A veces se me olvida que no debo mirar atrás,
por Bacø
Cierro las páginas de Hotel desafío y me pregunto:
¿Qué es ser rockero?
Ser rockero no es llevar una cazadora de cuero con las solapas levantadas, ni vestir la camiseta con el anagrama del grupo de moda serigrafiado en el pecho, ni siquiera dejarse llevar por el ritmo frenético de unas guitarras aporreando la mesa de un bar, ni hacer ondear una melena que llegue hasta el culo cuando suene Metallica.
Eso son poses, pero no significa que uno sea rockero.
Ser rockero es otra cosa. Tiene que ver con la música, sí, pero también con un sentimiento, con un estilo de vida. El rock se identifica con la protesta, con un estado de ánimo contrario al discurso del río de la vida. Ser rockero es ver el mundo de otra manera, es dirigir uno su propio destino, la mayoría de las veces contra el sentido general que marca la sociedad. Por eso el rockero sube y baja, alto y profundo como las mareas extremas. Por eso el rockero lleva gasolina en la sangre y vuela por carreteras a la búsqueda de fronteras que transgredir.
Arriba y abajo, tocando el cielo o quemándose en el infierno, acompañado de la música que siente su alma, de la pastilla azul con la que vibra y de la compañía que sea capaz de soportar tanto vaivén. Porque el rockero vive deprisa, a la espera de que llegue la maldición de los 27. Y, si supera esa cifra, vive deprisa sin importarle el futuro regalado. Vive deprisa y pocas veces mira atrás porque sabe lo que encontrará: nada.
Y eso es lo que cuenta Iñaki Estévez en este libro. Frazadas de historias plagadas de gasolina y fronteras, de amores que quedaron atrás, y de inmensos desiertos de soledad.
Si has llegado a Hotel desafío, sabes que el olor de la gasolina quemada y de la resaca es tu aroma, que 36 horas seguidas en la carretera es una pequeña cicatriz en el cuerpo y que los moteles son refugios que nunca se recuerdan.
Pero eso no es fácil, claro que no, vivir así. Todo lo que tiene valor cabe en el puño de una mano y si hay que seguir huyendo lo demás queda atrás. El precio, como no podía ser de otra manera, es la soledad.
El Hotel desafío de Iñaki Estévez está lleno de esos momentos de saudade, de melancolía y desesperanza, de desamor, de soledad. Cada una de sus historias, como temas de un álbum de rock, tiene su música, requiere una precisa canción. Y así hay que entender esta propuesta literaria, como mezcla de letra de canción y relato. Esa es la novedosa apuesta que Iñaki Estévez nos hace. Y por eso nos encontramos textos llenos de "frases-fuerza", ese tipo de frases que utilizan los compositores en sus canciones y los cuentistas en sus relatos para dejar noqueado al lector. Un ejemplo puede verse en el relato “Hotel Lee”, en el que me he permitido hacer lo que el poeta David González llama “la caza espiritual” y que no es otra cosa que entresacar esa frases-fuerza del texto (ver página 44) y con ellas compongo una buena letra de un rock, de un tema cien por cien rockero:
Siempre he sabido que no valgo demasiado (...) pero la misma mierda que corre por mis venas no es tan distinta a la tuya, (...) las cuerdas siempre listas para cambiar (...) Estar solo es estar más cerca de ti que nunca. (...) Puedo recorrer dos mil millas por un deseo, (...) estoy aquí, delante de mis sueños, (...) en Nashville, la ciudad de la música.
Y es que las citas previas a cada una de las historias, citas de músicos, escritores y actores, nos preparan para el futuro en el que el rock y la literatura se abrazan buscando más vida. Así, podemos encontrar en este libro la historia del borracho y bala perdida que cuenta con el encanto del perdedor (“Diario de un bebedor”), o la de la mujer que pasó por la vida del protagonista y lo engatusó, lo folló y se duchó después todo ello sin quitarse sus zapatos rojos con alto tacón (“Lady Misterios”), y nos hará pasar días y días y días en el carretera viviendo a la vez el sueño de que esa mujer que quedó atrás esta junto al protagonista, acompañándole en su viaje sin final hacia la soledad (“Un mar amarillo”). Cara o cruz, todo o nada, cruzar la frontera con la voluntad del suicida (“El juego de los idiotas”).
¿Cuánto estás dispuesto a pagar para cumplir ese sueño que anhelas?
Si la respuesta es TODO, éste es tu libro. Rock y vida, carretera y sexo, drogas y alcohol. Sensaciones al límite y límites que borrar.
Ser rockero es amar el viento de frente, encararlo con el rostro descubierto, sin apenas cerrar los ojos, plantándole cara al destino. Ser rockero es saber morirse en la soledad. Eso mismo nos ofrece Iñaki Estévez, un chico tatuado que vive en el Norte y cruza de lado a lado nuestras almas con sus historias.
Esto es todo, amigos.
Salud & rock´n´roll!
