“A hole is invariably a hole in something.”
Charles Simic
La vida, si te paras a pensarlo,
tampoco está tan mal. Lo malo viene
si tratas de buscarle algún sentido.
Que el tiempo se resbala entre las manos
como agua si intentamos retenerlo,
ya lo escribió Quevedo en un poema.
Así que recordarlo da dolor.
O eso dice Manrique, porque a veces
vuelve la golondrina a golpear
con su ala los cristales y resulta
que sabe nuestros nombres y parece
traernos una nueva primavera.
El río que nos baña no es el río
donde una vez nadamos, pero lleva
al mismo mar de siempre, que es la muerte.
Por eso es conveniente disfrutarlo
(“Collige, virgo, rosas”, canta Ausonio,
antes de que las flores se marchiten),
nadar contracorriente si hace falta,
poner todo el empeño en remontarlo,
aunque al final su fuerza nos arrastre.
Sé que es una obviedad. Tampoco quiero
pensar demasiado, y si lo digo
es solo por hablarte del pasado:
porque hoy he visto a Fátima de nuevo,
currando de cajera en Carrefour.
Y sigue igual de fea, aunque más gorda,
y más vieja también, y más pintada,
aunque de poco sirva a estas alturas
fingir la juventud que se ha perdido.
Cuando salimos juntos (puede hacer
lo menos veintitantos años de eso)
no estaba enamorado, estoy seguro.
Pero que me gustaba no lo niego,
por más que fuera fea (yo tampoco,
me temo, he destacado por ser guapo).
No sé si era su voz, o era su pelo,
o era su piel tan blanca, tan suaves
sus manos tan pequeñas, o quizás
su forma de mirar, que bizqueaba
cuando la penetraba, y eso siempre
a mí me ha compensado lo demás.
Aldana, que lloraba en un soneto,
“tras tanto de uno en otro desatino
tras tanto acá y allá, yendo y viniendo,
pensar todo apretar, nada cogiendo”
−se ve que no mojaba el capitán−,
decía en sus tercetos a un amigo,
o airado reprochaba que anduviese,
mientras él batallaba con honor
reconociendo “el sitio y la trinchea,
allá metido todo en conocer
la dama, o linda o fea” (no importaba),
“buscando introducción por diestro modo”.
Eso me pasa a mí, sin ser, no obstante,
ni diestro ni un experto en la materia
(aunque no negarás que ponga empeño).
Lo cierto es que aquel tiempo lo recuerdo
(más bien no lo recuerdo, esa es la clave)
como uno de los tiempos más felices.
Pero me fui a la mili y lo dejamos.
El caso es que hoy la he visto, y me ha mirado
(y no solo por eso creo en Dios):
también me ha sonreído. Hemos quedado
en tomar algo juntos esta noche
si paso a recogerla en el trabajo
a partir de las once, cuando cierren.
Tan fea como entonces, y más gorda…
Y estoy ilusionado, ya me ves,
porque me gusta igual, o más que entonces.
Charles Simic
La vida, si te paras a pensarlo,
tampoco está tan mal. Lo malo viene
si tratas de buscarle algún sentido.
Que el tiempo se resbala entre las manos
como agua si intentamos retenerlo,
ya lo escribió Quevedo en un poema.
Así que recordarlo da dolor.
O eso dice Manrique, porque a veces
vuelve la golondrina a golpear
con su ala los cristales y resulta
que sabe nuestros nombres y parece
traernos una nueva primavera.
El río que nos baña no es el río
donde una vez nadamos, pero lleva
al mismo mar de siempre, que es la muerte.
Por eso es conveniente disfrutarlo
(“Collige, virgo, rosas”, canta Ausonio,
antes de que las flores se marchiten),
nadar contracorriente si hace falta,
poner todo el empeño en remontarlo,
aunque al final su fuerza nos arrastre.
Sé que es una obviedad. Tampoco quiero
pensar demasiado, y si lo digo
es solo por hablarte del pasado:
porque hoy he visto a Fátima de nuevo,
currando de cajera en Carrefour.
Y sigue igual de fea, aunque más gorda,
y más vieja también, y más pintada,
aunque de poco sirva a estas alturas
fingir la juventud que se ha perdido.
Cuando salimos juntos (puede hacer
lo menos veintitantos años de eso)
no estaba enamorado, estoy seguro.
Pero que me gustaba no lo niego,
por más que fuera fea (yo tampoco,
me temo, he destacado por ser guapo).
No sé si era su voz, o era su pelo,
o era su piel tan blanca, tan suaves
sus manos tan pequeñas, o quizás
su forma de mirar, que bizqueaba
cuando la penetraba, y eso siempre
a mí me ha compensado lo demás.
Aldana, que lloraba en un soneto,
“tras tanto de uno en otro desatino
tras tanto acá y allá, yendo y viniendo,
pensar todo apretar, nada cogiendo”
−se ve que no mojaba el capitán−,
decía en sus tercetos a un amigo,
o airado reprochaba que anduviese,
mientras él batallaba con honor
reconociendo “el sitio y la trinchea,
allá metido todo en conocer
la dama, o linda o fea” (no importaba),
“buscando introducción por diestro modo”.
Eso me pasa a mí, sin ser, no obstante,
ni diestro ni un experto en la materia
(aunque no negarás que ponga empeño).
Lo cierto es que aquel tiempo lo recuerdo
(más bien no lo recuerdo, esa es la clave)
como uno de los tiempos más felices.
Pero me fui a la mili y lo dejamos.
No sé qué ha sido luego de su vida,
ni a mí me ha interesado, es la verdad.
ni a mí me ha interesado, es la verdad.
El caso es que hoy la he visto, y me ha mirado
(y no solo por eso creo en Dios):
también me ha sonreído. Hemos quedado
en tomar algo juntos esta noche
si paso a recogerla en el trabajo
a partir de las once, cuando cierren.
Tan fea como entonces, y más gorda…
Y estoy ilusionado, ya me ves,
porque me gusta igual, o más que entonces.
Luis P. Suárez
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