La publicación de Golpes, ficciones de la crueldad social, hay que recibirla con parabienes. Voy a tratar de explicar las razones. Este libro es un conjunto de cuentos. Pero además es una propuesta de discusión estética, algo que no es muy habitual en nuestro país. (Excepto en el terreno de la poesía: en castellano, con los poetas de la diferencia y los poetas de la experiencia; y en catalán, con el grupo de los “imparables”). El título es Golpes, pero tal vez habría que hacer hincapié en su subtítulo: Ficciones de la crueldad social. Y aquí es donde precisamente empieza la discusión. Digamos antes que el prólogo, en donde se consigna toda una declaración de principios, está firmado por Eloy Fernández Porta, sumándose el nombre de Vicente Muñoz Álvarez para la compilación. Los autores de los cuentos compilados son: Óscar Aíbar, Chus Fernández, Juan Francisco Ferré, David González, Salvador Gutiérrez Solís, Patxi Irurzum, Hernán Migoya, Vicente Muñoz Álvarez y Manuel Vilas. No deja de ser también un indicio de poética el título del prólogo de Fernández Porta: Golpe por golpe. El género realista ante el fin del simulacro. Y aún más ilustrativo de por donde van los tiros es el epígrafe que se utiliza, un fragmento de un cuento de J. G. Ballard que no le voy a ahorrar al lector: “De más está decir que, en mi opinión, debería haber más sexo y violencia en la televisión, y no menos. Ambos son poderosos catalizadores del cambio social, en momentos en que se necesita desesperadamente un cambio”. No creo que haga falta, pero por si acaso, disculpar al gran Ballard por unas palabras que él nunca suscribiría. No habría más que leer sus premonitorias novelas como Crash y Rascacielos para entender sus provocadores procedimientos novelísticos y sus metáforas expresionistas en aras de un inequívoco compromiso ético.La teoría general del prólogo es que lo que alienta a estos autores no es “un realismo de costumbres, ni de programa: es una caída en lo real”. El prologuista abunda en la idea de que el realismo toca a su fin, como representación y como simulacro de la realidad. La discusión está servida. ¿Era acaso Teresa Ranquin, del gran Zola, una novela de realismo de costumbres, suponiendo, ahora que lo pienso, que esta categoría fuese posible? ¿No estaban condenados a lo real sus personajes? ¿Y a la crueldad, menos que los personajes de los cuentos que recoge este libro? Eloy Fernández Porta no tiene palabras demasiado amables para con los integrantes del realismo sucio norteamericano. Gente blanda, como si dijera. Toda la fuerza y la lacerante aspereza que tienen los cuentos reunidos en este libro están en su superficie, en lo “real”, que diría el prologuista. No digo que estas piezas sean superficiales. Nada más lejos. Digo que ha sido desterrada la idea, tal vez algo romántica para sus autores, de metáfora, de espesor, de sentido. Hay mensajes, pero no sentido. La física cuántica, la economía política y el psicoanálisis nos enseñaron que la realidad no es la que vemos. Carver, al que se cita a menudo en este libro, no se conformó con dejar empantanados a sus personajes en lo real, hizo por ellos un enorme esfuerzo de concentración poética y representación realista para encontrar en esa gente valores humanos que trascendieran su pobre existencia, que no es el caso de los cuentos que aquí tratamos. La calidad literaria de estos relatos es correcta, algunos más interesantes que otros, ademá de coherente con los postulados que apunté. Pero por sobre toda otra consideración, se agradece un volumen donde ha gentes con ganas de polemizar sobre una materia en la que parece que amén de la indolencia no haya nada màs que aportar.J.
Ernesto Ayala-Dip. Babelia, el País, 10 de julio de 2004.
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