miércoles, 8 de julio de 2009

LOS AJENOS por Esteban Gutiérrez Gómez.


Cuando llegaron al otro lado de la montaña vieron a un grupo de hombres, agachados, trabajando la tierra. Les pareció extraño, pero siguieron por la senda en dirección al pueblo. Comenzaba a anochecer. Podía distinguirse la colmena de casas al fondo del valle. De ellas emergían columnas de humo grisáceo y se aproximaba un olor a alimento caliente. Colón se quedó con su formación a la espera.
Se sobresaltaron al llegar junto a las primeras viviendas y vieron las teas encendidas. Las calles parecían desiertas y la noche lo teñía todo de misterio. Bajaron de las comas y Ariel ordenó mudez. Escucharon el rumor, la incipiente marabunta, y se dirigieron hacia allí. Paralizaron la acción nada más llegar y ver la comitiva. Una partida de hombres parecía golpearse la espalda con unas cuerdas rugosas, provocándose dolor y sangre. Hablaron entre ellos, alarmados por la visión, y decidieron con gran nerviosismo volver a la vida eliminando los males. Los gritos siguieron a la inicial estupefacción de la gente, arracimada en la calle alrededor de los desaparecidos penitentes. Después, la huida, en todas direcciones, sin orden, con desesperación.
Ya la noche dominaba a todos los colores cuando entraron en busca de algo de calor en un local muy animado. Nada más llegar allí volvieron a paralizar la acción. Los hombres comían vísceras, entrañas. Aquellos animales se comían entre sí. Volvieron a discutir y llegaron a la conclusión de que eliminarían a los carnívoros de la escena. Al reactivarse cayeron vasijas con vino y cerveza, y las ropas cubrieron los bancos. Los gritos comenzaron cuando volvieron a paralizar la acción. Ariel dijo algo sobre la mirada de los huidizos. Conversaron y concluyeron que jamás habían visto tanto terror en unos ojos. Decidieron volver a la vida apropiándose de las miradas, y los dejaron allí, entre lloros y gritos, empujándose unos contra otros buscando a tientas la salida.
Skip dirigió la segunda columna hacia el edificio más alto de la población. Bajaron de las comas en cuanto ordenó parada y mudez. Las campanas no dejaban de tañer con sonido triste. El rumor parecía acercarse por una calle, la luz de las antorchas delataba la futura presencia. Ordenó izar, y todos se guardaron las comas en el bolsillo, encogiéndolas con el pensamiento hasta convertirlas en diminutas lentejas. Skip ordenó aire, y formaron corriente hasta llegar ante la procesión de gente. Paralizaron la acción en cuanto vieron al sujeto humano clavado a los maderos, sangrando por heridas incisivas y rostro de dolor. Ampliaron el radio mental y, los tres oficiales, se comunicaron opciones de futuro inmediato ante la más alta de las ilegalidades. Decidieron abandonar el occidente civilizado. Colón estaba de acuerdo con Skip, sin embargo Ariel mantenía la prioridad de la orden: 1.reconocimiento, 2.información, 3.1.mantenimiento o 3.2.transformación, decisión final autorizada. Cerraron comunicaciones mentales con 3.2.transformación.
El grupo de Skip escuchó alaridos antes de defenderse de los primeros contingentes guerreros al volver a la acción. Luzil, el traductor de voces, habló de dioses terribles, de castigos eternos en hogueras, de miedos dirigidos, y no supo ver poder. Los hombres, agachados como animales, se aferraban a cruces de metal y, arrodillados, suplicaban por su vida a dioses etéreos. Montados en las comas, les veían como los monstruos sagrados hacedores del fin de los días. El Cabrón de Satán. Dixán, el intérprete de sueños, adivinó miedos heredados, supersticiones latentes, sumisión ancestral. Skip ordenó fuego, y el edificio alto comenzó a arder. La gente lloraba y ni Luzil ni Dixán eran capaces de encontrar la solución al enigma de la adoración por terror.
Cuando Ariel se reunió con ellos traía consigo un reciente femenino delicado. Confirmó que era un presente a cambio de vida. Paralizó la acción, y diluyó al obsequiante “padre” en un ataque de ira, confesó que sólo por ignorante. Colón y Skip pensaron y asintieron, luego propusieron cónclave. Tendidos boca arriba, sobre el manto sagrado de hierba terrenal, las luces de los ojos en busca de las luces del cielo, pensamientos entrecruzados, conectaron con el ancestro, Todo Lagarto, en busca de futuro cierto. Al instante supieron qué hacer.
Cercados por el fuego, que se había extendido a las construcciones vecinas, hicieron altar con las ascuas. Sacaron los oros y coincidieron los anillos de luna sobre el fuego destructor. Paralizaron la vida y la extinción se produjo al instante.
Tan sólo uno de los mortales quedó con vida. Los trabajadores, los temerosos de dios, los amantes del dolor, los envidiosos, los amargados, los caníbales, ninguno de ellos sobrevivió. Sólo uno, el que aquellos animales llamaban “imbécil”, se pudo salvar de la implosión cerebral.

Esteban Gutiérrez Gómez, inédito.

http://ellaberintodenoe.blogspot.com/

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