jueves, 21 de febrero de 2013

ALGO QUE NUNCA DEBIÓ PASAR


Decir que una novela te ha enganchado desde la primera página, ¿constituye acaso su mayor elogio? Es por supuesto, un elogio, pero ¿el mayor? Porque hay muchas novelas que te atrapan en su trama, aunque te ofrezcan sólo un entretenido pasatiempo, unas horas de evasión de la prosaica realidad. Algo que nunca debió pasar, de Juan M. Velázquez, posee muchos más ingredientes que la simple atracción, apasionante desde luego, de su intriga. Personajes perfectamente delineados y creíbles, tanto protagonistas como secundarios, la constante alusión a un tiempo aciago como fue el de los años de plomo del terrorismo, un espacio urbano, del de la ciudad de San Sebastián, agobiante y cerrado a pesar de sus bellezas naturales y arquitectónicas.

Novela policiaca porque en ella intervienen policías y delincuentes, no es tampoco una novela de buenos y malos. Es, sí, una novela testimonio (pero me gustaría que quedase claro que es antes que todo eso, novela, es decir, obra artística) sobre unos años en que la policía no sabía o no podía reprimir el delito como no fuese con torturas, y eso hace mella, no sólo en el torturado, sino en el torturador. No hay tesis en esta novela, sólo verdad desnuda, terrible y desgraciada.

No vamos a desvelar su trama ni por asomo. Yo sólo les recomiendo vivamente que la lean. Y aquí, por ejemplo, pueden comprarla

Enrique Baltanás, Al margen de los días.



“Algo que nunca debió pasar”, es el título de la última novela de Juan Velázquez, publicada en la colección de narrativa de Arte Activo ediciones. Una novela muy negra donde se alterna la narración de las vivencias de Ramírez y el Rubio como policías nacionales en los años 80, con la narración del momento actual, la llegada de Ramírez que acude presto a la llamada de su amigo el Rubio cuando le dice: “tienes que ayudarme”. Tenemos tres elementos: la propia intriga que Ramírez se dispone a resolver, la narración de lo vivido por Ramírez y el Rubio hace veinte años y, por último, la mirada del Ramírez actual sobre aquello, lo vivido y sobre la realidad que se encuentra a su llegada a San Sebastián 20 años después.

El punto de arranque es el viaje Madrid-San Sebastián que Ramírez hace atendiendo el SOS de su ex compañero Gutiérrez, “el Rubio”, quien le pide ayuda para resolver un peliagudo y trágico asunto familiar que no voy a desvelar pero que sirve como punto de partida para colocar al protagonista, Ramírez, en un escenario -el País Vasco- que dejó 20 años atrás y que no ha vuelto a pisar. Como dice la contraportada del libro “que el pasado pesa es algo que nunca debe olvidarse” y Ramírez va a tener que enfrentarse -además de con un caso por resolver- con su propio pasado, ese que atesora en una ajada carpeta azul tamaño folio que siempre lleva consigo y donde ha guardado todos los recortes y recuerdos además de algunas fotos que dan cuenta de lo que vivió durante el tiempo que estuvo trabajando en el País Vasco como policía nacional. El temor a olvidar y a la vez el miedo de los propios recuerdos es una constante en todo el libro, junto a la culpa, el verdadero motor que mueve el mundo: ni el odio, ni el amor, ni la venganza: la culpa, el sentimiento de culpabilidad. El olvido y la culpa son los pilares de esta novela.

