lunes, 29 de mayo de 2023

LA QUÍMICA DEL COLOR por PEPE PEREZA




Al entrar por la puerta Roberto encuentra a su padre apuntándole con una escopeta.

-Hijo, siento que tengas que ver esto -dice volviendo el cañón hacia él y metiéndoselo en la boca.

Seguidamente aprieta el gatillo. Con la detonación, parte del techo y de la pared quedan salpicadas de rojo. Parecido a fuegos artificiales. El padre se desploma sin la parte de atrás de la cabeza. Ocurre tan rápido que Roberto apenas puede asimilar lo ocurrido. Avanza hasta la cocina en estado de shock. Antes de entrar ve a su madre agonizando en el suelo en medio de un charco de sangre. La fuente es un corte profundo que va de un lado a otro de la garganta. En ese momento Roberto se despierta sobresaltado. El vagón en el que viaja huele a sudor. Unos goterones rojos le caen sobre los muslos y se da cuenta de que está sangrando por la nariz. Por alguna razón cuando se altera es propenso a que le sangre la nariz. Inclina la cabeza hacia atrás y se limpia con un pañuelo. El pasajero que tiene al lado le mira como quién mira a un pájaro muerto. Roberto se gira hacia la ventanilla para evitar el gesto del tipo. La campiña pasa ante sus ojos a toda velocidad.

El tren se detiene delante de una pequeña estación. Roberto sabe que tiene que bajarse en una aldea llamada Peñas de Cameros, pero en el letrero pone Penas de Cameros. Desde que vio morir a sus padres, Roberto se ha negado a hablar. Ahora, cuando tiene que comunicarse con alguien, lo hace escribiendo en la libreta. Se acerca al revisor y le enseña una página donde ha escrito: ¿Cómo se llama este pueblo?

-Peñas de Cameros –dice el revisor indicando con el dedo hacia el letrero.

Roberto escribe: Ahí pone “Penas” y no “Peñas”. El revisor le saca de dudas y le aclara que, con el tiempo, el rabito de la ñ se ha ido borrando, de ahí la confusión. Confirmado el destino, Roberto se apea del vagón cargando con una maleta. Poco después, el tren continúa su ruta. Él permanece en el andén mientras espera a que alguien se acerque a darle la bienvenida. Se suponía que sus tíos iban a venir a recogerle. Unos completos desconocidos a los que no ha visto en su vida. Transcurren los minutos y no acude nadie. Harto de estar de plantón, decide ponerse en movimiento. La aldea es pequeña e imagina que no le costará demasiado dar con sus familiares. Roberto se adentra en las estrechas callejuelas observando los rostros de la gente. Todos con los que se cruza tienen apariencia triste o amargada. No ve a nadie con una sonrisa en la boca. Piensa que esa gente debería olvidarse definitivamente del rabito de la ñ, Penas de Cameros se ajusta perfectamente al ánimo de sus habitantes. Ve a una anciana que está a la puerta de su casa. Se acerca a ella y le enseña un papel donde está apuntado el nombre de sus tíos. Al verlo, la mujer se persigna y se encierra en la vivienda dando un portazo. Roberto no entiende por qué ha reaccionado así. Quiere creer que, de entre toda la gente que vive en la aldea, ha ido a dar con la más zumbada. Lo intenta con un hombre que pasa junto a él.

-Chaval, olvídate de esos malnacidos –es la respuesta que recibe.

Poco después, se cruza con una mujer que lleva un cántaro en la cabeza y le enseña el mismo papel.

-¿Por qué quieres ver a esa chusma? –pregunta la desconocida.

Roberto se encoje de hombros. La mujer hace un gesto despectivo y sigue su camino. ¿Qué clase de personas son sus tíos para que todo el mundo los desprecie? A Roberto le preocupa, y mucho, entre otras cosas, porque ha venido para quedarse a vivir con ellos. En la puerta de la iglesia, ve a un cura. Se acerca y le enseña el papel.

-¿Son tus familiares? –pregunta el cura.

Roberto asiente con la cabeza y escribe: Son mis tíos y he venido a quedarme con ellos.

-Pero, tus tíos hace años que no viven aquí. Hubo problemas con algunos vecinos y tuvieron que irse.

Roberto escribe: ¿Dónde?

-Al bosque. Allí tienen una pequeña granja.

Roberto escribe: ¿Cómo puedo llegar hasta allí?

-Pues, verás, tienes que salir del pueblo por esa dirección, bajar la colina hasta el arroyo y seguir su curso por el bosque, luego tienes que andar unos pocos kilómetros, sin dejar nunca la orilla, hasta que llegues a un claro. Allí verás la granja.

