jueves, 27 de mayo de 2021

SURF COMPANY PRESENTA por VÍCTOR PÉREZ



Poetas, cantaores y modelos prófugos que siguieron su corazón y desertaron de lo de escribir, de lo de cantar y de todo.

Poetas, cantaores y modelos que pasaron a vivir una vida sincera, fuerte, llana, honda.

Tíos que miraban despacio e iban pasando de un pensamiento largo a otro más largo y bestial. Y aquello no tenía fin.

Tíos tan guapos. Tan salvajes. Tan deslumbrantes. Tan fuera de todo.

Tíos que cenaban cuando amanece soñando con drogar algún día a todos los chicos de Norteamérica.

Hay pocos tíos como ellos. Me refiero a tíos que hayan tenido varias personalidades o que hayan interpretado a un personaje interpretando a otro personaje.

Tíos que solo pensaban en convertirse en los más nadie que haya parido madre, hasta llegar a tocar, mediante el enfriamiento emocional, a sus ancestros alienígenas.

Cosas de este palo.

Los azulejos del baño transmiten perfectamente lo esencial y escalofriante de sus vacíos incontrolables.

Tíos a los que les gustaban las historias vacías que hablan de tíos descamisados que arreglan fregaderos.

También las historias que hablan de perros hambrientos y cariñosos que tienen arrebatos raros, únicos, divergentes. Perros de gustos retorcidos y amplio criterio.

O las que inciden en esas cosas que hacían los bosnios. Como lo de embarazar a las prisioneras serbias, y devolverlas a sus familias para que los padres las mataran, con hermosa lentitud los domingos por la mañana, por llevar un hijo cristiano dentro.

Tíos que siguen siendo el sueño de los cineastas españoles de los 70-80. Porque el cine de aquí y el de todo el mundo tienen mucho que aprender de sus oscuros y valientes deseos.

Películas a las que les faltó aprender mucho de ellos. Odio mi cuerpo de León Klimovsky. 1974. Me siento extraña de Enrique Martí Maqueda. 1977. Manuela de Gonzalo García Pelayo. 1976. El huerto del francés de Paul Naschy. 1978. Esas recuerdo ahora.

Poetas, cantaores y etc que lo dejaron todo y engañaron a medio mundo sin engañar jamás a nadie. Ellos contra las ciudades. Sus narcisismos contra los pueblos y las ciudades.

Algunos de ellos se fiaban ciegamente de sus madres. Otros nunca se fiaron.

Cuando Estados Unidos celebre su tricentenario solo estará festejando eso de que lo mejor del amor es envejecer y ser ignorado. La típica frase de ellos.

Todo lo que nos rodea son ríos del color de los recuerdos de estos reventados. Tíos guapos que nunca se equivocaban.

Las vaciladas que salían de sus caras regordetas nos siguen hablando de sus infinitos y muy hermosos dilemas mentales.

De todo el cine español filmado y del nunca filmado solo quedarán ellos y su sed de sangre de puta madre.

Les gustaban mucho las historias que tratan de locos que escapan del hospital y les pasan muchas cosas (entre comedia y drama), todo el mundo les llama locos y se titulan El loco. El loco de viaje. Vacaciones con el puto loco. Cosas así.

Tíos que llevaban vividas tantas noches españolas, que todo a su alrededor les impulsaba a tener pensamientos tan espeluznantes como enamorados, y eran capaces de ver aquello que sucede después de morir. Ver cómo desaparecen los recuerdos y qué es lo que queda. Movidas.

Tíos que llevaban bonitos fulares mientras perdían la juventud. Tíos a los que solo les interesaban los poetas que entran en crisis de refritos y hoyos creativos. La vida.

Tíos de apodos intimidantes que siempre fueron mucho de adioses tranquilizadores y poco probables.

Tíos a los que solo les gustaban los viajes espirituales que venían de los denostados lugares comunes. Porque los lugares comunes solo eran el ejemplo de la eternidad de sus almas.

Navajeros de Eloy de la Iglesia. 1980. Es lo que hizo humanos a estos tíos. Viciosas al desnudo de Manuel Esteban. 1980. Es lo que les hizo humanos.

Al final de los 80 se acabaron sus conciencias. Desde entonces viven su ausencia pero sin quejarse ni dar el coñazo. Desde entonces buscan trasplantar sus mentes a una horda de perros vagabundos a los que el tiempo se les agote.

Tíos que adoran las esquelas de todas las épocas. Que les encanta todo el viejo cine español extremo.

Tíos que mueren y dejan dicho que donan su corazón al que se tire a sus madres escuchando su colección de discos durante un par de décadas.

