NO
PARTICULAR PLACE TO GO
El
poeta Luis Sánchez Martín me invita a subir a este flamante libro
descapotable: Carrera
con el Diablo.
Yo
me comprometo a pagar el combustible de este viaje a ninguna parte
con un prólogo. Los tipos como nosotros no sabemos vivir sin música,
pienso, porque la música es todo lo contrario de nuestra propia
ausencia, el soplo de aliento que por muy bajo que hayamos caído aún
nos ata al mundo, y siempre hay una canción para un poema, y un
poema para un adiós. Sé de antemano que este libro de poesía,
rápido y potente como aquellas canciones breves llenas de energía
de los años cincuenta, no es una carrera directa hacia un abismo,
sino la obra de alguien que ha aprendido a despedirse del propio
vacío de su existencia. Quiero moverme por cada pasaje de estas
páginas al ritmo del viejo rocanrol, pues siempre me recuerda a los
días de inocencia, de un hogar en el corazón, antes de que los
excesos y el autodesprecio lo estropearan todo:
«Manchas
imborrables al estar
hechas
de tiempo y no de materia.»
Luis
se adelanta a mi idea y hace girar un disco de Chuck Berry en el
cedé. Antes de arrancar el motor de su poesía me avisa, con voz
serena y una sonrisa nada minúscula, que a mitad de camino debemos
pasar a recoger a alguien... Yo sé que no será nadie peligroso ni
de mal vivir. Sé, con total seguridad, que será alguien relacionado
con la catarsis de la poesía, porque los dos ya sabemos por
experiencia que lo contrario de la sobriedad es quemar con alcohol
tus demonios y echarse a dormir al volante de tu vida, la vida que
sólo se vive una vez, la vida que nadie puede vivir ni morir en tu
lugar:
«Total.
Bukowski nunca lo hizo.»
Este
es su primer poemario, sí, pero no su primer día en la poesía y el
dolor. El autor abre totalmente su corazón, le tiembla la voz y me
dice que el día que murió su abuelo su madre le dio una paliza, que
allá por los años 90 él tenía una familia pero que no la usaba,
después chasquea los dientes y me habla del caradura de su hermano
mediano, de su hermano mayor, que fue también su profesor, y vivía
sobre un cementerio de relojes en la cara norte de la pensión de
mala muerte donde dormía sus sueños; el mismo hermano / profesor a
quien, en secreto, le dejaba pagadas algunas copas en el bar donde
simplemente pasaba por la vida durante los últimos treinta años. Me
habla también de la casa que juró no pisar nunca más, y del día
en el hospital donde su padre moribundo lloraba no porque fuese a
morir, sino por haber sido alguien que había desperdiciado su
tiempo:
«Y
besé la lona como un plomo,
como
un poema mal traducido
o
una canción desafinada.»
Guardamos
silencio al pasar por la curva donde se mató el rockero Eddie
Cochran, y el actor James Dean. Pero si creías, lector, que en este
libro dos viejos rebeldes iban a jugarse de nuevo la vida con el
diablo en unos versos directos a un precipicio estás muy equivocado:
«El
secreto de la vida eterna
es
saber dar el salto a tiempo.»
Entonces,
Luis Sánchez Martín frena, poco a poco, en la Calle Desengaño. El
libro se para; una brisa fresca hace brillar las sílabas de sus
versos. Le comprendo. Yo bajo del coche y me siento atrás. Una chica
se acerca a nosotros y se sienta junto al poeta que la besa. Y nos
presenta, casi recitando, con dulce agradecimiento:
«La
chica de las gafas de pasta
y
el pelo muy corto
que
sueña conmigo las noches
y
me abre la puerta de los días.»
Ahora
el libro avanza por la misma calle que de repente cambia de nombre, y
se convierte en otra calle llamada Teresa, mientras Luis, el poeta,
deja rugir sus sueños mal dormidos.
Escuchad,
ahora suena “When
the man comes around”,
de Johnny Cash, y entre el loco irresponsable que fue y el ridículo
cadáver que pudo haber sido, hay un hombre que es amante y amado, el
hombre que ya no camina por la cuerda floja, pues ahora, junto a su
chica, y rodeado de poetas que admira y le admiran, está marcando la
diferencia, está creando su propia familia y ha entrado, para
quedarse, en el verdadero lado salvaje de la vida:
«Sin
poder evitar caer en la paradoja
de
pedirle disculpas al espejo
por
seguir teniéndolo todo
y
todo el tiempo del mundo por delante.»
Y
es que no importa lo que uno hizo en el pasado, sino lo que vas a
hacer mañana. Porque cuando creas que ya no puedes hacer nada más
para mejorar tu salud, tu amor y tu trabajo, todavía te queda lo que
haría una buena persona: bañarse en extrañeza, amar los cambios que
se te presenten en el camino, porque con cada cambio ―así lo he
aprendido yo mismo de mi mujer― siempre hay una primera oportunidad
para todo, y ningún sitio en particular a donde ir.
Abel
Santos, prólogo a Carrera con el diablo,
de Luis Sánchez Martín (Lastura, 2019)
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