El día que descubrí a Bukowski flipé en colores. Y fue también en la biblioteca pública de Águilas (aunque en distinto emplazamiento físico), en la que conocí, bastantes años antes, igualmente alucinando en colores y estéreo, a su hermana de leche alcohólica: aquella bibliotecaria de mi niñez con un genio endiablado que se perfumaba por dentro y por fuera (lingotazos al gaznate, goticas de los dedos al cuello) dándole juego a la botella de ginebra que nunca faltaba en el cajón de su escritorio. La recuerdo sentada ahí, con cara de mártir, de maríadolores total, más blanca que la luna: firme, envarada, vigilante, acechando con la mirada transitoriamente miope a quien osaba alzar un mínimo la voz entre los anaqueles repletos de títulos que no siempre nos dejaba coger. <<A ver, tú, coñazo de crío, qué haces ahí. Deja ya de trastear que esos libros no son para ti>>. Y servidor, junto a otros cuantos chavales, sentados en aquellos viejos sofás que había alrededor de su escritorio, con un Tintín o un Astérix y Obélix entre las manos, leyendo, a la par que escondiéndonos de sus miradas oblicuas en busca del primer imprudente al que descargar su ira de borracha. <<Largo de aquí, impertinente, sinvergüenza, esto no son Los Ángeles de California>>, decía sin despeinarse en cuanto el detector de decibelios de su finísimo oído superaba el umbral que la hacía saltar con todo el odio de una caja de bombas despertada de su letargo oscuro. Podría creerse que esto es un relato que me estoy inventando. Pensadlo así los que queráis. También hay quien opina que Bukowski no sería como él mismo se retrata en sus escritos de viejo indecente. Jajaja. Sin duda, esta bibliotecaria que en paz descanse, emparentada de teta, y puede que hasta de sangre, con malditos del pasado, y figuras de museo del presente (ojo, no digo meapilas), tampoco hizo que aborreciese el pasarme tardes enteras a su vera leyendo de gratis. Ella fue la precursora de colarme sutilmente el realismo sucio en mi vena lectora. Vivirla fue de mis primeras novelas del género. Cierto que no la única. Qué espectáculo de mujer. Borracha y malaleche. Auténtica sin importarle la opinión ajena. Y aunque parezca increíble, con presencia de señora en todo momento, manteniendo a raya cualquier salida de tono en su pequeño mundo de guardiana del pertinente silencio lector.
Tomás Soler Borja
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