Roberto tiene una pregunta más: ¿Qué pasó para que mis tíos tuvieran que irse?

-Bueno, ya sabes que tu primo Simón es una persona… especial.

Roberto no sabía que tuviera un primo. De hecho, es la primera vez que oye hablar de él.

-El caso es que secuestró a una niña de tres años y estuvieron desaparecidos unos días, hasta que finalmente alguien los encontró. Gracias a Dios, tanto la niña como tu primo, estaban bien. Pero, a raíz del incidente, los vecinos presionaron a las autoridades para recluir a Simón en una institución mental. Para que eso no sucediera, tus tíos vendieron la propiedad que tenían aquí y compraron la parcela en el bosque.

De modo que ahora va a tener que vivir en el bosque, con unos tíos que no conoce de nada y un primo problemático. A Roberto no le atrae nada la perspectiva de futuro.

-Si vas a ir hasta allí, será mejor que te pongas en camino. Quedan pocas horas para que el sol se oculte y no conviene andar por esos parajes una vez que ha anochecido –recomienda el cura.

Roberto se despide del párroco y echa a andar cargando con la maleta.

Al salir del pueblo, una brisa gélida recorre los campos. Pronto llegará el invierno y las temperaturas han bajado considerablemente en los últimos días. Roberto se sube la cremallera de la parka y sigue caminando. Poco después, alcanza la cima de una pequeña colina desde donde se puede ver el sendero serpenteando junto al arroyo. Antes de seguir, se detiene unos segundos a contemplar el paisaje. A lo lejos se levanta una cordillera cuyos picos más altos están cubiertos de nieve. A los pies de esas montañas, el bosque se extiende hasta alcanzar el arroyo, del que fluye una neblina que se va esparciendo por el resto de la zona. Roberto desciende la colina. Una vez llega al sendero que discurre junto al arroyo, lo sigue hasta alcanzar las lindes del bosque. La neblina entre los árboles y los sonidos que salen del interior no invitan a adentrarse. Roberto tiene miedo y una voz en su interior le dice que regrese. ¿Regresar? ¿Adónde? Sus tíos son la única alternativa que le queda, no tiene a nadie más. Elige un palo con el tamaño y la consistencia necesaria para, si se diese el caso, poder defenderse. Entra en la arboleda y avanza temeroso. A cada paso, la vegetación va devorando parte del sendero, hasta el punto de reducirlo a una delgada línea apenas transitable. Le duelen los brazos de cargar con la maleta y cualquier sonido le pone el vello de punta. Él es un chico de ciudad y está fuera de su ambiente.

Andados unos kilómetros, la vegetación se abre a una zona despejada. En medio del claro está la propiedad de sus tíos, tal y como había dicho el cura. Ahí está la casa con la chimenea echando humo, también los corrales. Un poco más allá, el establo, el gallinero y el invernadero. Ese será su hogar de ahora en adelante. Roberto rodea la valla de madera que circunda la granja y entra. Llama a la puerta de la vivienda, pero no recibe contestación. Escucha voces que vienen de detrás de la casa. Deja la maleta en el porche y se dirige hacia el lugar del que provienen las voces, es decir, a la cuadra. Al asomarse, ve a una mujer que es el vivo retrato de su madre. Su tía Clara. La mujer tiene el brazo metido, hasta más arriba del codo, en el culo de una vaca. La acompaña un mozo corpulento que tiene los ojos demasiado juntos y los dientes demasiado separados. Su primo Simón.

-Ya viene –dice Clara.

Simón contesta con gruñidos y frases ilegibles. Parece nervioso; con una mano se rasca un muslo y con la palma de la otra se golpea la frente. Es evidente que sufre algún tipo de retraso. Roberto permanece en el umbral de la puerta sin atreverse a intervenir. De repente, el ternero es escupido del culo de la vaca junto con una sopa de fluidos. Cae al suelo y permanece inmóvil. Roberto queda impactado por la escena. En su vida, ha asistido a un asesinato y a un suicidio, nunca a un nacimiento. Clara se apresura a apartar la placenta, luego coge un puñado de paja y frota el cuerpo del ternero con él. El recién nacido no reacciona, Clara intenta que coja aire abriéndole la boca y presionando su pecho. Por desgracia, el animal ha nacido muerto y todo esfuerzo por traerlo a la vida es inútil. En ese momento, Clara levanta la cabeza y ve a su sobrino.

Pepe Pereza, 
extracto de La química del color 
(Aloha Ediciones, 2023)


No hay comentarios: