Esta historia parte de un estado de
Facebook. De uno de los cientos de miles que se dan cada hora en la red social.
Y es que hoy en día la historia la escribe Facebook. O eso pensó Carles Maillol
cuando leyó en la página principal de la red social más famosa del mundo lo
siguiente: «Me he tropezado por casualidad, en la
infinita bandeja de entrada de mi Hotmail, con el único email que me envió
Roberto Bolaño. Dice así: "Carrión: mi respuesta es no"». El mensaje estaba en el muro del escritor y crítico
Jordi Carrión. Justo debajo, y tras recibir una avalancha de comentarios ávidos
de información más concreta, el propio Carrión explicaba su estado con el
laconismo que caracteriza su existencia virtual: «Lo invitaba al ciclo
"Narradors contemporanis" de Robafaves, era el año 2002. Vinieron
Villoro, Monzó, Fresán, Vila-Matas, Cercas... Pero Bolaño, Carrión, no.». Para
nuestro protagonista, Carles Maillol, funcionario de grupo E, fan declarado de
la literatura de Vila-Matas y miembro fundador del club de fans de narrativa ficcionalista-surrealista,
una parte de ese estado de Facebook, la que decía «Carrión: mi respuesta es no»,
representaba una frase motor. Su admirado Vila-Matas llamaba frases-motor a
aquellas que le impulsaban a enfundarse la gabardina de detective salvaje para emprender
una investigación literaria y que además terminaban por moverle a escribir una
novela. Para Carles, sin embargo, quedaba aún lejos eso de escribir una novela,
pues no era más que un aprendiz de cuentista que acudía a talleres de escritura
creativa en el Raval a fin de paliar su falta de talento natural. No obstante,
lo de la investigación era algo no sólo factible, sino también necesario para suavizar
la ansiedad que le generaban sus inquietudes culturales. Por eso, un día
después de leer el estado de Facebook publicado por Carrión, decidió ponerse el
mono de trabajo y abandonar por unos instantes su condición de Oblómov.
Por lo que he podido saber –y sé mucho-,
lo primero que hizo el bueno de Carles fue dirigirse a la cafetería Central, en
pleno Raval, un local que frecuentaba Roberto Bolaño antes de alcanzar el éxito
(aunque el verdadero éxito le llegó de manera póstuma), esperando encontrar
algo así como el espíritu del escritor chileno. Nada más entrar en la cafetería
se dio cuenta de la estupidez de su acción y de lo inútil de su búsqueda y
decidió girar sobre sus talones y abandonar el lugar antes de verse obligado a consumir
algo. Debido a la rapidez con la que ejecutó la acción, chocó con un hombre más
mayor que él cuyo rostro le recordó al del escritor Javier Cercas. Tras pararse
frente a él y escrutarlo con un detenimiento que el hombre, a juzgar por su
cara, interpretó como una ofensa, se percató de que, en efecto, se trataba del
escritor Javier Cercas. Carles, metido por completo en su papel de personaje de
Chandler, le dijo:
-Perdona, ehhh… Javier; eres Javier,
¿verdad?
-¿Y con quién tengo el gusto de
hablar? –preguntó Cercas en tono defensivo.
-Carles Maillol, para servirle.
Tras estrechar la mano de Maillol, Cercas, atribulado aún por
el conato de acoso al que le había sometido el individuo de la gabardina, se
dejó guiar hasta la barra como un autómata. Se acodó en el mármol sin quitarse
siquiera el abrigo y permaneció un rato en silencio mirando a Carles con cierto
estupor. Éste, mientras tanto, le pidió al camarero un par de Estrellas, si us plau, y le explicó a Cercas el
motivo de su violenta presentación:
-Verás, Javier…
puedo llamarte Javier, ¿verdad? –Cercas ni siquiera asintió y Maillol
interpretó el silencio como una respuesta afirmativa-. Resulta que, como trabajo a media jornada y aún no estoy preparado para
escribir una novela, mi gran novela, o la que será la gran novela europea del
s. XXI, he decidió investigar la razón por la que Bolaño respondió con
insolencia a un entonces jovencísimo Carrión cuando éste requirió su colaboración
para un ciclo de conferencias. Y ya que me he topado contigo, ¡qué casualidad!, se me
acaba de ocurrir que quizá tú puedas darme alguna pista.
Cercas, que intentaba salir de su asombro sin conseguirlo,
apoyó la barbilla en la mano como si fuera el Pensador de Rodin, y por primera
vez le miró a los ojos.
-¿Y cuál era la respuesta de Bolaño?, si se puede saber.
-Carrión: mi respuesta es no.
-¿Y cuál era la pregunta?
-Si quería participar en el ciclo Narradors contemporanis.
-¿Oíste el tono?
-No, sucedió hace mucho tiempo.
-Estimado amigo, todo lo que me cuentas me suena a burda imitación de relato vilamatiano, pero ya que muestras tanto entusiasmo
intentaré ayudarte. La única información útil que puedo suministrarte es que
convertí a Bolaño en personaje de ficción en mi novela Soldados de Salamina, que se publicó en el año 2001, porque sabía
que, tras su larga enfermedad, se preparaba para la muerte pensando que perviviría
en el tiempo a través de la literatura, pero no como autor, sino como ente
literario, como parte del mundo creado por los escritores para que los lectores
habiten en él mientras leen. Es todo lo que te puedo decir.
