miércoles, 15 de enero de 2025

DEL FONDO: Epílogo por Pablo Malmierca.




DESDE EL FONDO

Querido lector, si tus pasos te han llevado hasta este epílogo habrás descubierto que como decía Dante "el camino al paraíso comienza en el infierno". Pero a diferencia de Dante, Vicente Muñoz Álvarez hace el camino inverso desde lo conocido, y a través de un viaje alucinatorio iniciado junto al predicador, nuestro hombre comienza a disolverse en la búsqueda de un nuevo ser.

Este descenso alucinatorio hacia el infierno personal se vuelve tangible si volvemos nuestros ojos hacia las ilustraciones de Andrés Casciani, el magistral empleo del blanco y negro con figuras que en todo momento se van diluyendo a nuestra vista, que se van transformando en otro cuerpo que en ningún momento llegamos a vislumbrar. En la palabra y en la imagen el mundo se deshace hacia formas muchas veces conocidas, predomina lo antropomórfico sobre cualquier otra referencia, pero siempre disolviéndose, transformándose, envuelto en un aura de oscuridad que otorga una personalidad propia al infierno personal que nos muestra Vicente, aunque este infierno se encuentre en la propia cabeza del personaje principal.

Poesía narrativa que como ya indiqué participa de los principios dantescos del infierno, del viaje iniciático, aunque aquí más alucinatorio que intelectual. No hay que olvidar que una de las ediciones más completas de La divina comedia es la que aparece ilustrada por los grabados de Gustav Doré. Como habrá podido comprobar el lector tras terminar el viaje inducido por Vicente y Andrés, la simbiosis ha sido perfecta y muchas veces cuesta pensar qué fue antes, si la ilustración o la palabra. Se convierten así en un perfecto nuevo cuerpo que como el texto o la imagen se va transformando ante los ojos atónitos del espectador.

Es fundamental cómo la carne es lo único que queda, el alma desaparece y es esa carnalidad la que define al hombre. Jorge Fernández Gonzalo, en su ensayo La muerte de Acteón, publicado por Eutelequia en el año 2011, se plantea en la primera página la siguiente pregunta: "¿es posible escribir el cuerpo, decirlo, hablar sobre él, o toda palabra está destinada a componerlo mediante una violencia y una elaboración, a fundarlo al mismo tiempo que se corrompe?". Si has llegado hasta aquí sabrás que la respuesta que nos ofrece Del fondo nada tiene que ver con planteamientos filosóficos, para Vicente la respuesta está en Yillmora, el lugar de los antepasados, y por paradójico que parezca el cuerpo se renombra a través del recuerdo. ¿Paraíso perdido o Tierra prometida? A estas alturas, querido lector, ya sabrás la respuesta: el infierno se ha convertido en teleología pura, el descenso simplemente es eso, oscuridad, profundidad, desgarramiento, no hay salvación; la huida, la metamorfosis, el renacimiento en una nueva raza. No hay salvación, solo supervivencia. Una nueva raza adaptada a unas nuevas condiciones de vida.

Un hábitat cambiante, deformado. No es solo el cuerpo el que cambia, los túneles sufren una metamorfosis continua, enloquece el entorno, enloquecen los cuerpos. Mundo en continua mutación, solo el perseguidor es invariable, la tenia que devora los cuerpos se mantiene, el mal no cambia, los hombres sufren el estrés en su propia carne, en su propia concepción del mundo.

La nueva raza pierde toda su humanidad, pero curiosamente hacia una animalidad simbionte con el ambiente, el túnel es la conciencia de este nuevo renacer. Pero renacer significaría salir de nuevo a la luz, el único habitante de la luz ha fallecido, el predicador que nos ofreció la salvación nos ha condenado a un estado de perpetua oscuridad. El laberinto es su propio fin, la luz una entelequia que existe en la mente, el sufrimiento, el horror, serán la realidad absoluta. Aunque la esperanza nunca se ha perdido. Y es aquí donde aparece uno de los recursos más recurrentes en la obra de Vicente Muñoz Álvarez: la antítesis, que en esta obra se convierte en motor, como tantas otras veces, de su creación. Nuestro viajero no es más que la reproducción de una dicotomía a nivel estructural: la realidad oscura, dura, recién parida del pensamiento de Lovecraft o del mismo Aleister Crowley aparece opuesta a la promesa futura del predicador, el regreso a Yillmora donde lo mítico se mezcla con el disfrute de la carnalidad. Y es este el punto crucial de Del fondo: una crítica a todo intelectualismo que trate de oponerse al sensualismo. La negación del cuerpo lleva a las peores letrinas del alma, a los abismos más insoldables, rechazar la carnalidad, la renuncia al carpe diem, solo puede llevarnos a engendrar un nuevo cuerpo sufriente, doliente, al más puro estilo de los santos martirizados. Yillmora es nada más que una idea en la mente de los habitantes del túnel, y mientras tanto el laberinto, su hábitat, fagocita de tal manera sus cuerpos y sus mentes que acaban olvidándose de lo que eran: pura vida.

Y es aquí donde se despliega Del fondo como una alegoría al más puro estilo del realismo especulativo. Vivimos presos de las promesas de un predicador que nos engaña y manipula para que estemos donde quiere que habitemos, el inframundo, donde convertidos en una nueva raza, al más puro estilo lovecraftiano, intentamos sobrevivir mientras no somos más que las piezas de un puzzle controlado por el coleccionista. Estamos ante la gran metáfora del mundo moderno, vivimos controlados por los medios de masas, el mainstream ha conseguido cercenar la realidad de nuestro cuerpo, nuestro sensualismo, en pos de meras quimeras dibujadas en nuestra mente por la publicidad, por una realidad filtrada por internet y la televisión. Nos hemos convertido en meros prisioneros de las expectativas que nos inyectan día a día en nuestras mentes. Estamos siendo bombardeados continuamente por imágenes de felicidad que nos impelen a vivir fuera de nosotros mismos, en pos de una quimera inexistente. Renegamos de nosotros mismos, de nuestro cuerpo, y acabamos siendo atrapados por enfermedades que cada vez tienen más su origen en la somatización de nuestro entorno: el túnel se convierte en nosotros mismos, o ¿éramos nosotros los que nos convertíamos en el laberinto inmundo?; los límites se difuminan al igual que se difumina el cuerpo y se convierte en otra cosa, en una abominación que trata de expulsarse de sí mismo hacia fuera, hacia la promesa de otro mundo, de otro cuerpo que ya no es vida, simplemente huida y resurrección, en este caso en corrupción del propio ser, como de forma tan precisa ha sabido captar Andrés Casciani.

Querido lector, quizá llegados a este punto debamos alejarnos de nuevo, el túnel me llama, no puedo evitar que me controle, la verdad no nos es permitida a los habitantes del inframundo.

Pablo Malmierca

Segunda edición a la venta en Underdog Ventures:


Booktrailer:


martes, 14 de enero de 2025

LUGARES por NURIA VIUDA



Las explanadas susurran su lamento.
Aire de todos para poder recogerse en lo inútil, en lo bárbaro, en lo aleatorio que se desprende desde ese lugar ambiguo, para que nos envuelva en su nocturnidad programada a golpe de cielos estrellados.
De cielos como pantanos infinitos a punto de desplomarse sobre todo lo que aún repira.
De desplomarse sobre tu inocencia o tu inexactitud de ave migrante.
De ave que se queja y disiente.
De ave a cualquier precio, a cualquier hora, que quiere volar a un lugar azul oscuro, casi azul marino, pero menos.

Nuria Viuda García 


lunes, 13 de enero de 2025

CINCO POEMAS de TOMÁS RIVERO





ATRAVIESA EL MIEDO 

Que el día se lleve
una sílaba enorme
una gota de luz
la voz de la luna
 
mis ojos y mi lengua
pero tú ven
atraviesa el miedo

las arenas

este páramo gris
lamido por las sombras.

