Fue sobre las dos de la madrugada. Los padres dormían y no supieron nada hasta que oyeron los disparos, corrieron a la habitación del niño y descubrieron aterrados la cama vacía. De allí se precipitaron escaleras abajo hacia el salón, donde habían sonado los tiros. Lo que vieron les quitó el aliento: su hijo todavía empuñaba la pistola caliente, explicó el comisario a Cruz, el forense. Y prosiguió, señalando los tres cuerpos yacientes casi al pie del arbolito navideño: no llevan documentos, pero está claro que no son de aquí.
Pero el hijo...
El comisario se adelantó a la curiosidad de Cruz:
Las nuevas generaciones son precoces. Este debe tener entre nueve y diez años. Al parecer, oyó ruidos abajo, se levantó de la cama. Sabía perfectamente dónde guardaba la pistola su padre…, y bajó decidido. Señaló hacia el pasillo y continuó:
Se llama Pedro, está con sus padres, uno de nuestros hombres y la psicóloga en la cocina, padres e hijo bajo los efectos del shock. Pobre criatura, no deja de tiritar, permanece con los ojos muy abiertos, no pestañea y mira al vacío.
El forense hizo un amago.
Es inútil, Cruz, llevamos un par de horas intentando que nos diga algo, pero no quiere hablar, únicamente repite una palabra: carbón, carbón, carbón…
Norberto Luis Romero
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