jueves, 1 de septiembre de 2011

CÉLINE, PILOTO/JEAN DUBUFFET, por ALFONSO XEN RABANAL


Jean Dubuffet: Jazz Band


Jean Dubuffet es uno de los más grandes artistas que ha dado Francia. Pintor, escultor, escritor de visión incómoda por veraz, subversor de la cultura, francés y orgulloso de serlo, acuñador del término art-brut, de donde nació el arte marginal -o ese arte que no sale no bebe no debe ni rinde pleitesía al poder-, suya es la frase: Cuando los gobiernos se encargan de proteger a las artes, es el fin de todo. (agujerito)...

Dubuffet, en un ensayo de 1964 titulado: Céline, Piloto, recopilado en un libro publicado en España por Debate con el título: El hombre de la calle ante la obra de arte, nos dice:


" Por muy consecuente, por muy previsible que pudiera resultar en los círculos literarios y lingüísticos, la indignante forma en que la intelligentsia francesa trató a Céline es uno de los hechos más lamentables que he presenciado. Céline es un inventor genial, un poeta (aunque este término tan manido lo defina muy débilmente) de una magnitud considerable, no sólo de nuestra época, de los siglos que hemos venido en llamar los tiempos modernos, una de las más grandes encrucijadas de la historia de la literatura. Resulta increíble que nadie haya querido reparar en esta monumenal obra, capaz de acallar disputas y resentimientos, y que todos hayan actuado como un sólo hombre para denigrar y arrastrar su producción hacia un miserable terreno político."


¡Ay! Esa Francia de 1964 no difiere en nada con la France del 2011. La patria de las libertades que subvenciona dictadores y, como pillados en un renuncio, ahora abanderan una nueva guerra de intereses disfrazados. Así de simples, así de mortales. ¡Ay! Céline... ¡qué bien lo hiciste, cabrón! Cuarenta y siete años más tarde, siguen en la misma postura, negándose a celebrar el cincuentenario de tu muerte, la del mayor escritor que ha dado esa patria de golpes de estado encubiertos que quisimos pero no pudimos imitar...


Debemos decir que la hostilidad de la que Céline fue objeto se desató mucho antes de que éste manifestara sus opiniones políticas. Probablemente la causa de esa hostilidad la encontremos en esa intención desmitificadora que presidía su primeros libros. La intelligentsia se percató de que Céline comenzaba a desenmascarar, igual que se limpia un campo de minas. la intelligentsia reposa sobre un entramado de impostura organizado en un sistema de paradas y postas y articulado de tal manera que la desaparición de uno de ellos no pone en peligro el conjunto. Pero cuando aparece el desmitificador, el que ataca la central, el gran saboteador, entonces tocan a rebato y todos los socios corren hacia la muralla con el aceite hirviendo. Por acuerdo unánime, la intelligentsia ostenta la función social de criticar sin miedo los fundamentos de las instituciones, de asumir (para que no lo haga ningún otro) el papel de defender al público contra la malversación; es el adalid del charlatán. Es el aparente insurrecto de la representación, pero, entendámonos, un insurrecto de salón. Si de repente se presenta el verdadero insurrecto, que no estaba en el juego, el pánico invade el teatro.


No creo haber leído mejor definición de lo que es un sistema que, desgraciadamente, nos dirige política y culturalmente. Algo muy parecido intenté decir el otro día en la presentación de Beatitud, en León: hemos de recuperar en sentido de búsqueda personal, ya sea en la forja de nuestras opiniones, de nuestra vida, ajenos a los caminos pautados -como en los cuadernos de vacaciones Santillana- y trillados, por donde discurren los pertenecientes a esa intelligentsia que son como los pelotas agarrados a las faldas de los curas, veletas, esperando las migajas de los políticos. ¿Sigo? Sí:

A Céline no le gustaban las mistificaciones; no quería saber nada de ellas. Las rechazaba. Quería demostrar que no eran útiles para la producción artística, al menos la verdadera. Quería que su obra tuviera fuerza sin ellas, que esa ausencia le diera más fuerza. Y era esa intención la que desataba las iras. Los escritores y los artistas velan por el mantenimiento de la mistificación; y no sólo ellos.


