Le extrañó el frenazo del coche y ver a Pablo, su marido, atravesar apresurado el jardín. Todavía faltaban unas horas para que volviera del trabajo.
–Se habrá escapado antes –pensó. Esperó su llegada mientras terminaba de vestirse. Cuando abrió la puerta vio su cara demudada, aun así, no se asustó. Nunca se asustaba antes de tiempo –¿Para qué? ya se encarga la vida por sí sola de apretarnos las tuercas sin necesidad de que nosotros creemos fantasmas –decía a menudo.
–¡Una noticia horrible! –tartamudeó él.
Julia pensó en su suegra, muy enferma desde hacía años.
–¡Dios mío! –exclamó Pablo– Es espantoso –vaciló –Tu padre... –Hizo una pausa interminable –Tu padre está muerto –. Le dio la noticia de sopetón, sin ningún preámbulo, ansioso por compartirla rápidamente.
Todo quedó en suspenso, como una imagen ralentizada en la pantalla; la sangre subió hasta el cerebro dejando un zumbido sordo en sus oídos. Las palabras se quedaron rebotando en el vacío. Julia le miraba atónita, tratando de entender su significado, incapaz de trasladar a la realidad lo que su voz le transmitía. Como si fuera un asunto ajeno a ella inquirió fríamente los detalles, su mente se negaba a reconocer el hecho.
–¿Cuándo? ¿Cómo lo has sabido? ¿Quién te lo ha dicho? Hablé con él ayer por la mañana y estaba perfectamente –balbuceó Julia.
–Tu madre ha llamado a tu trabajo y como no estabas me ha llamado a mí –le aclaró Pablo, con un gesto de pesadumbre porque aún no les habían instalado el teléfono en su nueva casa.
En ese instante se repitió el frenazo de un coche y sonaron unos pasos sobre la grava. También acelerados. El sonido imperioso del timbre urgía una respuesta. Ambos se dirigieron a la puerta.
Antonio, un compañero del trabajo, irrumpió agitando los brazos en el aire.
–Julia, tu madre ha vuelto a llamar. No saben cómo, después de una muerte cierta, tu padre ha vuelto a la vida, los médicos no se lo explican –dijo eufórico.
Julia y Pablo se estrecharon en un abrazo dejando que el torbellino de emociones reposara en su entendimiento. A la cabeza de Julia saltó el recuerdo del libro que regaló a su padre por su cumpleaños y sus comentarios entusiastas.
–¡No sabes lo que me ha gustado, hija! Tienes que leerlo. No te imaginas cuántos casos y experiencias relatan los doctores y los propios protagonistas. Aseguran que han estado muertos. Muerte clínica que certifican sus médicos y después de una experiencia, en la gran mayoría, de luz y calma, de reencuentro con sus seres queridos, una voz les ha dicho: “Todavía no es tu momento, debes regresar y terminar lo empezado”
Ella le escuchó escéptica, aunque se alegró de que le hubiera gustado. Le aseguró que lo leería cuando él lo terminara.
Se desprendió con ternura del abrazo de Pablo. Ahora ansiaba el momento de encontrarse con su padre, muerto y resucitado en un breve espacio de tiempo. Deseaba compartir con él su experiencia y volver, como en tantas otras ocasiones, a ver juntos los amaneceres blancos en la montaña cuando apenas se escucha el vuelo de los pájaros, compartir las cañas en el bar cercano, los partidos de futbol con bocata de calamares incluido y, sobre todo, y más que nada, sentir su mirada cálida.
Julia no sabe muy bien lo que ha pasado; lo que sí tiene claro es que quiere apurar el tiempo exprimiendo cada segundo, porque cada día puede ser una fiesta por el mero hecho de existir.
Maica Bermejo Miranda,
del blog Al Sur de los tambores
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