Esteban Gutiérrez Gómez, del blog Bacovious.
Cierro las páginas de Hotel desafío y me pregunto:
¿Qué es ser rockero?
Ser rockero no es llevar una cazadora de cuero con las solapas levantadas, ni vestir la camiseta con el anagrama del grupo de moda serigrafiado en el pecho, ni siquiera dejarse llevar por el ritmo frenético de unas guitarras aporreando la mesa de un bar, ni hacer ondear una melena que llegue hasta el culo cuando suene Metallica.
Eso son poses, pero no significa que uno sea rockero.
Ser rockero es otra cosa. Tiene que ver con la música, sí, pero también con un sentimiento, con un estilo de vida. El rock se identifica con la protesta, con un estado de ánimo contrario al discurso del río de la vida. Ser rockero es ver el mundo de otra manera, es dirigir uno su propio destino, la mayoría de las veces contra el sentido general que marca la sociedad. Por eso el rockero sube y baja, alto y profundo como las mareas extremas. Por eso el rockero lleva gasolina en la sangre y vuela por carreteras a la búsqueda de fronteras que transgredir.
Arriba y abajo, tocando el cielo o quemándose en el infierno, acompañado de la música que siente su alma, de la pastilla azul con la que vibra y de la compañía que sea capaz de soportar tanto vaivén. Porque el rockero vive deprisa, a la espera de que llegue la maldición de los 27. Y, si supera esa cifra, vive deprisa sin importarle el futuro regalado. Vive deprisa y pocas veces mira atrás porque sabe lo que encontrará: nada.
Y eso es lo que cuenta Iñaki Estévez en este libro. Frazadas de historias plagadas de gasolina y fronteras, de amores que quedaron atrás, y de inmensos desiertos de soledad.
Si has llegado a Hotel desafío, sabes que el olor de la gasolina quemada y de la resaca es tu aroma, que 36 horas seguidas en la carretera es una pequeña cicatriz en el cuerpo y que los moteles son refugios que nunca se recuerdan.
Pero eso no es fácil, claro que no, vivir así. Todo lo que tiene valor cabe en el puño de una mano y si hay que seguir huyendo lo demás queda atrás. El precio, como no podía ser de otra manera, es la soledad.
El Hotel desafío de Iñaki Estévez está lleno de esos momentos de saudade, de melancolía y desesperanza, de desamor, de soledad. Cada una de sus historias, como temas de un álbum de rock, tiene su música, requiere una precisa canción. Y así hay que entender esta propuesta literaria, como mezcla de letra de canción y relato. Esa es la novedosa apuesta que Iñaki Estévez nos hace. Y por eso nos encontramos textos llenos de "frases-fuerza", ese tipo de frases que utilizan los compositores en sus canciones y los cuentistas en sus relatos para dejar noqueado al lector. Un ejemplo puede verse en el relato “Hotel Lee”, en el que me he permitido hacer lo que el poeta David González llama “la caza espiritual” y que no es otra cosa que entresacar esa frases-fuerza del texto (ver página 44) y con ellas compongo una buena letra de un rock, de un tema cien por cien rockero:
Siempre he sabido que no valgo demasiado (...) pero la misma mierda que corre por mis venas no es tan distinta a la tuya, (...) las cuerdas siempre listas para cambiar (...) Estar solo es estar más cerca de ti que nunca. (...) Puedo recorrer dos mil millas por un deseo, (...) estoy aquí, delante de mis sueños, (...) en Nashville, la ciudad de la música.
Y es que las citas previas a cada una de las historias, citas de músicos, escritores y actores, nos preparan para el futuro en el que el rock y la literatura se abrazan buscando más vida. Así, podemos encontrar en este libro la historia del borracho y bala perdida que cuenta con el encanto del perdedor (“Diario de un bebedor”), o la de la mujer que pasó por la vida del protagonista y lo engatusó, lo folló y se duchó después todo ello sin quitarse sus zapatos rojos con alto tacón (“Lady Misterios”), y nos hará pasar días y días y días en el carretera viviendo a la vez el sueño de que esa mujer que quedó atrás esta junto al protagonista, acompañándole en su viaje sin final hacia la soledad (“Un mar amarillo”). Cara o cruz, todo o nada, cruzar la frontera con la voluntad del suicida (“El juego de los idiotas”).
¿Cuánto estás dispuesto a pagar para cumplir ese sueño que anhelas?
Si la respuesta es TODO, éste es tu libro. Rock y vida, carretera y sexo, drogas y alcohol. Sensaciones al límite y límites que borrar.
Ser rockero es amar el viento de frente, encararlo con el rostro descubierto, sin apenas cerrar los ojos, plantándole cara al destino. Ser rockero es saber morirse en la soledad. Eso mismo nos ofrece Iñaki Estévez, un chico tatuado que vive en el Norte y cruza de lado a lado nuestras almas con sus historias.
Esto es todo, amigos.
Salud & rock´n´roll!
Esteban Gutiérrez Gómez, del blog Bacovious.
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