Sinfonía erótica de Jesús Franco. 1980. La caliente niña Julietta de Ignacio F. Iquino. 1980.

La vida de todas las generaciones que murieron permanecía en ellos de algún modo y de una forma abrumadora, y un día despertó en mitad de una cena y sus familias pudieron contemplar esa vida de todas las generaciones que murieron y permanecía dentro de estos tíos.

Colegas de Eloy de la Iglesia. 1982.

Apocalipsis sexual de Carlos Aured y Sergio Bergonzelli. 1982.

Tíos a los que les gustaba cuando las lágrimas rodaban por sus mejillas, y se iban arrastrando de rodillas por toda España porque recordaban esos rostros suyos que afeitaban o no cada amanecer.

Eran de esos tíos que al final del día riegan la esperanza de la gente con sus almas, siempre muy hasta arriba de vacilón y muerte.

Si piensas en ellos piensa en los típicos morenitos en una banqueta que se vieron atrapados por canciones cuidadosas.

Ellos creían en datos fuertes, emotivos, y en recursos frescos que llevaban poco en la tierra. Ellos veían a través de la carne. A través de toda explicación.

Dejaron dicho que cada fibra de sus seres tomará la decisión de volver cuando Mulder y Scully esperen su cuarto hijo.

Les gustaban las mujeres que se mueven como un pollo. La basura actoral en el cine y los trucos de la mente vengativa.

Siempre tuvieron conexión psíquica con los más desesperados, porque cada uno de ellos estaba más desesperado que todos los demás desesperados de toda la vida juntos.

Eran de la opinión de que todo el cine y la literatura es una reiteración que lleva nublando nuestras mentes desde el minuto uno.

Un incesto perpetuado.

Los bosques son incestos, decían también. El cielo es un transparente incesto muy a lo bestia. Cantaban.

Solo sabían que les esperaban toneladas de sexo, oscuridad, autodestrucción, autodegradación, niños perturbadores, músicas sáficas, mentes incontrolables, caras desquiciadas, tráilers de cocaína hacia Eurovisión, cerebros apabullantes, sexualidad insana y musas sórdidas.

Decidieron plantarse hasta ver venir el futuro de la literatura down. El futuro de la literatura de los retrasados mentales más salvajes.

El boom de la poesía de los paralíticos cerebrales. La era de la súper narrativa de los subnormales. El do de pecho de la nueva prosa mongoloide, etc.

También el teatro espectacular de los tipos de inteligencia mermada que defienden sus obras con sus propias vidas ante quien sea.

Para estos jambos la mejor literatura siempre fue el malentendido. Los poemas malentendidos que buscaban el malentendido. Las novelas que se extienden miles de páginas al desarrollar el malentendido que sale en la primera y nociva frase.

A todo el mundo que se cruzaba en sus caminos le decían lo mismo:

“Yo te digo que todas las maneras, todos los modos y todas las formas renacerán en el gran siglo. Y te faltará campo para correr, colega”.

Tíos que donaron su intuición al todo. Y lo hicieron con alegría. Donaron sus cuerpos a la literatura. Donaron sus terribles uñas a la literatura. Sí.

Les gustaban los documentales sensacionalistas a los que la humanidad llama basura. Adoraban los filmados bodrios súpercapitalistas.

Les ponía la piel de gallina la vida de Franco en colores.

Tíos que sabían eso de que desde 1939 no se ha captado ni una sola señal de radio que tenga origen artificial. Eso de que todo lo que se capta es ruido blanco o fondo de microondas, ni una sola portadora inteligente, solo señales naturales totalmente explicables. 82 años de señales viajando a la velocidad de la luz.

Eso demostraría que, o bien hay un silencio de radio espectacular o no hay nada en 82 años luz a la redonda.

Lo que se ve pueden ser fenómenos atmosféricos, drones de países avanzados y lo demás todo explicable.

Tíos que sabían de sobra que eso de emitir vía radio ya no se lleva (dejan huellas), aunque hay civilizaciones que aún las usan. Que, sin ir más lejos, en la Tierra nos pasamos todo el día enviando al espacio microondas indestructibles vía móvil, y que por lo tanto deben estar hasta los webos de nosotros, etc.

Eran tíos sabedores de todo eso. Pero, a la vez, estos tíos habían conocido a más de un extraterrestre que paró en nuestro planeta a mear.

Tíos que estaban más que acostumbrados a que los del CNI no supieran darles respuesta a sus mentes.

