by Lluis Pons Mora.


Los sanitarios, los operarios,
los camareros, las secretarias,
los mecánicos, los obreros,
las prostitutas y los administrativos,
son material fungible.

Los alicates, los cacahuetes, las espinacas,
el tequila, las balas y los ventiladores,
también lo son.

Prácticamente todo:
las excusas, las promesas, las sandalias,
los toros, y los estados aunque menos;
todo, todos, somos material fungible.

Lo único que no parece ser perecedero
es el hondo espíritu del egoísmo,
del poder y la codicia de cada gobernante,
y nuestra firme convicción
de las necesidades más necias.

Eso a un lado de la vida.
Al otro lo demás, lo contrario, si quieres.
En lucha constante, quizás,
en derrota asequible, como todo aquello
que se ha de romper o debe morir.
Material fungible.


Lluis Pons Mora, inédito.

domingo, 23 de agosto de 2009

SUNDAY HANKOVER

Hell's Bells
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MI CABEZA ES EL PLOMO QUE PESA by Aleqs Garrigóz.


Mi cabeza es el plomo que pesa,
acostumbrado estoy a perderla en cada declive.
Es la rueda que desciende en cada cuesta,
la piedra alucinada rodando la colina
para caer entre los pies del fango
e internarse en el matemático corazón de la tiniebla
donde tiene su origen la noche,
donde la muerte muerde la ubre y se desarrolla
con el mudo rumor del cáncer, de la duda.

Resplandecen con algún brillo mortecino
algunos guijarros en su interior, que se astillan
y se quiebran en las paredes lisas
entretenidas en inmovilizar al mismísimo frío
sin dejarlo salir: algunas ideas que tuve y me condenan,
que pesaron en mí lo que el cemento pesa.

Mi cabeza es el peso que cae y que cae


Aleqs Garrigóz (México), poema inédito.
Ilustración by Velpister.

sábado, 22 de agosto de 2009

RUSS MEYER'S WORLD

AMANECER by Silvia D. Chica.


abandonar mis pies y mis piernas,
abandonar mis manos, mis brazos,
abandonar mi vientre triste y mis pechos llenos
abandonar mi desengaño, mi desilusión,
mi cariño y mi fe
abandonar mi fuerza, mi pasión y mis esperanzas,
abandonar mi garganta dura, mis ojos hinchados,
mis sienes y mis delirios,
abandonarme a la madre tierra,
inmóvil, sin fuerza,
y sentir el vacío en una noche de lluvia de estrellas
lágrimas que caen del cielo oscuro.
girar de lado,
abrir los ojos,
inspirar,
ponerme en pie,
empezar el día.


Photo & Poem by Silvia D. Chica, del blog La Tierra Pura.

viernes, 21 de agosto de 2009

SATAN'S GIRL

From Hell with Love
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HISTORIA UNIVERSAL DE LOS HOMBRES-GATO. Josu Arteaga (Prólogo)


Así se titula la primera novela que ha firmado Josu Arteaga y para la que he escrito el prólogo, y bien a gusto. Aún no tiene editor, y espero que no le cueste mucho encontrarlo (no debería). Para los impacientes, el cuento de Josu que aparece en Resaca/Hank over (Caballo de Troya, 2008), 'La lengua de los gatos', es el origen de toda esta salvajada. Y este es el prólogo. Patxi Irurzun.

LIBRE Y SALVAJE

Un libro como este solo podía haberlo escrito uno de ellos: un hombre gato. Un espíritu libre y salvaje. Un piel roja. Un tipo curioso, como es Josu Arteaga.

La curiosidad es para que los que creen de verdad en la vida: para los que se pasean orgullosos como príncipes por los tejados y por los callejones; para los que roban a zarpazos en los platos de los estómagos agradecidos; para los que se revuelven cuando intentan ponerle el cascabel; en definitiva, para los que se defienden como gatos panza arriba y están dispuestos a morir siete veces (y a levantarse otras tantas). Para ellos. Para los demás solo hay una vida y a veces ni siquiera eso, solo un simulacro de vida.

En Olariz, el pueblo en el que transcurre esta novela, lo saben muy bien: la vida es violencia, dolor, soledad… La vida es muerte. El ronroneo de ese cadáver que todos arrastramos dentro de nuestro cuerpo y que un día despertará.

De todas todas.

