Noviembre, 10-1895
Querida Mildred:
Le escribo esta carta aún con la certeza de que usted no querrá saber nada de mí tras los penosos hechos acaecidos hace unos meses en nuestra primera cita. Sin embargo me veo en la obligación de hacer lo que esté en mi mano por aclarar lo sucedido, no ya por lo que el resto del mundo pueda opinar de mi persona si no más bien con la esperanza de que en su corazón se despejen las tenebrosas sombras que a buen seguro alberga al acordarse de tan descabellada jornada.
Sabrá usted la profunda impresión que me produjo ver por primera vez su hermosa y delicada figura paseando grácilmente por las calles de nuestro Northomb y la alegría inmensa que invadió mi alma al aceptar usted ser cortejada por mí tras numerosas cartas. Cuando tras varios divinos paseos ya me permitió apoyar mi mano en su brazo y convino gustosa acudir una tarde a mi finca a tomar el té con la compañía de su Tata, mi corazón no cabía en sí de gozo.
Querida Mildred si supiera usted como me afané en preparar una velada perfecta para que usted se sintiera como una reina al honrar mi hogar con su presencia, yo mismo corté las mejores rosas de mi cuidado jardín y dispuse un hermoso ramo para ofrecerselo en cuanto llegara, ordené al señor Worthy y al resto del servicio que cuidara al mínimo cada detalle y la señora Barrymore cocinó sus deliciosos Sandwiches y dulces que son la envidia de la comarca. Pedí a Worthy que nos preparara la mesa en el quiosco del centro del jardín, el mejor lugar de toda mi propiedad y en el que una flor tan bella como usted se sentiría como en su propia casa.
Y entonces ocurrió. Comprendo que esta parte le será muy difícil de creer, pero le doy mi palabra de que fue así como se sucedieron los hechos. Yo paseaba a un lado y otro del pasillo con el corazón en un puño esperando verla llegar desde mi ventana por el delicioso camino empedrado que lleva a mis dominios, cuando de pronto algo llamó mi atención. En un rincón junto a la escalera principal pude observar que algo oscuro se movía, me acerqué curioso pensando que se trataría como en otras ocasiones de algún desorientado pájaro que por error se había colado en la casa. ¡Más cual no sería mi sorpresa al descubrir que se trataba ni más ni menos que de un Holshöt!
Repito que puedo comprender su incredulidad ante esta parte de mi narración, pero no estoy loco, era un Holshöt auténtico, justo delante de mis narices. Lo reconocí de inmediato gracias a los grabados de mis antiguos libros de antropología y mitología y mi corazón se aceleró al acariciar la posibilidad de convertirme en el primer hombre capaz no solo de demostrar la existencia del Holshöt, sino de poder exhibir a uno vivo. Me acerqué con todo el sigilo que pude, pero justo cuando estaba a punto de atraparlo con mis manos la criatura revoloteó sobre mi cabeza y se perdió pasillo arriba. Justo en ese momento las vi a usted y a su tata girando la curva que emprendía el final del camino hacia la casa.
Tal vez comprenda ahora mi nerviosismo y extraño proceder, avisé de inmediato a Worthy de la presencia del Holshöt en la casa exigiendole que le dieran caza en la mayor brevedad y por supuesto sin que ustedes, mis invitadas, sufrieran algún tipo de molestia durante su estancia. Por esa razón yo mismo les abrí la puerta de la casa, sudando y excitado y las acompañé hasta el quiosco en el que se había dispuesto la deliciosa merienda. Por eso no cesaron ustedes de escuchar ruidos y golpes provenientes de la casa durante el camino que yo fingia ignorar. Y, sí, esa fue la razón de que al llegar a la glorieta yo tratando de agradarla y sin reparar en el desaguisado le ofreciera aquel ramo de rosas mordisqueado y destrozado sin duda por el Holshöt, el mismo terrible y voraz demonio que había devorado las viandas de la señora Barrymore, volcado y roto en añicos el juego de té de plata de mi abuelo y dejado huellas y arañazos por todo el mantel.
Recordará usted, querida Mildred, que ante el horror que se dibujaba en sus rostros yo estaba a punto de confesarles lo que ocurría cuando Worthy hizo acto de presencia visiblemente afectado, el rostro cubierto de arañazos y la ropa hecha jirones. Que aún en ese estado el pobre mayordomo no perdió la compostura y me rogó con mil disculpas acompañarlo por un asunto urgente y que yo les supliqué que no se marcharan con la promesa de explicarles todo.
Lo que usted no sabe, querida Mildred, es el dantesco espectáculo que me aguardaba en la cocina a la que Worthy me llevó tembloroso; no describiré el desorden de platos rotos y cazos volcados ya que entonces ya era lo de menos, lo horrendo era el cadáver de la señora Barrymore con el cuello abierto de lado a lado como una grotesca segunda boca tirado en el suelo, lo demencial fue el joven cuerpo de Miss Tender, la doncella, tumbado boca abajo sobre los fogones y desgarrado por miles de arañazos mortales. Miré a Worthy quien solo acertó a balbucear "el Holshöt" antes de que una sombra oscura se lanzara sobre su cara emitiendo los chillidos más sobrecogedores que un hombre ha escuchado jamás. Apenas reaccioné eligiendo el cuchillo más grande que pude encontrar y blandiendolo contra aquella bestia que tras arrancar la cara de mi fiel sirviente se volvió contra mí.
Luché como pude contra él, zafándome de sus mortales garras pero recibiendo varios y profundos cortes que me destrozaron la ropa, ya casi lo había acorralado cuando en una rápida maniobra se dirigió hacia la ventana abierta. Yo me encaramé también con presteza al alféizar y por un segundo estuve a punto de agarrarlo por la cola, pero de pronto un grito a mi espalda me sobresaltó y el Holshöt huyó volando valle arriba.
El resto ya lo conoce, al girarme las descubrí a ustedes tapándose la boca ante la infernal escena, sin duda alarmadas por el alboroto habían decidido comprobar qué ocurría en la casa y ahora descubrían los tres cadáveres y a mí semidesnudo, cubierto de sangre con un enorme cuchillo en la mano y encaramado en la ventana como si tratara de huir. Pude comprobar que habían tenido tiempo de alertar al comisario Spencer que al parecer se hallaba en su ronda habitual con dos de sus agentes por la zona.
En ese momento comprendí que no valía la pena intentar explicarme, que lo que dijera iba a sonar tan inverosímil como ridículo, de ahí mi silencio y mi aceptación de la condena sin inmutarme. Sin embargo ahora, tras estos meses de reclusión la echo de menos y no puedo permitir que usted se quede con esa imagen tan abominable de mi persona, tal vez ahora que conoce la verdad de lo ocurrido comprenda que todo fue un desgraciado malentendido en el que yo solo fui otra víctima. Espero que ahora podamos reanudar nuestra relación en el punto en que la dejamos y me de la oportunidad de demostrarle la persona decente que soy y el amor que le profeso. Anhelo su respuesta que entre estas cuatro paredes no serán sino un rayo de esperanza.
Suyo siempre.
Mister Richard Doumbury.
Prisión para reclusos mentales Santa Mónica.
Northomb, Inglaterra.
Javier Vayá Albert, del blog Actos Invisibles 3.0.
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