viernes, 21 de septiembre de 2012

MIRA, SOY BIPOLAR por Alía Mateu.


No vengo a hablar de historias de amor con principio feliz y cataclismos de tarde. Ni de levantarse a oscuras con el suelo lleno de preguntas. No he venido a hablar de jerséis tres tallas más grandes y botas sucias. Ni conversaciones de bar, ni horas contadas, ni luces verdes, ni vasos de tubo llenos de café.
Horas y más horas de música de fondo y la mirada perdida entre el techo y la ciudad. ¿Quién lleva razón? Lo comento con Brigitte y me habla de gente y edificios que desconozco y aunque piensa que no, me doy cuenta de que entre líneas me intenta meter ideas en la cabeza. Ella continúa con sus enseñanzas encubiertas y yo con mi sonrisa de medio lado removiendo el café. O haciendo bailar los hielos dentro de la copa, depende de la hora. Casi siempre suena música de fondo, Brigitte tiene muchos discos y algunos los pone una y otra vez. En ocasiones nos cansamos de lo mismo y queremos comprar muchos discos más, pero eso también depende de la hora. Creo que trabajó alguna vez en una gran oficina y luego se largó. Habla de París como si fuese un lugar eterno e inmutable y confía ciegamente en la astrología. Al contrario que yo, que no me suelo fiar de nadie. Brigitte ha estado en tantos sitios que da miedo ver cómo se mueve de un lado para otro con el abono transporte. Brigitte es de una forma, yo de otra, y nos llevamos bastante bien. El otro día trajo a alguien a casa y yo me encerré en mi habitación, miré al techo alrededor de dos horas, cuando me entró hambre salí al pasillo y estaba llorando, la persona a la que había traído se había largado y luego se había puesto a llorar, entonces yo vi que necesitaba un abrazo y eso hice, a veces tampoco puedes hacer más. Sonrió de repente y en vez de resultarme extraño me llenó de una sensación inusual en mí, como si el haber estado un paso o medio paso por delante la hubiera curado de un mal mucho peor. Llamé a un chino y nos trajeron muchas salsas de colores y Brigitte comió mucho y bien, luego vimos una película antigua sobre un amor clandestino y volvió a llorar, pero esta vez de alegría. No sé quién vino pero si me lo encuentro le rajo con mis tijeras verdes. Tengo unas tijeras verdes, las robé cuando iba al parvulario, y las llevo conmigo casi siempre. Cuando mi padre las ve se ríe y las afila. A él le gusta afilar cosas y yo le dejo las tijeras y las afila con una especie de piedra que tiene unas letras grabadas. Hace un sonido raro que me recuerda a cuando pasaba el afilador cerca del colegio con ese silbato tan raro. Y eso me hace recordar los domingos en casa, y la paella, y a mi tía diciendo refranes valencianos. Son ese tipo de cosas que recordaré cuando se me haya ido la cabeza del todo, porque tengo la certeza de que mi vejez será así. Y me dejaré el pelo muy largo, aunque parezca una vieja gloria del heavy. Hay alguna ley no escrita que obliga a las señoras a cortarse el pelo y peinárselo con ondulaciones estrafalarias. Eso o teñírselo de colores imposibles. Ayer, quizá antes de ayer, estaba esperando el autobús y vi venir a una señora. Pensaba que llevaba un gorro de lana amarillo, porque sólo se le veía el flequillo, que era de color negro. Luego se acercó a mí y realmente tenía medio pelo rubio. Diría que es un caso extraño, pero es muy común. Y una amiga de mi madre se ha puesto tetas.

Alía Mateu, del blog En un lugar y tiempo determinados.

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