Y en mitad de ese via crucis, claro, la vida también es el milagro de un huevo de dos yemas para untar un currusco de felicidad. Y las vidas que no vivimos, que querríamos vivir, eso también es la vida, quizás la vida auténtica, algo que también saben, lo saben muy bien, los hombres y las mujeres-gato de Olariz: un gato despanzurrado en mitad de la autopista o fusilado a perdigonazos es solo un gato muerto, no va a resucitar; no, los gatos no tienen siete vidas por eso, sino porque pasan las dos terceras partes de su vida soñando.

El libro, además, arranca bien, con un gran título: Historia universal de los hombres-gato. Oláriz, es solo un pueblico de Navarra, en el que el espacio y tiempo reales están desdibujados, y sin embargo ese territorio mítico e imaginario alberga el mundo entero, convertido en una bolsa de basura, que Josu Artega, que es un tipo curioso, desgarra con sus uñas como escalpelos de hombre-gato, dejando al descubierto vísceras, manos amputadas despojos humanos… La elección del medio rural en Navarra, a pesar de ese afán universal – o precisamente por él- no es aleatoria, Josu opta –creo- a conciencia por un escenario tradicionalmente poblado por furtivos sin otro licencia de caza que el hambre, por contrabandistas, por chivatos, por chaqueteros, por chiquiteros, por gente que calla y por gente a la que obligan a callar o decir lo que otros quieren oír, por asesinos en el nombre de dios y asesinos que matan envueltos en una bandera… Un escenario sobre el que perdura el odio y el enfrentamiento, el rencor, las carlistadas, la guerra civil… Un escenario, en suma, perfecto para abrir en canal cuerpos y existencias a las que hacer la autopsia de la condición humana, que al final es la misma en Oláriz que en Sillycon Valley.

Hay además -creo- en la elección de un mundo rural, un deseo de huir de ese simulacro en que se pretende convertir la vida en las sociedades urbanas y tecnológicas, en donde casi todo viene en un envoltorio (donde casi todo es, solo, envoltorio), o a través de medios de comunicación, privados o públicos, que evitan la exposición directa, el contacto humano, que para no enfrentarse a la muerte han convertido en muertos a los vivos, los han despojado de la capacidad de pensar, de juzgar, de sentir por sí mismos; frente a ello Josu Arteaga se echa al monte, se tumba sobre la tierra, decide mirar de frente, palpar y escribir con la sangre derramada sobre ella a lo largo de siglos, en una suerte de neotremendismo (pienso ahora, también en La cruz de barro, de Miguel Ángel Mala) que tiene algo de mágico (el mundo rural, en realidad, tampoco es ya como en Oláriz o como en Garmaz, los personajes de estos libros parecen más bien fantasmas enviando burbujas desde pueblos sumergidos).

Un neotremendismo, pues, rural y mágico que, intuyo, puede convertirse curiosamente en una alternativa a una fórmula narrativa, el realismo urbano y sucio, quizás ya agotada y sobre todo inofensiva (de hecho, uno de los cuentos que componen este libro, alrededor en realidad del que se gestó, fue el ganador de un concurso literario llamado Hijos de Satanás, que era un homenaje a un autor desde luego nada rural, como Bukowski).

Pero todo eso ya es pura elucubración –o tal vez, como dirían en Olariz, echar las cartas con mano de cuto- , así que os dejo ya con Historia universal de los hombres-gato, que como señalaba antes, arranca bien y –anticipo- acaba a arañazo limpio. Eso sí, antes los lectores tendrán que atravesar la plaza, los montes, las simas de Olariz, entrar a sus casas y chabisques, subirse a sus tejados y bajar a revolcarse en el barro de sus calles. Es fácil. Lo único que hace falta es un poco de curiosidad.

Patxi Irurzun (Zarraluki, 19 de agosto de 2009)

jueves, 20 de agosto de 2009

ICE IN THE SUN

Status Quo 68
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CRISIS, WHAT CRISIS por Vicente Muñoz Álvarez.


Crisis

crisis

qué

crisis...

Reconozco que soy un outsider, un rebelde, un antisistema, un francotirador solitario que apenas lee periódicos, que jamás ve la tele, que vive en las nubes, que no se identifica con nada ni nadie, que va a su aire, que escribe desde las entrañas y lee...

Sobre todo que lee.

Porque esa es, por encima incluso de la propia escritura, mi verdadera pasión.

Y lo curioso es que frecuento ahora más bien poco las librerías. No precísamente debido a la crisis (un libro cuesta menos que una merienda, no nos engañemos), sino porque hubo un tiempo en mi vida en que compré tantos libros, cientos, miles de libros, que todavía hoy, años después, aún no he tenido materialmente tiempo para poder leer.

