jueves, 12 de junio de 2008

EL COPRÓFAGO, por Vicente Muñoz Álvarez.


Era un viejo cansino y taciturno. Le veía casi todas las mañanas recogiendo en las esquinas y en los parques excrementos, su boca siempre llena de inmundicia y el aire de quien vive aislado entre el bullicio. Su expresión era lánguida y su aspecto desastrado, aunque no era ni harapiento ni mendigo. Todos en el barrio nos preguntábamos la razón que le llevaba a tal extremo y nos compadecíamos de su desgracia, procurando ocultar la aversión que nos inspiraban sus manías. A menudo pretendimos disuadirle para abandonar aquel hábito malsano, dándole limosna y ofreciéndole alimentos que él rechazaba mascullando una jerga hostil. Los niños se asustaban al verle masticar aquel sustento ignominioso y huían cabizbajos a sus casas.
Durante años fue asidua en el vecindario su presencia, hasta el punto de llegar a sernos en cierto modo familiar. Pero nadie, nunca, logró sonsacarle una palabra que diera luz a su secreto.
Un día le encontramos inmóvil sobre un banco del jardín. Solo y ligero de equipaje. Sus únicas pertenencias eran el bastón que usaba como apoyo al caminar y un par de excrementos cuidadosamente envueltos en papel de periódico.
Eso es cuanto de él pudimos saber.`

Vicente Muñoz Álvarez, del volumen Marginales ( EJE ediciones, Colección Cúa, 2008 ).

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