Seres sordos se llaman
se nombran sin palabras
 
se reconocen

a destiempo van reuniéndose
invaden las plazas.

En la fecha acordada
regresan los amantes

de la noche.


ECONÓMICO EXCESO

Se prudente en el exceso
y de mi semen toma lo preciso,
una gota justa
que se pliegue a tu curva.
No consumas de mí lo innecesario.
Egoísta en el agotamiento,
no pongas derroche en mi escasez;
fíjate en las flores,
el vuelo de las aves,
el curso del agua,
cómo todo se acomoda
a su necesidad de tiempo.
Toma lo preciso que nos mantenga
en la abundancia disipada
de los que se aman pródigos.


PÉRDIDA

He perdido el libro de instrucciones
los consejos recibidos
las lecciones de besos y arrumacos
y no sé amar más allá
de lo que me dicta mi antiquísima
memoria de reptil
y un leve regusto manual
que los hedonistas llaman habilidad
para el másturbo placer del solitario.


ESTIGMA 

Accede el nido a la nieve
se abre roto
recoge en ella la llama blanca
de irisadas plumas ardiendo.
Se mece la luz fría
en el ojo glacial del pájaro.
En el nido queda una mancha
una huida olvidada
del pájaro inacabado.


POÉTICA

A veces nos equivocamos,
en la caja de herramientas
ni un solo clavo torcido.


Tomás Rivero


domingo, 12 de enero de 2025

POÉTICA DEL DERRUMBE por JULIA ROIG



La poesía sale de mis ojos, así, fragmentaria, proyectando lo inesperado, acumulando las reliquias de lo que fuimos, pero mis raíces se siguen curvando, buscando la humedad, porque soy sed y mis ojos se vuelven hacia el sol que me inunda de luz y me abandona en una constante de fuego y frío, fuego y frío. Paz o amor. Remonto y broto. Sigo naciendo. Huesos de leche. Noches sin frío. La lluvia y el frenesí. Es tanta la poética del derrumbe que prefiero vaciarme de ruinas y descampados y que todo sean jardines de misterio, frondosos y alucinados. Que el mapa del ocaso se traza solo. Con voz de montaña, antojos de miel y planes de caos. Me desollé el corazón con la invención del nuevo mundo y el gemido de las aves. Demasiado agua, demasiado amor. Braille poroso del deseo, alma todopoderosa, dónde tu calavera, dónde tu contorno, tu cervix, tu borrachera en el holocausto de lo mundano, que por abreviar el fuego, alma, te descompones y ahuyentas lo felino y lo alado?

Julia Roig 


sábado, 11 de enero de 2025

CINCO POEMAS de JAVIER VAYÁ ALBERT




OJALÁ ESTE POEMA

Ojalá este poema
te estallara en mitad
de las venas.
Se derramara
como río desbordado
entre tus piernas.
Ojalá te provocara
una mísera revolución
de minuto y medio
al menos.
Ojalá este poema
fuera tu charco
de la infancia,
tu puño en alto,
la caída de la estatua,
de la lágrima,
la carcajada
por qué no la carcajada.
Ojalá este poema
no fuera otro espacio más
entre dos silencios.
Ojalá este poema
fuera Rosebud el retrato
de los Dorian Grey
de pacotilla la conciencia
abandonada del fascista.
Ojalá anduviera
a la altura del vértigo
volara a ras tras del suelo.
Ojalá este poema
te inoculara una erección
de amor o rabia.
Ojalá se te cayera a trozos,
te alzara los ojos.
Ojalá bendijera
tu maldición
y la abanderara.
Ojalá este poema sí,
pero este poema no
este poema no
este poema no
este poema tampoco
va a salvarnos
a ti de ti, supuesto lector
a mí de mí,
supuesto poeta.


TRIBUTO, ARISTA, HERIDA

Mi abuelo sujetaba
una azada en la mano
y una tos en la garganta.
Mi único homenaje
fue encender un cigarro
clandestino en el balcón
donde desciende duende
una estrella-murcielago.
Todas las Maggie Cassidy
del mundo esperándonos
tomando té helado
en los porches nevados
de un tiempo roto.
Todos
los vagabundos Viridiana
asaltando los palacios
de invierno con dientes
de metal pesado.
Aroma a café y coñac
en una esquina pervertida
de un deslucido sueño
donde mi padre tenía
el aspecto de Michael Caine
y se preocupaba por nosotros.
Solo importa
que siempre exista la arista
que me corte.
Contra la opinión mayoritaria
las heridas de vida
duelen infinitamente más
que las heridas de muerte.


PLEGARIA NÚMERO 13

Qué nos libra y defiende
del animal y la propina.
Así de nefasto es el alimento
que nos conmueve y delimita.
Así nos liba el duende
que por dentro nos asesina.
¿Callarán los desiertos mi nombre?
¿Remitirán los dragones
de mi garganta?
Si hay un dios aquí que se muestre.
En el ajuar de los pobres
las guirnaldas son caídos dientes,
hay un horizonte lechoso
de perlas fumigadas.
El ocre olor de la muerte
se filtra por las cañerías de la vida
abriéndose paso
entre la enfermedad y la herida.
Eyacula la esperanza
sobre el labio suspendido
del final del día, y danza su semen
en la plegaria:
Oh señora de los mártires
Oh virgen de los malditos
atraviesa con tu luz marmórea
la mazmorra impía de mis venas.
El escándalo es hijo del escrutinio.
Me cambié de acera
cuando os vi lamer calles
en inexplicables ciudades de láudano.
Os contemplé esnifando
estrellas muertas boca arriba
moviendo estúpidamente sus patas
como vulgares cucarachas.
Te estoy hablando
del alma jorobada de las moscas.
De seres húmedos cobijados
en tierra yerma.
Te estoy hablando a ti que estás muerto.
Tan campante y muerto.
Tan muerto en el país de la muerte.
Tan muerto como estáis todos.
Yo soy el único fantasma vivo.
Si hay un dios aquí que se muestre.
Traigo en mi mano la quijada
y echada está nuestra suerte.


LAS PLAYAS DE DICIEMBRE

Mira las playas de diciembre.
Puedes aprender mucho de ellas.
Del olvido
de su plateada indolencia,
de sus olas condenadas
a lamer la arena
un día tras otro y otro más.
De la luz sucia
reflejada en cobalto,
de las rocas,
que seguirán ahí
cuando los turistas
no sean ni memoria.
La naturaleza es sabia
y fiera y permanece.
Mira las playas de diciembre.
¿Qué son esas aves negras silenciosas,
enormes como augurios de viejas?
Como si las gaviotas
hubieran abandonado
su disfraz de blanca
pureza estival.
Mira cómo planean
hambrientas el agua,
la facilidad
en cobrarse alguna pieza.
Igual que a ti
te pasará cualquier día
si se te ocurre asomar
la cabeza a la superficie,
si intentas vislumbrar
qué hay más allá del fondo.
Alguien te devorará
de inmediato.
Mira las playas en diciembre,
puedes escuchar alguna verdad importante
si atiendes a su sordo
rumor de carcajada.
Ante nuestra condición
efímera y fugaz,
de marionetas tiradas
por hilos tan débiles
como las algas que vienen
a morir a esta orilla.


ESPANTAPÁJAROS

Una bandada de pájaros
ha venido a posarse
sobre el primer verso
de este poema.

No tengo
ni la más remota idea
de a qué clase pertenecen.
Lo único que sé al respecto
es
que una bandada de pájaros
descansa
en el primer verso de este poema.

Lo que convierte
al resto de versos,
al resto del poema
y por consiguiente
a mí mismo
irremediablemente
en
espantapájaros.


Javier Vayá Albert


jueves, 9 de enero de 2025

TESTAMENTO por ÓSCAR ALONSO PARDO




Si alguna vez el alzeheimer
se apodera de mis recuerdos
decidme que viajé a lugares remotos
en busca de tesoros escondidos
que me acosté con las mujeres más hermosas
que escribí los versos más bonitos
que jamás se escribieron
que tuve muchos amigos
y una familia que me quiso.

