Soy un efímero y no demasiado descontento ciudadano de una metrópoli que se cree moderna porque todo gusto conocido ha sido eludido en el mobiliario y el exterior de las casas al igual que en la planificación de la ciudad. Aquí no podéis señalar las trazas de ningún monumento de superstición. La moral y la lengua, en fin, están reducidas a su más mínima expresión. Estos millones de gentes que no sienten la necesidad de conocerse, llevan en forma tan pareja la educación, el trabajo, y la vejez, que el curso de su vida debe ser muchas veces menos largo que el que una loca estadística señala para los pueblos del continente. Así como desde mi ventana, veo espectros nuevos moviéndose a través de la espesa y eterna humareda de carbón - ¡nuestra sombra de los bosques, nuestras noches de verano! -, nuevas Erinias delante de mi cottage que es mi patria y todo mi corazón, puesto que aquí todo se parece a esto- la muerte sin llantos, nuestra activa hija y sirvienta, un amor desesperado, y un bonito crimen piando en el cieno de la calle.
Arthur Rimbaud, de Prosas e Iluminaciones. Traducción de J.F. Vital Jover (Ediciones 29, 1990).
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