viernes, 28 de octubre de 2011

A MI AIRE. Antonio Abengoza (YESKA)


Brindaba el idiota con un whisky a mi salud, mientras yo me despeinaba sin hacerle reverencias, sin darle la espalda, simplemente caminaba hacia otro punto distinto de aquel bar. Él me miraba con sus mugrientas palabras en la boca impregnando el ambiente con su etílico aliento, mientras manoseaba su cerveza arrancándole con saña las etiquetas de Mahou, siendo mi mano, en el lenguaje de signos, un adiós que creía definitivo. Y no entendía, ni por esas, que mi sitio elegía, ni que mi espacio vital era de un estilo muy distinto al que él utilizaba para conquistarlo, y que además, dejando a un lado los artículos posesivos propios y de cada uno, era su juego, un juego al que yo no tenía ganas de jugar…

Así que, siguiendo mi camino, me adentre entre aquella veintena de personas que andaban arreglando el mundo sobre un charco de la aleación que formaban el whisky, con el tequila, la granadina, la coca sin cola (en los servicios), la coca cola light con el Kalimotxo, las cascaras de pipas, el sudor y la gasolina… creando un pequeño riachuelo que por sus orillas me llevase a encontrar mi sitio perfecto en aquel oscuro garito de decoración anticuada y cutre, nada de vintage, donde el polvo era auténtico y no una mezcla creada con productos de pintura para dar aspecto de viejo, donde las cortinas roñosas se las había comido el tiempo y el suelo de madera rota se sabía de sobra las suelas de todos los zapatos.

Tenía su encanto, se masticaba el blues, y el personal encendido, esa noche estaba siendo digno de atención por los tres camareros que aquella madrugada de invierno, disfrutaban de la noche, sin exceso de trabajo, entre los ruidos de los vasos contra la barra de madera y sin posavasos, el rechinar de las piedras en los mecheros que encienden porros y cigarrillos y aquel  murmullo silencioso que se mezclaba, sin molestar, con los aullidos violentos del Señor Howlin' Wolf, a veces, con Míster Robert Johnson y su Sweet home chicago... Un día de esos en que el Barman puede permitirse el lujo de compartir conversación, a ratos, con la alegre clientela. Sin faltar la educación, sin peleas, sin ruidos molestos… a gusto.

En esos detalles andaba yo, en esos pequeños detalles. Pero, de repente, cuando creía que me había librado de su insufrible y agotadora borrachera, y estaba disfrutando de ese ambientillo embaucador y profundo, estando inmerso en mis pensamientos y disfrutando como me apetecía de mi tiempo de ocio, resulto ser… Que no.

Note sus dedos índice y corazón chocar con dos golpecitos sobre mi hombro, y al volverme me encontré con su sonrisa entre las barbas, y la continuación de aquella historia sin dejada de la mano de Dios sobre un lio de faldas que me contaba entre risas y babas.

-Así te lleven amortajá pa tu tierra, hija de puta... Bla bla blà...

Seguía lamentándose y maldiciendo con o sin razón, y soltando ese tipo de lindezas para criticar a una que no estaba por allí presente, y que –había deducido- era más astuta y zorra que él. Se lo hacía como solo él sabia: como el capullo que era en ese momento. No dudo que, fuera de esa descomunal borrachera, fuese un tipo con el que se podría hablar, pero yo que, en esos momentos, no tenia ningunas ganas de bañarme en su saliva, ni de sufrir sus grados, ni de mierdas, empezaba a sentir ese calorcillo mosqueante que te hace dudar entre lo que debes de hacer, pero que te dice muy claro lo que no quieres hacer,  así que pedí mi ración de ginebra con tónica y le dije al oído:
 
-Me importa tres cojones tu mierda de lío, o de problema, o de historia, o lo que sea. Cosas más dolorosas hay en el mundo a montones, ¿Tu sabes lo que a mí me gusta compañero?

Hizo una negación con la cabeza, abrió mucho los ojos con curiosidad y expectación, mientras se le escurrían las gafillas por la nariz y acariciaba su barba bohemia, de leñador.

-Lo que a mí me gusta es moverme a mi aire, así que... ¡AIRE!

Por un momento me temblaron las piernas, lo reconozco, e incluso me dio un poco de pena, pero lo mejor que podía hacer era ir a su casa dando tumbos y dormir la mona, y a la mañana siguiente, con un poco de suerte, se levantaría de la cama como un autentico campeón, y ese día, si él quería, yo lo escucharía, una, dos e incluso tres horas. Pero hoy no. Ni de coña.

Al oír mis palabras se dio media vuelta, pero se volvió una vez mas y dijo adiós con la mano sin cambiar el gesto de la cara y sin más... Se piró.

Y yo me quedé en mi nube de humo mezclado con fragancias de hierba, de hachís y de tabaco, juntando el hielo con  mis labios, encendiendo un cigarrillo  y saboreando una vez más ese agradable sabor amargo, sorbo a sorbo, sin creerme todavía que esa noche, deshacerme de ese borracho de turno que existe en todos los bares del mundo, fácilmente y sin broncas, se había marchado. Me quedaba solo con mi pequeño remordimiento y el olor a serrín, pero había triunfado. Ahora sí, los genios del blues tocaban y los disfrutaba, y entre las cuerdas de sus guitarras no existían interferencias que cortaran sus hazañas, y mi sensación era única, y ese bar, un sitio perfecto para encontrarme conmigo mismo.


Antonio Abengoza (YESKA)

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