El domingo pasado el programa Callejeros de Cuatro emitió un reportaje sobre Manila en el que aparecieron algunos de los lugares que visité y en los que viví durante tres meses en mi viaje a la capital filipina. El basurero de Tondo es uno de ellos, y debajo os dejo con un pasaje de mi libro Atrapados en el paraíso que habla de él. Aquí podeis ver un video sobre ese impresionante lugar. Y en el de arriba aparece Payatas, el otro gran basurero al que íbamos casi a diario.
(...) y al alcanzar la cima de una de las colinas de porquería, aparecieron varias chabolas raquíticas, levantadas con apenas unos palitroques sobre los que se extendían unos plásticos agujereados. Una de ellas era una pequeña tienda, en cuyo interior varios “scavengers” bebían café protegidos del sol. Entramos y presentamos el pasaporte que abría todas las puertas en lugares como aquellos: un paquete de cigarrillos de rubio americano que repartimos entre la concurrencia. Mientras fumábamos observé el resto de las chabolas en el exterior. En tanto que en Payatas éstas se levantaban en las laderas de la montaña, estableciendo una zona de seguridad, allá lo hacían sobre la propia basura, como una prolongación de ella misma. Parecía imposible que alguien pudiera vivir de esa manera, pero después supimos que era la única manera de la que podían vivir, pues así mantenían el control sobre unos pocos metros cuadrados, los más próximos a sus chabolas, sin que nadie les arrebatara su porción de basura. Hubo, sobre todo, una de las chabolas que me llamó la atención. En realidad ni siquiera era una chabola, sólo un colchón, o mejor, la espuma amarilla de un colchón tirada a cielo abierto. Sobre el colchón un hombre, sucio, desharrapado y con una nube espesa de moscas revoloteando a su alrededor, dormía plácidamente lo que parecía una gran borrachera, y a su lado una niña de tres o cuatro años, una pequeña princesita de los suburbios, enfundada en un inmaculado vestido rosa, con sus volantes, sus encajes, sus enaguas, saltaba entre carcajadas sobre el colchón, de modo que con cada uno de aquellos saltos la barriga del señor de las moscas se inflara y se desinflara. Me quedé atónito. Me pareció, de nuevo, estar viendo una película, un cortometraje extraño, experimental, salpicado de símbolos profundos que no alcanzaba a descifrar (...)
Otro fragmento del libro sobre Payatas
Atrapados en el paraíso (2004)
Patxi Irurzun
Finalista Premio Desnivel
Gobierno de Navarra
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