No hay padres en absoluto, sólo hay criminales como procreadores de nuevos seres, que actúan contra esos seres procreados por ellos, con toda su insensatez y embrutecimiento, y en esa criminalidad son apoyados por los gobiernos, que no están interesados en un ser humano ilustrado y, por tanto, realmente concorde con su época, porque, como es natural, ese ser es contrario a sus fines, y por eso millares de millones de débiles mentales producen una y otra vez y probablemente producirán todavía durante decenas de años y, posiblemente, durante centenas de años, una y ota vez, millones y millares de millones de débiles mentales...
El recién nacido se ve, desde el instante mismo de su nacimiento, a merced de progenitores que son padres idiotizados y no ilustrados y, ya desde el primer instante, es convertido por esos progenitores que son sus padres, idiotizados y no ilustrados, en un ser igualmente idiotizado y no ilustrado, ese proceso monstruoso e increíble se ha convertido, en los cientos de años y miles de años de la sociedad humana, en costumbre, y la sociedad se ha acostumbrado a esa costumbre y no piensa en absoluto en dejar esa costumbre, al contrario, esa costumbre se intensifica cada vez más y ha llegado a su apogeo en nuestra época, porque en ninguna época se han hecho seres humanos y millones y millares de millones de seres humanos como población mundial de una forma más irreflexiva y más vil y más abyecta y más insolente que en la nuestra, aunque la socidad sabe desde hace tiempo que ese proceso, que es una infamia mundial, si no se interrumpe, significará el fin de la sociedad humana. Pero las cabezas ilustradas no ilustran, y la sociedad humana, eso es seguro, se aniquila.
Thomas Bernhard, El origen. Traducción de Miguel Sáenz (Anagrama, 1994).
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