-¿Estás afirmando que Bolaño pretendía vivir en los libros
como personaje y no como autor?
-No, eso lo estás afirmando tú. Lo único que te digo es lo
que te acabo de decir. Además, no tengo porqué seguir hablando contigo, Carlos
Maillol. Adiós.
Una vez en casa, empapado tras caminar largo rato bajo la
lluvia causada por una repentina tormenta que parecía provocada por la
explosión de una nube gigante que se convirtió en miles de millones de gotas de
agua, Maillol se enfundó el pijama y se conectó a Internet intentando olvidar
la agresividad de Cercas para con él. Nada más abrir el explorador, pinchó en
favoritos y entró en Facebook para escribirle a Carrión un mensaje privado y
contarle lo acontecido en la cafetería Central. Al instante, un icono rojo en
la parte superior de la ventana, le indicó que tenía un mensaje privado. Era
Carrión, que le contestaba con un enigmático “Ok”.
Por lo que he podido saber –y sé mucho-, desde entonces, o
sea, desde hace una semana, Maillol vive obsesionado con su investigación como si
fuera uno de los polis de la serie The
wire. Ha reducido sus comidas a un sándwich de jamón y queso al día, ha
empezado a faltar al trabajo con regularidad, se ha dado a la bebida y
finalmente se ha vuelto loco.
Hace apenas un par de días, escribí en Facebook un estado
que decía: «Bolaño convertido en personaje de ficción es un gran antihéroe». En
él hacía referencia al Bolaño que estaba conociendo como personaje de la novela Soldados de Salamina, de Javier Cercas. Nada más publicar la frase en mi
muro, un icono rojo apareció de repente en la parte superior. Alguien había
pinchado en “me gusta”, aprobando así, en teoría, que le gustaba la frase, o más
bien su significado. Se trataba de Carles Maillol, uno de esos amigos de
Facebook que no sabes por qué admitiste en su momento. Instantes después,
recibí un comentario al estado arriba citado. Era de Carles. Decía qué si me
podía poner en contacto con él por privado. Pero no hizo falta, un par de
minutos más tarde, el amigo Carles ya me había enviado un privado. Me
preguntaba, con un nerviosismo que se podía deducir de su lamentable sintaxis,
si yo sabía algo de su investigación. Y concluía con un: “llámame al móvil
mejor, Internet es peligroso”.
Como mi espíritu de aventura pesa más que mi sensatez, me
sentí empujado por una extraña pulsión que buscaba riesgo y accedí a marcar el
número que estaba en el mensaje privado. Al colgar me di cuenta que mi
interlocutor estaba como un cabra, que podía calificarlo de loco de remate. Él
sí que era un auténtico personaje de ficción, una creación salida de alguna
mente perturbada, un espectro que me hablaba a toda velocidad sin apenas
vocalizar. A grandes rasgos, y por lo que puedo recordar, me dijo que estaba
investigando los motivos por los que Bolaño le contestó de ese modo a Carrión
en el año 2002. Luego me contó, paso a paso, cómo había llevado a cabo su
investigación y finalmente planteó sus conclusiones, que se reducían a una
estúpida hipótesis basada en un supuesto tránsito que sufrió Bolaño desde el
mundo físico al literario. Me habló de una transfiguración, de una técnica que
Jesús aprendió en la India cuando se marchó a meditar al desierto. Y de un
montón de cosas más, me habló. Lo primero que se me ocurrió para destrozar sus
estúpidos argumentos, fue preguntarle si realmente creía que merecía la pena
emprender semejante investigación, pues la frase de Bolaño no tenía nada de
particular, ni tenía por qué entenderse como una respuesta agresiva, ni
escondía ningún doble sentido, ni era subordinada, ni leches en vinagre. A fin
de cuentas, le dije que a razón de qué venía toda esta estupidez.
-Tienes razón, Crespo -me soltó de repente-, tienes mucha razón,
pues lo que apuntas es rigurosamente cierto; mi investigación no tiene lógica.
No en el mundo de los cuerdos. Pero sin semejante estupidez, como tú dices, mi
vida no tendría sentido, porque yo, como Bolaño, sólo existo en el papel, en tu
imaginación, sólo sirvo para que me utilices y me manipules a tu antojo, para
tener una historia que contar, un objetivo, algo que hacer.
Llegué a pensar, tras desconectar el
teléfono, que en realidad el loco era yo, que efectivamente todo era un engaño
de mi mente, una ilusión. Pero unas horas después -y esto estrictamente cierto-,
recibí un email de Jordi Carrión que decía así:
Querido:
un amigo común de
Facebook que está pirado (pero loco perdido) me pide tu número de teléfono
móvil porque dice que la última vez le llamaste desde un fijo que ahora no
existe. ¿Qué hago?, ¿se lo doy?
Abrazote.
Como me encanta lidiar con locos, ya que yo, como me dijo
una vez Elías Gorostiaga, tengo un ligero cuelgue, estuve a punto de acceder.
Pero finalmente, y esta vez movido por una pulsión racionalista bien distinta
a la anterior, cambié de opinión y le dije a Jordi: Carrión, mi respuesta es
no.
Extraído del blog 'El viento que agita la cebada' (Mario Crespo)
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