Cuando estos tíos coincidieron haciendo la mili en el hospital militar Gómez Ulla, en el 92, les realizaron test psicológicos y psiquiátricos, y vieron claro que algo inexplicable pasaba con los colegas. El top secret se impuso entre todos los soldados que estaban allí.

Eran de los tíos que adoran esos documentales de fantasía que ni informan ni educan. Porque les recordaban a sus vidas. Una mezcla de Laberinto de pasiones de Pedro Almodóvar (1982), la Isla de las tentaciones, el antisuicidio, la cocaína y Eurovisión a manta.

No hablo de miles de tíos. Solo hablo de seis. 6 tíos 6.

Dejaron dicho que algún día lo más recóndito y opuesto a nosotros, nos desenterrará ayudado por el reflejo de nuestra propia maldad mezclada con nuestra propia verdad en un ángulo de 45 grados.

También quisieron dejar claro que solo de nuestra más verdadera e inmensa decepción nacerá la profecía que lo alcanzará todo.

Les gustaba jugar a sus vidas, entre ellos, en un tremendo juego. Lo mejor era jugarla con los otros colegas en una tv de 14 pulgadas partida en 6. Cada dos por tres se decían uno a otro qué putada lo tuyo tío.

La visita del vicio de José Ramón Larraz. 1978. Bilbao de Bigas Luna. 1978.

Sí. Tíos supremos que un día llegaron a la luna y volvieron con dulces y sutilísimos desequilibrios mentales, y les empezó a gustar la alternancia de toques cursis y toques bizarros en las películas y textos largos. Y se volvieron aficionados a hacerse pajas corales para matar la tensión delante de una Pepsi helada.

Un día los millones de años que nos preceden y los que quedan abrirán por fin el pico y empezarán a largar ocurrencias aleatorias, mensajes de Dios, predicciones funestas, instintos que vienen de todos los futuros y de todos los pasados que nos faltan como si fueran el sheriff Hoytt que sale en un par de películas de la Matanza de Texas.

Cuando llegue ese día, estos tíos -vivos o muertos- estarán preparados para todo eso y para mucho más.
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Debutaron de la mano de Jorge Grau en La trastienda de 1976. Seis breves papeles de pilotos de helicóptero. A lo largo de los siglos, Jorge miraba los astros para inspirarse, y solo les daba esos papeles de piloto, en los que a lo largo de más de doscientas películas balbuceaban un par de veces frente a la cámara.

Desde que fueron alcaldes de todos los pueblos de Zamora y, sobre todo, desde que de todos esos puebluchos terminaron saliendo en llamas, siempre buscaron cosas en el cielo a simple vista, sin telescopios ni mariconadas. También, desde entonces, empezaron a vivir en un limbo de locura y euforia, hedonismo, egolatría, materialismo, narcisismo y la más hermosa superficialidad nunca vista.

Cuando salían a ligar por ahí, estuvieron a punto de matarlos muchas veces.

Las fotos de sus primeras comuniones son un signo de aquello que marcará al mundo en sus días finales. Qué cabezas. El resto de la gente debería dedicarse a estudiar sus interesantes infancias depresivas 24 h.

El sueño de estos tíos era tumbarse en la hierba de sus pueblos y reinar en las películas de serie B.

Porque en la serie B empieza todo.

Estos tíos llevaban clavados en los pies los suelos de España.

Llevaban clavadas en sus corazones a las mujeres de España que llevan pariendo toda la vida desde que empezó todo. Desde la primera a la última.

Estos tíos siempre llevaron clavadas en sus mentes las novelas mexicanas en las que salen.

El que olvida canta. Todos los que cantan mueren. Los bingueros de Mariano Ozores. 1979. Bragas calientes de Julio Pérez Tabernero. 1983. El que muere solo piensa en cantar. Todos los que cantan mueren.

Estos tíos no se detuvieron ante nada, hasta que pudieron ver las fotos de familia de todos los españoles. Se llevaron todos esos álbumes a sus casas. No salieron en 200 años.

Aprendieron de memoria todas las caras, todos los gestos. Todos los nombres.

Los seis se aprendieron también todos los nombres de los pueblos de España, de tanto mirar el mapa de España en el mantel de hule de sus abuelas eternas.

Jugaban a preguntarse pueblos unos a otros. Hasta que se los supieron todos. No solo sus nombres sino también dónde estaban. Desde niños se tragaron seres inmortales, monedas de cinco duros, phoskitos, lugares que les partieron el alma, etc. La inmundicia de ser.

Mira. Estos tíos lo que quieren es que os vengáis a vivir a su coche. Podréis hablar con ellos de la NASA, de las estrellas de rock y toda esa mierda.

