Me da igual mi parte en el paraíso
Me da igual mi parte en el paraíso.
Me conformo con mi parte en la vida,
esta maravilla que ya no nos ciega
de repetirse jornada tras jornada.
Entre escaparates y horarios,
espero siempre ese instante
en que vuelvo a sentir que es mi amigo
el mundo que tantas veces me asfixia.
Viene por sorpresa un día cualquiera,
disfrazado de azar y costumbre.
No ha sucedido nada,
pero nada es ya lo mismo que antes.
Eso es el milagro. No salgáis a buscarlo:
es algo que llevamos en nosotros.
Nuestro tiempo
Nos parece mentira, pero sí, hubo
un tiempo sin nosotros, años y años
en los que ni siquiera fuimos sueño
de cuerpos reposando tras amarse.
Aunque jamás lo hayamos meditado,
pudo haber una vida sin nosotros.
Tú en otros brazos, yo en otra mirada,
o solos por la calle y sin buscarnos.
Aunque lo rechacemos, habrá un tiempo
sin nosotros, durmiendo nuestra muerte
sin despertar, ni besos, ni caricias.
De las miles de vidas que pudimos
haber sido, logramos el prodigio
de desayunar juntos los domingos.
Presagio
No necesitaba remover los posos fríos de té
que duermen en el fondo de la taza para adivinarlo.
Ya conozco que entre el milagro
y la desgana irá transcurriendo sin remedio
el número secreto de mis días.
El pasmo de nueva vida creciendo
mientras mueren quienes me ayudaron a crecer.
En la misma ciudad, por calles ajenas,
madurará en silencio mi cuerpo,
largamente adiestrado en las costumbres
de la literatura, las caricias y el sueño.
A mi lado una piel que amaré
porque es el paisaje tibio en que crezco.
Todo se irá transformando sin darme cuenta
en este día lento que llamamos existencia.
Todo, salvo el desapego con que miro mis dedos,
ahora firmes, después temblorosos,
mientras remueven los posos fríos de té
que duermen en el fondo de la taza.
Jacob Iglesias, de No todas hieren (La penúltima editorial, 2016).
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