Y ahí están. Esperándome. Buscando la oportunidad y el lugar y el momento adecuado...

Todos esos libros en depósito en mis estanterías y todos los que, invariablemente, me llegan cada semana a casa, a diario a veces, de compañeros, conocidos, escritores noveles, colaboradores de blogs y amigos... Libros de los que, por otra parte, debo dar de alguna manera cuenta mediante comentarios, reseñas o críticas.

Frecuento más bien poco ahora las librerías por todo lo expuesto, pero soy ya por méritos propios una especie de librería ambulante: regalo libros, míos y de mis colegas del gremio, mi casa está petada de libros, el salón, el dormitorio, el despacho, la cocina y el pasillo y el baño, vendo y firmo libros en mis lecturas, compro libros en las de mis amigos, recomiendo y reseño libros...

Libros

libros

libros...

Es verano y es agosto en la Tierra.

Mañana salgo con mi chica rumbo a Lisboa, unos días por las playas agrestes del Alentejo y luego Lisboa...

Y me llevo en la furgoneta una maleta llena de libros: Loser de David González, No hay camino al paraíso, de Javier Das y José Ángel Barrueco, Guerra de Identidad, de Déborah Vukusic, El colibrí Blanco, de Esteban Gutiérrez Gómez, Elogio del proxeneta, de Luis Miguel Rabanal, La cámara de Niebla, de Alfonso Xen Rabanal, Azken Bala, de Hasier Larretxea, y algunos otros más...

Es agosto y dicen que estamos en crisis y salgo a la calle y está llena de gente y los bares ebullen y todos frivolizan y se divierten e intentan a toda costa olvidar...

Es verano y un libro, un buen libro, es la mejor inversión y aventura en la que podamos embarcarnos durante las vacaciones.

Y el mejor remedio, sin duda, para evadirnos del mundo y combatir la tensión de esta crisis.


Vicente Muñoz Álvarez



LUGARES COMUNES by Octavio Gómez Milián.


Para Ana Muñoz


Ana escruta el cielo,
busca a los ángeles de uñas negras
mientras la borrasca de las azoteas
se deshace como angostura en el vaso.
Quiero decirle que su mirada
es la cuerda que me une al mundo.

Pero entonces todo se detiene.
De pronto.

Me aproximo a ella
y permanezco separado el espacio justo
de una respiración calmada.
Todo está detenido.

Todo es mármol sobre La Gota.
Sencillo.
Esperas mis manos en tu espalda
y sólo sientes el avanzar metódico
de lo que los comercios llaman tarde.
Sola.

Contempla los párpados pesados
de la ciudad, arrastrados.
Emprendo el vuelo.
Al final
sólo importan las distancias.


Octavio Gómez Milián, de Lugares Comunes (inédito).

miércoles, 19 de agosto de 2009

CUATRO POEMAS DE 'SOLDADOS', de GUSTAVO CASO ROSENDI


TRINCHERA

Comenzamos cavando como si
fuera nuestra propia tumba
Pero cuando el cielo escupía fuego
nos dábamos cuenta
que era un buen hogar
después de todo

TREGUA

Arrodillado como si rezara
tiraba hacia la noche
No pude saber si era enemigo
Creo que él tampoco cuando me vio
arrastrándome como una culebra
Ambos omitimos pronunciar
una palabra que aclare la cosa

(No siempre hablando se entiende la gente)

MAOL-MHIN

Era terriblemente bello
mirar en pleno bombardeo
la suavidad con que caían
los copos de la nieve


CUANDO CAYÓ EL SOLDADO VOJKOVIC

Cuando cayó el soldado Vojkovic
dejó de vivir el papá de Vojkovic
y la mamá de Vojkovic y la hermana
También la novia que tejía
y destejía desolaciones de lana
y los hijos que nunca
llegaron a tener
Los tíos los abuelos los primos
los primos segundos
y el cuñado y los sobrinos
a los que Vojkovic regalaba chocolates
y algunos vecinos y unos pocos
amigos de Vojkovic y Colita el perro
y un compañero de la primaria
que Vojkovic tenía medio olvidado
y hasta el almacenero
a quien Vojkovic
le compraba la yerba
cuando estaba de guardia

Cuando cayó el soldado Vojkovic
cayeron todas las hojas de la cuadra
todos los gorriones todas las persianas



