Enormes y monstruosos buldóceres de metal y caucho, pintados de amarillo, grandes como un edificio de 3 plantas, alimentados con gasolina, rugiendo y avanzando, grúas, excavadoras con potentísimos brazos hidráulicos y grandes máquinas de perforación en la cantera… la montaña entera estaba fileteada en rodajas, cortada, quirúrgicamente rebanada y destripada… aquellos temblores, aquel ruido infernal, sierras de diamante cortando la roca. Era como si estuviésemos rompiendo (fracturando, cortando) los huesos de la tierra. Al cabo de diez años no quedaba ahí. Nada. Habían desplazado un millón de toneladas de roca, la habían cortado, empaquetado, embalado y transportado un millón de pequeños pedazos y repartido en un millar de lugares diferentes. Todo para levantar otras montañas, grandísimos rascacielos. En Taiwán. En Arabia Saudí. En Dubái. Colosos de hierro y hormigón de un millar de metros de altura. No es raro, si lo piensas bien. Las hormigas hacen lo mismo. Y nosotros somos un Enjambre.
Ricardo Moreno Mira
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