Con
estas cuatro palabras, escritas con aerosol y una plantilla sobre una de las
muchas paredes de granito de mi querida Oporto, se refuta el silogismo
cartesiano que elevó al homo sapiens
al rango de ser racional. Con una simple frase se pone de manifiesto una
situación de flagrante impotencia: la del ser humano que se creía digno de
existir por el simple hecho de pensar y que descubre que no es así. Porque no
existe quien no es dueño de sus propios actos, quien no tiene voz, quien ni
siquiera acaba sabiendo bien qué pensar.
El
autor del grafiti convierte un lema individualista en un grito de desesperación
social. Vemos cómo nuestros gobernantes sirven a los intereses de las grandes
corporaciones. Vemos cómo ocultan y se vuelven cómplices de los agujeros que
los bancos han creado a nuestra costa. Y vemos, sin que en apariencia podamos
hacer nada para evitarlo, que esos gobernantes nos hacen responsables de la
situación y nos exigen que paguemos por ello.
De
modo que, pensemos lo que pensemos, nuestra existencia social –y
subsidiariamente, individual- se pone en entredicho porque nos han maniatado a
una cruceta con la que dirigen nuestras vidas supeditados a objetivos que no
compartimos, con métodos que harán de nosotros esclavos no pensantes, no
críticos, no contestatarios.
Y
ese poder, concretado en rostros como los de nuestros amados políticos,
transforman el sentido de los términos al más puro estilo del Ministerio de la
Verdad de 1984, diciéndonos que para
ser solidarios debemos apretarnos el cinturón y de ese modo impedir que el
sistema bancario caiga, que los políticos caigan, conceder que el lazo
asfixiante de la deuda se siga apretando a nuestros cuellos.
Pero
los impuestos para los ricos –el de patrimonio, por ejemplo- permanecen
congelados, mientras pagamos un 21% de
IVA por un libro o por ir al teatro. Pero los especuladores que forjaron
fortunas multimillonarias durante la burbuja inmobiliaria no responden de sus
actos. Pero todos aquellos que han puesto a buen recaudo su dinero en bancos
suizos o de las Islas Caimán, en operaciones que deberían ser penadas con
cárcel en nuestros países, son precisamente los que nos gobiernan o los que
mandan a quienes nos gobiernan.
¿Y
qué se extrae como conclusión? Que nosotros debemos ser solidarios con ellos.
Que debemos, como muestra muy bien este otro graffitti de Oporto, abrir bien la
boca para tragar todo lo que queda por tragar, que seguramente será mucho y de
un sabor similar a aceite de ricino mezclado con heces de rata.
Y
no creo que pueda entonces llamarse existencia a esa vida de esclavo o de perro
que nos espera. O quizás sí, y lo que es un espejismo es lo que hemos estado
viviendo hasta ahora, algo que jamás se dio en la Historia de la Humanidad y
que puede no volverse a dar nunca.
FERNANDO CAMOES
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