jueves, 11 de marzo de 2010

IMPULSOS por Julio César Álvarez


A Alejandro y Raúl Suárez

La primera vez que la vi bebía whisky con mucha coca-cola. Sólo me echó una ojeada cuando entré en la sala. Continúo mirando su vaso como si tuviese el secreto del mundo allí mismo. Me senté muy cerca (uno no sabe estar lejos de las mujeres). Habitualmente no suelo pasar de beber alguna cerveza con limón. Lo natural es que tome agua mineral sin gas. Fumar hace tiempo que lo dejé. Cojo el periódico pero no dejo de mirar su extraño gesto. En el pequeño bar mugriento sólo estamos ella, un par de mendigos y yo. Un hombre gordo se ríe en la calle.

Las noticias son bastante deprimentes: actos terroristas en Oriente Próximo, un tornado que ha devastado varios pueblos de China, aumenta la crisis económica… Como decía, ya no fumo. Hace más de cinco años que no enciendo un cigarrillo. Voy al gimnasio todos los días y duermo más de 8 horas. Miro, de nuevo, directamente a la mujer. Acabo de decidir volver a fumar. No sé muy bien por qué. Se lo pido amablemente. Me da un cigarro directamente a la mano derecha sin apenas mirarme a la cara. Parece ida, como esos niños brasileños que esnifan pegamento. Tiene la uña del dedo índice muy mordida y pequeña. El resto de uñas están descuidadas. El sol comienza a brillar y dar calor en la calle. Son poco más de las 12 de la mañana. Hoy he decidido no ir a trabajar, coger mi coche e irme lejos. He acabado en este barucho lleno de fotos y posters de Perico Delgado e Induráin. Las mesas tienen una capa gruesa de suciedad. El camarero se da cuenta de que estoy mirando la mugre. A la gente como yo nos notan rápido. Como queriendo agradar, me pone un plato amarillento de patatas fritas duras y rancias. Es una buena metáfora del carácter de este país.

Ahora la mujer se decide a mirarme. Después de mi amplia indiferencia basada en periódicos y humo, se digna a observar de arriba abajo mi cuerpo delgado. Tras hacerlo, se acerca lentamente a mí. Sonríe sabiendo que su sonrisa no es la de antaño.

-­¿Quieres echar un polvo?
-¿Cuánto?
- Lo que tengas en la cartera y una botella de whisky.
- Ummm…De acuerdo. ¡Camarero! …Esa botella de Cutty, por favor…. Gracias… Aquí tiene.

Salimos a la calle sin ningún tipo de prisa. Se agarra a mi brazo y parece una niña pequeña. No me había fijado antes. No debe tener más de 20 años. Me arrepiento pero ya le he dicho que sí. Vamos a una vieja pensión que he visto antes cerca de donde aparque el coche. Es un Porsche negro con un par de rallones. Aunque se queda mirándolo, no le digo que es mío. Subimos a la habitación. Pago con una tarjeta que apenas utilizo. Mi mujer suele escrutar el extracto del banco.

La habitación tiene una cama muy grande, hundida al medio y las sábanas parecen limpias, aunque también muy duras. Me echo en la cama y le pido otro cigarro. Me lo da, coge la botella de whisky y le pega un lingotazo que casi me duele a mí. Me ofrece pero le digo que no. Últimamente llevo una estricta dieta de verduras a la plancha y fruta. Comienza a desnudarse con desgana pero le digo que pare. No me apetece mucho. Deja caer que me va a pedir dinero igualmente. Le digo que no me importa.

Se sienta en la silla y se mira las piernas largiluchas. Se quita una pequeña postilla de la rodilla y suspira sin fuerza.

-¿A qué te dedicas? –lo hace casi por cumplir, no tiene ningún tipo de curiosidad.
- No me apetece hablar de eso. Hoy no he ido a trabajar. No sé qué hacer con mi vida… Se me ocurre algo…-digo de improvisto, incluso para mí. ¿Por qué no nos vamos?... ¿por qué no huimos de esta mierda de ciudad?
-Los problemas están en todas partes. Van con uno, amigo…

Me froto la cara con la almohada. Me siento bien tan quieto. Suena el móvil. En la pantalla aparece el nombre de mi mujer: Laura. Bufo fuertemente. Al cogerlo, me dice que su padre, el jefe y dueño de mi empresa –que compró a precio de saldo, por cierto-, acaba de morir. No se llevaban bien, por eso apenas se la nota afectada, aunque sí parece un poco más triste que de costumbre –luego me enteraré de que un detective privado que ella ha contratado lleva tiempo siguiéndome-. Le digo que ya voy para casa. Que muera su padre significa que soy bastante rico. Laura no tiene hermanos, por lo que todo irá para ella, e inmediatamente después para mí. Decido volver a dejar de fumar. Apago el cigarrillo. De repente, ver a aquella muchacha allí sentada, sin hacerme caso, me parece lo más deprimente del mundo. Comienzan a caer las primeras gotas de una lluvia primaveral. La hierba del jardín de al lado huele como cuando era niño.

Julio César Álvarez, inédito.

http://juliocesaralvarez.blogspot.com/

2 comentarios:

Unknown dijo...

Me gusta, está bien escrito. Me pasaré por tu blog.
Saludos

Ernesto Laguna dijo...

Las vidas de cada un@ son como aquellos mapas transparentes con los que estudiábamos; se superponen sus capas, en una están los ríos, en otra las montañas... bien por el relato que sabe transmitirlo!!!