Debían de ser las tres. Oía los suaves ronquidos de mi madre en el dormitorio. Por entonces ya estaba dispuesto a suicidarme, y mientras lo pensaba me quedé dormido.
*
Los días pasaban envueltos en niebla. Las noches eran noches y nada más. Los días eran iguales, el sol dorado se encendía y se apagaba. Siempre estaba solo. Costaba recordar tanta monotonía. Los días no parecían avanzar. Estaban inmóviles como lápidas. El tiempo discurría lentamente. Dos meses pasaron a duras penas.
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