Decidme todo eso
aunque sea mentira.

Si alguna vez
no recuerdo mi nombre
decidme que fui
un hombre feliz.


Óscar Alonso Pardo, de Versos de garrafón (2018)


martes, 7 de enero de 2025

DEL FONDO: Prólogo por Jesús Palacios.




LA OSCURIDAD AL FINAL DEL TÚNEL

Podría decirse que la mejor poesía es el lenguaje de los sueños, libre de las necesidades lógicas de la narrativa, con sus personajes, convenciones y argumentos. En una poesía que a lo largo del tiempo se ha liberado también de servidumbres técnicas y esclavitudes métricas, nuestros deseos y temores, nuestras pulsiones y visiones más oscuras encuentran su más perfecta traducción, habitando el espacio entre mundos de la noche, en el bosque del inconsciente, individual y colectivo, junto a los ángeles y demonios que lo pueblan. Y de ese mundo cenagoso, de la viscosidad onírica que no puede ni debe nombrarse pero que rezuma en todos nosotros desde los pozos arcanos de nuestro pasado como especie, reviviendo cada noche el amanecer de un tiempo anterior y ajeno al ser humano, es de donde proceden también las visiones alucinadas y terribles de este nuevo Vicente Muñoz Álvarez que ha subido “Del fondo” para traernos con él secretos terribles y hermosos, arrastrándonos a un viaje de pesadilla en pos de una iluminación que nunca llega, porque no puede llegar nunca.

Como un Lautréamont o un Rimbaud que hubieran leído el Necronomicón, pasando su infancia encadenados en una oscura y húmeda sala de cine abandonada, donde se proyectaran en bucle continuo las primeras películas de Cronenberg, Lynch y Clive Barker, Vicente Muñoz Álvarez desgrana con verbo hipnótico y viscoso una Odisea post-humana engañosa y trágica, por la que se arrastran penosamente los restos de una humanidad doliente, engañada por falsos profetas y mesías dementes, atrapada en un universo-túnel del que no solo es imposible escapar, sino que la deglute, fagocita y vomita, como si de una entidad monstruosamente consciente y viva se tratara, sin finalidad ni razón alguna. Las páginas que nos ofrenda “Del fondo” son el obsceno negativo de Bunyan o de un Dante: mientras aquellos ascienden del mundo terrenal o incluso del infierno mismo al reino celestial, Vicente desciende a unos perversos abismos de pasión cuya mera invocación es capaz de hacernos enloquecer. Abismos borboteantes de una vida blasfema, de una carne enferma, necrótica y licuefacta, que sin embargo se convierten en perfecto huésped simbionte de los desdichados seres que se ven condenados a deambular por ellos, quizá eternamente. El túnel del horror que describe “Del fondo” no es el túnel de la bruja de un parque de atracciones con sus trampantojos ingenuos, charadas sangrientas y sustos de salón. Es un pasadizo involutivo y mutante que conduce interminable, como una pegajosa cinta de Moebius secretada por el putrefacto ano del universo, a los misterios más oscuros de la creación, a lo que se esconde tras la fachada temblorosa y llena de grietas de eso que llamamos ingenuamente realidad. Con Vicente y su doliente pueblo elegido, viajan también monstruosidades orgánicas vivas o no-muertas, criaturas de pesadilla surgidas de la coyunda bestial entre El Bosco y Lovecraft, Brueghel y Giger, Goya y Charles Burns, gloriosamente retratadas por las no menos visionarias y alucinadas ilustraciones de Andrés Casciani. Monstruosidades que son legión al tiempo y a la vez que Una sola, grande, eterna y abyecta. Animálculos mutantes que se funden y confunden con nosotros, que nacen, se reproducen y no mueren dentro de nuestros cuerpos de mercurio, que gritan, ríen y lloran en nuestras mentes prisioneras y nos miran todas las mañanas al despertar desde el espejo.

“Del fondo” surgen las visiones más aterradoras, pero también más fascinantes. Surgen las preguntas más angustiosas, pero también las respuestas más necesarias. “Del fondo” nos ha traído Vicente Muñoz Álvarez, siguiendo los pasos perdidos de Poe y escalando en sentido inverso el Monte Análogo de Daumal y las montañas dementes de Lovecraft, esta épica infernal de la nueva y vieja carne, esta crónica bíblica de un éxodo post-humano en pos de una revelación que quizá sea, simple y rugosamente, que no hay luz al final del túnel, sino solo y por siempre oscuridad. Oscuridad. Oscuridad.

Jesús Palacios

Segunda edición a la venta en Underdog Ventures:


Booktrailer:


domingo, 5 de enero de 2025

ARTE CONCEPTUAL por ALEXANDER DRAKE



Me gustaba entrar en las diferentes salas de exposiciones de mi ciudad. Lugares donde por lo general exhibían obras de artistas de cierto prestigio. Pintura y escultura principalmente. Siempre que visitaba estos sitios esperaba encontrar algo que me sorprendiera; o al menos algo que me ofreciera la posibilidad de adentrarme en un universo sugerente e inspirador. Pero aquello, por lo visto, era algo que estaba al alcance de muy pocos artistas. La mayoría se apoyaban en el discurso para intentar defender una obra absurda y sin ningún tipo de creatividad. Aunque eso era lo de menos… Siempre y cuando tuvieran el respaldo de la crítica todo terminaba funcionando. En realidad esto parecía ser lo único importante; no la calidad de la obra, sino lo que los supuestos medios especializados opinaran de ella. Después de que un crítico de renombre la ensalzara, parecía que ya nadie podía refutarla o sería tachado de insensible e incompetente. Todo esto me hacía pensar en aquella fábula infantil sobre un emperador y su fabuloso traje nuevo de telas invisibles para los impuros de corazón. A veces uno tiene que ser valiente y decir lo que ve en realidad. Señalar con el dedo y decirlo con un grito: “¡El emperador va desnudo!”. Pero parece que nadie tiene el valor de hacerlo; tendría que enfrentarse a los supuestos expertos y a toda su maquinaria publicitaria y de intereses particulares. De modo que al final, cualquier sinvergüenza sin talento podía ser considerado un artista. Aunque supongo que vivir engañando a las instituciones y al público en general también se podía considerar una forma de arte.

Alexander Drake

https://www.facebook.com/alain.gonfaus


sábado, 4 de enero de 2025

FOLLAR: Gsús Bonilla.




es hora de paz en esta superficie
no es precisamente una guerra que concluye
aún quedan restos de unas pocas vísceras
y tallos interrumpidos de otra planta

en este reino micelar existe un rey retozando en el
estiércol amando entre hojas y raíces
y sorbiendo el poder de la humedad
que ofrece el matorral adormecido

las alimañas han huido muy temprano
el trino de las aves ora como un coro de monjes
desquiciados
destruyendo así el silencio y la mañana

yo he decidido cerrar los párpados, pero
antes he de aflojar la cuerda de mi bota
y debo encender un cigarrillo

fumaré para desarrollar el humo
el mismo que desprenden las contiendas
y dotar de cierta épica este poema

*

yo solo deseaba
el color propio de las hojas
a causa del otoño
y la generosidad del bosque

yo solo poseía
la tensión de un haz de asclepias
ancladas a la tierra
que día a día menstruaba
en una jardinera

yo solo precisaba
el nervio y el relámpago
de un animal
para hacerlas germinar

yo solo recordaba
de ese tiempo
que mi amor se reunía contigo
alrededor de un árbol
que hoy es otro árbol

yo solo recordaba
un corazón de corzo
que había sido compartido

yo solo deseaba
que aquella misma sangre
que había sido comunal
permaneciera suficiente
igual que una hilera 
de palabras impregnadas
en la aldea de los labios


Gsús Bonilla, de FOLLAR (La negligencia del jardinero) - Cuadernos del ecosicario III - (Baile del sol, 2024)


jueves, 2 de enero de 2025

LAS TORRES BARBARELLA: Ignacio Junquera.