Sus mentes eran como una farmacia mejicana al lado de un arroyo.

Solo se fiaban de la gente que salía con cinco duros de casa un domingo absoluto a vivir la vida. Gente que volvía engloriada, invisible de kojaks y gusanitos.

Estos tíos sabían que hay que tener desplante en la garganta y despejados los ojos. Porque toda aventura comienza con una gitana gorda, unas patatas con carne y medio pollo de perico en el bolsillo del corazón.

Amaban el confusionismo. Lo vivo. Lo mil veces muerto. Los chicos de ojos tristes. Los quejíos que se transparentan en el aire y hacen del aire algo mucho mejor que el aire. Amaban las posesiones, los exorcismos. La originalidad que sale sola, sin forzar nada. La potencia. Las vueltas de tuerca. Adoraban el cine hecho para gente enferma. A los seis les gustaba cuando el Banco de España de Badajoz estaba en la plaza de la soledad.

Para ellos la vida es como un paso de semana santa de la virgen de las Tristezas. Ir en punto muerto, mientras todo el mundo te mira y tú vas todo ciego de speed mirando las estrellas.

Eran muy dados a escribir con la llama del mechero en los azulejos de los baños de la estación de autobuses el nombre de los que les debían pasta. El arte iba con ellos allá donde fueran.

Les molaba ir con el colchón a cuestas por las calles del Gurugú de Badajoz y enroscarse donde pillaban. Al alcalde de Badajoz no le gustaba verles la cara porque a ellos les gustaba ir a vacilarle con la borrachera. También porque el señor alcalde nunca soportó que amaran a María Teresa, a Terelu, a la hija de la Terelu y la mierda la droga.

Odiaban viajar porque les salía del nabo.

Ojalá algún día vuelva Mourinho a Badajoz, y les mate veinte veces a cada uno y funde un reino alucinante que dure milenios.

Estos tíos creían en los cabrones con pintas que son a la vez folladores solitarios y seres pensantes que se desuellan la garganta de tanto comer coños. Creían en su talento y su fuerza y en sus miradas fijas. Creían en su infernal pasatiempo, que era mirar culos y conseguir culos. Eran tíos que creían en esos tíos porque estos últimos se habían recorrido todos los bares del mundo destrozando camareras. Creían, digo, en sus vidas silvestres y en sus pollas definitivas, siempre alegres y dispuestas como constantes cosmogónicas.

Creían en esos maromos porque cuando llegaban a los 40, se cansaban de romper bragas y se arrancaban los webos y los ponían en lo alto de la puerta, y se quedaban mirándolos en la penumbra. Mientras pensaban hasta las últimas consecuencias en el poema de Gimferrer, Oda a Venecia ante el mar de los teatros.

Un buen día estos seis tíos vieron una película de Dios
y decidieron encontrar a uno de dos patas como él
Avisaron al ejército diciendo que iban en su busca
Cogieron el Supermirafiori blanco que les cuidaba mejor que sus madres
Preguntaron por ahí
Les dijeron que Dios era un pastor portugués
que se llamaba Eliseo y que vivía en Benavente
Cuando dieron con él estaba sentado en una banqueta
Tenía un bonito tatuaje en la frente que ponía:
PAQUI IN LOVE

Le abrieron la boca grande y pegaron las orejas
Le entendieron esto:
La puntería de los niños buenos os recorre
Ser aprendices de río. Pillar una mata de romero para que os salga todo el mal de esos cuerpos morenos.
Decirle al siguiente que pase.

Estos tíos buscaron ser toreros, cantaores, anomalías cuánticas, ser los mejores fumadores del futuro, vivir los botellones a pares porque en todo momento llegaba hasta ellos el olor de las patatas fritas que hacían aquellas madres de los 90.

En el fondo eran vendedores de tela y fruta, y buenos hacedores de potajes. Querían novias bonitas, con los andares y la cara y el mirar seductor -hacia abajo- y la melena bonita de Paco de Lucía. Chicas serenas, luminosas. Novias clavadas a Paco.

Si algo vieron desde siempre es que la vida son silencios, soleás, algo de furia contenida y mucha redención. Que cuando el blues se ensancha todo lo que se puede ensanchar sale el flamenco, también lo vieron rápido y sin problema.

Los poemas que escribieron estos tíos cuando les daba por escribir, solo se dicen a las cuatro de la tarde. Se abre la ventana y se dicen en voz baja con el primer porro, recién levantado uno de la siesta.

El lado cabrón de que les dieran palmas, era que eso siempre les hacía comerse el calor y olvidarse de todo.