Hace algún tiempo Gustavo Caso Rosendi, poeta argentino, me envió por email su poemario 'Soldados', en el que refleja su experiencia como combatiente en las Malvinas. Un poemario que escupe horrorizado en la cara de la guerra y que me impresionó. Lo envié a algunas editoriales españolas y ninguna mostró interés por él. Por suerte, el lunes pasado Gustavo me escribió pidiéndome mi dirección para enviarme un ejemplar físico de Soldados. En la red se puede leer el prólogo y descargar un PDF del libro, al que se han dedicado además varios artículos y estudios críticos. P.

martes, 18 de agosto de 2009

AMANECE QUE NO ES POCO: FAULKNER

Un cuento de Carlos Salem en 'Público'


El pasado domingo en el diario Público pudimos leer el cuento de Carlos Salem Cada verano la llevo a ver el mar, con la ilustración de Olaf Ladousse. Como Carlos dice en su blog

"el link para la versión electrónica es este, pero por asuntos de tipografía o algo así, en la web el cuento sale sin guiones de diálogo".

Así que también, mejor, podéis leerlo en su blog "El huevo izquierdo del talento".

lunes, 17 de agosto de 2009

DOS POEMAS DE 'CARTA ESCRITA CON UN MUÑÓN'


QUISIERA UN  HIJO

(PERO  QUE  SEA  TRANSGÉNICO)


Los  niños  transgénicos  tienen  tres  pulmones

uno  para  el  cáncer

y  dos  para  el dióxido  de  carbono

Los  niños  transgénicos  ríen  y  juegan

pero  lloran

cuando  les  pinchas  la  pelota

Los  niños  transgénicos  nunca  se  envenenan

o  casi  nunca

por  más  mercurio  que  reabsorba  su  cuerpo

Y  se  meten  por  los  túneles

de  las  centrales  nucleares  abandonadas

sin  que  se  les  caiga  el  pelo.

 

LA BALA ES MÁS RÁPIDA QUE LA VISTA. 

LO DIJO GILA EN EL LIBRO DE QUEJAS.

 

Y cuando te das cuenta

resulta que has sido testigo de tu propio fusilamiento

a lo largo de la vida

(o más bien en un latir del corazón)

Y después caes en la fosa común de la nada

como si tal cosa


Carta escrita con un muñón (anónimo) se puede descargar en Manual de lecturas rápidas para la supervivencia 

ME GUSTA SER UNA ZORRA (LAS VULPESS)

domingo, 16 de agosto de 2009

ESTELA DE PABLO ANTOÑANA. Miguel Sánchez-Ostiz


ESTE está siendo un año de muertes que de una forma o de otra me afectan, alguna de ellas mucho. Esta mañana, hace un rato, me han avisado de que ha muerto Pablo Antoñana, a quien siempre he tenido por un gran escritor, en tiempos fáciles y difíciles, un escritor sin la suerte y el reconocimiento que se merecía, pero poseedor de un mundo literario propio, hondo, poderoso, muy suyo (aunque para explicarlo se haya recurrido de manera poco arriesgada a Faulkner y a Benet), expresado con un prosa intensa, de léxico muy rico y de un lirismo y un poder de evocación único; y una capacidad de dar voz a los sin voz, a los perdedores de todas las guerras y de todas las aventuras. En su obra se advierte una envidiable identidad entre su mundo literario y su mundo interior, que se fue ensombreciendo con los años, los reveses, las puertas cerradas, aunque los nubarrones quedaran rotos de cuando en cuando por el destello de un humor feroz y a la vez entrañable.


En los años sesenta y setenta, sus colaboraciones dominicales en el periódico navarro de los infames (Carmen Baroja dixit), eran un ejemplo de calidad literaria y una de mis lecturas favoritas. Recortaba entonces aquellos artículos de la larga serie “Las tierras y los hombres”, que ahora he repasado y he rescatado ese que habla de él, cuando era un hombre joven.


Recuerdo con emoción el día que me lo presentaron, en una librería de Pamplona ya desaparecida, y el regalo que me hicieron: un ejemplar de No estamos solos (1963). No era fácil encontrar sus obras de entonces El sumario, El aguilucho, El capitán Cassou o La cuerda rota (finalista del Nadal de 1962), que tardaría años en publicarse.


