En el bar donde desayuno
hay tipos con la cara curtida
y las manos encalladas
que beben alcohol a las diez de la mañana
y que miran el mundo con desconfianza.
Trabajan en el polígono,
todos se conocen
y saben de la vida de los otros.
De mí no saben nada.
Un día, le dije al camarero que escribía poemas.
Yo también, me dijo
señalando el menú de tostadas
escrito en la pizarra.
Todos se rieron.
Disimulé,
pero me sentí pequeño.
Fue un bofetón sutil,
un baño de humildad después de tanto "like",
tanto jabón
y tanta hostia.
Antonio Javier Fuentes Soria
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