Las Torres Barbarela
son un compendio de cuentos que narran la vida en el asteroide Asternón, construido por una maléfica confederación de grandes corporaciones astur leonesas con sede en Boñar y Astorga. Las Torres Barbarela son la solución arquitectónica que el ingeniero Bonifacio Barbarela ideará para sacar de donde no hay. El asteroide es pequeño y no da para la enorme cantidad de colonos que la C.C.C.B. —Confederación de Compañías Comerciales Boñar— pretende trasladar. Las compañías Alsa Galactic, Tudela Beguin y las Galerías Olmedo, junto con su socio Estrella de Galicia, construirán para alojarlos torres de cientos de pisos que originarán un peculiar estilo de vida en sus ocupantes. Estos cuentos irónicos de Junquera se ríen de todo lo que uno se puede reír, y nos aportan una visión personal de un futuro que, si bien no tiene pinta de poder convertirse en realidad, al menos sí es una posibilidad.


viernes, 27 de diciembre de 2024

FIESTA INAUGURAL UNDERDOG VENTURES



Este sábado 28 celebramos la puesta de largo de la editorial y os invitamos a que nos acompañéis. Hablaremos con Vicente Muñoz Alvarez de los tres libros publicados hasta la fecha, de futuros proyectos y de qué se nos pasó por la cabeza para ponerlo en marcha. Todo ello regado con caldos de la tierra, un piscolabis acorde a las fechas en las que estamos y música de la que ya no ponen en la MTV.

Os esperamos a partir de las 12:30 en Vía Láctea Valladolid


jueves, 26 de diciembre de 2024

FÁTIMA por LUIS P. SUÁREZ




“A hole is invariably a hole in something.”
Charles Simic

La vida, si te paras a pensarlo,
tampoco está tan mal. Lo malo viene
si tratas de buscarle algún sentido.

Que el tiempo se resbala entre las manos
como agua si intentamos retenerlo,
ya lo escribió Quevedo en un poema.

Así que recordarlo da dolor.
O eso dice Manrique, porque a veces
vuelve la golondrina a golpear

con su ala los cristales y resulta
que sabe nuestros nombres y parece
traernos una nueva primavera.

El río que nos baña no es el río
donde una vez nadamos, pero lleva
al mismo mar de siempre, que es la muerte.

Por eso es conveniente disfrutarlo
(“Collige, virgo, rosas”, canta Ausonio,
antes de que las flores se marchiten),

nadar contracorriente si hace falta,
poner todo el empeño en remontarlo,
aunque al final su fuerza nos arrastre.

Sé que es una obviedad. Tampoco quiero
pensar demasiado, y si lo digo
es solo por hablarte del pasado:

porque hoy he visto a Fátima de nuevo,
currando de cajera en Carrefour.
Y sigue igual de fea, aunque más gorda,

y más vieja también, y más pintada,
aunque de poco sirva a estas alturas
fingir la juventud que se ha perdido.

Cuando salimos juntos (puede hacer
lo menos veintitantos años de eso)
no estaba enamorado, estoy seguro.

Pero que me gustaba no lo niego,
por más que fuera fea (yo tampoco,
me temo, he destacado por ser guapo).

No sé si era su voz, o era su pelo,
o era su piel tan blanca, tan suaves
sus manos tan pequeñas, o quizás

su forma de mirar, que bizqueaba
cuando la penetraba, y eso siempre
a mí me ha compensado lo demás.

Aldana, que lloraba en un soneto,
“tras tanto de uno en otro desatino
tras tanto acá y allá, yendo y viniendo,

pensar todo apretar, nada cogiendo”
−se ve que no mojaba el capitán−,
decía en sus tercetos a un amigo,

o airado reprochaba que anduviese,
mientras él batallaba con honor
reconociendo “el sitio y la trinchea,

allá metido todo en conocer
la dama, o linda o fea” (no importaba),
“buscando introducción por diestro modo”.

Eso me pasa a mí, sin ser, no obstante,
ni diestro ni un experto en la materia
(aunque no negarás que ponga empeño).

Lo cierto es que aquel tiempo lo recuerdo
(más bien no lo recuerdo, esa es la clave)
como uno de los tiempos más felices.

Pero me fui a la mili y lo dejamos.
No sé qué ha sido luego de su vida,
ni a mí me ha interesado, es la verdad.

El caso es que hoy la he visto, y me ha mirado
(y no solo por eso creo en Dios):
también me ha sonreído. Hemos quedado

en tomar algo juntos esta noche
si paso a recogerla en el trabajo
a partir de las once, cuando cierren.

Tan fea como entonces, y más gorda…
Y estoy ilusionado, ya me ves,
porque me gusta igual, o más que entonces.


Luis P. Suárez


sábado, 21 de diciembre de 2024

DEL FONDO: Ya a la venta en Underdog Ventures.



“Del fondo” surgen las visiones más aterradoras, pero también más fascinantes. Surgen las preguntas más angustiosas, pero también las respuestas más necesarias. “Del fondo” nos ha traído Vicente Muñoz Álvarez, siguiendo los pasos perdidos de Poe y escalando en sentido inverso el Monte Análogo de Daumal y las montañas dementes de Lovecraft, esta épica infernal de la nueva y vieja carne, esta crónica bíblica de un éxodo post-humano en pos de una revelación que quizá sea, simple y rugosamente, que no hay luz al final del túnel, sino sólo y por siempre oscuridad. Oscuridad. Oscuridad.

Jesús Palacios

Poesía narrativa que como ya indiqué participa de los principios dantescos del infierno, del viaje iniciático, aunque aquí más alucinatorio que intelectual. No hay que olvidar que una de las ediciones más completas de La divina comedia es la que aparece ilustrada por los grabados de Gustave Doré. Como habrá podido comprobar el lector tras terminar el viaje inducido por Vicente y Andrés, la simbiosis ha sido perfecta y muchas veces cuesta pensar qué fue antes, si la ilustración o la palabra. Se convierten así en un perfecto nuevo cuerpo que como el texto o la imagen se va transformando ante los ojos atónitos del espectador.

Pablo Malmierca

Ya a la venta en Underdog Ventures:


Booktrailer:


jueves, 19 de diciembre de 2024

LEGIÓN DE CONSPIRADORES por RICHARD MATHESON



Y luego estaba el hombre que se sorbía los mocos interminablemente.
Se sentaba al lado del señor Jasper en el autobús. Cada mañana subía gruñendo las escaleras delanteras y avanzaba dando tumbos a lo largo del pasillo hasta dejarse caer junto a la figura menuda del señor Jasper.
Y empezaba a hacer ¡sniff! mientras hojeaba su periódico: ¡sniff!, ¡sniff!
El señor Jasper se estremecía. Y se preguntaba por qué aquel hombre insistía en sentarse a su lado. Había otros asientos libres, pero el hombre siempre dejaba caer invariablemente su abultada figura junto a la del señor Jasper, y sorbía kilómetro tras kilómetro, invierno y verano.
Tampoco es que hiciera frío. Algunas mañanas eran frescas en Los Ángeles, cierto. Pero no justificaban aquel interminable sorber por la nariz, como si hubiera una neumonía arrastrándose por todo el organismo del individuo.
Hacía que al señor Jasper se le pusiera la carne de gallina.
Hizo varios intentos de abandonar la esfera de sorbidos del hombre. Para empezar, retrocedió hasta dos asientos más atrás de su localización habitual. El hombre le siguió. Veo, conjeturó un casi exasperado señor Jasper, que este hombre tiene la costumbre de sentarse a mi lado y no se ha dado cuenta de que he retrocedido dos asientos.
Al día siguiente, el señor Jasper se sentó al otro lado del pasillo. Permaneció sentado con ojos irascibles, vigilando al hombre que avanzaba a tumbos por el pasillo. Se quedó petrificado cuando la figura vestida de tweed se desmoronó a su lado. Lanzó una mirada de aborrecimiento por la ventana.
¡Sniff!, empezó el hombre. ¡Sss-niff! Y la dentadura postiza del señor Jasper rechinó en una furia de porcelana.
Al día siguiente se sentó cerca de la parte posterior del autobús. El hombre se sentó a su lado. Al día siguiente se sentó cerca de la parte delantera del autobús. El hombre se sentó a su lado. El señor Jasper permaneció atrincherado en su erosionada paciencia durante dos kilómetros. Por fin, agotado hasta el límite de su resistencia, se volvió hacia el hombre.
—¿Por qué me sigue? —preguntó, su voz un sollozo tembloroso.
El hombre estaba a mitad de sorbido. Miró al señor Jasper con ojos bovinos de ignorancia. El señor Jasper se levantó y recorrió tambaleante toda la distancia del autobús para alejarse del hombre. Se quedó colgado de la barra superior, con los ojos como piedras. De qué forma le había mirado aquel necio olisqueante, musitó. Era intolerable. ¡Por amor de Dios, ni que hubiera hecho algo ofensivo!
Bueno, al menos se había librado momentáneamente de aquellas narices goteantes. Músculos agazapados se relajaron, agradecidos. Suspiró aliviado.
Y entonces el chico que tenía sentado al lado silbó veintitrés versos de «Dixie».
El señor Jasper vendía corbatas.
Era un empleo lleno de vejaciones, un empleo que garantizaba acabar con la resistencia incluso de los más robustos estómagos.
Las paredes estomacales del señor Jasper pertenecen a la clase más suspicaz.
Cada día se veían atacadas por todo tipo de ofensas y molestias, y también por las mujeres. Mujeres que se demoraban en palpar la lana, el algodón y la seda, y que se marchaban sin comprar nada. Mujeres que asediaban el inflamable cerebro del señor Jasper con interrogantes y sentencias, y que no dejaban ningún dinero, sino sólo al señor Jasper rígido, un palmo más próximo a su inevitable detonación.
Con cada irritante cliente, una andanada de observaciones ingeniosamente desagradables se elevaba en la mente del señor Jasper, cada una de ellas superior a la anterior. Su mente sufría literalmente por liberarlas, por dejar que manaran como torrentes de ácido sobre su lengua y que, ardientes, se derramasen directamente sobre las caras de las mujeres.
Pero el amenazador fantasma de un encargado de planta o de un inspector de tienda estaba siempre invariablemente próximo. Revoloteaba en su mente con espectral autoridad, acallando su anhelante lengua, calcinando sus huesos con cólera contenida.
Y luego estaban las mujeres de la cafetería de la tienda.
Hablaban mientras comían, y fumaban y soplaban nubes de nicotina hacia sus pulmones en el mismo instante en que intentaba introducir un cuenco de sopa de tomate en su estómago ulcerado. ¡Puf!, empezaban las señoritas, y agitaban sus bonitas manos para disipar el humo no deseado.
El señor Jasper se lo quedaba todo.
Con los ojos hinchándosele poco a poco, lo devolvía a manotadas. Las mujeres lo enviaban una vez más. Así circulaba el humo hasta que se desvanecía o era reforzado por exhalaciones nuevas y más poderosas. ¡Puf! Y entre manotadas, cucharadas y tragos, el señor Jasper sufría espasmos. El ácido tánico de su té apenas le servía para restañar el avance del ardor en su estómago. Pagaba sus cuarenta centavos con dedos oscilantes y regresaba al trabajo, desmoronándose.
A enfrentarse a una tarde entera de quejas y preguntas, y de manoseo de la mercancía, y el colmo de todo: la chica que compartía el mostrador con él y que masticaba chicle como si quisiera que los habitantes de Arabia la oyeran masticar. El chasquido, y el burbujeo, y el rechinar, hacían que las tripas del señor Jasper se contorsionaran frenéticas, y que permaneciera en pie como una estatua, trastornado, o que estallara con un siseo:
—¡Deje de emitir ese repugnante sonido!
La vida estaba llena de molestias.

Luego estaban los vecinos, la gente que vivía en el piso de arriba y en los de los lados. La sociedad que formaban, esa ubicua hermandad que siempre vivía en los apartamentos que lindaban con el del señor Jasper.
Esa gente formaba una unión. Su comportamiento se distinguía por un cierto toque, por un criterio discernible.
Consistía en caminar con pasos especialmente pesados, en mover muebles con insistente regularidad, en dar fiestas salvajes y ruidosas noche sí, noche también, y en invitar sólo a personas que prometieran llevar botas claveteadas y bailar el baile del pollo. En discutir sobre todos los temas a voz en cuello, en poner sólo música de vaqueros y paletos en radios cuyo mando de volumen estaba irreparablemente atascado en el nivel más alto. En poseer un juego de pulmones disfrazado de niño de dos a doce meses, que se inflaba cada mañana para emitir sonidos que recordaban el lamento de las sirenas antiaéreas.
La némesis actual del señor Jasper era Albert Radenhausen, hijo, edad siete meses, poseedor de un juego de pulmones increíblemente resistentes, que desarrollaban su máxima potencia entre las cuatro y las cinco de la mañana.
El señor Jasper acababa dando vueltas sobre su delgada espalda en el oscuro apartamento amueblado de dos habitaciones. Acababa mirando el techo y esperando el sonido. Llegó un momento en que su cerebro le sacaba del sueño reparador exactamente diez segundos antes de las cuatro de cada mañana. Si Albert Radenhausen, hijo, elegía seguir dormitando, al señor Jasper le daba igual. Él seguía esperando los gemidos.
Intentaba dormir, pero su alterada concentración le convertía en víctima, si no del llanto esperado, sí del portador de cualquier otro sonido que asediara sus oídos hipersensibles.
Un coche petardeando por la calle. El traqueteo de una persiana veneciana. Unos pasos solitarios en algún lugar de la casa. El goteo de un grifo, el ladrido de un perro, las patas de los grillos rozándose, el crujido de la madera. El señor Jasper no podía controlarlo todo. No podía amortiguar, ahogar, aplastar o ignorar a aquellos originadores de sonidos que le afligían sin cesar. Cerraba los ojos hasta que le dolían, con los puños apretados junto a la cadera.
El sueño seguía eludiéndole. Se levantaba de un salto, apartando a un lado sábanas y mantas, y se quedaba sentado, mirando la negrura con aturdimiento, esperando que Albert Radenhausen, hijo, emitiera su llamada para poder volver a dormirse.
Reflexionando en la oscuridad, su mente desarrollaba largos procesos de pensamiento. ¿Era exageradamente sensible?, se preguntaba en su interior. Lo niego enérgicamente. Tengo conciencia, autoproclamaba el señor Jasper. Nada más. Tengo oídos. Puedo oír, ¿verdad?
Era sospechoso.
El señor Jasper no podía recordar qué mañana en el desorden de las mañanas llegó la idea. Pero, una vez hubo llegado, no consiguió librarse de ella. Aunque fue limando su contorno con el paso de los días, el núcleo permaneció inamovible.
A veces, en un momento de sufrimiento en que apretaba los dientes, la idea reaparecía. Otras veces era sólo una vaga corriente de impresiones fluyendo bajo la superficie.
Pero perduró. Todas aquellas cosas que le estaban ocurriendo, ¿eran subjetivas u objetivas, interiores o exteriores? Parecían apilarse tan a menudo, con cada detalle enlazándose hasta que la suma de provocaciones casi le volvía loco, que casi parecía como si estuvieran hechas con intención. Como si…
Como si formaran parte de un plan.