A Antoñana le precedía el prestigio, la fama de apartamiento (forzoso: era secretario de ayuntamiento) y la existencia de una obra que, al margen de los artículos, resultaba fantasmal hasta que Txema Aranaz, de Pamiela, empezó a editar su obra en los primeros ochenta. Pablo Antoñana, al margen de autor de páginas literarias memorables, con carlistas o sin carlistas de por medio, con requetés y falanges del 36, con pólvora, tierra, furia, perdedores, aventureros, ha sido, ante todo, un hombre decente, que en tiempos de desvergüenza equivale a un título, leal a sus propias ideas, irreductible, inconformista, cuando el ejercer de tal le costaba el favor de los poderosos de turno; un escritor independiente, enraizado de manera profunda en una tierra, la navarra, de enconadas y a veces feroces banderías, que sabía que el precio de la independencia era la soledad.


Fue tratado de manera injusta, poco generosa, y alguno de sus libros, como Noticias de la tercera guerra carlista, no le trajeron más que sinsabores. Su independencia molestaba. Molestaba a los triunfadores de chichinabo, a los columnistas del marujeo bobo madrileño que le negaron expresamente su apoyo a la candidatura del Premio Príncipe de Viana de la Cultura, a la gentelmundolacultura, a los modernos, a los jolderlines forales que nunca escribieron ni escribirán ni una línea, a quienes viven en le mejor de los mundos posibles porque si aplaudes, cobras... Molestaba. Su presencia, sus viñetas, sus crónicas menudas de una tierra en la que no gustan los disidentes, molestaban o cuando menos afeaban el paisaje.


Antoñana se tomó muy en serio su oficio de escritor. Ahí están conferencias como Escritor tierra, de 1977, y esa joya de Memoria, divagación, periodismo (1996). Sabía de qué hablaba cuando escribía Relato cruento, una gran novela breve en torno a episodios de barbarie de la tercera guerra carlista y de la que él llamaba la cuarta, la del 36.


Hoy, Pablo Antoñana, de gris, camisa blanca sin corbata, con su boina y uno de sus últimos libros entre las manos, el titulado de manera muy hermosa Escrito en silencio, ya ido, humilde y elegante en las formas y alentado en sus páginas por el legítimo orgullo de quien cree mucho en lo que hace, me ha recordado un jinete de verdad solitario a quien solo la muerte ha sido capaz de desmontar, caballero en un mundo de tramposos, que deja el regalo de una obra literaria cuyo viaje, más de cuarenta años después de haberme asomado por primera vez a ella, vale la pena. Ha envejecido bien.