Los morreos que le metía Camarón a su madre la Juana cada vez que volvía de los madriles, se siguen extendiendo en las tardes y nunca acaban cuando el sol coge buen ángulo de 110 grados.

Estos tíos cantaban y escribían y posaban para esos muchachos que ya tenían los webos muy negros e iban a la mili sin saber escribir ni sumar, pero cantaban bien y fumaban mejor. Punto.

Sabían que la vida se reduce a las tramas trilladísimas de la vida, a las locuras mentales alucinantes, a los colegas gore de la infancia, a las masturbaciones podridas que son como patadas a los sentidos, a la potente desesperación que lleva uno muy metida y a los bonitos desmadres que nunca cansan.

El cantar de los ríos. El agua que son los pájaros. Los mares son más listos que el hambre. Los mares ese psiquiatra cojonudo. VENTA EL CANARIO. CAMAS. MENÚ DEL DÍA. 5.99.

Solo les interesaba el sarcasmo bizarro, el humor raro, los temas lisérgicos y el exceso de talento. Opinaban que todos somos ex boxeadores que se acabaron convirtiendo en sacerdotes, y por las noches solo nos atrae ver engendros cinematográficos y aprendernos de memoria las revistas del corazón y el santo Marca.

A estos tíos lo único que les gustaba de la vida era ver cómo los gordos se quitan las zapatillas.

El folk lo inventaron ellos cuando iban a EGB porque ya por entonces tenían las cabezas muy fuertes. Cada uno de ellos solo quiso ser el típico español que canta cosas sobre adolescentes.

Eran preciosos e incomprensibles los cuentos que se contaban a sí mismos, mentalmente, desde que decidieron pasar de todo. Solo se fiaban de esos tipos que salen escaldados de Hollywood, y se acaban convirtiendo -sin temor ni esperanza- en los poetas salvajes de sus pueblos.

Querían que les pillara un rumano por la calle y se los llevara al monte y estar todo el puto día fumando raíces y porros y de bulerías y escapando de la civil. Y que en los telediarios les llamaran los Rambos de Badajoz.

Confesiones íntimas de una exhibicionista de Lina Romay y Jesús Franco. 1983.

Apocalipsis sexual de Carlos Aured y Sergio Bergonzelli. 1982.

Muchas veces vi a estos tíos juntos por ahí. Muchas veces los vi a los seis por Malasaña.

Al anciano Antonio Vega con el rubito niño Camarón y la cabaretera García Lorca y Er Migue de los delinqüentes de la mano del gitanillo Pérez. Y el Pérez con el bebé del Nevermind en el brazo.

Parecía que solo les iba dar por culo y entretener a la gente. Esa malá follá como de querer a todo bicho viviente y todo eso.

A los seis les gustaba caminar mirando la luna y hablando de sus cosas. A veces se partían la boca entre ellos.

Siempre fue bueno dejar ladrar a los perros hasta que revienten.

Una cosa. Lorca, Camarón, Antonio Vega, Er Migue, el Pérez y el bebé del Nevermind tienen poca pierna pero tienen paquete.

Otra cosa. Los hijos del Sergio Ramos con la otra son de ellos. Que lo sepa el mundo.

Lo de estos tíos era el amor, la ciencia ficción, las madres y los dilemas entre la reencarnación y la religión.

Lorca llegó a Nueva York en burro. Con la melena y la faria en la boca.

Camarón llegó a Nueva York en burro. Con la melena y la faria en boca.

Antonio llegó a Nueva York en burro. Con la melena y la faria en la boca.

El Pérez llegó a Nueva York en burro. Con la melena y la faria en la boca.

El bebé del Nevermind llegó a Nueva York en burro. Con la melena y la faria en la boca.

Er puto Migue, que también le decían Verde Reverde, que le decían Gufi, que le decían El Búlgaro, que le decían El Cuerdo, llegó a Nueva York en burro.

También con la melena y la faria.

Er Migue llegó allí sabiendo que todos los españoles somos el gordo de gafas y melena que sujetaba por delante y a la izquierda la caja de Camarón.

¿Sabes qué fue lo mejor del entierro de Camarón?

La bandada de pájaros que pasó justo cuando estaban metiéndolo por la puerta del cementerio.

Había mucha gente. Pero fueron más pájaros al entierro de Camarón que gente.

Los pájaros y la gente siempre se empalman recordando la última frase que escribió en esa nota que encontró la enfermera entre las sábanas:

“Con simpatía y cariño De este que Lla es libre”.


Víctor Pérez


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