Juan Velázquez hace un retrato maravilloso de Ramírez y Gutiérrez, “el Rubio”. Gutiérrez es el mentor de Ramírez, su salvador, el poli macarra, putero, sin demasiados escrúpulos, kamikaze que le salvó la vida y con el que contrajo una deuda que ahora, veinte años después, Ramírez pretende saldar en forma de favor personal. Ramírez y Gutiérrez, un madrileño y un salmantino, destinados al País Vasco, en los 80, finales de los 70. Hay que ponerse en su pellejo. El País Vasco era para ellos, dice el narrador, “un lugar de oportunidades”. La mirada que proyectan Ramírez y de Gutiérrez sobre un lugar como el País Vasco y en un tiempo tan convulso como el que retrata la novela de Juan Velázquez es uno de los mayores aciertos de la novela. Cómo dos extranjeros encajan en una sociedad llena de matices, de contradicciones, una realidad imposible de entender desde fuera, puesto que a veces es difícil interpretar desde dentro. Y Ramírez y el Rubio, son los anfitriones perfectos para que desde fuera podamos entender que no hay que desdeñar la mirada ajena ya que puede completar la mirada propia.

“Algo que nunca debió pasar” no es una novela cómoda, ni convencional, no hace concesiones ni por una parte ni por la otra. Muestra todo con absoluta crudeza y sin medias tintas. Es una novela donde se asiste a la evolución de la emociones, cómo éstas nos condicionan, cómo lo que sucedió hace años en un momento puntual y que te hizo sentir una cosa concreta, evoluciona en una dirección casi siempre inesperada. Como le sucede a Ramírez, la mayor parte de las cosas que vivimos sólo alcanzamos a comprenderlas con la distancia y el tiempo; y sobre todo, solo entonces sabemos cuál es su verdadera dimensión. ¿Dónde nace la culpa? ¿en qué momento algo que hacemos desde la más absoluta convicción de que está bien hecho se convierte en culpa? ¿Dónde está esa línea? ¿Quién la traza? Porque hay una línea, la línea que atraviesa toda la novela desde la primera página hasta su final. Pero lo que el tiempo le enseña a Ramírez es que esa línea es movible, su trazo se hace cada vez más débil, más difuso y, lo que es peor, discontinuo y por ese hueco se escapan las razones, los argumentos, la certeza absoluta de estar del lado de los buenos.

“Algo que nunca debió pasar” se presta a muchas lecturas e interpretaciones; puede ser una novela didáctica que muestra sin ambages una parte de nuestra historia que, a día de hoy, continúa escribiéndose con más o menos acierto. Es también una intriga bien construida, con todos los elementos de una muy buena novela negra. Desde luego es un retrato de personajes que se quedan grabados a fuego, Ramírez y “el Rubio” y que piden a gritos que se les dé continuidad; y también es un retrato muy fiel a lo que ha sido y es la sociedad vasca, con su idiosincrasia, sus particularidades y, sobre todo, sus contradicciones. Y además Juan Velázquez nos muestra una maqueta a escala del País Vasco que condensa en una urbanización llamada “Haritza”, compuesta por 20 adosados de lujo donde conviven: dos ex etarras, un ex policía nacional, un hijo de papá y un discípulo del nacionalismo que recibe su premio a la fidelidad en forma de cargo político. Ese crisol que es la sociedad en la que vivimos, donde las mayores contradicciones pueden terminar respondiendo a la lógica más aplastante. Una realidad donde, como reza en la contraportada del libro: “al cabo del tiempo, los bandos contrarios pueden convivir e incluso ser cómplices en una misma historia, pero la convivencia en paz tampoco es pacífica, la memoria no se pierde, la pureza no es posible”.

El viaje de Ramírez es un viaje a sus propias contradicciones y un intento para estar en paz con su pasado y poder convivir con la memoria de lo que se ha hecho, sin que ésta deba ser necesariamente canalizada por la culpa.

Muchas cosas condensadas en 159 páginas que dejan con muchas ganas de más.


Itziar Mínguez, Agitadoras.com


Algo que nunca debió pasar

Autor: Juan M. Velázquez. Arte Activo Ediciones.. 2012. 159 páginas. 15€.

1 comentario:

JOSÉ LUIS MORANTE dijo...

Acabo de leer la novela y coincido en la excelente impresión que deja en el lector, a pesar de que la escenografía y los personajes no son precisamente los paseantes del retiro a media tarde.
Enhorabuena por la lectura y un cordial saludo.laymi562