Es una ciudad de gordos y rascacielos, escaleras de color y el as de diamantes en cualquier manga de camisa. Una ciudad, tu ciudad. Y la gente, con sus enormes papadas y desafiantes barrigas, padecen constantes cortocircuitos en sus casitas de tres plantas y garaje familiar. Entonces se levantan de sus colchones de agua hasta arriba de fe y pústulas, van al gym y sudan tres hamburguesas dobles junto a la pinta de Coca-Cola. Son puro sebo garrapiñado en azúcar. Nada de amor, solamente sudor, tableta de chocolate y mallas con olor a culazo repleto de implantes de silicona. Esto es así porque son capitalistas de tercera generación, accionistas de las grandes multinacionales, pertenecen al club de pádel y van con el City en la liga de las estrellas.
Lo tenemos todos claro: son de renta fija y paga doble, de yate blanco y lagarto verde, de Iphone XXXL y Dolce Gabbana, aunque hiedan a perros muertos. Les va la marcha, la ropa ajustada de colorines, las pulseritas solidarias y la vida sana.
Y para todo lo demás: mastercard, papuchi y sobres de almax.
Creo que voy a vomitar.
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