He leído entre sombras la novela de Javier Vayá Albert, en el parque de mi ciudad, rodeado de viejos y enormes árboles y plantas de cientos de especies diferentes, al igual que los personajes que vamos conociendo en sus páginas. Personajes que navegan en un mar de misterios, atormentados por el cielo y la tierra, por el ansia descontrolada del que sabe que nunca llegará a encontrar la paz. Una paz, por otro lado, innecesaria pues no entra en sus planes vivir como borregos. Búsquedas y búsquedas cuyo destino final es el encuentro con la libertad, que quizás como él bien dice, consiste en “separarse de lo más amado”: el odio como motor de búsqueda.
El fantasma de Javier pulula en este espacio a través de referencias literarias y musicales como eje fundamental de una vida, quizás soñada. También autobiográficas.
Referencias orwellianas, la novela negra, el western (luchando “solo ante el peligro”), abrigos negros y largos, sombreros, poesía, ríos de cerveza en una cartografía enormemente accidentada, letras malditas que casi nadie leerá. Toques de realismo mágico que hacen que sus personajes posean una rica y explosiva vida interior, las miserias del ser humano que nos arrastran hacia lugares desconocidos. Hermosos poemas condensados como gotas de lluvia a punto de caer desde aquellas nubes tan negras.
La angustia vital como una araña negra y viuda construyendo su red, donde atrapados permanecemos y construimos un camino a seguir sin pausa aunque nos lleve a la nada oscura. El transcurso del tiempo aplastando todos los posibles recuerdos.
También nos habla Javier sobre la libertad individual. Libertad para vivir el normalizado género, el estereotipado sexo, como nos dé la real gana. Cada pequeño personaje que va ocupando unos párrafos nos deja una mochila repleta de dinamita.
La literatura oficialista haciendo daño, llenando de vacío el alma de tantos escritores que decidieron vivir acunados en la comodidad y la normalidad de un espacio cerrado, aislados en sus egos, creyendo que abandonar sus principios les dio el derecho de postular sobre todo.
En el otro bando, se mueven sus personajes, compañeros de Leopoldo, Jack, Arthur, Charles, que como bien dice Javier son “almas únicas condenadas a habitar siempre el lado de la tormenta”.
Encontramos al amor destrozado por la singularidad del “yo”. La imposibilidad del “nosotros” que riega el jardín de “las flores del mal”. Todo ello como vehículo para huir de la rutina social e individual. El ansia que nos hace seguir siempre hacia delante o hacia atrás. Que más da. Nunca estáticos.
La felicidad, fugaz, llegando cuando menos lo esperas, ubicada casi siempre en rostros desconocidos que parecieran estar esperando desde hace años este encuentro fortuito, que a veces, echa raíces.
La poesía como un tesoro perdido en el fondo de un mar de nihilismo habitado por peces poetas y sus crías.
En sus páginas, el edificio social salta por los aires, planta por planta: el amor normalizado, la familia, la sociedad corrompida hasta las trancas, las emociones, la religión y sus manipulaciones. De una manera sutil, a veces brusca, no deja títere con cabeza. Javier nos habla de la belleza y la fuerza de la mujer como salvadora incansable del mundo, a pesar de ser destruidas continuamente por la inmensa batidora de ese patriarcado capitalista aún vigente que se acojona a las primeras de cambio.
Así, con una prosa y una poesía excelentes, Javier Vayá, atraviesa la ancha autopista de la normalidad, dando tumbos entre historias que se cruzan, casi siempre vertiginosamente, pero dejando huellas eternas, haciendo que nos sintamos cómplices y nos reflejemos en alguna de las múltiples caras de los espejos que habitan en este adictivo puzzle.
Enhorabuena, Javier, por este magnífico libro.
Ramón Guerrero,
sobre Erika y el tiempo,
de Javier Vayá Albert
(Olé Libros, 2024)
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