nos citamos en un café... trae el cuadro envuelto en papel de periódico, los apuntes de otro cuadro en una cartulina manchada de café y orujo... lo desenvuelve... y yo miro más hacia la ilusión de sus ojos desdentados, su largo pelo, su aire decimonónico... perdido en una sociedad que da vueltas sobre sí misma mientras es arrastrada por el sifón del retrete...
todavía tiene ojos de niño, ese niño que mira hacia las estrellas mientras su sombra se descompone, solitaria, en la barra ante el sortilegio de una copa de aguardiente...
él hace voodoo con palabras quietas, un solitario pincel, un diente afilado, renegrido, en su estampa elegante... pues la elegancia no la da el bótox ni el dentista ni el láser que monda la fachada de un vacío...
él tiene ideales, por eso es necesario contraste para aquellos que en las horas quietas conocen de su rendición, y se alegran cuando le ven trastabillar como el eco de una última palabra que alguien, algún perdido día, gritó cuando todavía existían seres humanos que gritaban y luchaban por algo... aunque saben que él es uno de esos heraldos que anuncian el fin de un mundo, puede que el de ese mundo de libertades ficticias que no supieron, no quisieron ejercer...
él es lo único auténtico que camina por esta calle... y ha pasado mucho para pintar ese cuadro con un único pincel... restos de pintura que tiran de una academia cuadriculada, donde enseñan a crear arte sobre plantillas, lo único que existe hoy en día, una línea continua que se quiebra en el silencio de no tener nada que decir, nada qué hacer, tan sólo decorar el paisaje de la ambigüedad social, no sea que alguien interprete mal un gesto por las cámaras de videovigilancia instaladas en las calles, no existe peor miedo que el autoimpuesto, ni peor fascismo que el de aquél que reniega, según el viento social, de su imagen en el espejo...
sé que sólo me ha enseñado a mí ese cuadro... sabe que sólo yo sé de las más de cien horas que se ha pasado pintándolo, pues lo he visto crecer cuando hemos charlado brevemente durante estos últimos meses, bajo las inquisitivas miradas de los dueños de las cafeterías, mientras montaba y desmontaba esas terrazas que ya no sólo son para el verano...
le he ofrecido por ese cuadro lo que he podido... sé que no pago ni un cuarto del mínimo precio que se paga por hora en los trabajos que, cuando yo los hacía (y hago), eran los más indeseables y por eso había trabajo... lo sé... por eso, y así lo deseo, quiero que lo mueva por los garitos, y si alguien le ofrece más dinero... no se lo piense...
pero el cuadro me gusta... y me gusta porque lleva en él la firma del brillo de sus ojos...
y sé, que eso, hoy en día, al menos para mí, es impagable
Alfonso Xen Rabanal, del blog Crónicas para decorar un vacío.
todavía tiene ojos de niño, ese niño que mira hacia las estrellas mientras su sombra se descompone, solitaria, en la barra ante el sortilegio de una copa de aguardiente...
él hace voodoo con palabras quietas, un solitario pincel, un diente afilado, renegrido, en su estampa elegante... pues la elegancia no la da el bótox ni el dentista ni el láser que monda la fachada de un vacío...
él tiene ideales, por eso es necesario contraste para aquellos que en las horas quietas conocen de su rendición, y se alegran cuando le ven trastabillar como el eco de una última palabra que alguien, algún perdido día, gritó cuando todavía existían seres humanos que gritaban y luchaban por algo... aunque saben que él es uno de esos heraldos que anuncian el fin de un mundo, puede que el de ese mundo de libertades ficticias que no supieron, no quisieron ejercer...
él es lo único auténtico que camina por esta calle... y ha pasado mucho para pintar ese cuadro con un único pincel... restos de pintura que tiran de una academia cuadriculada, donde enseñan a crear arte sobre plantillas, lo único que existe hoy en día, una línea continua que se quiebra en el silencio de no tener nada que decir, nada qué hacer, tan sólo decorar el paisaje de la ambigüedad social, no sea que alguien interprete mal un gesto por las cámaras de videovigilancia instaladas en las calles, no existe peor miedo que el autoimpuesto, ni peor fascismo que el de aquél que reniega, según el viento social, de su imagen en el espejo...
sé que sólo me ha enseñado a mí ese cuadro... sabe que sólo yo sé de las más de cien horas que se ha pasado pintándolo, pues lo he visto crecer cuando hemos charlado brevemente durante estos últimos meses, bajo las inquisitivas miradas de los dueños de las cafeterías, mientras montaba y desmontaba esas terrazas que ya no sólo son para el verano...
le he ofrecido por ese cuadro lo que he podido... sé que no pago ni un cuarto del mínimo precio que se paga por hora en los trabajos que, cuando yo los hacía (y hago), eran los más indeseables y por eso había trabajo... lo sé... por eso, y así lo deseo, quiero que lo mueva por los garitos, y si alguien le ofrece más dinero... no se lo piense...
pero el cuadro me gusta... y me gusta porque lleva en él la firma del brillo de sus ojos...
y sé, que eso, hoy en día, al menos para mí, es impagable
Alfonso Xen Rabanal, del blog Crónicas para decorar un vacío.
Ilustración by Cusco Vinalia.
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