sábado, 15 de agosto de 2009

MUÑEQUITA LINDA. Patxi Irurzun


Puede que os parezca raro que yo, una muñeca de plástico, os cuente esta historia.
- Las muñecas no tienen vida - diréis, y quizás sea cierto, porque nosotras no tenemos una sola vida, sino varias.
La primera vez que nacimos, las quinientillizas, fue en una fábrica de Tailandia. Nos dieron a luz varios patojos con los deditos lo suficientemente diminutos para alojar en el interior de nuestros cuerpos estilizados esos corazones a pilas que hacen palpitar la canción que nos convierte en especiales: “muñequita linda, de cabellos de oro…”. Éramos una serie única de quinientas muñecas, pintadas a mano, con cabello natural recogido en las peluquerías más selectas de Estocolmo.
Pronto tuve que separarme de mis hermanas. A algunas las enviaron a palacios de Europa, o a formar parte de las colecciones privadas de sultanes con la piel de bronce… Mi destino fue la mansión de un General en Ciudad de Guatemala donde nací por segunda vez. La hija del General me bautizó como su enemiga, pues allá sólo había sitio para una princesa. El primer día me aplastó el corazón cien veces, hasta que mi canción dejó de sonar.
- Papito, la Muñequita Linda se rompió - dijo, pero como su papá había pagado demasiado dinero por mi consideró que, incluso muda, continuaba siendo bella. El General , una vez que nos quedamos a solas, me contó que le recordaba a una prostituta de alto standing, con la que se acostó en una cumbre del Estado Mayor del Ejército.
Al día siguiente la patoja cortó mis cabellos de oro.
- Papito, a la Muñequita Linda se le cayó el pelo, es fea, no la quiero.
Entonces fue el propio General quien me arrojó al cubo de la basura. Allí comenzó mi tercera vida. Por la mañana las palas de un camión de recogida me degollaron, separándome de mi primer y escultural cuerpo.
Durante aquel viaje lloré como lloramos las muñecas, hacia dentro, mientras continuamos sonriendo. Fue allí también, entre la inmundicia, donde descubrí por primera vez la amistad y la solidaridad. Fideos, mondaduras de limón, gusanos, se ofrecieron amablemente a sustituir mis cabellos de oro, insertándose en los poros de plástico que había dejado al descubierto aquella patoja caprichosa.
Nos llevaron a un vertedero. Allí pasé los días más felices de todas mis vidas, pero he de reconocer que entonces al llegar, me asusté. Nos voltearon violentamente desde el camión a una ladera y al caer se levantó un olor pegajoso, que se te introducía dentro, como el aliento de un dios enfermo, como un animalito que estiraba de tus entrañas, las retorcía, se pegaba a ellas, hasta acabar convertido en tu propia respiración. Aunque no veía nada, sepultada entre toneladas de basura, pude oír las voces de gentes que peleaban por botellas de cristal, llantas, latas de refrescos… Fue allí también donde escuché por primera vez el batir de las alas de los zopilotes, pero entonces creí que era algo que se fracturaba para siempre dentro de mí.
De todas maneras no tardé demasiado en adaptarme a la vida del basurero. Aprendí a moverme por los túneles subterráneos que abrían burbujas de gases tóxicos, y aunque me esforcé jamás encontré la entrada a ninguno que me condujera a ese cielo de la basura que allá, dicen, se encuentra en el centro de la tierra.
Fue un colibrí atrapado en una botella de Coca-Cola quien me lo contó.
- Nosotros, los seres de la basura, hemos dejado de buscar el paraíso en el cielo. Cuando todavía era capaz de volar -continuó- intenté elevarme cientos de veces, pero sobre la ciudad flotaba una nube que deposita un vapor ácido y debilitaba mis alas y desde lo alto un sol machetero intentaba herirme a través de agujeros en la capa de ozono. Ahora sé que debo esperar a descomponerme poco a poco, hasta convertirme en jugo lixiviado y que sólo entonces me filtraré a través de la tierra y llegaré allá donde nos aguarda nuestro verdadero paraíso.
Algunos decían que aquel colibrí se había vuelto loco, encerrado en su botella, desde donde miraba el mundo a través de su propio cristal, que sólo era un poeta chiflado que llamaba a los condones usados torbellinos de semillas muertas, y a las latas viejas y oxidadas corazones picoteados por la viruela del amor, pero a mí me gustaba creer en aquel edén subterráneo que él imaginaba, en aquella especie de huevo agazapado que aguardaba a que este mundo se pudriera para aflorar como otro mejor y más justo, en el que no hubiera patojos con deditos diminutos convertidos en herramientas de trabajo ni caprichosas muñequitas de carne que aplastaban con los suyos corazones, aunque fueran a pilas.
Otras veces, sin embargo, llegaban al vertedero nuevos camiones, y había avalanchas de basura que me impulsaban a la superficie, más cerca del cielo contaminado del que hablaba el colibrí-burbuja que de aquel paraíso que yo buscaba en el centro de la tierra. Una vez incluso vendí uno de los gusanos de mi pelo a un zopilote a cambio de que me llevara con él, sobrevolando la ciudad.
- Yo soy un zopilote famosísimo. He salido en Galavisión, junto a la niña inválida - se dio aires, pero finalmente accedió.
Conforme cobrábamos altura quienes buscaban basura se iban reduciendo al tamaño de hormiguitas. Después le pedí al zope que pasara sobre la mansión del General y lo hizo, y entonces vi que allí, en el jardín, el General y sus hijos eran igual de insignificantes.
Regresamos al basurero y pocos días después comenzó mi, hasta el momento, última vida. Una patoja, muy parecida a aquellos que me dieron a luz la primera vez, me encontró durmiendo sobre un lecho de flores marchitas. Ella se pegaba su corazoncito roto respirando cola dentro de una bolsa, pero sus ojos ausentes se alegraron al verme. Me cambió por unos quetzales en una tiendecita oscura en la que volví a encontrarme con una de mis quinientas hermanas.
Emocionadas nos contamos nuestras desventuras. Después me explicó qué era aquel lugar: una especie de hospital, en el que nos recomponían con otros trozos de muñecas recogidos del basurero. Fue de esa manera como dejé de ser sólo una cabecita pelona.
Ahora en lugar de un corazón a pilas tengo decenas de cicatrices de hilo. Mi cuerpo, con las canillas zambas, ya no es tan esbelto como en mi primera vida, allá en Tailandia. Han sustituido las mondaduras de limón, los fideos y los gusanos de mis cabellos de oro por una tosca lana amarilla.
Y a pesar de todo, desde este escaparate en el que me han colocado, me siento la muñequita más linda del mundo. Lo noto en los ojos de los patojos que me miran al pasar, me señalan y estiran de las mangas de sus papás. Y sueño con que algún día uno de ellos entre y me lleve hasta una covachita en la que, por primera vez en todas mis vidas, alguien me querrá.


