Con el cuerpo apoyado sobre un basamento estéril, se van nublando los ojos del ardor con la idea de la lluvia. Ventana adentro, dispongo el aire de la estancia al vaivén de los sentidos pretendidos, penetrando en la figura de las cosas, haciendo de sus sombras y materia una duda, una muerte, un deseo, una luz, una vida. Construyo cajas como moradas sin suelo, mientras en círculos rodea y atraviesa este sol de celulosa sobre el que me desangro. Todo se desvanece de su trazo por ser magma, salvo el silencio, que se hace múltiple y estalla hecho palabras que respiran sin haber sido dichas. Vuelvo a la eterna finitud de los comienzos, se domestica en mí la rosa de los vuelos.
Mónica Manrique de Lara
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