El señor Jasper experimentó.
Su equipo inicial consistió en una libreta blanca, rayada, y un bolígrafo. Su primera metodología consistió en anotar varios momentos de exasperación cuando se producían, la localización, el sexo del agresor y la gravedad relativa de la molestia; este último aspecto se graduaba mediante números que iban del uno al diez.
Ejemplo uno, torpemente anotado mientras todavía estaba medio dormido.
Bebé llorando, 4:52 a. m., la habitación de al lado, varón, 7.
Hecha esta anotación, el señor Jasper se recostó sobre su almohada aplastada con un suspiro que se aproximaba a la satisfacción. Aquello era un principio. En pocos días sabría con seguridad si su extraordinaria especulación tenía una base racional.
Antes de abandonar la casa a las 8:17 a. m., el señor Jasper había acumulado otras tres anotaciones, a saber:
Fuertes golpes en el suelo, 6:33 a. m., habitación de arriba, varón (conjetura), 5.
Ruido de tráfico, 7:00 a. m. en adelante, fuera de la habitación, varones, 6.
Radio alta, 7:40 a. m. en adelante, piso de arriba de la habitación, mujer, 7.
Un aspecto más bien extraño de los esfuerzos del señor Jasper le llamó la atención al abandonar su pequeño apartamento. Era, en resumen, que había eliminado buena parte de su mal humor a través de este simple ejercicio de análisis escrito. No es que los diversos sonidos dejaran, al principio, de hacer que le rechinaran los dientes y que las manos se le flexionaran involuntariamente junto a la cadera. No habían dejado de hacerlo. Sin embargo, la traducción de las vejaciones amorfas en palabras, la reducción de un agravio a un sucinto memorando, de alguna forma le había ayudado. Era extraño, pero agradable.
El viaje en autobús proporcionó nuevas anotaciones.
El hombre que sorbía por la nariz mereció automáticamente una anotación inmediata. Pero una vez que hubo dispuesto de aquella irritación, al señor Jasper le alarmó la rápida acumulación de otras cuatro. No importaba a qué parte del autobús se trasladara, había nuevas razones para quitar la capucha al bolígrafo y garabatear más palabras.
Aliento a ajo, 8:27 a. m., autobús, varón, 7.
Fuertes empujones, 8:28 a. m., autobús, ambos sexos, 8.
Pisotón en el pie. Sin disculpa, 8:29 a. m., autobús, mujer, 9.
Conductor diciéndome que me vaya a la parte de atrás del autobús, 8:33 a. m., autobús, varón, 9.
Luego, el señor Jasper se encontró de pie junto al hombre del resfriado extraordinario. No sacó la libreta del bolsillo, pero sus ojos se cerraron y sus dientes se apretaron con amargura. Luego borró la graduación original del hombre.
¡10!, escribió con furia.
A la hora del almuerzo, en medio de sus habituales antagonistas, el señor Jasper, con ojos feroces y amargados, lo sistematizó todo.
Llenó una página en blanco del cuaderno.
1. Al menos una irritación cada cinco minutos. (Doce por hora). No está perfectamente calculado. A veces se producen dos en un minuto. Intentan desconcertarme alterando el ritmo.
2. Cada una de las 12 irritaciones de la hora es peor que la anterior. La última de las 12 casi me hace estallar.
TEORÍA: Al situar las irritaciones de manera que cada una supere a la precedente, el último golpe de la hora está por tanto diseñado para proporcionar el máximo impacto nervioso: a saber: ¡Conducirme a la locura!
Se quedó sentado, con la sopa enfriándose y un brillo salvaje y científico en los ojos, una calidez investigadora invadiendo su organismo. ¡Sí, por amor de Dios, sí, sí, sí!
Pero tenía que asegurarse.
Terminó el almuerzo, ignorando el humo, la cháchara y la comida incomestible. Se retiró a su mostrador. Pasó una tarde gozosa haciendo anotaciones en su diario de contratiempos.
El sistema se confirmaba.
Resistía firme las pruebas objetivas. Una irritación cada cinco minutos. Algunas, naturalmente, eran tan sutiles que sólo un hombre de la intuición del señor Jasper, un hombre con una misión, podría notarlas. Esas ofensas se realizaban con disimulo. ¡Y con cuánta astucia!, comprendió el señor Jasper. Eran discretas, y tenían la intención de engañarle.
Bueno, pues a él no le engañaban.
Expositor de corbatas derribado, 1:18 p. m., tienda, mujer, 7.
Mosca caminando sobre mano, 1:43 p. m., tienda, hembra (?), 8.
Grifo en cuarto de baño salpica ropas, 2:19 p. m., tienda (¿sexo?), 9.
Negativa a comprar corbata rasgada, 2:38 p. m., tienda, MUJER , 10.
Éstas eran anotaciones típicas de la tarde.
Eran apuntadas con beligerante satisfacción por un tembloroso señor Jasper. Un señor Jasper cuya increíble teoría estaba siendo confirmada.
A eso de las tres de la tarde decidió eliminar los números uno a cinco, ya que ninguna provocación era tan suave como para ser juzgada con tanta ligereza.
A las cuatro había descartado todos los grados menos el nueve y el diez.
A las cinco estaba planteándose muy en serio un nuevo sistema que empezara en diez y llegara hasta veinticinco.
El señor Jasper había planeado recopilar al menos una semana de anotaciones antes de preparar su acusación. Pero, en cierta forma, las impresiones del día le habían debilitado. Sus anotaciones se habían vuelto más acaloradas, su caligrafía menos legible.
Y, a las once de la noche, mientras la gente de la puerta de al lado recuperaba fuerzas y reanudaba su fiesta con un gran estallido de risas, el señor Jasper arrojó su bloc contra la pared con un juramento ahogado y se quedó en pie, temblando violentamente. Estaba claro.
Iban a por él.

Supongamos, pensó, que existiera una legión secreta en el mundo. Y que su principal interés fuera sacarle de sus casillas.
¿No sería posible que consiguieran aquel fin perverso sin que se enterase nadie más? ¿No podrían preparar sus enloquecedoras y pequeñas intromisiones en su cordura de forma tan astuta que siempre podría parecer que eran culpa suya; que sólo era un hombrecillo hipersensible que veía intenciones maliciosas en cada irritación accidental? ¿No era posible eso?
Sí. Su mente remachó la afirmación una y otra vez. Era concebible, imaginable, posible, y, por amor de Dios, ¡él lo creía!
¿Por qué no? ¿No podía haber una legión siniestra de gente que se reuniera en sótanos secretos a la luz de las velas? ¿Y que se sentaran con ojos brillantes y malvadas intenciones, mientras su líder hablaba de nuevos planes para mandar al señor Jasper directo al infierno?
¡Claro! El Agente X, asignado a la fila posterior al señor Jasper en una película, para hablar durante las partes de la película que absorbían más al señor Jasper, para arrugar bolsas de papel a intervalos regulares, para masticar palomitas ensordecedoramente hasta que el señor Jasper, enfurecido, salía encorvado al pasillo y se dejaba caer sobre otro asiento.
Donde el Agente Y continuaría el trabajo con chocolatinas y envoltorios crujientes y estornudos extrahúmedos.
Posible. Más que posible. Podría haber estado sucediendo durante años sin que llegara a tener el más mínimo indicio de su existencia. Una intriga sutil y diabólica, casi imposible de detectar. Pero ahora, por fin, despojada de su disfraz, mostraba en toda su realidad espantosa y desnuda.
El señor Jasper se quedó tumbado en la cama, meditando.
No, pensó con un leve resto de racionalidad, es estúpido. Es una idea extravagante.
¿Por qué iba a hacer esas cosas la gente? No hacía falta preguntarse nada más. ¿Cuál era su motivo?
¿No era absurdo pensar que aquella gente iba a por él? Muerto, el señor Jasper no valía nada. Sin duda, su póliza de dos mil dólares, subdividida entre una inmensa legión, no sumaría más que tres o cuatro centavos por conspirador. Incluso en el caso de que le coaccionaran para que los nombrara sus beneficiarios.
¿Por qué, entonces, el señor Jasper se encontró vagando irremediablemente hacia la cocina? ¿Por qué, pues, se quedó allí parado tanto tiempo, sopesando el largo cuchillo de trinchar con la mano? ¿Y por qué temblaba cuando pensaba en su idea?
A menos que fuera verdad. Antes de retirarse, el señor Jasper metió el cuchillo de carnicero en su funda de cartón. Luego, de forma casi automática, se vio deslizando el cuchillo en el bolsillo interior de su abrigo.
Y, horizontal en la negrura, los ojos abiertos, su delgado pecho elevándose y cayendo con un latido irregular, lanzó su desolador ultimátum a la legión que pudiera existir:
—Si estáis ahí, no pienso aguantar más.

