viernes, 16 de enero de 2009

MIKE AIR, por David Mardaras




.......................Cuando, como un poeta, desciende a las ciudades,
.......................ennoblece la suerte de las cosas mas viles,
.......................y penetra cual rey, sin séquito ni pompa,
.......................tanto en las casas regias como en los hospitales.

.......................Charles Baudelaire, “El Sol” (trad. Antonio Martínez Sarrión)





Cuando era pequeño me encantaba el baloncesto. Y el mejor baloncesto que había era el de la NBA.
Después he pensado muchas veces que la decadencia de cualquier imperio debe de reflejarse sobre todo en sus artes populares pero también en sus deportes y espectáculos populares –al final, lo popular va a ser fuerza y eje de todo imperio que se precie, no te jode…
Digo esto porque pienso que después de Michael Jordan, después de esa última, digamos, y suprema cresta de la ola cabalgada en la cúspide más alta de la NBA, el camino transcurre hacia abajo y siempre hacia abajo, descendiendo y dando vueltas, mareando la perdiz, pero siempre por debajo de la cima de la máxima expresión ya realizada, ¿comprendes?
Pero qué gran época fue aquella para el baloncesto. Acuérdate de que, además de Jordan, había grandes… ¿pero qué digo?, había grandísimos, excelentísimos artistas de la bola: Magic Johnson, Larry Bird, Kareem Abdul Jabbar, el Doctor T, Isaiah Thomas, El Gordo Barkley…, y no era sólo su juego, eran los tipos en sí, sus maneras de ser, sus estilos, sus maneras de moverse, los estilos de la época, de la gente de la época.
Aquella fue la época dorada del baloncesto estadounidense, pero también la del europeo: los yugoslavos, los rusos, los lituanos…, y qué nombres y apellidos tenían aquellos lituanos: Arvidas Sabonis, Sarunas Marchulenis, Valdemaras Homicius, Mardaras Kurtinaitis… Eran tipos increíbles, con aquellas greñas rápidas que pendían de sus nucas y volaban y caían como rayos a caballo, tipos fríos y geniales, y europeos: ¡Guau!
Aquella época, la de los 80, coincidió además, por lo que yo recuerdo, con un boom de consumismo en el Estado de España, una fase concreta que, sin pensarlo dos veces y sin documentarme previamente, podría llamar a lo loco “fase de marquismo crucial”, porque las marcas ya comenzaban a apoderarse de una parte importante de la vida estética de los nuevos niños, y quizá por eso yo, que además jugaba al baloncesto en el equipo del colegio, me moría por unas Nike, las zapatillas de Michael Jordan, las de Regreso al Futuro, las de la curva hacia el cielo.
Así que se las pedí a mis padres en una carta a los Reyes Magos.
Pero al llegar el día de Reyes de aquel año, resultó que las zapatillas que había debajo del árbol no eran unas Nike exactamente, sino unas Mike, con M; sí, como lo oyes: Mike, “con M de Maldición”, pensé cuando vi aquello. A cuántos les habrá pasado esto o algo parecido… Maldición, me dije yo entonces… Simpática Maldición.
Así que tuve que ir a entrenar y a jugar al baloncesto con mis Mike: con mis Mike Air, para más señas.
Lo cierto es que no es que los chavales de mi equipo tuviesen zapatillas mucho más estratosféricas (la “estratosfericidad” como valor de lo estadounidense, tú), qué va: hacía nada que las zapatillas más típicas y normales habían sido aquellas otras de tela y suela de goma. Pero claro, a raíz de esta pequeña anécdota de las Mike, la gente del equipo y del colegio, primero, y después todo el mundo, acabó llamándome Mike, Mike Air.

Qué gracia, ¿no? Pues es lo que había.
Qué te parece. ¿Reconoces esta historia?
¿Te parece verosímil?
Quizá seas más joven o más viejo que yo, pero te aseguro que si hubieses sido niño en los 80, esta historia te parecería de lo más verosímil.
Sin embargo, no es cierta: yo nunca tuve unas Mike. Ni siquiera sé si existieron imitaciones de Nike bajo la pseudomarca Mike.

Me lo he inventado todo.

Lo que sí tuve yo fueron unas Nike Air como la copa de un pino. Aquellas Nike eran lo mejor para el baloncesto. Y lo mejor para mis pies cabos. Pero, además, admito que me hacían sentir un plus de felicidad, como si me hubiesen puesto un comprimido de sueño americano en el colacao. Yo era solo un niño fascinado. No me disculpo por ello. No sabía nada, por ejemplo, de talleres y trabajo de otros niños en la India o Bangladesh, ese tipo de cosas que han ido saliendo a la luz más tarde. No me disculpo. Y los peinados, las ropas, el diseño de los rótulos, logos y eslóganes; el cine, los coches, la música… Oh, sí: América. Norteamérica. USA. EE.UU. High tech. Sí. Eso era. Y Michael Jordan era lo más.
lo más
lo más
lo más
Pero hoy, tras haber cumplido ya los 33 años de vida, lo que me parece lo más y por lo que tampoco voy a disculparme ahora, lo más absolutamente maravilloso que me queda de todo aquel baloncesto –una auténtica bendición del Cielo, incluso- es el hecho aparentemente casual que me ha sido revelado sólo a mí de que Michael Jordan, el mejor jugador de baloncesto y, probablemente, la más rutilante estrella en el cielo deportivo de la historia de los Estados Unidos, se apellidase precisamente así: igual que el río Jordán que fluye por la llamada Tierra Santa, por los llamados territorios del Líbano, Israel, Palestina y Jordania reflejando como un espejo-serpiente gigante y sobrenatural el Sol del Dolor, el Sol del Profundo Daño Infligido a los Niños que Cabalgan en la Cresta de una Ola en la que Sufren, en la que están Sufriendo la Máxima Expresión del Terror Realizándose Plenamente en sus Pequeños Cuerpos –lo que se entiende por Corazones- de niño.









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