Cuento incluido en el libro de fotos El árbol del zope (Joseba Zabalza), sobre el vertedero de Ciudad de Guatemala

.

ADORO LOS CONTENEDORES. Yolanda Saénz de Tejada.


Adoro los contenedores

llenos de limpia

basura…


Cuando era pequeña

y vivía encerrada

dentro de este cuerpo

(aún sin amueblar),

tú me llevabas

de excursión,

a los contenedores

de la ciudad.


Hija,

seguro que hoy

encontramos

un tesoro…


Así tuvimos

mesa de pin-pong

(llegué a ser la mejor

en el colegio)

y una camarera

de servir,

cuando nadie la tenía

en el comedor.


Aún resiste

a la muerte,

la mesa gris

de televisión

y la lámpara

(de cristal teñido)

que alumbra

la nostalgia

del salón.


Y a mí me daba

¡tanta vergüenza!

que algún vecino

nos viera volver

con el coche lleno

de trastos viejos,

por renacer...


Anoche salíde copas.

Al volver

conducía Ana,

mi hermana mayor.


Y le dije,

suplicando,

que quería una ruta

por los misteriosos

contenedores

de la ciudad,

por favor.

Cosas nuevas en mi vida. Pedro Juan Gutiérrez



ESA mañana, temprano, en el buzón, sobresalía una tarjeta rosada, de Mark Pawson, de Londres. Con grandes letras había escrito: «5 June 1993 some bastard stole the front wheel of my bicycle.» Hacía un año y aún le molestaba aquel incidente. Recordé aquel pequeño club cerca del apartamento de Mark, donde cada noche Rodolfo se desnudaba y hacía un baile muy erótico, mientras yo lanzaba una extraña música trópico-aleatoria con unos bongoes, cascabeles, sonidos guturales, y todo lo que se me ocurría. Nos divertíamos, tomábamos cerveza gratis, y nos pagaban 25 libras por noche. Ojalá hubiera durado más. Pero Rodolfo era un negro muy solicitado y se fue a Liverpool a enseñar danza moderna. Yo me quedé sin dinero y estuve viviendo en casa de Mark hasta que me aburrí y regresé.
Ahora me entrenaba para no tomar nada en serio. Un hombre puede cometer muchos errores pequeños. Y no tiene importancia. Pero si los errores son grandes y pesan sobre su vida, lo único que puede hacer es no tomarse en serio. Sólo así evita sufrir. El sufrimiento prolongado puede ser mortal.
Pegué la postal detrás de la puerta, puse un cassette con «Snake Rag», de Armstrong, y se me alegró el corazón y dejé de pensar. La música no me deja pensar. Pero este jazz, además, me alegra y me hace bailar solo. Desayuné una taza de té, cagué, leí unos poemas homosexuales de Allen Ginsberg, y me asombré con «Sphincter» y con «Personals ad». I hope my good old asshole holds out. Pero no me pude asombrar mucho tiempo porque llegaron dos amigos, muy jóvenes, a preguntarme si sería buena idea tirar una balsa al mar por el cabo de San Antonio y llegar a cabo Catoche, o si es mejor salir por el norte directo a Miami. Eran los días del éxodo, en el verano del 94. Una amiga me había dicho el día antes por teléfono: «Se van todos los hombres y los jóvenes. Oh, será un problema para nosotras. » No era así totalmente. Se quedaba mucha gente incapaz de vivir demasiado lejos, a pesar de todo.
Bueno, he navegado un poco el Golfo y sé que es una trampa. Los convencí con el mapa en la mano para que no escaparan a México. Y bajé con ellos a ver su gran balsa para seis personas. Era un tinglado de madera y sogas sobre tres neumáticos de avión. Llevarían linterna, brújula y luces de bengala. Les deseé suerte y salí con mi bicicleta a dar una vuelta. Compré unas tajadas de melón. Fui hasta la casa de mi ex mujer. Ahora somos buenos amigos. Así nos va mejor. Ella no estaba. Comí un poco de melón y dejé los restos por allí. Me gusta dejar huellas. Puse en el frío las tajadas que quedaron y me fui rápido. En ese sitio fui demasiado feliz durante dos años. No es bueno estar ahí solo.