Y entonces apareció Albert Radenhausen, hijo, otra vez a las cuatro de la mañana, sobresaltando una vez más al señor Jasper para despertarle, aplicando una nueva cerilla a sus inflamables nervios. Y las pisadas, las bocinas de los coches, los perros ladrando, las persianas repiqueteando, los grifos goteando, las mantas amontonándose, la almohada aplastándose, el pijama retorciéndose. Y la mañana con su tostada quemada y el café malo y la taza rota y la radio alta en el piso de arriba y el lazo del zapato que siempre se deshacía.
Y el cuerpo del señor Jasper se puso rígido de furia inexpresable y lloriqueó y siseó y sus músculos se petrificaron y sus manos temblaron y casi lloró. Olvidados quedaron su cuaderno y su lista, perdidos en su rabia violenta. Sólo quedó una cosa. Y fue… el instinto de supervivencia.
Pues el señor Jasper supo que sí existía una legión de conspiradores, y supo también que la legión estaba redoblando sus esfuerzos porque él lo sabía, y quería contraatacar.
Abandonó el apartamento y bajó corriendo por la calle, atormentado. ¡Tenía que recuperar el control! ¡Era preciso! Era el momento decisivo, el momento de la fermentación. Si dejaba que el curso de los acontecimientos continuara sin obstáculos, caería en la locura y la legión se cobraría su víctima.
¡Supervivencia!
En la parada del autobús permaneció en pie, con la mandíbula blanca y temblorosa, intentando resistirse con todas sus energías. ¡Qué importaba que el tubo de escape petardease! Olvida la risita estridente de la mujer policía al pasar. Ignora el crescendo de nervios destrozados. ¡No vencerán! Su mente convertida en un muelle rígido a punto de saltar, el señor Jasper juró obtener la victoria.
En el autobús, las narices del hombre sorbían vigorosamente y la gente tropezaba con el señor Jasper, y él tragó saliva y supo que en cualquier momento iba a chillar y entonces ocurriría.
¡Sniff, sniff!, hizo el hombre, ¡ SNIFF !
El señor Jasper se alejó, tenso. El hombre nunca había sorbido con tanta fuerza antes. Formaba parte del plan. La mano del señor Jasper aleteó hasta tocar el duro filo del cuchillo bajo su abrigo.
Se abrió paso a través de los apiñados pasajeros. Alguien le pisó el pie. Siseó. El lazo de su zapato volvió a deshacerse. Se inclinó para recomponerlo, y la rodilla de alguien le golpeó en la sien. Se enderezó, mareado en el autobús oscilante, una extraña maldición casi asomando a través de sus labios blancos y apretados.
Quedaba una última esperanza. ¿Podía escapar? La pregunta anuló sus sentidos. ¿Un nuevo apartamento? Ya se había mudado antes. No podría encontrar nada mejor al alcance de su bolsillo. Siempre tendría la misma clase de vecinos.
¿Ir en coche en vez de viajar en autobús? No podía permitírselo.
¿Dejar su miserable trabajo? Todos los trabajos de vendedor eran igual de malos y no sabía hacer otra cosa, y cada vez era más viejo.
Y aunque lo cambiara todo, ¡todo!, la legión seguiría persiguiéndole, llevándole implacable de tensión en tensión, hasta la ruptura inevitable.
Estaba atrapado.
Y de pronto, allí parado con toda la gente mirándole, el señor Jasper vio las horas que tenía por delante, los días, los años, un abrumador cúmulo de molestias e irritaciones y ofensas abrasadoras. Su cabeza giró mientras miraba a todo el mundo.
Y su pelo casi se puso de punta porque se dio cuenta de que todas las personas que iban en el autobús formaban parte de la legión. Y él estaba indefenso en medio de ellos, un peón para ser zarandeado por su presencia cruel e inhumana, sus derechos y lo más inviolable de su individualidad sometido eternamente a su malévola conspiración.
—¡No! —les chilló.
Y su mano voló hasta debajo de su abrigo como un pájaro de la venganza. Y la hoja relampagueó y la legión retrocedió chillando mientras, con una embestida frenética, el señor Jasper libraba su guerra por la cordura.

UN HOMBRE APUÑALA A SEIS PERSONAS
EN AUTOBÚS ATESTADO;
LA POLICÍA LO ABATE A TIROS

No se conoce el móvil
del salvaje ataque

Richard Matheson,
de Pesadilla a 20.000 pies
(Valdemar, 2021)

miércoles, 18 de diciembre de 2024

REGOMAR: Tomás Soler Borja.




La odisea diaria

Entre signos de exclamación 
todo dolor 
aun atándose firme al mástil del silencio 
en previsión —absurda— 
del canto de sirenas 
que por supuesto no vendrá 

qué mar de la tranquilidad 
ha de ser             la nada 
cuando ya ni los poemas nos delaten 
braceando, apenas asomando la boca 
un instante de más 
por encima de las aguas revueltas


Maelstrom 

Enajenarse ante los tropiezos del presente
que harán mala historia 
ser uno y nadie en sí mismo 
bajo el augurio de toneladas de oscuridad 
y aguas para el olvido 
como el viejo Capitán Nemo 
en su Nautilus 

contemplando las maravillas 
del poema eterno 
y sus siempre misteriosas profundidades 
mientras allá fuera 
el mundo se ha vuelto loco 
gira y gira sin sentido 
con los ojos en blanco y el vértigo
bien adentro del corazón


Obra viva 

La honda respiración del mar 
ahogando su voz 
en el tamiz revuelto de arenas 
ecos de tempestad 
de afán primario y olas blancas 
alcanzando a morir en los abrazos 
a tierra firme 

solo en noches de clamor 
cuando la jauría y sus muchedumbres 
se ausentan 
alcanzo a oírla 
por encima del propio corazón

porque la oscuridad es cómplice 
y tramoya de gran teatro 
tacto de alientos paralelos que aquí 
se perpetúan 

amor, tus labios, su dádiva 
por esta esquina trémula de carne 
            y memoria 
son mi caracola


Los niños de Sorolla 

¿Quién ha visto alguna vez a un niño 
que intenta apresar en su mano 
un rayo de sol?
Luis Cernuda 

Los he visto y rememoro 
en el espejo de la memoria 
por las orillas de la mar, los niños 
de nuestros lejanos días 
corriendo entre dos mundos 
casi que al vuelo 
salpicando aguas y arena 
todo ese tiempo que nos resbala indolente 
—en verdad ya no tanto— 
por el calendario finito 
y como el ámbar brillan, redondas 
exactas las gotas 
su sal, aquella demasía de luz
sobre la piel desnuda 
los gritos, las risas 
y cuando ya se alejan, ahí 
sus espaldas 
resaltando entre el costillar, acentuadas 
las escápulas, el puro hueso 
ese par de muñones de cuando 
fuimos ángeles en otros cielos 


Pasos de cangrejo 

Son mis pasos, sigue siendo esta 
mi historia 
la dirección contraria, siempre 
me regresa                  a la mar


Tomás Soler Borja, del poemario inédito Regomar.


martes, 17 de diciembre de 2024

POSTRIMERÍAS: Luis Miguel Rabanal.




Un hombre que dice adiós 

A nadie le convence su rostro estropeado
por las brumas agoreras del último invierno. 
Nadie conversa con él de las muchachas desvestidas
y de los libros sin un porqué discernible. 
Es el apestado que sobrevive a su propia 
y profunda repulsión. 

