ESENCIA DE LA DECADENCIA
Artistas descalzos en su total decadencia
intentando erigirse en una torre de marfil
y acariciar las divinidades de nuestro tiempo,
tal vez tocar a Dios,
amparados en la música
que sembrarán a lo largo y ancho de esta gran esfera,
en el mundo de la carne,
el de la vida.
Jardineros que creen en la posibilidad,
tal vez remota,
de que los desiertos se rindan a la floración,
de que al otro lado haya alguien escuchando. Un mundo
complejo de esfuerzos
que podrían pasar por inútiles.
El arte de crear arte
camina en paralelo con la capacidad de fracasar:
el artista está suscrito al fracaso,
estigma en su esencia que le acompaña a su pesar,
que a veces confunde,
y vanagloria,
elevando la decadencia,
como un guiño al virtuosismo de la derrota.
Mientras siga sonando, la obra pervive, el artista sobrevive
y el arte persiste.
En esa dimensión se hallan los zumbidos de cada manifestación
que conforman el mítico río de la belleza.
«In omnia paratus».
Es la vida
y así está escrito.
LA ESPERANZA ES DEL HOMBRE
Desesperado,
lleva consumidos cuarenta crudos inviernos
y está agotado tras otras doce horas de trabajo.
Pero aún no tiene sueño
o al menos no quiere dormir,
porque dormir
es echar a perder la poca libertad que aún le queda.
En un cuarto desbordado,
ebrio de vino barato
y con la vigésima quinta sinfonía de Mozart
sonando en una radio que no sintoniza del todo,
aporrea con todas sus fuerzas,
aporrea enloquecido
una vieja máquina de escribir.
Sus dedos
son martillos que golpean un yunque.
Cada pulsación es un rugido,
verso a verso
construye su música.
No son poemas, es una vida.
Es su sangre la que está impresa en cada hoja sucia.
Hojas que condensan toda su historia.
Las amontona y las envía una y otra vez.
Gracias a Dios,
la esperanza es del hombre,
redime al hombre,
y acumula cartas de rechazo,
lágrimas y derrotas a partes iguales,
aunque tal vez, aún no sea demasiado tarde,
no, mientras
siga golpeando las teclas de su vieja máquina de escribir
no, mientras su corazón siga latiendo
y cada noche,
una gota de esperanza
siga alimentando su espíritu.
Rubén Jiménez Triguero, de Incierta belleza del viento (Salamanquesa Ediciones, 2024)
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