Esa maldita sombra lo jodía todo. Si no fuera por ella, en los días de sol, el porche se llenaría de luz. La sombra era la de un nogal centenario que estaba plantado a pocos metros del jardín. Matías odiaba al árbol y a su sombra. Lo odiaba desde el mismo día en que su madre apareció colgada de una de sus ramas. Matías solo tenía diez años. Todavía le parecía sentir las piernas agarrotadas y frías de su madre cuando se abrazó a ella. Su sombra se balanceaba recortada en el porche aun cuando Matías ya le había dado la espalda al árbol. El nogal y su sombra eran un recordatorio permanente de aquel desgraciado acontecimiento. Matías se había prometido así mismo que un día talaría el árbol y acabaría con todos los malos recuerdos. Pero nunca se había atrevido a hacerlo. Una tarde en la que, tirado en la cama, mataba las horas a base de hachís y Rioja, escuchó un fuerte frenazo y acto seguido un estruendoso choque metálico. Se asomó a la ventana y comprobó con agrado como un camión se había estrellado contra el nogal. El impacto había arrancado el árbol casi de raíz. Matías salió a auxiliar al camionero. En cuanto estuvo fuera en el porche, notó como el sol lo llenaba de luz y calor. El camionero estaba bien. Había sufrido un fallo en los frenos y no había podido hacer nada por evitar el golpe. Tres días después, los operarios del ayuntamiento retiraron el nogal y con él su fría y negra sombra. Y así fue como Matías comenzó a echar las tardes en el porche, al sol. Se sentaba allí con una cerveza y un porro hasta la hora de cenar. El recuerdo del suicidio de su madre seguía en su cabeza, pero la ausencia del nogal lo hacía mucho más llevadero.
Pepe Pereza, del libro inédito Momentos Extraños.
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