No hay otro procedimiento que verle llorar 
cuando se esconde
al paso del amigo, después frota sus ojos 
y sobrevendrá la noche. 
Si quisiésemos podríamos golpearlo sin dolor,
con solo hacer burla de sus piernas que no existen 
tampoco o con susurrarle al oído un nombre de niño 
sofocado, y ya estaría en nuestro poder su vida. 
Es el enfermo que sonríe pues algo macera su corazón
y lo extenúa, lo mismo que una contienda exagerada 
con el desangelado dragón de la memoria. 
Si pudiese ofrecernos su explicación nos hablaría 
de países que limitan al norte 
con su sangre, de la Tejera 
y Ceide, de los muertos que se le han adelantado 
en ese tranvía casi fantasma que toman los adivinos
para mejor destruirlo todo cuando vienen.

No grita su pesar, únicamente dice adiós 
a quien merodea su desidia, 
se levanta entre pausas y murmura 
un nombre: M. bañado en lágrimas. 
Sin embargo no desea nada, ni el abandono 
que es justo y acertado buscar al final de un viaje, 
ni los labios más rojos que el amor ha dibujado 
una tarde para él, sin vergüenza y sin el inmundo 
oficio de los cuerpos. 

Es el personaje que tose desde su silla 
ensangrentada y tiene mucho, mucho, mucho frío. 
Nos ha mirado con pena y nos señala 
por casualidad las flores.


Aléjate del fuego 

Sin ninguna piedad, como se desviste 
al enfermo y es amarga la sed y tiene color 
su boca de inminente y trágico peligro, 
así rememorarías aquellos años de jugar tú solo 
al borde del fangal, al borde de una imagen 
con hogueras y humo azul para las lágrimas. 
Debiste proteger mejor tu cuerpo entonces. 
Hoy ya es tarde para deambular a ciegas
los lugares que dispuso la rutina ante tus ojos. 
Mírate si no, esta edad no puede ser la tuya,
ni el amigo que ayer asesinaron, tan poca cosa, 
y que nunca más verás no siendo en tu corazón, 
cuando lo sueñes, y sea una batalla 
sin sangre tu corazón de niño turbio. 
Como si todo hubiera terminado, 
ahora que comienzas a recordar su nombre 
y no hay razón para haberlo escrito en los tabiques. 
De aquel tiempo te queda una tormenta 
que pasó y pasó y borró las nubes


Gritos 

Hasta la hora apropiada que sea él quien reiteradamente dicte el poema con su cándido susurro y su vorágine. A medida que transcurre se apacigua el jadeo, se aleja de cada prenda como en el juego de la infancia: allí están atravesados sus pechos, la cumbre de su vida que crece sin detenerse jamás. No toques la brújula, vierte dentro de ella la sal que la corrompe. Escupe, mi amor, soy ciega desde que tú me has elegido. Lodo y ansiedad y chicles de clorofila y un sinfín de ternura. Así de deprisa cabalga sobre él o le ha roto alguna certeza, estoy seguro, huye sin mí, no me abandones. Légamo y más y más palabras. Se proponen frases grasientas que no han de ser censuradas, es culpa del que no ha venido, no es culpa suya el no haber acudido hoy a la cita. A partir de este momento se paralizan sus percepciones, no habrá más caricias. La lengua es la del otro que besa e intercede por ti. No son tontadas. Baja la voz.


Un hombre que dice (otra vez) adiós 

I

Nunca la indiferencia para quien nos ha conducido 
de su mano fiel al final de la vida. 
Nos ha argumentado que solo en esta barbarie 
seremos felices, nos enjuga el sudor 
de la fiebre y arroja nuestros ojos 
lejos, muy lejos de aquí. 

El verdadero lugar 
donde rompen su espuma las olas.

 II

Es el que no ha soñado tanto como para decir 
apártate de mi lado pues huele fatal mi cuerpo, 
me sabe mal la boca, a lumbre y a subterfugios 
de la noche como quemazón y violencia 
y sucios dientes clavados 
en el manto deshilachado de la vida. 

Es el hombre que no esperábamos ver jamás, 
rendido en su jergón lo mismo que un guiñapo, 
desnudo entre su vómito 
y su nube blanca repleta de amargura. 
De esta madrugada no pasará, nos garantiza ella. 
O es que, por el contrario, equivoca su risa 
desencajada en un montón de ropa vieja de hospital 
donde nadie oye. 
Es muy vil su rostro, presenta temblores y afuera luce 
un sol hermoso que tampoco es el suyo. 
Qué nos importa este hombre que ensordece 
con su grito, y nos invaden sentimientos 
de despecho hacia cuanto lo nombra en su inanición. 
Apenas si expresa algo más 
que un pasado espantoso, 
no merecemos volver a mirarlo, no merecemos volver. 

Y sin embargo parece mentira 
este cuerpo que nos hace guiños oscuros.


Luis Miguel Rabanal, de Postrimerías (Eolas Ediciones, 2024)


viernes, 13 de diciembre de 2024

UN ABRAZO FUERTE. HOMENAJE AL POETA DAVID GONZÁLEZ.



No queríamos que este fuera un libro póstumo. Surgió como un homenaje al poeta David González cuando todavía tenía los guantes puestos, con la intención de ayudarle, de enviarle ánimos y fuerzas para continuar el combate con la enfermedad, aferrándonos a la idea de que tampoco este sería su último asalto. David siempre había estado ahí, partiéndose la cara, siempre había sido un referente (en su sentido más amplio, es decir, en cuanto a lo estrictamente literario, sus libros, pero también en cuanto a su actitud, la honestidad y la radicalidad con la que se entregó a la poesía). 

Buena parte de las autoras y autores que participan en este libro de homenaje y reconocimiento fueron en algún momento compañeros de camino de David, compartieron con él páginas, recitales, intercambios epistolares, antologías, afinidades electivas, lecturas, barras de bar…; formaron, en fin, con mayor o menor fortuna o fulgor, parte del mismo espectro generacional; otros muchos son escritores para quienes el descubrimiento de la obra de David fue un hito, una influencia indisimulada; todos, lectores, seguidores fieles de su obra y reivindicadores de la misma.

Este libro es, en suma, una despedida de quienes fueron sus amigos y valedores:

Adolfo Marchena, Albert Sihod, Alberto García-Teresa, Alejandro Mallada, Ana Pérez Cañamares, Ana Vega, Andrés Izu, Andrés Ramón Pérez Blanco (El Kebran), Ángel González González, Ángel Petisme, Antonio Díez, Antonio Orihuela, Belo, Brenda Ascoz, Carlos Salcedo Odklas, Carmen Beltrán, David Mardaras, Doris Escarlata, Enrique Cabezón, Enrique Falcón, Enrique Villagrasa, Enrique Villarreal «El Drogas», Escandar Algeet, Esteban Gutiérrez Gómez «Baco», Eva Vaz, Fee Reega, Fermín Herrero, Fernando Beltrán, Fernando García Magdalena, Francisco Rojas Monfra, Gabi Oca, Gsús Bonilla, Inma Luna, Javier Pascual «Pascu», Javier Payeras, Javier Vayá Albert, Joaquín Piqueras, Jorge M. Molinero, Jorge Riechmann, José Ángel Barrueco, José Ferreras, José Luis Pérez Pastor, José Malvís, José Pastor González, José Yebra, Josu Arteaga, Juan Leyva, Julia Navas Moreno, Julia Roig, Karmelo C. Iribarren, Kike Babas, Kutxi Romero, Lucas Rodríguez, Luisa Echeverría, María Nieto, Mario Crespo, Miriam Reyes, Montero Glez, Nacho Tajahuerce, Nacho Vegas, Pablo Cerezal, Patxi Irurzun, Pedro Teruel, Pepe Pereza, Pilar Gorricho, Safrika, Sagrario Manrique, Sara Prida Vega, Silvia D. Chica, Sofía Castañón, Sonia San Román, Uberto Stabile, Verso Fuster, Vicente Muñoz Álvarez