Cerca vive Margarita. Hacía tiempo que no nos veíamos. Cuando llegué estaba lavando y sudaba. Se alegró y fue a bañarse. Éramos novios furtivos –no me hagan caso, de algún modo tengo que decirlo– hacía casi veinte años y cuando nos vemos primero templamos y después conversamos muy relajados. Así que no la dejé bañarse. Le quité la ropa y le pasé la lengua por todas partes. Ella hizo lo mismo: me quitó la ropa y me pasó la lengua por todas partes. Yo también estaba muy sudado de tanta bicicleta y tanto sol. Se estaba reponiendo y engordaba. Ya no estaba demacrada. De nuevo tenía las nalgas duras, redondas y sólidas a pesar de sus cuarenta y seis años. Los negros son así. Llenos de fibras, y músculos, con muy poca grasa, y una piel limpia, sin granos. Oh, no resistí la tentación y, después de un buen rato jugando con ella, ya había tenido tres orgasmos, se la metí por el culo. Muy despacio, bien mojada con los líquidos de su vagina. Poco a poco. Metiendo y sacando y masturbándole el clítoris con mi mano. Ella rabiaba de dolor, pero me pedía más y más. Mordía la almohada, pero retrocedía el culo y me pedía que se la metiera hasta el tronco. Es fabulosa esa mujer. Ninguna disfruta más que ella. Así estuvimos unidos mucho rato. Cuando se la saqué estaba embarrada de mierda, y ella se asqueó. Yo no. Yo tenía el cínico alerta, nunca dormía. Es que el sexo no es para gente escrupulosa. El sexo es un intercambio de líquidos, de fluidos, saliva, aliento y olores fuertes, orina, semen, mierda, sudor, microbios, bacterias. O no es. Si sólo es ternura y espiritualidad etérea entonces se queda en una parodia estéril de lo que pudo ser. Nada. Nos dimos una ducha y quedamos listos para un café y para conversar un rato. Ella quería que la acompañara a El Rincón. Tenía que cumplir una promesa a San Lázaro y me pedía que la acompañara al día siguiente. En realidad me lo pidió con tanto cariño que acepté. Eso es lo maravilloso de la mujer cubana –debe haber muchas otras igual, tal vez en América, en Asia– es tan cariñosa que nunca puedes decir no cuando te piden algo. No es así con las europeas. Las europeas son tan secas que te dan todas las posibilidades para decirles ¡NO! Y quedarte a gusto.
Después regresé a casa. Ya la tarde estaba refrescando. Tenía hambre. Claro, sólo tenía un té, una tajada de melón y un café en el estómago. En la casa me comí un pedazo de pan con otro té. Ya me estaba acostumbrando a muchas cosas nuevas en mi vida. Me estaba acostumbrando a la miseria. A tomarlo todo como viniera. Me entrenaba en abandonar el rigor, o no sobreviviría. Siempre viví carente de algo. Desasosegado, queriendo todo a la vez, luchando rigurosamente por algo más. Estaba aprendiendo a no tenerlo todo a la vez. A vivir casi sin nada. De lo contrario seguiría con mi visión trágica de la vida. Por eso ahora la miseria no me hacía mucho daño.
Entonces me llamó Luisa. Venía a estar conmigo el fin de semana. Y Luisa es una mujer adorable. Tal vez demasiado joven para mí. Pero no importa. Nada importa. Empezó a llover y a tronar, con un viento de ciclón y una humedad terrible. Es así en el Caribe. Hay sol y de pronto empieza el aire y la lluvia y uno está en medio del huracán. Me hacía falta un poco de ron, pero no había forma de conseguirlo. Yo tenía algún dinero pero no había nada que comprar. Me acosté a dormir. Estaba sudado y las sábanas sucias, pero me gusta mi olor a sudor y suciedad. Me excita olerme a mí mismo. Y Luisa estaba al llegar. Creo que me quedé dormido. Si el viento arreciaba más y arrancaba las planchas de fibrocemento del techo me daba igual. Nada importa.
De 'Trilogía sucia de La Habana'
Para leer más cuentos, poesías, ver fotos o escribir a Pedro Juan (¡y contesta!): www.pedrojuangutierrez.com