avanzo un poco, pues habla de la mistificación, por si no se ha entendido, y retomo el párrafo: La literatura lleva un retraso de cien años con respecto a la pintura. Hace varios siglos que no se alimenta de los frutos inmediatos que ofrece la vida, sino de obras anteriores, (...); está imantada y polarizada de forma incoercible por las obras anteriores. El prestigio de estas últimas es tan poderoso que ningún escritor, por mucho que se empeñe, llega a desprenderse de él y a reencontrar ese estado de inocencia que requiere la creación. Hace ya mucho tiempo que la pintura consumó su revolución; pero la literatura -al margen de Céline- no ha hecho la suya.


retomo: Contrariamente a lo que pudiera creerse, a lo que creen los desmitificadores, convencidos por error de que se les agradecerá el trabajo que se toman, el público siente apego por las mistificaciones; consiente y es cómplice, se indigna en cuanto alguien trata de descubrirlas. El público tiene miedo; siente -no en vano- que la mistificación es una falsa moneda, pero, en cualquier caso, mejor que ninguna. No cree mucho en el sentido intrínseco de la poesía; la considera un fugaz e ilusorio murmullo que no puede manifestarse en ausencia de su liturgia. Y cuando la poesía aparece de pronto no ya como un murmullo, sino como un trueno, no ya en un escenario falto de naturalidad, sino entre la multitud y en la calle, no ya vestido de oropeles y máscaras, sino con el rostro desnudo, aullante y furiosa, no reconoce en ella, como bien se puede comprender, la imagen de la poesía que le habían inculcado.


Uf... quien no entienda estas palabras y no se sienta identificado que se quede en el salón de plenos.
Por el medio del ensayo queda lo más interesante... Pero voy a acabar, ya que ha hablado del pueblo, con esto:


¿Pero fueron sólo los puntos de vista políticos la causa de ese ensañamiento contra la obra de Céline? Parece poco probable. (...) En este país de estetocracia (...) todo lo que se precia de pertenecer a la clase dominante dice ser del ámbito del gusto, del discernimiento estético, del bien hablar, del bien escribir. (...) La casta en el poder se proclama a sí misma conservatorio de la cultura y basa en él su legimitimidad... es su argumento de reserva, su salvoconducto. La señora -Señora Boca Selecta, Señora Alta Costura, Señora Alto Standing- sabe que conjugando los subjuntivos dejará de una pieza al fontanero que le arregla el grifo. Aunque la gran dama no tenga dinero para pagar la factura del arreglo. La riqueza no da los galones, los da el uso del subjuntivo. ¿Han tomado buena nota? Creo que no. El mito del bien escribir es una pieza capital de la defensa de los valores burgueses. Si queremos herir en el corazón a la casta dominante hay que golpearla con sus subjuntivos, con su ceremonial de ese bello y vacío lenguaje, con sus carantoñas de esteta. El que de una vez deje de honrar a las santas reliquias que ella enarbola como enarbolan sus fetiches los brujos negros -sus grandes autores, su Gioconda, sus sillas Luis XV, su impecable gramática, su esterilizada lengua muerta, todo su amasijo de conservas de osamentas que se hace pasar por arte y cultura-, el que sólo logre hacer entrar en la cabeza de la cola del tren el auténtico arte vivo y tenga de su lado a la verdadera creación inventiva, no al disfraz patrocinado por los ministerios, ese anunciará el despido de la casta dirigente. Pero pueden estar seguros de que la casta dirigente se defenderá. Defiende su mito con su estilo: todos los medios son buenos, todos los golpes están permitidos. (...)

Uf... impresionante. Escrito en 1964 por Jean Dubuffet. Francés.La noticia es que el Ministerio de Cultura francés retira los actos de homenaje a Céline en el cincuentenario de su muerte.


Extráido del imprescindible blog Crónicas para decorar un vacío

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