jueves, 3 de septiembre de 2009

EL VERDUGO DE SÍ MISMO, Miguel Sánchez-Ostiz.


ES en Lunar caustic, de Malcolm Lowry, traducida como Piedra infernal, donde figura una expresión que, a mi juicio, define con justeza la andadura vital y literaria de Malcolm Lowry.
Se trata de un discurso que el lúcido borrachín Plantagenet le echa a un doctor Claggart, en su despacho del hospital psiquiátrico municipal de Nueva York, donde el primero, pianista de jazz para la ocasión, está internado, de manera pasajera, sí, pero lo suficientemente intensa como para darse cuenta de que está en el centro del horror y de que ese horror de literario tiene poco porque allí dentro, además del sabor de la muerte y del encuentro con todos los fantasmas, escucha: “El susurro de las oportunidades perdidas”.
Puestos a encontrar motivaciones y alusiones secretas, símbolos, cifras y alegorías que el desorden de la obra de Lowry favorece, alimentando de paso un sector de la industria académica, se me ocurre que este susurro de las oportunidades perdidas es un buen motor de la fuga permanente de Lowry. Huir para no escucharlo, huir para provocar nuevas oportunidades pedidas, a cada paso, nuevos errores, rupturas, destrucciones, fragmentos de muerte. Está en su vida y está en sus textos narrativos y en sus poemas, donde por cierto excluía el morir de propia mano. Inseparables.
Ese de Lowry es un susurro inacallable para el que haría falta más alcohol o más mezcal del que en toda su vida pudo haber bebido, peregrino, perseguido sin tregua por el fantasma de la muerte y, como dijera Douglas Day, un buen biógrafo de Lowry, convertido en “verdugo de sí mismo”. Vivir para perder, para romper, para estropear y para huir espantado del escenario hecho trizas.
Susurro de las oportunidades perdidas, pues, el que resuena entre las páginas de Lunar caustic (Piedra infernal), el relato de la experiencia hospitalaria de Lowry en Nueva York, en 1935, antes de que le echaran del hospital por ser extranjero. Ahí es donde el joven borrachín de medio lujo se tropieza con el horror, con el horror de vidas degradadas, condenadas a dar incontables pasos por las galerías del hospital psiquiátrico, formando parte de un cortejo carcelario de cabezas gachas, rejas, malos tratos, porquería... Lowry estaba lo suficientemente cuerdo como para escapar a la carrera, aunque fuera en alas de las botellas. Es Plantagenet el que posa de cuerdo, o de alcohólico lúcido, en el hospital Bellevue de Nueva York, pero es un Lowry de veintiséis años el que a causa de su alcoholismo es internado para ser tratado en ese hospital en junio de 1935. Hasta 1957, año de su muerte, quedan por delante más de veinte años de alcohol, escritura maniaca, viajes, estancias en lugares que serían paradisiacos para todos menos para él, y un logro indiscutible: Bajo el volcán, publicada en 1947.
Malcolm Lowry ha pasado a la historia de la literatura como el autor de Bajo el volcán y como un borracho que escribía, que se mató bebiendo y consumiendo barbitúricos, y que tiene una biografía de maldito tallada a su medida, que permite la glosa, tan inacabable como vomitiva, sobre el abismo, el demonio del alcohol, el espectro de la muerte en vida y el blablabla. Lowry permite asomarse a la vida degradada de un hospital psiquiátrico público lleno de desechos humanos, y permite asomarse al abismo de El Farolito, pero a ser posible con las espaldas bien cubiertas, viajeros en casa para la ocasión, sin correr riesgo alguno, justo un escalofrío, antes de acordarse de la nómina, la cuenta corriente, el seguro y la canonjía. Que beban y se maten otros. Nosotros a la glosa, al comentario y por si fuera poco, abstemios y puritanos, husmeasábanas.

Del blog http://vivirdebuenagana.blogspot.com

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